miércoles, 26 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 40

 


Se despertó cuando llamaron a la puerta. Miró el despertador y vio que eran sólo las siete y cuarto de la mañana, demasiado temprano para que fuera la criada para hacer la cama. Siguieron llamando. Se puso rápidamente la bata y fue a abrir. En la puerta se encontró con Pedro, ya vestido.


—¿Por qué no estás vestida?


—¿Vestida?


—Sí, Paula, eso de ponerse ropas sobre el cuerpo.


Pedro entró entonces en la habitación.


—¿Es que vamos a alguna parte? —le preguntó ella.


—A la oficina. Hoy es tu primer día de trabajo. ¿O es que lo has olvidado?


—No, no lo he olvidado. Sólo que pensé que… bueno después de lo de anoche…


—Lo que pasó entre tú y yo no tiene nada que ver con los negocios. Pensé que había quedado claro.


—Eso es lo que dijiste, pero…


—Y era lo que quería decir. Vamos, vístete —le dijo él con una voz extraña, como si fuera lo último que quisiera que ella hiciera.


Pedro cerró los ojos cuando ella pasó a su lado. ¿Por qué estaba luchando contra él? ¿Por qué no podría cederle esas malditas acciones y liberarlos a los dos, dejarlos libres para amarse? Tenía que convencerla, demostrarle que era lo mejor que podía hacer. Tenía que lograr que confiara en él, que lo deseara, que lo amara, tanto como él a ella. Odiaba ese sentimiento de impotencia.


Bajó las escaleras y terminó de vestirse frente al espejo de la entrada, volviendo luego al comedor para tomarse una taza de café. Paula llegó un poco después y él se maravilló de la transformación que había sufrido, de niña dormida a una auténtica mujer de negocios. El vestido le quedaba perfectamente; era gris y la blusa rosa pálido; en modo alguno podría decirse que fuera seductor, pero la imaginación de Pedro era tan fértil que veía perfectamente lo que había bajo la ropa.


Cuando terminaron de desayunar él le preguntó:

—¿Estás lista?


Entonces ella reprimió la tentación de contestarle «¿para qué?» y asintió.


Llegaron pronto a la oficina, donde todo el mundo les dio la enhorabuena. Pedro trató de moverse con rapidez entre toda esa gente, sin caer en la mala educación y la condujo a su despacho.


Se acercó luego a la mesa y se puso a ver las cartas y mensajes que le habían dejado allí, mientras Paula observaba la habitación. Era lo suficientemente grande como para mantener algo impersonal. Se contuvo de pedirle permiso para redecorar el despacho, cuando se dio cuenta de que, probablemente, ella ya haría tiempo que se habría marchado para cuando les llegaran los muebles.


Brian entró en el despacho sin llamar.


—Buenos días —dijo—. He venido para desearle buena suerte a Paula. ¿Lista para el trabajo?


—Sí, señor —le contestó ella sonriendo.


Pedro dejó los sobres que estaba ordenando y la miró. Dudó un momento antes de acercarse a ella. Por un momento, pareció como si fuera a besarla, pero volvió a retroceder, como si lo hubiera pensado mejor.


—Buena suerte —le dijo cuando Brian la condujo fuera del despacho—. Estaré en mi despacho si necesitas algo de mí.


Ella asintió y siguió a Brian. Lo que necesitaba de él no iba a poder encontrarlo en un despacho.




EL TRATO: CAPÍTULO 39

 

Paula lo empujó y él la dejó ir, pero no se apartó. Pedro se dio cuenta de que ella tenía que hablarle. Se acercó al mueble bar y se sirvió un coñac.


—De acuerdo, vamos a hablar.


Paula se sentó en una silla y lo observó mientras le daba un trago a su copa.


—Tenemos un contrato —empezó a decirle—. Un trato comercial que sucede que, en nuestro caso, incluye el matrimonio. Pero no es un matrimonio real. Ni siquiera nos conocíamos antes de la boda…


—Eso ya lo sabemos. Los dos dimos por comprendidas las reglas antes de conocernos. Pero nos hemos conocido. Hemos hecho el amor. Y nos hemos enamorado. No lo niegues. Eso está ahí y tú lo sabes tan bien como yo. Me gustaría saber por qué te niegas a ese amor. ¿Por qué estás saboteando constantemente lo que sentimos?


—No me has dejado terminar. Estaba tratando de explicarte la razón por la que lo veo así. No estoy saboteando conscientemente una relación entre tú y yo. Tienes que comprender que no puedo estar segura de que lo que dices que sientes es real y no producido por tu deseo de poseer todas las acciones.


—De vuelta con las acciones ¿no?


—Nunca nos hemos alejado mucho de ellas, Pedro. Esa es la cuestión a la que quería llegar. Siempre han estado entre nosotros. Y lo siento, pero no puedo hacer como si no existieran.


—Entonces, si no fuera por esas acciones ¿cómo estaríamos?


—Libres. Libres para hacer lo que fuera.


Pedro se le acercó y dejó la copa sobre la mesita de café.


—Entonces, dámelas a mí.


—¿Qué?


—Ya me has oído. Dámelas y yo te firmaré un documento para pagarte personalmente cuando la compañía tenga el dinero suficiente.


Paula lo miró incrédula. ¿De verdad se creía que era tan estúpida como para darle la única carta ganadora que tenía en ese estúpido juego?


—No podría hacer eso, Pedro, ya lo sabes.


—¿Y por qué no? Eso resolvería todos tus problemas.


—¡Querrás decir que resolvería todos los tuyos!


—¿Tienes miedo de que te pueda timar?


—Si sólo fuera responsable de mí misma, Pedro, ni siquiera estaría teniendo ahora esta ridícula conversación, para empezar. No te das cuenta o eres demasiado terco para comprender que no necesito vuestro dinero, me puedo cuidar de mí misma. Pero le hice una promesa a J.C. y tengo la responsabilidad de Mateo. También es su dinero. Y no voy a firmar nada ni a ti ni a nadie hasta que lo tenga.


Paula se dio la vuelta y se dirigió hacia la habitación, pero se detuvo a medio camino cuando oyó su voz.


—Entonces, lo que me estás diciendo es que no confías en mí.


—No confío en ninguno de vosotros.


—Pero en mí en particular ¿o no?


Paula se encogió de hombros, ignorando la fría y calculadora mirada.


—Sí.


Pedro se dirigió a la salida, resignado a pasar la noche en las habitaciones de Brian.


—Entonces, tendremos que hacer algo acerca de eso ¿no Paula?


Sin darle oportunidad de contestar, Pedro abrió la puerta y se marchó.


Ella había ganado. Se había salido con la suya y había sido fuerte y clara con él. Era ella misma y no lo necesitaba ni a él ni a ningún otro.


Entró en la habitación y se sentó en la cama, dejándose caer de espaldas luego.


Entonces ¿por qué se sentía mal, sola y abandonada? ¿Y por qué dormir en esa enorme cama sola «con ella misma» no le resultaba ni la mitad de atrayente que compartirla con él?



EL TRATO: CAPÍTULO 38

 



Todo el mundo se mostró contento. Todo el mundo menos Eduardo. La miró con el ceño fruncido y una especie de temor la recorrió. ¿En qué estaría pensando ella? Tenía que recordar quién era y lo que estaba haciendo allí. Lo que todos querían de ella todavía eran sus acciones. Y en esos «todos» estaba incluido Pedro. Sería algo inteligente el tener eso muy claro. Porque, a pesar de lo mucho que se habían esforzado tanto Pedro como Brian y los demás en hacer que se sintiera bienvenida, era todavía esencialmente una extraña. Eduardo lo sabía y lo aceptaba. ¿Por qué no podía hacerlo ella?


Cuando surgiera el conflicto, y ella sabía que algún día se produciría, ¿de qué lado se pondría Pedro? ¿Del suyo? ¿O del de Eduardo?


Eso le hizo darse cuenta de lo sola que estaba en esa… esa situación. ¿Debería ir a la oficina al día siguiente y aprender todo lo que pudiera? El conocimiento era poder y tenía la sensación de que podría llegar a necesitar todo el poder que pudiera conseguir.


Paula se paseó por la habitación. Había dejado abajo a Pedro, hablando con Brian y sabía que en cualquier momento subiría. Era necesario que hablaran. Cuanto más se acordaba de la reacción que había tenido Eduardo, más convencida estaba de que, quizás, se estaban precipitando.


Eduardo había dejado muy claro que él no quería que se metiera en la oficina. No importaba la cantidad de veces que ella y Pedro hubieran hecho el amor, eso no cambiaba el hecho de que él también quería las acciones. La cuestión era: ¿Las quería más que a ella?


Pedro entró en la habitación sin llamar y se la encontró sentada en el sofá en actitud pensativa.


—Hola —le dijo.


Paula lo miró. Parecía casi como si él, no, no podía ser. Sólo se estaba imaginando lo que necesitaba tan desesperadamente ver, estaba leyendo emociones en su mirada que no existían realmente. Tenía que detener esa obsesión que tenía con él y volver a los negocios. Se puso de pie, si no para colocarse a su mismo nivel, sí por lo menos para disminuir la diferencia.


—Hola —le contestó sin mirarlo.


Pedro estaba confundido. Ella estaba realmente enfadada por algo. Prácticamente había subido corriendo las escaleras, ansioso por abrazarla, besarla, hacer el amor con ella. Era en lo único que había pensado y lo que había esperado todo el día. Le había parecido tan receptiva anteriormente… ¿Qué podría haberla hecho cambiar desde la cena?


—¿Va algo mal? —le preguntó.


—Dímelo tú.


—¿Ya estamos otra vez con los juegos de palabras, Paula? Creía que ya nos habíamos olvidado de ellos.


—No más juegos, Pedro, ni de palabras ni de ninguna otra clase. Dime. ¿Qué hay detrás de esa oferta para que trabaje en vuestra compañía?


—No hay nada. Brian te lo contó todo; necesitamos un nuevo administrador. ¿Y eso qué tiene que ver con tu actitud hacia mí? ¿Qué demonios ha pasado desde la cena? Por Dios, mírame cuando te hablo.


Paula lo miró enfadada y decidida.


—Mi actitud es la misma contigo que con el resto de tu familia. ¿No lo entiendes? Yo soy la extraña. ¡Soy una persona a la que todo el mundo ve como el signo del dólar! Mi actitud es resultado directo de la tuya, ni más ni menos. Eduardo me odia —le dijo ella levantando la mano cuando él trató de interrumpirla—. No me digas que no. Lo noto. Y, vamos a afrontarlo, lo único que todos vosotros queréis de mí son mis acciones.


Le dio la espalda, negándose a mirarlo a los ojos. Él la tocó levemente en un hombro y la hizo volverse de nuevo. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Mantuvo la cabeza baja, pero fue incapaz de apartarse.


—Esas acciones no son lo único que yo quiero de ti, Paula, y lo sabes —le dijo él levantándole la barbilla con una mano—. Mírame, mírame a los ojos. Dime si crees que todo lo que quiero de ti son unas acciones. Dime lo que ves, Paula.


Ella lo miró a los ojos profundamente y lo que vio la dejó helada. No, él no podía sentir eso por ella, no tan pronto. La razón empezó a gritarle advertencias, pero su corazón se puso a latir al doble de su velocidad ante los pensamientos y sentimientos que esos ojos le hacían evocar.


—Dime… —le dijo él atrayéndola hasta que sus cuerpos se tocaron.


Todo en su interior se estremeció ante ese contacto. ¿Sería posible desear tanto físicamente a alguien? ¿El ser una adicta de él como si fuera una droga? Se estaba derritiendo de ansia y deseo. Y eso que él sólo la estaba mirando. ¿Qué sucedería si la besaba…?


—Sabes lo que siento —susurró él con la boca a solo unos centímetros de la de ella—. Tú también lo sientes. No luches con ello, Paula. No lo arrojes de ti… por favor.


Los labios de Pedro la rozaron. Ella abrió la boca y él aprovechó la oportunidad. Paula se colgó de sus hombros, hundiéndole las uñas en la chaqueta, agarrándole los músculos que había debajo, notando su poder, tan intoxicante como su sabor.


Él apartó la boca y continuó besándola por el cuello, las orejas.


Los escalofríos le llegaron en oleadas, hasta que apenas pudo seguir de pie. Lo deseaba tanto que casi le dolían las entrañas. Tenía que parar en ese momento, antes de que fuera demasiado tarde, antes de que dejaran de pensar del todo.