domingo, 5 de agosto de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 31




Pedro se repantigó en su incómodo sillón y se cubrió los ojos con una mano. Le dolían por la falta de sueño y por las horas que había pasado trabajando en la mesa de su habitación del hotel, a la débil luz de la lámpara.


Pero tenía un plan. Un plan que implicaba pedir algunos favores e incurrir en algunas deudas, pero que bien merecía el esfuerzo. Había preparado unas credenciales de prensa a nombre de Hartson Flowers para el certamen regional de bandas de música y equipos universitarios de banderas. Bandas universitarias de cinco estados diferentes competirían para acceder al concurso nacional que se celebraría en primavera. Habían presentado sus actuaciones durante la pasada temporada de rugby, y se encontraban en plena forma. Paula cubriría el certamen y, durante una pausa, Pedro pensaba declarársele... con la ayuda de un estadio lleno a rebosar de gente.


Había concertado citas con los funcionarios del estadio y con un coreógrafo. Había encontrado una imprenta para las tarjetas rosas y su encargo estaría listo para el jueves. Paula se quedaría sorprendida, impresionada y, según esperaba Pedro, muy, pero que muy contenta. 


Lloraría de felicidad. Se le pondría la carne de gallina, lógicamente. Y le diría: «sí».


Frotándose los doloridos músculos del cuello, apagó la lámpara y se tumbó en la cama para dormir un par de horas.


****


—¿Llevaba la chaqueta rosa pálida o la rosa fuerte cuando grabamos aquí la introducción la semana pasada? —le preguntó Paula a a Julian cuando se encontraban en el muelle de la marina.


—Rosa fuerte.


Paula volvió a la caravana a cambiarse de chaqueta. Revisó su apariencia en un espejo lateral y se retocó el maquillaje. Estaba demasiado pálida. Cualquiera podría sospechar que estaba nerviosa, porque lo estaba de verdad. Ese día, iba a confesarle a Pedro que lo amaba, tanto si quería como si no quería escucharlo. Y luego, le pediría que se casara con ella.


Durante las horas de insomnio que había padecido la noche anterior, Paula había decidido que, declarándose a Pedro, podría despejar cualquier miedo que él pudiera albergar acerca de sus expectativas, y de convertir «cada día en un día de San Valentín». Se trataría de una simple pregunta que requeriría una simple respuesta. Nada de escándalos ni de zalamerías; justo como él quería.


Con el empleado del hotel, Pedro le había dejado el mensaje de que se había ido a revisar algunos detalles de la grabación. No le había precisado qué detalles eran esos. Y Paula había ido a la marina en la caravana del equipo.


Mientras Paula, vestida con la chaqueta del color equivocado, había estado entrevistando poco antes a Leonardo, había visto llegar a Pedro en su coche para desaparecer en seguida en la oficina de reservas de veleros. 


Siempre trabajando, como era usual en él. Muy correcto, pero a la vez decepcionante.


—¡Paula!


Allí estaba ahora, haciéndole señas desde la puerta de la oficina de administración. Paula cerró la puerta de la caravana y se reunió rápidamente con él.


—¿Qué sucede? —escrutando su rostro, esperaba encontrar el brillo de una sonrisa o un saludo amable, tierno. Pero nada. Como si fueran dos desconocidos.


—El director de la marina espera que en cuestión de una hora prohíban la navegación. O sacamos ahora esos barcos, o perderemos otro día —Pedro miró preocupado el frente de nubes que se iba acercando.


Paula dejó a un lado sus sentimientos personales para concentrarse en el problema que tenían entre manos.


—¿Se lo has dicho a Leonardo?


—Se lo he transmitido por radio desde la oficina —señaló al otro lado del lago, donde Leonardo y sus amigos estaban aparejando sus cinco veleros—. Están trabajando lo más rápido que pueden.


—¿Qué motivo se ha inventado para explicar nuestra presencia en el barco con él?


—¿En el barco? ¿Con él? —Pedro se había quedado pálido.


—Bueno, claro. ¿Cómo si no vamos a filmar la reacción de Debbie?


—Yo... no había pensado en eso —con las manos en la cintura, dirigió la mirada al lago.


Paula se contuvo de recordarle que había entrado dentro de su responsabilidad resolver aquel detalle con Leonardo. Pedro parecía cansado; resultaba evidente que tampoco había dormido mucho. Procuró tranquilizarlo; especialmente ese día.


—No te preocupes. Quizá no tengamos que acompañarlo, después de todo. Julian puede filmarlo con el teleobjetivo y podemos grabar las voces con un micrófono inalámbrico que le proporcionemos a Leonardo. ¿Qué te parece?


—Suena bien —respondió Pedro con expresión ausente.


—¡Hey, los de la tele! —los llamó un hombre desde la oficina de administración del puerto—. Se ha levantado viento. Dentro de unos minutos no se le permitirá a nadie salir de la marina —arrió la bandera verde para sustituirla por otra de color rojo.


Pedro maldijo entre dientes.


Pedro, escucha, sólo estamos a martes. Todavía disponemos del resto de la semana.


—No es un gran consuelo.


Paula suponía que estaba deseoso de volver a Houston.


—¿Por qué no hablas con Leonardo y vemos lo que podemos salvar hoy? Estoy segura de que está tan impaciente como nosotros.


Pedro asintió, pero no parecía ni mucho menos tan optimista. Paula lo observó mientras se marchaba, y luego fijó la mirada en los barcos que surcaban el lago. Desde el muelle, ofrecían un espectáculo maravilloso.


—¡Julian! —le indicó que la siguiera—. ¿Crees que podrías sacar unas buenas imágenes del otro lado del lago desde aquí?


—Lo intentaremos.


Cuando Julian se situó con su cámara, Paula retrocedió hasta el final del muelle. Por supuesto, Julian con su enorme cámara profesional destacaba demasiado, pero ella no era Debbie Silsby, que no sospecharía nada en absoluto. Si Leonardo se situaba al final del muelle con Debbie y los barcos desplegaban sus velas al otro lado del lago, cada una con letras que componían la frase acordada, la petición de matrimonio funcionaría sin que los veleros tuvieran que abandonar el embarcadero.


Eso si Leonardo se mostraba de acuerdo. Pero Leonardo, después de haber tenido que posponer una vez antes su petición de matrimonio, estaba dispuesto a hacer lo que le pidieran.


Paula revisó el plan con Leonardo, Pedro y el equipo. Pedro fue con su cámara a la oficina de la marina. Paula se quedó con Julian. Y esperaron.


Apenas podía soportar la espera. Nunca antes podía recordar haberse sentido tan impaciente por terminar un segmento. Jugaba con la idea de pedirle a Julian que grabara su petición de matrimonio a Pedro, pero sabía que eso violentaría a los dos hombres. Nada de escándalos, ni de zalamerías. Eso era lo que el propio Pedro había dicho que quería. A Paula no le habría importado montar un poquitín de escándalo, pero eso podría seguir después. Se imaginaba a Pedro gritando: «¡Sí!», y levantándola en brazos tal y como había hecho en el pasillo del hotel. Y...


—Aquí están —Julian escondió la cámara y el trípode en caso de que Debbie mirara en su dirección mientras se acercaba en coche.


Paula también se escondió, dado que su chaqueta color rosa también podía llamar excesivamente la atención. «Acuérdate de conectar tu micrófono», intentó transmitirle mentalmente a Leonardo.


Leonardo aparcó su todo terreno y primero salió Debbie, vestida con unos vaqueros y un impermeable. Tomados de las manos, los dos jóvenes se dirigieron lentamente hacia el muelle.


 «Conecta el micrófono», volvió a instruirle mentalmente Paula, y miró al técnico de sonido, apretándose con la manos los auriculares; vio que negaba con la cabeza.


Leonardo y Debbie ya estaban a mitad del muelle. En ese momento, Paula sacó su radiotransmisor.


—¡Pedro! Leonardo no ha conectado su micrófono.


—Yo me encargó de eso.


En cuestión de segundos, Pedro salió de la oficina de la marina, paseando tranquilamente con las manos en los bolsillos. Su actitud era absolutamente despreocupada.


Funcionó. Leonardo vio a Pedro y se quedó paralizado. 


Paula pudo ver cómo Debbie le preguntaba algo y que Leonardo le contestaba. Al segundo siguiente, Pedro le hizo una seña llevándose una mano al oído. El joven levantó la mano a manera de saludo.


—Ya tenemos sonido —le informó el técnico de sonido a Paula, segundos después.


Paula se sentó a su lado y se puso unos auriculares


—.... era ése? —oyó que preguntaba Debbie.


—Un tipo que me he encontrado antes —respondió Leonardo—. Escucha, Deb, lamento que hoy no podamos salir a navegar al lago.


—Yo también, pero preferiría dedicarme a arreglar la casa en un día como hoy, para aprovechar un día bueno para navegar.


—Deb...


Paula oyó un rumor de ropa; podía ver que Leonardo le había tomado las manos entre las suyas. 


Bien; había recordado que tenía que acercarse más a ella para que el micrófono recogiera bien las dos voces.


—Siempre me ha encantando navegar —confesó Leonardo.


—Lo sé —la joven rió entre dientes—. Te compraste un barco antes de comprarte el todo terreno.


—Sí. En cualquier caso, soy consciente de lo afortunado que soy por haber encontrado a alguien que ama la vela tanto como yo, alguien que puede tolerar que pase tanto tiempo a bordo del Trinquete —rió suavemente—. Pero, Deb, quiero que sepas que por mucho que ame mi barco, te amo a ti más.


—¿Leo?


El estremecimiento de su voz sonó con claridad a través de los auriculares. A Paula se le puso la carne de gallina. Con una sonrisa que hablaba de su larga experiencia, el técnico de sonido le entregó un pañuelo de papel.


Yo... — aclarándose la garganta, Leonardo lo intentó de nuevo—. De hecho, si yo te perdiera, no creo que quisiera volver a navegar otra vez.


—Oh, Leonardo —Debbie le echó los brazos al cuello—. Tú no vas a perderme.


La frase «no creo que quisiera navegar otra vez» era la señal acordada para que Pedro diera entrada a los amigos de Leonardo.


Al otro lado del lago, las velas de los barcos fueron desplegadas y Paula tuvo que pedirle al técnico un segundo pañuelo.


—Es de eso de lo que quiero asegurarme. Así que Deb... Deb —Leonardo le retiró los brazos del cuello y suavemente la hizo volverse para que viera los veleros.


—¿Te casarás conmigo, Deb? —rezaba la leyenda que componían las velas de los barcos.


—¡Leonardo! —chilló ella, cubriéndose la boca con las manos. Lo miró fijamente, con la boca abierta—. ¿Eso es para mí? —señaló las velas.
Por toda respuesta, el joven sacó la caja del anillo y la abrió.


—¡Sí! —Debbie se lanzó a sus brazos—. ¡Sí, sí, sí, sí, sí! —reía y lloraba a la vez.


A esas alturas, Paula ya estaba sollozando sonoramente.


—¡Shhh! —chistó el técnico de sonido.


—¡Cuidado, que me vas a tirar al lago! —gritó Leonardo, riendo, pero agarraba a Debbie con tanta fuerza que, si se hubiera caído al lago, la habría arrastrado con él.


Frotándose los ojos, Paula le indicó a Julian que saliera de su escondite. Luego le transmitió por radio a Pedro:
Pedro, ¿tu cámara puede reunirse conmigo en el muelle?


—Sí.


—¿No vas a preguntarme si hemos hecho una buena toma?


—¿Estás bromeando? Aquí todo el mundo está llorando de emoción.


Paula se echó a reír. ¡Que se fuera preparando para el momento en que ella se le declarara a él! 


Probablemente había apresurado demasiado la entrevista final, pero no le, importaba. Pronto, Leonardo y Debbie subirían a su todo terreno para rodear el lago y darles la buena nueva a sus amigos.


El equipo ya estaba recogiendo y Pedro le estaba dando las gracias al encargado de la marina cuando Paula se le acercó. Le temblaban las rodillas, pero confiaba en que no se diera cuenta.


—Enhorabuena —le dijo, y se inclinó para besarla—. Lo has conseguido. Éste será tu mejor especial de San Valentín. Y si quieres grabar algunas secuencias de propaganda, las enviaré a todos las cadenas de primera y segunda categoría del país.


—Gracias, Pedro.


—¿Esto va a costar una fortuna y todo lo que obtengo es un «gracias, Pedro»?


—Bueno, eso es porque tengo algunos planes... —le tomó una mano.


—Esto me recuerda —continuó él— que he estado haciendo algunos preparativos para que grabes el certamen de bandas de música del jueves. El equipo puede descansar y nosotros podremos rodar el jueves por la mañana. Por la tarde, volveremos a Houston y podrás encargarte del montaje el viernes. ¿Qué te parece?


—Yo creía que tenías prisa por volver a Houston — comentó Paula, porque ella sí que la tenía.


—Ésta es una buena oportunidad para ti y yo nunca te retendría —la miraba con expresión solemne—. Ese certamen es el mayor acontecimiento que tiene lugar en toda la región.


—No lo dudo, pero...


—Deberías estar allí.


—Bueno, vale —cedió al fin.


—Bien —le soltó la mano.


Paula habría preferido que no lo hubiera hecho, pero ahora carecía de importancia. Lo más importante era su petición de matrimonio.


—Antes de lo del certamen de bandas, deberías saber que hay una petición más...


—Yo no tengo ninguna en el programa —repuso Pedro, mirándola estupefacto—. Ya tienes tres... cuatro si al final usamos la del globo.


Pedro... ayer, en el pasillo del hotel, tú me interrumpiste...


—Paula —de repente lo comprendió todo—, yo no...


—Quiero decirte que... que...


Pero la expresión que vio en su rostro la disuadió de continuar. Apretaba los labios y giraba los ojos de un lado a otro, como si buscara un medio de escapar. Era la mirada de un hombre acorralado. Aquel no era el sentimiento que Paula había esperado encontrar. 


Una extraña frialdad empezó a extenderse por su cuerpo, helándole las manos y haciéndola estremecerse.


—Quería decirte... que he disfrutado mucho trabajando contigo durante estas tres semanas.


De pronto, Pedro pareció relajarse visiblemente.


—A mí también me ha encantado trabajar contigo —su sonrisa se amplió de puro alivio.


Paula tenía la sensación de que el corazón le había dejado de latir. Pedro no quería que ella le dijera lo que sentía. No quería que ella lo amara.


No debía de quererla.


Él no la amaba.


Apenas podía obligarse a mirarlo a los ojos.


—Así que te propongo... —empezó a decir con deliberado énfasis. Vio que a Pedro le temblaba la sonrisa y que empezaba a mirarla de nuevo con expresión de sospecha; aunque el corazón se le heló en el pecho, se obligó a proseguir—... que salgamos a celebrarlo esta noche con el equipo.


—¡Excelente idea! Se lo diré a los chicos...


Absolutamente congelada por dentro, Paula lo observó mientras se marchaba. Tanto si Pedro sospechaba o no que había estado a punto de decirle otra cosa, se había ahorrado la humillación de confesarle su amor. Pero eso era lo que se llamaba... un frío consuelo.


Pedro pasó el resto de la tarde trabajando fuera los aspectos logísticos de la grabación en el estadio, mientras Paula trataba con Georgina acerca del trabajo realizado.



****


Pedro casi pensaba que se había equivocado al suponer que ella había estado a punto de confesarle sus sentimientos, de no haber sido por su evidente fingimiento de alegría durante la cena de celebración. Ella estaba dolida, y él se odiaba a sí mismo por haberle hecho daño. 


Hasta que se encontraran en el estadio, cada uno se vería obligado a fingir. Pedro fingiría ignorar lo que ella había estado a punto de decirle, y Paula fingiría que no había estado a punto de decírselo. Pensó que lo mejor sería que se mantuvieran alejados por el momento.


Pedro llamó a su habitación el miércoles por la mañana, pero no recibió respuesta. Aliviado, dejó un mensaje en el mostrador de recepción diciéndole que estaría fuera durante todo el día.


Para el miércoles por la noche Pedro estaba desesperado, segregando adrenalina por todos los poros. Al día siguiente por la mañana, tendría que revelarle al equipo lo que pensaba hacer. Aunque ese momento nunca sería transmitido, Paula tendría su petición de matrimonio grabada en vídeo.


Pedro sonreía cuando llamó por teléfono a su habitación aquella misma noche. Pensaba que a él mismo no le importaría ver la petición unas cuantas veces.


—¿Hola? —contestó una voz masculina.


Pedro se había quedado tan sorprendido que tardó unos cuantos segundos en reaccionar.


—¿Dígame? —repitió la voz.


—Busco a Paula Chaves.


—Lo siento, pero se ha confundido de habitación.


Sacudiendo la cabeza, Pedro marcó el número con más cuidado en esa ocasión. Tenía ganas de estar formalmente comprometido; seguro que entonces los nervios se le tranquilizarían.


Nuevamente salió la misma voz, así que llamó a recepción,


—Póngame con la habitación de Paula Chaves, por favor.


—Lo siento, pero la señorita Chaves se ha marchado.


—¿Cuándo? —inquirió sin aliento.


—Esta mañana, señor.


—¿Dejó algún mensaje para Pedro Alfonso?


—Un momento, por favor.


Aquel fue el momento más largo de la vida de Pedro.


—¿Señor Alfonso? Aquí hay un sobre para usted.


Pedro se dirigió a recepción a toda prisa. Rasgó el sobre y leyó:
Pedro:
Hoy he entrevistado al personal del certamen y a algunos de los chicos. Para terminar el segmento sólo faltan las imágenes que tomarás mañana. Voy a tomarme un par de días libres. Este fin de semana terminaré el montaje del especial de San Valentín.
Paula.


—¿Recibió la señorita Chaves el mensaje que le dejé?


—Sí, señor.


Pedro le dio las gracias y volvió a su habitación. 


Paula no le había dicho adónde iba. Llamó a Georgina, que no sabía nada de ella. Llamó al estudio, a su apartamento y a la Posada Charlotte.


Ni rastro de ella. Se había ido y él no sabía dónde estaba.




¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 30




«¿Esperar? ¿Esperar para qué? ¿Y durante cuánto tiempo?», se preguntaba Paula. 


Frustrada, no hacía más que pasear arriba y abajo por la habitación. Seguro que Pedro había adivinado que ella había estado a punto de decirle que lo amaba. Pero entonces la había detenido. ¿Por qué?


¿Querría eso decir que no la amaba? ¿O que sí la amaba? ¿Desearía decírselo él primero? 


Pero, entonces, ¿por qué no lo había hecho? 


¿Estaría preocupado por la incorrección que suponía profundizar en una relación personal mientras estaban trabajando?


Pero ella quería ser incorrecta; no le importaba nada en absoluto. Quería ir a buscarlo en ese preciso momento, golpear la puerta de su habitación y gritarle que lo amaba, sin importarle quién pudiera oírla. ¿O acaso todavía temía que ella fuera como su familia? Pedro era una persona tan reservada... Sabía lo que le había costado confiar en ella. Se había enfadado con su cuñado, y con razón. Alimentar el alma era una cosa, pero alimentar a una familia era otra muy distinta y mucho más importante. Parecía como si Pedro hubiera cargado con esa responsabilidad durante tanto tiempo que a esas alturas su alma se estuviera muriendo de hambre...


Dejó de pasear por la habitación cuando de repente se le ocurrió una idea. A Pedro debía de haberle preocupado que ella se hubiera opuesto a que mantuviera económicamente a su familia. 


O eso, o no quería pedirle que compartiera aquella carga con él.


El muy estúpido... Podrían resolver aquel problema. Juntos podrían resolver cualquier problema, y se moría de ganas de decírselo.


«Espera», le había dicho él. Pero Paula no quería esperar. Y tampoco iba a hacerlo.



¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 29




Pedro sabía que no debería besarla de esa manera, pero era incapaz de detenerse. En el instante en que los labios de Paula hicieron contacto con los suyos, comprendió que estaba perdido a pesar de todas sus buenas intenciones. Era egoísta; lo reconocía. Quería que Paula pasara el resto de su vida con él. 


Apenas podía contenerse para no pronunciar la palabra «casémonos» y escapar con ella a Las Vegas, o a Reno.


La había levantado en brazos, ebrio de felicidad; Paula apenas pesaba más que sus sobrinas. 


¿Cómo podía alguien tan ligero y frágil ser a la vez tan fuerte?


Paula, con su sentido práctico de la vida, se convertiría en el puente que uniría el mundo de sus padres con el suyo. Ella le enseñaría a volar y, al mismo tiempo, se convertiría en su red. La amaba y ansiaba decírselo.


Pero no allí, en el oscuro pasillo de un hotel de clase turista. Conociendo a Paula, sabía que atesoraría el momento en que le confesara su amor entre sus más preciados recuerdos. 


Quería hacerlo en un momento y en un lugar especiales para ella. Lentamente la bajó al suelo, memorizando la sensación de su cuerpo contra el suyo, la forma y el sabor de sus labios.


Pedro, yo...


—Shhh. Espera.


Pedro —estaba decidida a todo.


Pero él estaba igualmente decidido. En silencio, extendió la mano para que le entregara la llave de su habitación. Suspirando, Paula musitó:
—Puedo abrirla sola —después de introducirla en la cerradura, abrió la puerta—. Pedro...


Él ya se dirigía a su habitación, atravesando el pasillo.


—Llámame cuando te hayas puesto en contacto con los compañeros de navegación de Leonardo, ¿vale? —levantando una mano a manera de despedida, entró en la habitación.


Nada más cerrar la puerta a su espalda, se apoyó en ella. Sabía que se había despedido de una manera algo brusca, pero no había confiado lo suficiente en sí mismo como para pasar ni un instante más a su lado. Por primera vez comprendía por qué la gente podía aceptar que sus declaraciones de amor fueran filmadas: porque querían compartir su alegría con el mundo entero. Paula sentía eso mismo. No importaba que él no lo sintiera. Lo que importaba era que deseaba complacerla con la mejor y más espectacular petición de matrimonio que se hubiera visto jamás.


Ahora lo único que tenía que hacer era diseñarla.