viernes, 8 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 5




Ciertamente, en ese momento Pedro le exponía sus quejas al sheriff, aunque sin beneficio alguno, tal como había predicho ella.


—Comprendo que estés cansado y molesto, ya que tuviste que levantarte antes de las cinco de la mañana para ir a reagrupar a tu ganado —se compadeció el sheriff Osborn—. Pero la tierra de la señorita Chaves está catalogada como refugio y posee una licencia expedida por la Coordinadora Nacional de Protección de los Animales. El santuario de Chaves tiene buena fama y hace un par de meses la Coordinadora dejó a dos felinos a su cuidado.


—¿Dos felinos? —espetó Pedro—. ¿Cómo leones y tigres? ¡No me extraña que mi ganado se asuste y huya! Maldita sea, Reed, he de plantar trigo para el forraje. Pablo y yo necesitamos ocuparnos de los tractores, no de dedicar un tiempo valioso a recorrer los pastizales en busca de las vacas y ovejas fugadas. ¡Esto tiene que parar! No logro descansar y las facturas por el alambre de espino y los postes de acero van creciendo.


—Te entiendo, Pepe, no creas que no —Reed se encogió de hombros y suspiró—. Pero no hay mucho que yo pueda hacer. Ninguno de sus animales ha escapado para poner en peligro al ganado o a los habitantes de la zona. ¿Por qué no trasladas tus reses a otros pastizales y estableces más distancia con su fauna salvaje?


—¿Esperas que sacrifique ochenta acres de hierba estival cuando mis reses y ovejas están hambrientas? El año próximo podré cambiar la rotación de los pastizales, pero si me llevo el ganado ahora a otra zona árida debido a la sequía, Pablo y yo tendremos que pagar el forraje. Y otra cosa —se apresuró a añadir—, esa mujer embalsó la corriente cuando construyó su estanque a principios del verano. Su fauna puede nadar mientras mis vacas se mueren de sed. Llevo un mes teniendo que transportar agua. No debería permitírsele que bloqueara el agua de esa manera.


Reed Osborn asintió con su cabeza rubia.


—Ahí la tienes, Pepe. No creo que la Coordinadora la apoye en eso. ¿Quieres que hable con ella para que reabra el flujo de agua a tus tierras?


—Nada me haría más feliz —repuso con suprema satisfacción—. Si no es necesario, preferiría no tener que volver a hablar con ella, juro que me ha lanzado una especie de maldición. Desde que se trasladó aquí hace unos seis meses y embalsó el arroyo, no hemos tenido ni una lluvia decente. La hierba se seca y las reparaciones de las vallas nos están comiendo los beneficios. Desde que ella llegó todo ha empezado a ir mal.


—¿Le achacas a ella la sequía de dos meses y esta inusitada ola de calor? —Reed soltó una risita divertida.


—No me sorprendería nada si tuviera que ver algo en el asunto —bufó Pedro—. La llamaría bruja, pero lo más probable es que me demandara por difamación, se quedara con el Rocking C y convirtiera todo el rancho en un santuario para pumas, osos y solo Dios sabe qué más.


—¿Paula Chaves una bruja? —Reed enarcó las cejas—. ¿Estamos hablando de la misma mujer dulce y encantadora? La Paula que conozco yo es una ciudadana modelo. No creerías el dinero que ha donado a asociaciones benéficas desde que llegó. Contribuye a todo lo que beneficie a jóvenes y niños con pocos recursos de la comunidad.


—¿Dulce y encantadora? —Pedro parpadeó, aturdido por los seguidores que tenía esa tigresa. Estiró el brazo para indicar el edificio que había frente al Good Grub Diner—. ¿Hablamos de la Paula Chaves que tiene la oficina allí? ¿De la mujer con la lengua más afilada del condado, a pesar de que tiene un cuerpo de Miss Septiembre?


—Sí, de la misma —Reed rio ante la expresión atónita de la cara de Pedro—. También ha contratado a una mujer que huía de un ex marido que la maltrataba. Paula se presentó en mi despacho para solicitar una orden de restricción, por si el tipo se presentaba para aterrorizar a Teresa. Deberías ver los cambios positivos que ha experimentado esa mujer desde que Paula la tomó bajo su protección.


—¿Sí? ¿Ha convertido a la pobre en una bruja? —preguntó con sarcasmo.


—¡Diablos, no! —exclamó Reed—. Te digo que la mujer es una santa. Incluso pagó el depósito y el primer mes del alquiler de Teresa, la vistió con ropa elegante y le compró algunos muebles de segunda mano en la subasta de la oficina del sheriff para amueblarle el apartamento.


Pedro parpadeó. Quizá era él quien sacaba lo peor de la Ciudadana del Año. Por todos los indicios, Chaves solo tenía problemas para llevarse bien con su vecino más cercano… él.


—Sugiero que tú y el resto del club de fans de Paula Chaves acampéis en el Rocking C a ver si os gusta —gruñó—. Después de una noche de escuchar a la orquesta del zoológico, te garantizo que cambiaréis de parecer. Esa mujer es un incordio que está poniendo a prueba mi temple.


—Hablaré con ella acerca de liberar el agua, pero te lo digo abiertamente, Pepe, Pau y tú tendréis que alcanzar algún tipo de reconciliación y entendimiento. Es una orden —lo miró fijamente—. Ya tengo suficientes situaciones que resolver como para ocuparme de vecinos enfadados. Utiliza un poco de ese encanto de los Alfonso en vez de tu malhumor.


Apretó los dientes con fuerza. Era la segunda vez en menos de veinticuatro horas que recibía la orden de emplear su encanto… o lo que quedaba de él después del bochornoso incidente que le rompió el corazón siete años atrás. No estaba seguro de tener suficiente para ocuparse de la tigresa.


—Hablo en serio, Pepe —el sheriff lo observó con su expresión de agente de la ley—. Muéstrate especialmente amable con esa mujer, ¿me oyes? Ha hecho muchas cosas buenas en Buzzard’s Grove. Todo el mundo aquí la respeta.


—¿Y qué me dices de mi paz rota? —se quejó indignado.


—Oh, por el amor del cielo, Pepe, a lo largo de los años hemos visto a muchos pumas por la zona, y hay abundancia de coyotes libres. Los animales de Paula están enjaulados y representan una amenaza mucho menor. ¿Qué vas a hacer? ¿Intentar demandar a la Coordinadora Nacional de Protección de los Animales? Claro que no. Sería una pérdida de tiempo. Y ahora haz el esfuerzo de arreglar tus vallas.


—Ya me he esforzado mucho —repuso.


—Era una manera de hablar —comentó el sheriff, y luego sonrió—. El hecho de que te hayan roto el corazón hace unos años no significa que debas descargar tu frustración sobre cada mujer que te encuentras, y menos con la señorita Chaves.


—¿Es que mi vida personal es noticia en esta ciudad? —alzó las manos exasperado—. Diablos, es como vivir en una pecera.


—Cosas típicas de ciudades pequeñas —Reed se encogió de hombros—. Además, tu hermano y tú siempre habéis estado sometidos a los rumores. Sois atractivos, tenéis éxito y estáis solteros. Ojalá yo tuviera tus problemas.


—Tú habla con Chaves sobre el maldito estanque —ordenó y giró hacia la furgoneta.


—De acuerdo, pero practica la sonrisa y pule tu encanto —indicó el sheriff—. Arregla tus diferencias con Paula o los dos responderéis ante mí. ¿Entendido?


Musitó un juramento, se subió a la furgoneta y puso rumbo al rancho. Miró por encima del hombro hacia la parte de atrás del vehículo, repleto con nuevos postes de acero y alambre de espino. Si pudiera idear algo para ahogar esos malditos ruidos no tendría que arreglar sus vallas.


Se le ocurrió una idea y sonrió por primera vez en el día. 


Realizó un giro en U y fue a la tienda de suministros rancheros para comprar cable. Quizá la música ahogara los aullidos, gruñidos y graznidos.


Una vez adquirido todo lo necesario, fue a su casa. 


Comprobaría si a Chaves le gustaba escuchar música atronadora toda la noche. Pudiera ser que ya se hubiera acostumbrado a las serenatas de su zoo, pero una música country la sacaría de la cama. En cuanto probara su propia medicina, vería cómo reaccionaba Pedro a los aullidos.







EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 4





—Buenos días, jefa —saludó Teresa Harper entusiasmada cuando Paula entró en su despacho de Buzzard’s Grove.


—Buenos días —dejó el maletín en el escritorio y le sonrió a su pelirroja secretaria. Aún le costaba creer que Teresa fuera la misma mujer desesperada y retraída que había entrado en la oficina tres meses atrás suplicando un trabajo y jurando que haría lo que hiciera falta.


Entre sollozos le había contado su dura historia: había escapado de un marido que abusaba de ella y pedido el divorcio, para trasladarse a Buzzard’s Grove con el fin de establecer distancia con él.


La mujer necesitaba un nuevo comienzo y Paula se sintió impulsada a ayudarla, porque sabía lo que era estar sola y asustada, sin saber de dónde saldría el siguiente plato de comida. La había contratado de inmediato, a pesar de que a Teresa le faltaban algunas aptitudes para ser secretaria.


Decidida a que iniciara una nueva vida y tuviera una autoimagen positiva, le había localizado un apartamento en la ciudad, pagado el depósito de su bolsillo, ofrecido algo de ropa de su propio vestuario y se había ganado una amiga y una empleada devota.


Para devolverle la amabilidad, Teresa había trabajado horas extra en la oficina para mejorar sus conocimientos. Una vez que se familiarizó con los procedimientos profesionales, se ocupó de las llamadas para que Paula pudiera sumergirse en cuadrar las cuentas. Al ser la única contable diplomada de la ciudad tenía más trabajo del que quería, razón por la que las reparaciones en la casa iban tan lentas.


—El día de ayer fue terrible, ¿verdad? —comentó al pasarle una taza de café caliente y un bollo casero de canela—. Estuve a punto de perder la calma cuando ese energúmeno irrumpió aquí con ganas de comérsela por no querer manipular su declaración de la renta. Durante un momento me recordó a mi ex marido. Si no hubieras entrado para plantarle cara a Edgar Stokes, habría terminado amilanada en un rincón, reducida a lágrimas —Teresa sonrió—. Admiro el modo en que te enfrentas a los hombres.


—Gracias por el cumplido —dio un mordisco al delicioso bollo—. He tenido mucha práctica con los chulos del mundo. Edgar Stokes fue un aperitivo comparado con el tipo molesto que ayer se presentó en mi casa.


—¡Santo cielo! —exclamó alarmada—. No habrá intentado atacarte, ¿verdad? ¿He de notificárselo al sheriff Osborn? ¿Puedes identificarlo?


—Sí, es mi vecino; fue a verme para plantear sus quejas por mis animales. No es necesario llamar al sheriff.


—¿No le gustan tus animales? —inquirió al rodear la mesa para tomar su taza de café—. Espero que lo pusieras firme.


—De hecho, los dos nos pusimos firmes —repuso, dando otro mordisco—. El vaquero afirmó que mis animales inquietaban a su ganado y exigió que le pagara por el tiempo y el dinero que dedicaba a reagrupar a sus vacas y ovejas y a reparar sus vallas.


—¿Quién es el personaje? —quiso saber Teresa.


Pedro Alfonso.


—Nunca he oído hablar de él, aunque solo llevo unos meses en la ciudad. Es evidente que no se trata de uno de tus clientes, si no habría reconocido su nombre.


Paula se negaría a llevar la contabilidad del Rancho Rocking C, aunque Pedro se lo pidiera con amabilidad; sin embargo, dudaba de que fuera capaz de expresarse con cortesía. Cuanto menos tuviera que tratar con ese Alfonso, mejor.


—¡Mira! Ahí va el amable sheriff Osborn —señaló con un dedo terminado en rojo por la ventana—. Está en el aparcamiento del Good Grub Diner. ¿Quieres que vaya a presentar una queja en tu nombre? Sabes que no me importaría.


Paula giró en redondo y estuvo a punto de atragantarse. 


Pedro Alfonso bajó de su furgoneta y se dirigió hacia el sheriff. Sin duda ese monstruo de ojos negros pensaba hacer caso de su sugerencia y formular una queja contra ella.


A regañadientes, estudió su atractivo perfil. Tuvo que reconocer que era condenadamente atractivo. Si la vida fuera justa, el aspecto de Pedro sería tan ofensivo como su personalidad. No sabía por qué había reaccionado de manera tan desfavorable contra él. Irradiaba algo que ponía en alerta roja todos sus sentidos femeninos.


Quizá se hubiera pasado en su intento por demostrarle que le desagradaba. La reacción empeoró en su respuesta visceral de rechazo de su temperamento explosivo. La irritaba y su respuesta natural era devolverle el favor.


—Vaya, ¿quién es el tipo que habla con el sheriff? —preguntó Teresa con la nariz pegada a la ventana—. Parece una estrella de cine. Es atractivo, ¿eh, jefa?


—Es Alfonso —respondió—. No te dejes engañar por su postura. Puede ser un dragón que escupe fuego. 
Probablemente ahora mismo esté tratando de convencer al sheriff Osborn de que me obligue a trasladar a mis animales, porque el todopoderoso Alfonso no soporta que perturbe su reino ganadero.












EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 3




Pablo Alfonso se sirvió tres hamburguesas con salsa de champiñones en el plato y luego miró por encima del hombro al oír los pasos que anunciaban la llegada de su hermano.


—Ya era hora. Decidí no esperar más. Esta noche tengo una cita y no pienso retrasarme porque tú seas incapaz de trasladar tu lamentable trasero a tu casa a tiempo.


—¿Cita? ¿En mitad de la semana? —preguntó mientras recogía un plato e iba a servirse unas hamburguesas.


—¿Sí, y qué? —desafió Pablo—. ¿Qué problema hay? ¿Sabes?, la gente sale los días entre semana.


—Solo si van en serio —se acercó a la bandeja con patatas fritas—. ¿La dueña de la nueva cafetería y tú vais en serio?


—Tal vez —murmuró con indiferencia, luego se dirigió hacia la mesa oblonga de roble que había en el centro del amplio comedor. Utilizó la mano libre para apartar unas cartas y se sentó—. ¿Cómo ha ido tu encuentro con la vecina?


Quizá Pedro no fuera una lumbrera, pero reconocía una táctica de distracción. Su hermano no quería hablar de lo que sentía por Cathy Dixon, la vivaz morena de cuya cafetería no dejaba de hablarse en la ciudad. El hecho de que quisiera mantenerle en secreto su relación, cuando era el único pariente vivo que tenía, sugería que estaba loco por ella.Pedro no culpaba a su hermano. Cathy Dixon tenía clase, estilo y personalidad… a diferencia de la loca a la que había ido a ver ese día.


—¿Y bien? —instó Pablo.


—¿Y bien qué? —Pedro alzó la vista de su plato lleno.


—¿Convenciste a nuestra vecina para que trasladara el zoo y no molestara a nuestro ganado?


—No, me cerró la puerta en las narices después de llenarme de insultos —gruñó mientras alzaba el tenedor—. Tiene un cerebro más duro que la roca. Es imposible llegar a ella, no sin emplear un martillo neumático o dinamita.


Pablo puso los ojos en blanco y miró a su hermano.


—En otras palabras, empleaste tu enfoque habitual de carga frontal. Si no recuerdo mal, te dije que emplearas la diplomacia.


—No habría servido para nada.


—No entiendo por qué no recurriste a tu sonrisa y encanto devastadores —movió la cabeza y suspiró—. No hay una sola mujer soltera en el condado de Buzzard que pueda resistir tu encanto cuando decides usarlo. No tendrías que haber ido a verla estando aún furioso. Intenté convencerte de que esperaras y te calmaras. Pero, no, tuviste que montar en el caballo y partir al galope. Sé cómo funcionas, Pepe.
Cuando dudas, empiezas a gritar, como si eso solucionara alguna vez un problema. Prácticamente jamás triunfa con las mujeres. La próxima vez, intenta mostrar tacto.


Lo último que necesitaba era un discurso de su hermano, que por lo general dejaba las situaciones difíciles para que él las solucionara. ¿Diplomacia? ¡Y un cuerno!


—No habrá una próxima vez —musitó—. Si crees que el enfoque encantador y caballeroso funcionará, entonces ve a tratar de razonar tú con ella. Después de todo, tienes la misma sonrisa que yo, y más encanto.


—¿Yo? —Pablo alzó las manos como un policía de tráfico—. No. El hecho de que seamos gemelos no significa que vaya a verla después de que tú la hayas fastidiado. Me mirará y pensará que soy tú. No conseguiré nada.


Miró furioso a su hermano. Pensó que el inconveniente de ser gemelos era que jamás sentía que tenía su propia individualidad, menos todavía cuando cenaba con su reflejo cada noche y por el día trabajaban hombro con hombro. Y lo peor era que a Pedro le encantaba dar consejos por el hecho de haber nacido tres minutos antes y considerarse el doble de listo.


—Te juro, Pepe, que te avinagraste después de volverte loco por aquella pelirroja hace unos años.


—No me lo recuerdes —gruñó—. Mientras a mí me pisoteaban el corazón tú ibas feliz de una mujer a otra… hasta que apareció Cathy Dixon en la ciudad y te licuó el cerebro.


Pablo frunció el ceño.


—De acuerdo, a mí no me rompieron el corazón a la tierna edad de veinticinco años.


—Exacto. Tú no estás quemado ni eres cínico. Estás mejor preparado que yo para tratar con Paula Chaves y su zoo. Es una mujer atractiva, algo que sé que apreciarás. Debes ir a verla y hacer que recupere la cordura antes de que sus animales enloquezcan a nuestras reses.


—¿Nuestra vecina es atractiva?


—Un bombón —confirmó Pedro, llevándose unas patatas a la boca—. Lo más probable es que tú no abras los labios para soltar lo menos apropiado. Podrás convencerla de que se muestre razonable, aunque te tome por mí. De hecho, puede que os gustéis…


—Oh, no —objetó Pablo—. Es lo último que necesito ahora mismo. Tengo algo estupendo con Cathy y no pienso estropearlo. No voy a acercarme ni a un kilómetro de la casa de nuestra vecina, para que Cathy no saque la conclusión equivocada.


—Dile a Cathy que era yo —sugirió—. No sabrá reconocer la diferencia.


—Absoluta y decididamente no —se negó Pablo—. Fuiste tú quien estropeó las negociaciones con Chaves, y serás tú quien las arregle —tragó el último bocado de hamburguesa y se puso de pie—. Mientras tú lavas los platos, iré a ducharme. He quedado con Cathy para ver una película en su casa. Puedes dedicar la noche a practicar tu encanto, cortesía y diplomacia. Mañana por la noche podrás bailar en torno a la vecina, llevarle regalos y flores y hacer las paces.


—¿Quieres que coquetee con el peligro? —gruñó—. ¡Ni lo sueñes!


—Es tu pelea, hermano. Tú la empezaste y eres tú quien puede ponerle fin. Yo pienso quedarme al margen —lo observó con el ceño fruncido—. Arregla el problema, ¿me oyes?


Pedro lanzó puñales por los ojos a la espalda de su hermano. El único modo de solucionar la situación era encerrar a Paula Chaves en una jaula con sus animales, para luego fletarla a un hábitat protegido que estuviera muy lejos del Rancho Rocking C.


Una hora más tarde, se relajaba en la hamaca del porche leyendo la edición del periódico local. De pronto oyó un chillido sobrenatural que le puso los pelos de la nuca de punta. «Un puma», pensó, y apretó los dientes cuando un gato salvaje gruñó en la distancia.


Más o menos a la misma hora todas las noches, la orquesta del zoo de Chaves iniciaba un alboroto que acababa con la quietud de la noche. Por la mañana supo lo que Pablo y él harían… ir a agrupar a su ganado asustado.


—¿Conquistar a la tigresa? —se preguntó en voz alta—. ¿Fingir que me gusta? Jamás.


Un inquietante rugido estalló en el crepúsculo. Pedro tiró el diario y entró en la casa. Se dijo que tenía que haber una ley en contra de perturbar la tranquilidad. Se juró que llevaría a rastras al sheriff Osborn para que escuchara esa alharaca. 


Quizá entonces consiguiera algunos resultados.