jueves, 8 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 15




Pedro habló con tristeza, como si aquello le trajese recuerdos tristes, tal vez. Paula volvió a imaginárselo de niño, marchándose de París para vivir en otro país.


¿Cómo habría sido? ¿Habría tenido miedo? Le costó imaginárselo, viéndolo con aquel traje a medida. No parecía capaz de tener miedo, ni de fracasar, ni de ninguna de las cosas que los mortales solían temer.


Era un hombre diferente. Y lo envidiaba por ello.


También deseaba poder entrar un poco en su mundo, aunque supiese que no debía hacerlo.


–Estoy… deseando verlo –le dijo.


Había estado a punto de decirle que estaba deseando que lo compartiese con ella, pero no habría sido adecuado. Pedro no iba a compartir nada con ella.


–Lleva ropa adecuada para el calor –le dijo él.


–De acuerdo. Hasta mañana –lo despidió, ansiosa por verlo desaparecer.


–¿Dónde quieres que te recoja? 


–En el taller… como está debajo de mi apartamento, será lo más fácil.


Así Pedro no subiría a su casa, no invadiría su espacio. Porque, si eso ocurría, ya tendría su imagen grabada en todos los aspectos de su vida y no quería que ocurriese.


–Entonces, hasta mañana por la mañana.


–Sí, adiós.


Paula supo que le iba a costar dormir aquella noche.


Paula pensó que podría acostumbrarse a viajar así de lujosamente. Sin que su pierna u hombro chocase con el del desconocido de al lado. Y sin tener que esperar las colas de los controles de seguridad.


El «pequeño avión» de Pedro resultó ser una experiencia maravillosa. Los asientos eran de cuero suave y se reclinaban hasta abajo y la azafata los recibió con fresas y champán.


El único problema era tenerlo a él tan cerca, aunque estuviese enfrente. Era demasiado fácil aspirar su olor, ver cómo se movía y escuchar los suaves sonidos que hacía con la garganta mientras pensaba. Todo aquello la estaba poniendo cada vez más nerviosa.


Después de una hora de viaje, le costó seguir sentada en su asiento. Estar a solas con él. Tan cerca. Lo peor era el deseo. Un deseo que jamás podría ser correspondido. Pedro era la perfección masculina personificada, la clase de hombre capaz de hacer que una mujer cambiase su par de zapatos favorito por una noche de placer entre sus brazos. Era imposible que la desease.


Cuando aterrizaron en la isla de Likoma, Paula estuvo a punto de besar el suelo, agradecida de estar por fin al aire libre.


Un elegante coche negro, pesado y antiguo, pero impecable, los esperaba en el pequeño aeropuerto y pronto dejaron de sufrir el aplastante calor para entrar en un ambiente refrescado por el aire acondicionado.


Paula se sentó en el asiento de atrás y su alivio desapareció de repente cuando la puerta del coche se cerró y se encontró otra vez pegada a Pedro.


–Es precioso –comentó al llegar a la orilla del lago, rodeado de árboles.


No era como lo había imaginado. Las olas bañaban la orilla de arena y había niños jugando con el agua cristalina.


Sonrió al verlos reír y se preguntó si ella habría sido así de feliz de niña. Tal vez antes del incendio, pero no se acordaba. Su familia lo había tenido todo: dinero, estatus, pero eso no los había protegido. Ni la había reconfortado a ella cuando más lo había necesitado.


–En mi opinión, la belleza natural que encuentras aquí no tiene igual, pero hay mucho que hacer para mejorar la calidad de vida de la gente. Ahora están mejor –le contó Pedro–. He trabajado para mejorar las infraestructuras, las carreteras, e intentado hacer las cosas más accesibles, ese ha sido otro reto. Instalaciones sanitarias, hospitales, sistemas de agua potable. Y, aun así, siempre hay más.


Parecía cansado. Era la primera vez que sonaba cansado.


–¿Tú… has hecho todo eso? 


Pedro se encogió de hombros, era evidente que el tema lo incomodaba.


–He hecho cosas pequeñas. Lo que habría hecho cualquiera.


Eso no era cierto. Y la prensa nunca había hablado de ello.


–Vamos a hacer la sesión de fotos aquí –añadió, señalando la orilla.


–Va a ser espectacular. Me encanta la idea.


A Paula le alegró volver a hablar de negocios e intentó pensar en los estilismos, pero la distracción le duró muy poco, porque Pedro seguía a su lado, tan masculino y tentador como siempre.


Se estremeció, aunque no tenía frío. Estaba ardiendo por dentro. Consumida por un fuego interior al que nunca antes había tenido que enfrentarse.


No porque llevase once años sin sentir deseo, sino porque lo había canalizado a través de fantasías con estrellas del cine, o héroes literarios. Hombres a los que jamás conocería o que, todavía mejor, no eran reales.


Hombres que no podían rechazarla.


Aunque lo que sentía era más que miedo al rechazo.


Tenía miedo a que su madre tuviese razón, a que las cosas hubiesen sido más sencillas si se hubiese muerto en el incendio en vez de tener que vivir con las consecuencias.


Pero las cosas no podían irle mejor. Podía hacer lo que quisiera, cumplir sus sueños. Estaba en el lugar más bello del mundo, con el hombre más guapo del mundo, a punto de aprovechar la mejor oportunidad de su carrera.


Y a pesar de saber que jamás podría tener al hombre, eso no le impedía disfrutar de la fantasía.


Volvió a mirar a Pedro, lo vio estudiar el paisaje con la mandíbula apretada y deseó llevar los labios a su rostro.


–¿Dónde vamos a alojarnos? 


–Esa es otra cosa en la que he estado trabajando, en traer más turismo a esta zona. Hay muchas atracciones, pero pocos alojamientos para turistas con dinero.


–¿También has solucionado eso? 


–Sí –respondió él sin más, clavando la vista en su Smartphone.


Y Paula tuvo la sensación de estar muy cerca del verdadero Pedro. Aunque él no quisiera que lo viese.




ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 14




-SE CALDEA el idilio de Alfonso! 


La prensa había hecho su trabajo de manera admirable. No habían perdido la oportunidad de tomar fotografías de un acontecimiento casi único: Pedro Alfonso dos veces con la misma mujer.


El interés de la prensa por todos los detalles de su vida le daba asco, aunque fuese cierto que no era un santo y que los periodistas no tenían que esforzarse demasiado para escribir acerca de él.


Siempre le sacaba provecho a su reputación, no tenía ningún motivo para no hacerlo. Ganaba dinero, que era lo que sabía hacer. Eso le permitía crear fundaciones en Malawi, en memoria de su difunta madre, y apoyar causas que habían sido muy importantes para ella.


Su dinero, el éxito que había conseguido en los negocios, era el único motivo por el que su padre no lo daba completamente por perdido. 


Aunque su relación fuese tensa, ya que su padre jamás lo perdonaría por haberse marchado con ocho años con la mujer que lo había traicionado.


Y luego estaba Luciano. Pedro todavía no entendía que lo hubiese perdonado con tanta facilidad después de lo ocurrido con Marie.


Habría sido mejor que su hermano hubiese querido vengarse y hacerle daño, pero no lo había hecho. Y había ocasiones en las que Pedro pensaba que todavía tenía la obligación de resarcirlo.


Aunque eso implicaría que estaba buscando su absolución. Y eso no era posible en un hombre como él.


Los hombres como él aceptaban. Poseían. Utilizaban.


Como sabía que iba a utilizar la prensa para levantar el negocio de Paula.


Paula. La tentación.


Era mucho más de lo que había imaginado. Para él, las mujeres eran mujeres. El sexo, sexo. 


Cualquier otra manera de verlo tenía consecuencias drásticas. Pero Paula, su olor, su piel, la tentación de sus labios, lo excitaban más que ninguna otra mujer con la que hubiese estado.


Incluso más que Marie. Y el control que había permitido que esta tuviese sobre él había sido absolutamente vergonzoso.


Sabía el hombre que era cuando se dejaba llevar por las emociones. Sabía de lo que era capaz cuando dejaba que el deseo lo guiase, cuando abandonaba las formas para buscar su propia satisfacción. Y no pretendía volver a ser ese hombre nunca.


Dejó el periódico en su escritorio y observó la fotografía del balcón, con su cabeza ladeada, cerca de la curva del cuello de Paula.


Esta tenía la cabeza echada hacia atrás, los labios separados, los ojos cerrados y las largas pestañas acariciándole las mejillas. Era una mujer muy bella, de eso no cabía duda, pero había muchas otras mujeres bellas. Mujeres sin condiciones. Mujeres que no ponían a prueba su autocontrol.


Su teléfono móvil sonó y vio en la pantalla que se trataba de Karen Carson.


–¿Dígame? 


–Hola, Pedro –lo saludó está en tono coqueto.


Había visto a Karen en varias ocasiones, pero sus encuentros siempre habían sido platónicos. 


A juzgar por el tono de su voz, ella quería más.


Pensó en la posibilidad de utilizarla para dejar de pensar en Paula. Era algo que ya había hecho antes.


Había estado con muchas mujeres después de Marie, las había utilizado para borrar el efecto que había tenido en él la única mujer que le había importado.


La idea le repugnó, aunque no sabía por qué.


–¿Algún problema con los bocetos que te ha enviado Paula? 


–No, me han gustado bastante –respondió Karen en tono más profesional.


–Entonces, ¿todo sigue como planeamos? ¿La portada y la publicidad? 


–Así que también quieres la portada.


–Paula tiene mucho talento. Y quiero que ese talento se vea recompensado.


Karen se aclaró la garganta.


–Sí, ya he visto en la prensa que sabes mucho acerca de sus talentos.


Pedro se puso tenso al ver que Karen estaba celosa.


Paula tenía talento, estaba convencido.


–No soy más que un hombre –le dijo–, pero también soy un hombre de negocios. Si no pensase que estaba haciendo lo correcto, para tu revista y para ella, no lo haría.


–La verdad es que me he quedado tan impresionada con los bocetos, que estaba pensando en incluir más modelos de Paula Chaves en un especial que estamos haciendo con varios diseñadores. Sería muy buena publicidad para ella. Habíamos pensado en una sesión de fotos en la playa, pero con ropa de vestir. Muy espectacular.


–Mucho. ¿Ya tenéis pensado el lugar? 


–Hawái.


–Aburrido –dijo él–. Muy visto.


–¿Tienes una idea mejor? 


–Por supuesto.



****


–¿Tienes personal suficiente para estar fuera una semana? 


Paula se sobresaltó y tuvo que agarrarse al mostrador para no perder el equilibrio.


–Te encanta entrar sin avisar, ¿verdad? 


–No he podido localizarte.


–Hay teléfono en la tienda –le dijo ella, señalando con el dedo un teléfono antiguo.


–Precioso. ¿Funciona? 


Ella frunció el ceño e intentó sacar provechó de la frustración que estaba sintiendo. Al fin y al cabo, era mejor eso que intentar calmar su corazón.


–Por supuesto que funciona, pero tú has preferido pasarte por aquí.


–Es un lugar público, ¿no? 


Paula apretó los dientes.


–Sí. Bueno, ¿por qué no me has llamado al móvil? 


–Lo he hecho, pero me ha saltado el contestador.


–Ah.


Paula se agachó detrás del mostrador y buscó en su bolso. O tenía el teléfono apagado, o se había quedado sin batería. Estupendo. Muy profesional.


–Lo siento –añadió, dejándolo encima del mostrador.


Entonces recordó lo que Pedro le había dicho nada más entrar.


–¿Me has preguntado si podía marcharme una semana? 


–A Karen le gustaría tener tu opinión durante el reportaje fotográfico.


Quiere tu vestido para la portada y para la valla publicitaria.


Paula empezó a emocionarse. Era una oportunidad muy importante. La oportunidad de darse a conocer en todo el mundo.


–¿Quiere mi opinión? 


–Y le gustaría que llevases más vestidos, para un especial que van a hacer con el número de tu portada. Quiere vestidos de fiesta, para hacer un reportaje en la playa. Creo que está muy de moda.


–Sí –admitió ella–. Creo… creo que voy a ponerme a hiperventilar.


–No, belle, no lo hagas –le dijo él, acariciándole la mejilla con los nudillos.


Paula retrocedió y fingió que no la había tocado.


–Ya, bueno… ¿cuándo nos vamos? 


–Mañana. ¿Puedes dejarlo todo arreglado aquí? 


–Supongo que sí –respondió ella, empezando a organizarse mentalmente, porque estaba dispuesta a aprovechar aquella oportunidad al máximo.


–Bien.


–¿Vas a… quiero decir, que cómo voy a desplazarme? 


Pedro sonrió despacio, de manera muy sensual.


–Iremos en mi jet privado.


Ella arqueó las cejas.


–Qué lujo.


–La verdad es que no, es un avión pequeño.


–¿Y tú también vas a venir? 


–Por supuesto. Vamos a hacer la sesión en Malawi – le contó–. En un paisaje tropical. El agua del lago es tan clara que se pueden ver los peces en el fondo. Es el lugar más bonito del mundo.




ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 13




–¿Cómo va el vestido para Look? –le preguntó este mirándola con interés.


Y ella se derritió bajo su mirada. Recordó lo que había ocurrido unas horas antes en su taller.


Había deseado acercarse y tocarlo. Apretar sus labios contra los de él. Hacerle sentir lo que ella estaba sintiendo.


Parpadeó.


–Estupendamente. Más o menos como lo has visto esta tarde. Karen ha visto un boceto y le ha gustado, así que confío en que va bien. Aunque siendo algo tan importante… 


Él se encogió de hombros, todavía no había probado el champán.


–Cada paso que des será un paso adelante. Yo suelo darle la misma importancia a todos mis negocios. Así, nunca se me pasa nada.


–Umm. Y así no te pones nervioso con las cosas más grandes, supongo.


–Yo nunca me pongo nervioso.


–¿Nunca? 


–No. Tomo una decisión y actúo en consecuencia. No me pongo nervioso. Ni me arrepiento de nada.


El tono de la conversación cambió y la voz de Pedro se endureció. Paula se preguntó si todo lo que le estaba diciendo era verdad. Si vivía la vida sin arrepentimientos. Si realmente le había robado la novia a su hermano y la había dejado, y nunca se había arrepentido de ello.


Una parte de ella, la parte física, estaba mirándolo a los ojos, estaba viendo su mandíbula apretada, su puño cerrado, y lo estaba creyendo. Pero algo en su interior le decía que no era cierto. Que no podía serlo. No sabía por qué, pero estaba casi segura de que debía hacer caso a sus ojos y no a su tonto corazón.


–Eso debe de ser… liberador.


Ella se arrepentía de muchas cosas. De cosas que no había sido capaz de controlar. De cosas que habían sucedido a su alrededor y que la habían hecho sentirse atrapada.


–Una interesante elección de las palabras –comentó él en tono frío y desinteresado.


–La verdad es que no. Debe de ser agradable hacerlo todo con tanta seguridad.


–A ti no parece faltarte tampoco, Paula.


Pedro se inclinó hacia delante y ella bajó la vista para no mirarlo a los ojos, pero la posó en su mano, que estaba acariciando la copa de champán, movimiento que le hizo pensar en tener aquellas manos en su piel, tocándola, acariciándola también.


–Aunque, a veces te sonrojas. Como ahora –añadió Pedro.


Ella retrocedió un paso.


–Hace calor.


–¿Quieres que salgamos un poco a tomar el aire? 


Paula asintió y se dirigió hacia el balcón. Quiso alejarse de él, que la seguía de cerca.


–Estoy bien –le dijo, agradeciendo el aire frío de la noche.


–Un hombre no debe dejar nunca sola a su cita.


–¿Otra lección de caballerosidad? 


–Es solo que siempre soy consciente de mi maravillosa reputación –comentó Pedro en tono sarcástico, y con un toque de amargura.


–O, al menos, del titular en los periódicos de mañana –dijo Paula, intentando animar un poco la conversación.


Se apoyó en la barandilla del balcón y miró hacia las luces blancas que colgaban del enrejado cubierto de parras. Solo tenía que centrarse en ellas en vez de en el hombre que tenía al lado para estar bien.


–En cualquier caso, será interesante leerlos.


–Sobre todo, ahora que hemos desaparecido de la fiesta para estar a solas en este balcón.


Él se echó a reír.


–Deberías trabajar de periodista.


–No tengo estómago suficiente –le respondió Paula.


La melodía procedente del salón salió por las puertas abiertas y Paula cerró los ojos y disfrutó de ella.


–¿Te gusta? –le preguntó Pedro.


–Sí, si te soy sincera, la música de discoteca no es lo mío.


–¿Pero las oportunidades de promoción sí? 


–He conocido a muchas personas, a muchas clientas, en discotecas. Pero acudo a ellas por trabajo, no por placer.


Pedro le quitó la copa de la mano y la dejó, junto con la suya, en la barandilla de piedra que había detrás de ella. Le tocó la mano con cuidado y Paula notó que un calor muy agradable la invadía.


Luego se la agarró para acercarla a él muy despacio.


Paula movió los pies, su cuerpo se inclinó, todo antes de que a su cerebro le diese tiempo a reaccionar.


Pedro la abrazó por la cintura, la acercó más.


Paula imaginó que la expresión de su rostro sería de sorpresa, pero era normal que le sorprendiese que Pedro la hubiese tocado, que sus cuerpos estuviesen pegados.


–He pensado que te gustaría bailar, dado que disfrutas tanto de esta música –le susurró al oído, haciendo que se estremeciese.


–Ah –fue lo único que fue capaz de contestarle ella, con el corazón acelerado.


No sabía por qué no se apartaba de él. Por qué no le decía que no.


Bueno, sí que lo sabía. Porque se sentía bien. Y había sufrido tanto en la vida que… le resultaba extraño e increíble sentirse tan bien.


Deleitarse con el calor de su mano en la espalda, con la sensación de su otra mano envolviendo la de ella.


Balanceándose a su mismo ritmo, en vez de pelear con él. En vez de pelear consigo misma.


–Tentación –susurró Pedro, con la mejilla apoyada en la curva de su cuello–. Qué buena elección.


Entonces le soltó la mano y apoyó la suya en la curva de su cadera, moviéndola después hacia arriba y dejándola justo debajo de la curva de sus pechos.


Paula ya había imaginado cómo serían sus caricias, pero aquello era real. Lo único que la separaba de sus manos era una fina barrera de encaje.


El ritmo de la música pareció apagarse y siguieron el suyo propio. Los movimientos de Pedro eran lentos y sensuales, más seductores de lo que Paula habría podido imaginar. Se acercó más y ella se dio cuenta de que estaba tan excitado como ella.


Movió la cabeza y trazó con su aliento caliente una línea desde debajo de su oreja hasta la cicatriz que tenía en el hombro, sin tocarla con los labios en ningún momento, haciendo que el cuerpo de Paula se pusiese tenso de deseo, que quisiese apretarlo contra ella para sentir sus labios en la piel.


Lo deseaba tanto que le daba miedo, la ponía nerviosa.


Se balanceó suavemente entre sus brazos, rozando sus pechos contra el de él, y el deseo se apoderó de todo su cuerpo. Nunca había sentido nada igual, ni siquiera lo había imaginado.


Inclinó la cabeza, dejando al descubierto todo su cuello. La respiración caliente de Pedro siguió acariciándola, la punta de su nariz le tocó suavemente la piel.


Luego se apartó, la miró y le hizo inclinar la cabeza hacia el otro lado para repetir la acción. 


Paula se puso tensa cuando dejó de notar su calor. Le puso la mano en la nuca y supo que seguía allí, tocándola, pero no podía sentirlo.


Fuese dolor o placer, calor o frío, no lo sentía. La cicatriz que había estropeado su piel era la señal del daño sufrido más abajo. De la pérdida de terminaciones nerviosas que jamás se recuperarían, de sensaciones que Paula no volvería a tener.


Lo soltó y retrocedió.


–Lo siento –le dijo. No pudo decir nada más. Solo lo sentía. Volvía a arrepentirse–. Deberíamos ir a ver cómo va la cena.


El rostro de Pedro era como una máscara, indescifrable.


–¿Tienes hambre? 


Tenía náuseas.


–Es tarde. Y seguro que sirven algo espectacular –le respondió.


Él seguía inmóvil, en silencio.


–Gracias por el baile –añadió Paula, ya que no podía fingir que no había tenido lugar.


Pedro asintió y le tendió la mano. Ella apretó los dientes e intentó contener las lágrimas de frustración.


No podía tocarlo en esos momentos. Si lo hacía, era posible que se viniese abajo.


Pero no era una mujer débil. Nunca permitía que la viesen llorar y no iba a hacerlo en esa ocasión.


–Creo que puedo sola –le dijo.


Él sonrió de medio lado.


–Por supuesto.


Al menos pronto tendrían una barrera física entre ambos, una mesa, y estarían rodeados de gente rica que serviría de parachoques.


Aunque ya fuese demasiado tarde.