miércoles, 11 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 6

 

Pedro Alfonso estaba sentado en un reservado del Lounge, bebiendo una marca de cerveza de la que nunca había oído hablar. Aún era demasiado temprano como para que el local tuviera más que un par de clientes.


Pensativo, observó a dos turistas sentados a la barra coquetear con la camarera de turno. Cuando ella echó la cabeza atrás y rió por algo que había dicho uno de los turistas, deseó ser capaz de hacer reír de la misma manera a Paula. Casi podía sentir la calidez de su sonrisa, el destello de interés en sus ojos oscuros y grandes.


Esa noche a Paula se la veía especialmente preciosa con el pelo rojo recogido, con bucles y cintas rebotando en todas las direcciones. Era como un pájaro de tonalidades brillantes, llena de vida y energía. Lo que podía parecer excesivo en la mayoría de las mujeres, en ella encajaba a la perfección.


Como el top ceñido y sin tirantes de color plateado y la falda negra corta. ¿Cómo un cuerpo tan pequeño podía estar equipado con unas piernas kilométricas?


Disfrutaba observándolas cada vez que ella salía, de detrás de la barra. Sólo pensar en ella le bloqueaba la mente y hacía que le temblara la lengua en la boca como una trucha en un anzuelo. Se sentía como un crío con su primer amor.


Ceñudo, vio que los dos hombres de la barra se levantaban.


—Oh, vamos, nena, relájate —instó el que llevaba puesta una gorra de béisbol, inclinándose hacia Paula mientras el otro dejaba unos billetes sobre la barra—. Será divertido. Créenos.


Moviendo la cabeza, ella señaló al hombre mayor y calvo que sacaba brillo a las copas en el otro extremo de la barra.


—No sería justo para Moses si me marchara.


El hombre que le había hablado miró alrededor de la sala, iluminada con tenues luces, pasando ante Pedro como si fuera invisible.


—Esto está muerto —corroboró con un movimiento de la mano—. El viejo Moses podrá ocuparse de todo.


Los tres siguieron hablando hasta que una pareja de pelo cano entró y fue a sentarse en un reservado. El hombre miró a Paula con expresión expectante.


Despidiéndose de sus bullangueros admiradores, fue a tomar el pedido de la pareja. Mientras estaba distraída, Pedro respiró hondo y llevó su copa a la barra. Desde que le había llegado la noticia de que Damián y ella habían roto, había estado pensando en abordarla. Repasando una y otra vez en la cabeza lo que le diría. Tratando de no pensar en el hecho de que había salido, aunque brevemente, con su encantador, ingenioso y exitoso hermano antes de mezclarse con Traub.


Nunca se había sentido menos atractivo o más nervioso que cuando Paula regresó después de servirle las copas a la pareja mayor.


Pedro Alfonso —comentó ella con alegría—. ¿Te sirvo otra cerveza?


Él apenas miró su botella medio llena.


—Estoy servido de momento, gracias —la mente se le quedó en blanco—. Una noche tranquila —soltó, olvidando todos los comentarios ingeniosos que había pensado antes.


—Todavía es temprano —repuso ella—. El negocio se anima más tarde.


—¿Cuándo terminas tu turno? —preguntó Pedro, al tiempo que se ruborizaba—. Yo, eh, no pretendía que sonara como ha sonado —añadió.


Tiró su botella de cerveza, aunque la capturó antes de que se vertiera el líquido. Ella movió la cabeza. La luz tenue hizo que las mechas rojizas de su cabello titilaran.


—No te preocupes, Pedro —le palmeó la mano—. No me lo he tomado mal.


Sintió ese contacto fugaz por todo el brazo hasta los pies. Probablemente le disparó la presión arterial al tiempo que le aflojaba la lengua. Se dijo que era ese momento o nunca.


Paula miró por encima de su hombro hacia un cliente que se había levantado de su mesa para marcharse.


—Buenas noches, señor Sinclair —saludó antes de volver a centrar su atención en Pedro—. Ahora vuelvo.


Él se volvió para admirar el contoneo de sus caderas mientras iba a recoger la cuenta, limpiaba la mesa y se llevaba la copa usada. Dejándola detrás de la barra, regresó junto a él.


Pedro se secó las manos húmedas sobre los pantalones.


—¿Te gusta trabajar aquí? —preguntó. Desde luego se llevaba bien con los clientes, a veces demasiado bien.


Ella se encogió de hombros.


—Es mejor que mi último trabajo en la oficina de la gestoría —puso los ojos en blanco—. Aburrido.


Pedro rió con ella. Mientras hablaran de trabajos y carreras, se encontraba en terreno sólido. El suyo era el mundo de un hombre de negocios que había levantado su empresa de una idea, un invento inteligente, hasta convertirlo en una marca bien conocida en los círculos ganaderos de todo el país y parte del extranjero.


Cuando intentaba cruzar al otro lado, a la arena social de la conversación trivial y el coqueteo, se metía en arenas movedizas. Y nunca tanto como cuando hablaba con Paula.


—¿Has pensado alguna vez en cambiar de trabajo? —preguntó.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 5

 

Pau agradeció el apoyo de su hermana, aunque Emilia a veces la considerara voluble por haber cambiado de trabajo unas pocas veces… bueno, más que unas pocas, mientras intentaba descubrir qué quería hacer hasta conocer al hombre perfecto y casarse con él.


¿Acaso la mayoría de las mujeres como ella, solteras y con poco más de veinte años, no lo querían todo, una carrera estupenda, un marido maravilloso y una familia perfecta? ¿Ese no seguía siendo el Sueño Americano?


Se frotó la sien con la mano libre. ¿Era realista al pensar que resultaba posible? Quizá debería replantearse las cosas.


Aunque tener a un hombre en su vida sería agradable, como tener un deportivo, no lo necesitaba. Emilia tenía razón; disponía de otras opciones. Ése podía ser el primer día de un plan nuevo, de una nueva dirección en su vida.


¡De una nueva Paula Chaves!


La idea era demasiado nueva como para compartirla con su hermana. Ésta podría recordarle las demás veces que había empezado de nuevo y hacerle dudar de sí misma.


—Mmm, he de dejarte —dijo, mirando el reloj. Tenía que hacer un par de recados antes de que empezara su turno en el bar—. Pero gracias. Ya sabes, por escuchar y todo lo demás.


—¿Seguro que estarás bien? —preguntó Emilia con cierta preocupación—. Ojalá pudiera ir a verte, pero…


—No, en serio —cortó Pau—. Eres muy amable. Pero estaré bien. Estoy bien —afirmó con renovado entusiasmo. Que Damian fantaseara con su ex, si era lo que quería. ¡Ella tenía mejores cosas en que ocuparse!


—De acuerdo, pero llama cuando quieras, ¿de acuerdo? Lo digo en serio.


No sonaba muy convencida, pero Pau sabía que estaba muy ocupada con su propia vida y su marido como para dejarlo todo para ir consolarla.


—Lo sé. Lo haré. Cuídate —después de unas cuantas promesas más de mantener el contacto, puso fin a la llamada.


Una parte de ella deseaba haberse contenido de confiarle la noticia de la separación a Emilia hasta no haber reflexionado bien en todo, pero no habría sido capaz de guardarlo en secreto para siempre. En una ciudad pequeña como Thunder Canyon, la noticia se habría extendido como un vertido de petróleo.


Movió la cabeza. Había sido gratificante que le dijeran que Damián era una rata que no la merecía. Quizá debería haberlo imaginado, en especial después del modo en que se había marchado de la partida de póquer. Había estado dispuesta a perdonarle esa pataleta durante un agradable almuerzo. Pero él la había dejado con la misma frialdad que cancelaría una cita de trabajo.


Antes de volver a relacionarse sólo para no mellar el frágil ego de un hombre, tal vez debería dedicar cierto tiempo a analizar qué era lo que ella quería. Sacó una botella de agua de la vieja nevera y fue al dormitorio a cambiarse de ropa para ir a trabajar.


Que hubiera acabado un capítulo amoroso de su vida no significaba que no le importara no estar especialmente atractiva esa noche en el bar. Para que todo el mundo que fuera a ver lo destrozada que estaba pudiera ver con claridad lo que Damián Traub había descartado en un acto de suprema necedad.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 4

 

—Estas mejor sin él, hermana —afirmó Emilia—. Damian Traub es un idiota si no sabe lo que está perdiendo. No merece que le dediques ni un minuto más de tu tiempo.


A pesar de que Pau aún se hallaba aturdida por la conmoción del compromiso roto, las palabras de su hermana la animaron un poco.


Había llamado a Emilia nada más llegar a casa después de ver a Damian en The Rib Shack, la última exitosa incorporación de Darío a su cadena de restaurantes. Al parecer Damián había deducido que no le montaría una escena si le comunicaba la noticia en público.


Al principio no había sabido qué decir, tratando de asimilar unas palabras que carecían de sentido para ella. Conteniendo la amenaza de las lágrimas.


Al preguntarle por qué con un susurro desgarrado, él simplemente se había encogido de hombros.


—No es por ti —su cara mostraba más incomodidad que simpatía o pesar—. Lo siento.


Aún muda, Pau se había puesto de pie con las piernas flojas, abandonando el restaurante con toda la dignidad que pudo mostrar. De camino a casa, llorando, no había parado de preguntarse por qué. ¿Por qué? Damian era atractivo y sexy, y su imagen de chico rebelde se veía potenciada por la tienda de motos que poseía. Al parecer, ella no era lo bastante bonita o interesante para estar con alguien como él.


—No era la persona adecuada para ti, cariño —continuó Emilia—. Para empezar, ¿por qué diablos te prometiste con él? Llevabais poco tiempo saliendo juntos, ¿no? ¿Lo conocías de verdad?


Pau se apoyó en la encimera de la cocina de la pequeña cabaña en la que vivía, propiedad de Emilia y su marido.


—No, evidentemente no —gimió—, pero él insistió tanto. Cuando me lo pidió, dijo que no aceptaría un no por respuesta y no quise herir sus sentimientos.


—Oh, cariño, y el muy desgraciado ahora ha herido los tuyos. Quizá ya es hora de que empieces a pensar en ti primero. Casarte no es tu única opción.


«Es verdad», meditó Paula, yendo hacía la ventana que había encima del fregadero. La vista de los árboles siempre la calmaba.


—Imagino que esencialmente es mi orgullo el que está herido —reconoció, dándose cuenta de que era verdad.


¿Con cuántos hombres había salido porque le costaba rechazarlos, incluso cuando no sentía ningún interés romántico por ellos?


—¿Lo amabas? —le preguntó Emilia—. ¿De verdad puedes imaginarte pasando el resto de tu vida con él?


Pau intentó imaginarse con el pelo gris y unas gafas bifocales, sentada sobre una Harley con un chal en los hombros.


—Quizá me gustaba más la idea de casarme que Damián en sí mismo —después de todo, ¿no había estado planeando su boda desde pequeña?


Al menos no se había acostado con él. Había querido esperar y a él le había parecido bien. Quizá demasiado bien.


—La verdad es que no creo que haya olvidado a su primera mujer, Ailin—admitió en voz alta la sospecha que se había negado a reconocer con anterioridad—. Probablemente, no fue una coincidencia que nos prometiéramos a la vez que Darío y ella anunciaban su compromiso —añadió.


Emilia volvió a gemir.


—Pobrecilla. Si lo hizo por despecho…


—¿Sabes qué? —la interrumpió Paula con una súbita determinación—. Voy a superarlo y estaré bien. Ya lo verás.


—Sé que lo harás —el tono de Emilia se animó al instante.