domingo, 15 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 26





Dios, por fin se había acabado aquel suplicio.


Sus padres y Olivia lo habían arrinconado contra la pared durante toda la noche, pero Pedro había permanecido fiel a sus convicciones. Aunque la conversación sobre la política había sido muy pesada, lo que más le había molestado había sido el trato despectivo que su madre le había dado a Paula. Eva la había tratado como si fuera una sirvienta. Pedro se había sentido furioso pero aun así, había mantenido la boca callada y se sentía mal por ello.


¿Qué hubiera podido decir sin ponerse en evidencia? ¿Y con qué fin?


Deseaba a Paula. Era a quien más deseaba en el mundo, pero sus necesidades y urgencias eran sólo asunto suyo.


«Para ya, Alfonso», pensó mientras atravesaba el vestíbulo. Cuanto antes se metiera en la cama, antes se calmarían sus pensamientos.


Pedro pasó por delante de la habitación de Paula y escuchó un ruido que no supo identificar. Al menos en un primer momento. Se paró delante de la puerta y escuchó.


Sollozos.


Amortiguados, pero auténticos sollozos.


Pedro se quedó quieto en el sitio sin saber qué hacer. Como si su mano tuviera vida propia giró el pomo sin pensárselo dos veces.



*****

Los odiaba a todos, especialmente a Eva.


Paula nunca se había considerado una persona vengativa, y no lo era. Sin embargo, ya había aguantado bastante.


La madre de Pedro la había tratado como si fuera basura. 


Paula había estado a punto de hacer las maletas, sentar a su hijo en el coche y salir de allí pitando.


No sabía cómo le habría gustado que se hubiera desencadenado la escena en el salón. En realidad, sí que lo sabía. Le habría gustado que Pedro hubiera salido en su defensa, que se hubiera puesto de su lado.


No obstante, Pedro era el primer abanderado en la cruzada contra Paula.


Soltó un gran sollozo y se acurrucó un poco más. Si por lo menos no le importara lo que Pedro pensara o hiciera. Si por lo menos no hubiera esperado que él se fuera a poner de su lado.


Pero sí que le importaba. Y eso era lo que en realidad la estaba matando.


Se sentía como un animal atrapado y no le gustaba nada.


Estaba claro que llevaba a Pedro dentro de ella y que nunca se podría deshacer de él. No importaba dónde estuviera, si él aparecía, Paula lo seguiría deseando. Había asumido que aquello nunca iba a cambiar. Sin embargo, no pensaba ceder ante el deseo que no dejaba de torturarla.


Paula retiró una de las mantas porque la estufa estaba encendida y tenía demasiado calor. De repente escuchó un sonido que provenía del picaporte de la puerta.


Se quedó paralizada y contuvo la respiración.


—¿Paula?


¡Pedro!


Oh, cielos, ¿qué debía hacer?


—¿Estás bien? —preguntó él.


Paula apenas si lo escuchó porque estaba hablando en un susurro. Se quedó callada para ver si Pedro entendía que no quería que la molestaran. Y menos él.


Pero su plan falló.


La puerta se abrió más y Pedro entró en la habitación en penumbra. Paula tenía el corazón en un puño y se quedó sin habla. Pero el silencio se volvía de nuevo en su contra, porque Pedro caminó hasta llegar al lado de la cama.


Paula cerró los ojos con fuerza para que él pensara que estaba dormida. Sin embargo las lágrimas que rodaban por sus mejillas la iban a delatar. Al sentir que alguien se sentaba sobre la cama, abrió los ojos.


Pedro —dijo con voz sentida.


—Shhh, todo está bien —le dijo él emocionado. La luz del fuego dentro de la estufa iluminaba tenuemente la habitación.


—No, todo no está bien —dijo ella rompiendo de nuevo a llorar. Las lágrimas nublaban sus ojos.


—Tienes razón. No todo está bien. Debería de haber echado a más de una persona de casa esta noche, y me incluyo a mí en el lote de expulsados —admitió Pedro.


—Quiero irme a casa.


—No te culpo por ello —dijo él tras un suspiro.


Un silencio.


—Tú... deberías irte —susurró Paula mientras volvía a acurrucarse.


—No —sentenció Pedro—. Quiero mirarte. Estás aún más bonita de lo que recordaba.


Sin darse cuenta, Paula miró hacia abajo y vio que sus pezones se habían excitado y se trasparentaban tras la seda del camisón.


Alzó la mirada y se encontró con la lujuria en los ojos de Pedro, quien la acarició y bajó uno de los tirantes del camisón, dejando uno de los senos al descubierto.


Pedro respiró de forma entrecortada y cerró los ojos durante un instante.


Paula se arrepintió de haber dejado que Teo durmiera con Monica aquella noche. No tenía ninguna excusa para frenar aquella locura.


—Paula... por favor, no me eches.


Pedro, no estás siento justo —desesperadamente tenía que evitar acceder a sus deseos, pero estaba empezando a flaquear en su determinación.


—Dime que no me deseas y me iré.


—No te deseo.


Pedro la miró intensamente a los ojos.


—¿De verdad piensas lo que estás diciendo?


—No... bueno quiero decir que...


Paula no pudo continuar. Pedro estaba acariciándole el pecho y sólo pudo soltar un gemido de placer.


—Por Dios, Paula —susurró él agachándose para tomar el pezón en su boca. Lo chupó hasta que estuvo turgente—. No me puedo marchar ahora.


En aquel momento, Paula ya había perdido el sentido. Ya no podía evitar el contacto con el cuerpo de Pedro. Después de todo, no había dejado de soñar con aquel momento desde el instante en el que había pisado aquella casa y lo había visto.


Como ya había admitido, Pedro estaba dentro de ella y nunca dejaría de desearlo. Tenía la oportunidad de amarlo por última vez. Y no la iba a dejar pasar, estuviera bien o mal.


Paula se echó a temblar cuando Pedro alzó la vista y clavó los ojos en los suyos. Tomó la cara de Paula entre sus manos y la acercó a él.


—Te deseo tanto —dijo él en un tono de voz tembloroso.


Paula lo creyó porque estaba sintiendo la misma excitación incontrolable en su interior. El verano que habían vivido juntos había sido el más feliz de su vida. Además Pedro le había dado su bien más preciado: un hijo.


A pesar de todo lo ocurrido y de cómo se había comportado Pedro con ella aquellas semanas, le iba a dejar hacerla el amor. A pesar de los peligros.


Pedro se inclinó para besarla. Paula entreabrió los labios para recibir la lengua húmeda que ya recorría suavemente el interior de su boca. Lo agarró mientras él no dejaba de acariciarla.


Sintió un poco de frío y se dio cuenta de que Pedro le había quitado el camisón y de que estaba desnuda frente a él.


Sin dejar de mirarla, Pedro se quitó la ropa y Paula disfrutó de aquel espectáculo exquisito. Le hizo un hueco en la cama y él se tumbó a su lado acercándose a ella hasta que estuvieron piel contra piel.


Pedro le acarició la espalda y cuando sus cuerpos estuvieron aún más cerca, Paula pudo sentir la fuerza de su virilidad.


—Sigues siendo la criatura más preciosa del mundo —dijo Pedro suavemente antes de volver a besarla ávidamente.


Paula se fue abandonando a aquel beso a medida que él iba acariciándola con su lengua. Era un beso cada vez más profundo y detenido. Tan sólo despegaron sus labios para tomar aire y respirar.


Los ojos de Pedro desbordaban pasión. Abrió las piernas de Paula para tener acceso al lugar más sensible de aquel cuerpo. Lo acarició e introdujo uno de sus dedos dentro de ella, sin dejar de sentir su calidez.


—Ohh —exclamó Paula.


Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido aquellas sensaciones. Sólo él podía darle tanto placer. 


No sólo quería sentir sus dedos mágicos dentro de ella, quería algo más, que la hiciera disfrutar hasta quedarse exhausta.


Y satisfecha.


Estaba preparada para recibirlo. Entonces escuchó la respiración acelerada de Pedro y pudo sentir la fuerza de su creciente erección moviéndose en círculos a punto de penetrarla.


Paula se dio cuenta de que ninguno de los dos había tomado medidas de protección y se separó de él.


—¿Paula? —preguntó él instintivamente—. Por favor...


—Nosotros... bueno, tú no te has puesto un preservativo.


—No hay problema. Te lo prometo —le aseguró.


—Si tú lo dices —repuso desesperada, poniendo en evidencia lo mucho que lo deseaba. No importaba si estaba diciendo la verdad o no.


No podía quedarse dos veces embarazada del mismo hombre de forma accidental. El destino tenía que ponerse de su lado en aquel momento.


No quería pensar en ello. Lo único que quería era sentir la dureza de la erección de Pedro en su interior, terso y húmedo. Con aquel pensamiento en su mente, se acercó de nuevo, tomó el miembro grande y erecto en sus manos y lo guió hasta introducirlo en su cuerpo. Se arqueó para poder recibirlo.


—Oh, mi Paula—gimió Pedro empujando para llegar más adentro.


Paula no pudo contener un grito de placer, había olvidado la gran sensación que era tenerlo dentro. Sus músculos se movían de forma involuntaria alrededor de él.


Paula se sentía muy cerca del éxtasis. Tomó el rostro de Pedro entre sus manos y lo besó en la boca de forma apasionada.


Había pensado que aquélla sería la última vez que iba a permitir que él la poseyera, y que con aquel encuentro bastaría para el resto de su vida. Sin embargo, en cuanto Pedro comenzó a moverse rítmicamente y a respirar entre gemidos, se dio cuenta de que era insaciable.


Lo deseaba para siempre a su lado.


Pero aquello no era posible. Así que cuando sintió que él alcanzaba el orgasmo dentro de ella, se agarró con fuerza a su torso y enterró la cabeza en su pecho


—Oh, Paula. Mi Paula —susurró Pedro tras hacerle el amor de forma tan placentera.


Después la besó por toda la cara.


Paula, con él todavía dentro, lo besó en los labios, después cerraron los ojos.


Y durmieron.



PLACER: CAPITULO 25




—¡Caray! Chico, lo estás estropeando todo.


—Mira, papá, como no te calmes, te va a dar un ataque al corazón —dijo Pedro.


—No le va a dar ningún ataque porque tiene el corazón en perfecto estado —añadió Eva—. Pero quizás se resienta si tú sigues jugando al gato y al ratón con tu futuro.


—Tu madre tiene razón, Pedro —dijo John con cara de preocupación—. Ha llegado el momento. Tienes que tomar una decisión.


Los invitados acababan de llegar y Pedro ya estaba deseando que se fueran. Desde el mismo momento en el que habían llegado y se habían sentado a tomar algo, no habían dejado de presionarlo para que tomara una decisión.


Y lo peor de todo era que tenían razón. Si realmente quería presentarse, tenía que decir algo y tenía que decirlo ya. Sin embargo había algo en su interior que no le dejaba dar una respuesta afirmativa y sentirse comprometido con ella.


Quizás fuera porque no tuviera madera de político.


—Estoy de acuerdo con ellos, Pedro —dijo Olivia, tomándole la mano y llevándosela a los labios para besarla. La mirada de Pedro se dirigió a Paula, quien estaba preparándole una copa a John en el mueble-bar.


Pedro retiró su mano de las de Olivia con el mayor cuidado posible, pero es que había sentido grima. Cielos, todo lo que un día había sido suficiente para llenar su vida, carecía ya de valor.


Paula le llevó la copa a John.


—¿Queréis algo más? —preguntó. Se calló y sonrió—. Como podéis ver en la mesa hay entremeses y dulces.


—Gracias, Paula —repuso Eva en un tono forzado—. Ya has hecho un buen trabajo.


Pedro conocía lo suficientemente bien a Paula como para darse cuenta de que le estaba costando mantener la compostura. También sabía que consideraba a su madre la mujer más engreída del mundo.


—Volveré enseguida para comprobar que todo está bien —dijo Paula.


—No hace falta —contestó Eva y se volvió hacia su hijo—. Ya no la necesitamos, ¿verdad, hijo? Además, tenemos que hablar sobre asuntos privados.


Pedro miró a su madre de forma reprobatoria y abrió la boca para contradecirla. Pero no tuvo la oportunidad. Paula se le había adelantado.


—Estupendo, Eva. Seguro que tú puedes prepararles las bebidas y servírselas —dijo resuelta.


Eva abrió la boca para contestar, pero se había quedado sin palabras. Parecía horrorizada.


—Buenas noches a todos. Espero que paséis una agradable velada —añadió Paula con una sonrisa dulce en los labios y un tono de voz aún más empalagoso.




PLACER: CAPITULO 24





Pedro se lo había pasado estupendamente con el niño.


Aquello tenía una parte positiva y otra negativa. La positiva era que Teo lo había hecho reír, lo que no era tarea sencilla. 


La risa había abandonado su vida en el mismo momento en el que Paula lo había abandonado a él.


La parte negativa era que estar con Teo le despertaba las ganas de tener su propio hijo, un deseo que nunca podría cumplir.


Pedro soltó una palabrota y entró en su habitación donde se quitó la ropa. Era mucho más tarde de lo que se había imaginado. Sus padres y el resto llegarían en poco tiempo y él siempre se había caracterizado por su puntualidad. 


Aquella noche no iba a ser una excepción. Todo estaría listo a su hora, aunque tuviera que darse prisa. De repente, Pedro sintió la necesidad de tomarse una cerveza. 


Quizás después se sentiría mejor.


Pero estaba desnudo. Desnudo.


El recuerdo de la escena del baño vino a su mente. En realidad no lo había abandonado en ningún momento desde que había sucedido. Lo torturaba constantemente, día y noche.


Pedro se humedeció los labios secos y volvió a pensar en una cerveza. Consultó el reloj y se dio cuenta de que apenas si tenía tiempo para darse una ducha y vestirse, antes de que llegaran los invitados.


Sin embargo pensó que estaba en su casa y que si los invitados tenían que esperar, no pasaba nada.


Necesitaba una cerveza.


Se puso los vaqueros y se encaminó hacia la cocina.


—¿Qué demonios haces aquí? —soltó al llegar a la cocina en un tono de voz más duro del que hubiera deseado.


—Yo también te deseo buenas tardes —le respondió Paula con la mirada puesta en lo que estaba haciendo.


Pedro supuso que no lo miraba directamente porque al verlo de reojo se habría dado cuenta de que tenía el torso desnudo.


—Lo siento —dijo él tras abrir la nevera y sacar una cerveza.


—No lo sientes —contestó Paula sin dejar de mirar el plato de fruta que estaba preparando.


Pedro tomó aire al observar el largo cuello de Paula. Cerró los puños tratando de sujetar al instinto que lo empujaba a besar aquella piel. Estaba seguro de que si lo recorría con la lengua, tendría el tacto de terciopelo.


Después se dio cuenta de la contestación que le acababa de dar.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedro.


—Que aunque digas que lo sientes, no es verdad, sobre todo si estás hablando conmigo.


Pedro estaba a punto de abrir la boca para decir que estaba mintiendo, pero se dio cuenta de que Paula tenía toda la razón del mundo. No se arrepentía de haberla hablado de forma tan ruda. En cada encuentro con Paula sacaba lo peor de sí mismo.


Pedro quería lo que no podía tener. La quería a ella. Y cada vez que la veía se enfadaba porque no podía alcanzar su deseo. Volcaba todo la rabia contra ella. Aquello era una absoluta locura.


—Tienes razón. No lo siento —admitió.


—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Paula cansada.


—Una cerveza, que ya tengo en las manos —dijo él. Se calló un instante—. Parece que lo tienes todo listo.


—Estoy a punto de acabar.


—Dios mío, Paula, no vamos a dar de comer a un regimiento esta noche.


—No he hecho comida para un regimiento —contestó en un tono hostil.


Pedro miró la mesa repleta de comida.


—Pues a mí me lo parece. ¿Te va a ayudar Kathy a servir? 
—prosiguió Pedro.


—No, sigue estando enferma.


—Maldita sea, Paula, no eres superwoman.


—¿Quién te ha dicho que no? —preguntó ella dándose la vuelta.


Por un momento parecía que lo había dicho en serio. A Pedro le pilló desprevenido y soltó una carcajada.


Cuando sus miradas se encontraron, saltaron tantas chispas que podían haber iluminado toda la habitación. Pedro dio un largo paso y se acercó a ella, pero Paula se escabulló y se dirigió a la puerta.


Pedro refunfuñó.


Cuando Paula alcanzó la puerta se dio la vuelta, pero no pudo decir palabra. Pedro supo entonces que estaba tan alterada como él, además respiraba con dificultad.


—Gracias por haber llevado a Teo a montar a caballo. Se lo ha pasado muy bien —dijo ella finalmente en un tono sorprendentemente tranquilo.


—Un placer —dijo él irónicamente tras hacer una reverencia.