martes, 1 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 29

 


Pedro estaba enfadado. Se había dejado atrapar en la red que él mismo había urdido. La voz de la razón le gritaba que se pusiera a salvo, que dejara de tocarla, pero sus manos parecían poseer voluntad propia. Fascinado, observó el movimiento de sus propias manos bajo el vestido. Se resistió al impulso de bajárselo para contemplarla. Por el contrario, le acarició los pezones en círculos lentos y ardientes.

Paula dejó escapar un gemido. Él sintió cómo entraba en erección. La besó en el cuello con la boca abierta, los labios húmedos. Paula era suave y delicada, como un helado de vainilla. Necesitaba saborear sus senos incitantes.

En algún lugar profundo de su mente, Paula recordó el motivo que la había llevado hasta allí. Tenía que ver con la ciudad, el banco, la verdad, sin embargo, parecía borroso y distante, carente de importancia. Lo único que le importaba era Pedro. Su boca, sus manos, la manera en que la estaba acariciando. Deseaba estrecharle contra sí, besarlo, llevarle dentro de ella y que se quedara ahí… para siempre.

Aquella palabra la dejó helada. Con Pedro no había nada que significara para siempre. Él notó el cambio en cuanto Paula se quedó rígida.

—¿Qué te pasa?

—Tengo que irme —dijo ella levantándose, apartándose de él.

—Paula…

—No, Pedro. Es la verdad. Se ha hecho muy tarde. Ha sido una cena encantadora, pero tengo que irme.

Con la cabeza gacha para evitar mirarlo, se abotonó el vestido. Cuando alzó la cabeza vio que la miraba con ojos brillantes e intensos. Tenía ambas manos metidas en los bolsillos del pantalón, un truco que no ocultaba nada. Ella se obligó a mirarlo a la cara, sabiendo perfectamente que la suya se había sonrojado.

—No pienso disculparme —dijo él.

—Tampoco te lo he pedido. Ha sido un error de los dos.

—Quizá haya sido algo más. Has venido buscando algo esta noche. Espero que lo hayas encontrado.

Paula recogió el bolso y se dirigió hacia la puerta.

—Lo que buscaba era la verdad, Pedro. La verdad acerca de lo que te propones.

—Ya te lo he dicho, pequeña. El proyecto va muy en serio. Pienso quedarme.

—Ojalá pudiera creerlo.

Antes de que pudiera salir, Pedro le cogió la muñeca y se llevó su mano a los labios. Sin dejar de mirarla a los ojos, le besó la palma con la boca abierta. Un beso largo, caliente, que acabó con un roce de su lengua.

—Créelo.

El sonido que salió de la garganta de Paula fue más de dolor que de placer. Le traspasó el cuerpo hasta clavársele en el corazón, ese corazón que él había creído invencible.

Pedro la vio marcharse y, por un segundo, deseó que él también pudiera creerlo.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 28

 


Antes de que pudiera protestar, comenzó a masajearle la base del cuello. Tenía las manos grandes que abarcaban toda la anchura de sus hombro. Su tacto era fuerte y seco y alivió milagrosamente la tensión de sus músculos. Paula no pudo evitar un gemido ante aquella mezcla de placer y dolor.

—¿Te gusta?

—¡Hum!

—Despejemos el campo.

Pedro le desabotonó la parte superior del vestido para poder trabajar a sus anchas. Sorprendida, Paula atrapó la tela justo cuando se le caía del pecho.

—¡Pedro!

—¡Sst! Relájate.

Las manos se movieron sobre la piel de su espalda, desde la línea del cabello, pasando por la espina dorsal a los omoplatos. Los dedos se hundían en sus músculos… cálidos, fuertes, vibrantes. Sabía que no debía permitirle que la tocara de aquel modo, pero sentía los efectos combinados del vino y el brandy. Además, las sensaciones eran tan placenteras, tan deliciosamente decadentes, que se sentía incapaz de reunir la suficiente indignación como para ordenarle que parara.

Pedro se inclinó sobre ella mientras trabajaba. Sentía su aliento en la coronilla. Él inhalaba su perfume, el cálido aroma femenino de su cuerpo y empezó a notar sus efectos. Cerró los ojos para pasarle las manos sobre la espalda, recibiendo tanto placer como estaba dando, y aún más. La piel era tan suave que tuvo miedo de dejarla marcada, de modo que aminoró la presión hasta que sus dedos meramente rozaron la espalda.

Pedro estudió su rostro. Tenía la cabeza inclinada, los ojos cerrados y respiraba profundamente. Los pechos subían y bajaban al tiempo que sus manos se volvían más audaces. Observó cómo se le endurecían los pezones bajo la tela del vestido. No quería ni podía detenerse. Pedro introdujo las manos por la delantera del vestido para copar sus senos.

—¡Pedro!

—Déjame tocarte —susurró sin cesar el masaje—. ¡Ah! Eres tan dulce, tan suave. Nunca he olvidado el tacto de tu piel. Con todos esos años y todavía recuerdo tu suavidad.

Pedro le acarició con la nariz el cuello y ella se abandonó. El calor de su boca, las caricias de sus manos, la mareaban. El aliento le quemaba la piel y las manos alimentaban el fuego. Un lago de deseo líquido y lento ardió en sus entrañas mientras Paula se entregaba para que hiciera con ella lo que quisiera.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 27


Pedro cortaba el asado. Casi se rebana la mano al verla. Aquellas piernas enfundadas en medias oscuras y los zapatos de tacón alto, parecían conjurar toda clase de imágenes eróticas en su mente.

—¿Quieres que te ayude?

—Claro —contestó él, obligándose a mirar lo que estaba haciendo—. La ensalada está en el frigorífico. Remuévela y llévala a la mesa.

Paula siguió sus instrucciones y llevó la ensaladera de plata a la mesa. Se inclinó para depositarla en el centro. Pedro se quedó con la boca abierta. Paula había levantado ligeramente un pierna para ofrecerle una amplia panorámica de su trasero, redondo y duro. Ella se volvió rápidamente y le cogió desprevenido.

—¿Algo más?

Y entonces, Pedro se dio cuenta de la sonrisa.

Una sonrisa satisfecha y completamente femenina.

Pedro se quedó mirándola hasta que se dio cuenta de cuál era el juego. Estaba provocándole. A propósito. Tendría que haberlo adivinado desde el primer momento. El vestido, el maquillaje, los movimientos lánguidos, todo estaba fuera de lugar en Paula. Se reprochó no haberlo pensado nada más abrir la puerta.

¿A qué estaba jugando? Le devolvió una media sonrisa que debería haber bastado para que ella supiera que la había descubierto. Las razones de Paula no importaban, era un juego que él conocía al dedillo.

Y bien podían jugarlo dos.

—Siéntate y ponte cómoda.

Mientras se sentaba, Paula pensó que casi podía oírle reír. En aquel momento, Pedro volvió con la fuente de patatas y carne.

—¿Tienes mucho apetito? —preguntó él mientras la servía.

—Me muero de hambre.

—Yo también.

Pedro se sentó enfrente de ella. El asado resultó perfecto. La cena transcurrió agradablemente, y Paula descubrió con sorpresa que estaba disfrutando. Le ayudó servir el postre y el café, pero no aceptó una segunda copa de coñac.

—No quiero más. Me prometiste contestar a mis preguntas.

—Adelante, pregunta lo que quieras —dijo él, volviendo a llenar su copa.

—Empecemos por el consorcio. ¿Quién es esa gente, Pedro?

—Amigos míos. Gente con la que he hecho buenos negocios durante los últimos diez años.

—¿Y están dispuestos a invertir en tus proyectos sin siquiera supervisarlos?

—Así es.

—No lo entiendo. Maiden Point costará montañas de dinero.

—Y el consorcio ganará mucho dinero también. Ya lo he hecho antes, Paula. Confían en mí.

—No como yo.

—A diferencia de ti.

Se la quedó mirando a los ojos y entonces hizo algo muy raro, se echó a reír a carcajadas. Paula frunció el ceño.

—Eres demasiado seria, Paula. Siempre lo fuiste. Toma, abre la boca —dijo él, cogiendo una fresa bañada de chocolate.

—Esto es muy serio, Pedro.

Pedro balanceó la fresa ante sus labios.

—Abre la boca.

—No.

—Está muy buena.

—No me apetece.

—Sólo un mordisquito.

Pe

Le había metido la fresa en la boca y no tuvo más remedio que morderla. Tenía razón, estaba muy buena, dulce y jugosa. Le dio otro mordisco, pasando los dientes por la yema del pulgar.

Los ojos de Pedro se oscurecieron al sentirlo. Le pasó el dedo por los labios y apartó la mano. Paula sintió que temblaba ante las sensaciones que despertaba su caricia. Se llevó la servilleta a los labios con manos trémulas.

Permitió que le sirviera otro brandy. Lo necesitaba para calmar sus nervios. Pedro entrechocó las copas.

—Por Lenape Bay y Maiden Point.

—Por Lenape Bay —dijo ella que no estaba dispuesta a brindar por el resto.

Cerró los ojos para sentir la calidez del licor. A pesar de todas sus bravatas, tenía los músculos en tensión. Hizo girar la cabeza para aliviar el cuello.

—¿Estás cansada?

—Un poco. Ha sido un día muy largo —dijo ella masajeándose la nuca.

Pedro se levantó de la silla y se puso tras ella.

—Déjame a mí.