sábado, 21 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 20





El vestido que eligió Paula de entre los que le había mandado ZinZin era suave y femenino. El estilo cruzado que tenía le hacía sentirse muy cómoda ya que disimulaba su ensanchada cintura.


Los pliegues de la tela llegaban al suelo y tenía una mezcla de tonos asalmonados y color crema. Se arregló el pelo en un moño y se puso un par de pendientes de diamantes que Pedro le había regalado las Navidades anteriores. Sabía que tenía buen aspecto. Antes de dirigirse a la puerta agarró un pequeño bolso de fiesta y una pashmina que ZinZin había combinado con el vestido.


Pedro la estaba esperando en el vestíbulo del hotel. Llevaba puesta una chaqueta blanca y una corbata negra.


Durante un momento, tanta belleza masculina dejó a Paula sin aliento.


—Espero no haberte hecho esperar —dijo, acercándose a él.


—No, yo también me hospedo en este hotel.


—¿Aquí? ¿En el Ascot?


—Karen y Raul se están quedando en el apartamento y no hay suficiente espacio para los tres.


Paula pudo imaginarse que el reciente acercamiento entre Karen y Raul tal vez hiciera a Pedro sentirse como un intruso. El apartamento era un nidito de amor.


—¿Te estás hospedando aquí por la cena? —quiso saber Paula, diciéndose que él no podía haber sabido en qué hotel estaba ella.


—Vamos —dijo Pedro, apartando la vista y tendiéndole un brazo—. No queremos ser los últimos en llegar.


La cena de San Valentín se iba a celebrar en el salón de baile del Ascot, una enorme sala adornada con brillantes arañas de luces.


Se acercaron a la mesa Alfonso, donde Karen y Raul, Briana y Jake, así como varias personas que reconocía de la tienda Alfonso de Melbourne, estaban ya sentados.


—Ese vestido es impresionante, Pau —comentó Briana después de saludarlos—. Sabía que ZinZin encontraría algo perfecto para ti.


—Le aconsejaste muy bien.


—Esta noche pareces incluso… —Briana hizo una pausa— voluptuosa.


Paula emitió una pequeña risita, pero la aprensión se apoderó de ella. No podía permitirse que Briana adivinara…


—Creo que he ganado un poco de peso recientemente.


—Pues estás muy bien —le aseguró Briana—. Estás muy guapa.


—Yo también me he dado cuenta —terció Pedro—. Cada día estás más guapa, Pau.


Incluso Briana se quedó impresionada ante aquel comentario.


—¡Sois unos aduladores! —se apresuró a exclamar Paula.


—¿No estarás hablando de Pedro, verdad? —preguntó Karen, introduciéndose en la conversación—. Mi hermano nunca pierde el tiempo con halagos. ¿Qué ha dicho?


—No importa —contestó Paula, sintiendo cómo se ruborizaba—. ¿Podemos cambiar de asunto, por favor? —suplicó.


—He oído que predijiste que Diamond Lady iba a ganar —dijo entonces Karen—. Espero que hubieras apostado mucho por ella.


—Umm… no hice ninguna apuesta —contestó Paula, agradecida ante el cambio de tema.


—Pero todos los demás sí que lo hicimos —añadió Pedro, sonriendo a Paula.


Ella sintió cómo un cosquilleo le recorría la espina dorsal y apartó la vista.


Entonces Briana comenzó a hablar de lo que había ganado e hizo un comentario sobre los tiburones financieros. En ese momento Paula logró recordar algo…


Jake Vanee… un tiburón financiero. ¡Desde luego! Se preguntó cómo podía haberse olvidado de un nombre que aparecía tan frecuentemente en las páginas de economía.


Durante la cena continuó el animado debate sobre potras y predicciones de ganadores. Paula no habló mucho ya que estaba demasiado pendiente del hombre que tenía sentado al lado.


Cuando Pedro echó su silla hacia atrás, ella suspiró silenciosamente, aliviada. Sin duda iría a hablar con alguien y le daría un respiro de su agobiante presencia.


—¿Bailas? —preguntó Pedro de pie al lado de su silla y tendiéndole la mano.


Paula, que sabía que no tenía ninguna opción de negarse, se levantó a regañadientes.


En la pista de baile él la agarró estrechamente y ella se percató de las miradas especulativas de algunas de las parejas que bailaban a su lado.


—No deberíamos hacer esto.


—¿Por qué no? —preguntó Pedro, frunciendo el ceño.


—Todos pensarán que somos pareja.


—Quizá debiéramos serlo —contestó él, acercándola aún más a su cuerpo.


—¡No! —espetó ella—. Es muy tarde para eso. No quiero que la gente piense…


—No me importa lo que la gente piense. Lo que quiero es que seas feliz, así que si te hace infeliz estar tan cerca de mí, simplemente dímelo y te soltaré.


—¿Me soltarás? —preguntó ella, mirándolo a la cara—. ¿Quieres decir que dejarías de bailar y me permitirías regresar con los otros?


—Si eso es lo que quieres…


Por la determinación de su voz, Paula supo que lo haría, así como también supo que probablemente jamás le volvería a pedir que bailara con él. Pero ello implicaba que nunca volvería a estar tan cerca de él y no sabía si podría soportarlo.


Así que en vez de apartarse se quedó entre sus brazos, tan cerca de él que pudo oír el latir de su corazón contra su mejilla.


—Hueles tan bien… —murmuró Pedro, hundiendo la cara en su pelo y acariciándole la espalda—. Y eres tan suave…


A Paula le recorrieron el cuerpo pequeños escalofríos y se preguntó si él la habría echado de menos. Pero eso sería esperar demasiado.


Incluso si lo hubiera hecho, ¿qué cambiaría? Pedro no deseaba una esposa ni una familia. Y ella no quería un hombre dedicado enteramente a sus negocios, como lo era él, sino un hombre que pasara tiempo con ella y que quisiera ver a su hijo crecer. No quería un hombre lleno de ambición y deseos de poder. Si tenía que ser sincera, quería un hombre que la deseara más que a nada en el mundo.


Y ese hombre nunca podría ser Pedro… aunque parecía haber sido creada para él.


Mientras bailaban, él le colocó una mano en la cadera y ella sintió cómo se estremecía.


Había echado de menos aquella proximidad, estar acurrucada contra él en medio de la noche, oírle decir su nombre, verlo sentado al otro lado de la mesa mientras desayunaban. Lo había echado de menos.


Sin pensarlo, lo abrazó aún más estrechamente. La calidez de su cuerpo y la leve fragancia del caro aftershave que llevaba embriagaron sus sentidos.


Cuando la canción terminó, él continuó abrazándola durante un momento. Entonces la soltó.


Un profundo vacío se apoderó de ella y sintió una dolorosa soledad.


—Ven —ordenó él, poniéndole un brazo por encima de los hombros y guiándola a la mesa donde estaban sentados Karen y Raul.


Pedro agarró el bolso y la pashmina de Paula.


—Voy a llevar a Paula a su habitación —declaró—. Despedidnos de Briana y de Jake.


Karen se quedó impresionada, pero enseguida sonrió.


Paula se planteó objetar ante aquella actitud prepotente de Pedro. Pero con sólo mirarlo a los ojos sus intenciones se disiparon.


Una vez salieron de la sala de baile, se dio cuenta del silencio que se creó entre ambos, silencio que se hizo más pronunciado cuando entraron al ascensor.


—¿En qué piso estás? —le preguntó entonces Pedro.


Ella le contestó.


El silencio volvió a apoderarse de la situación. Paula se quedó mirando el panel de control del ascensor. Cuando por fin llegaron a su piso, ambos salieron al pasillo.


—Te acompañaré a tu habitación.


—No es necesario —dijo ella con voz ahogada. No se atrevió a mirarlo.


Pero él no le hizo caso y comenzó a andar a su lado por el pasillo.


Cuando llegaron a su habitación, Paula se detuvo y buscó en su bolso la tarjeta de acceso, consciente de lo acelerado que tenía el corazón.


—Invítame a entrar, Pau.


Ella lo miró y vio la pasión reflejada en sus ojos…


—Sí —susurró.


—Bien —dijo él, tomando la tarjeta de la temblorosa mano de ella.


Abrió la puerta y ambos entraron al dormitorio.







UN SECRETO: CAPITULO 19






El verde esmeralda del hipódromo Flemington, en Melbourne, creaba un precioso contraste con la ropa que llevaban los jinetes.


—Preciosas, ¿verdad?


Al oír la voz de Pedro, Paula bajó sus binoculares.


Él iba vestido completamente de negro; camisa y traje negros combinados con unos elegantes zapatos italianos del mismo color. Estaba muy elegante, parecía peligroso… un Alfonso de los pies a la cabeza.


—No sabía si al final vendrías.


—No esperaba verte aquí —contestó ella, mirándolo a los ojos—. Dijiste…


—¿Qué iba a ir a Janderra? —dijo Pedro con satisfacción.


¡La había engañado a propósito! No podía creer que Pedro hubiera hecho eso.


—¿Qué potra te gusta? —preguntó él.


—No apuesto —contestó Paula.


—Ya lo sé. Pero el año pasado elegiste a la ganadora antes siquiera de que la carrera hubiera comenzado.


—Me sorprende que te dieras cuenta de ello —comentó ella, ya que durante los anteriores dos años apenas se habían mirado el uno al otro en las carreras. Absoluta discreción.


—Yo me doy cuenta de todo lo relacionado contigo —murmuró Pedro—. Incluso recuerdo el traje negro que llevaste el año pasado… y cómo te desaté el ceñido corsé después…


Paula no quería recordar los momentos vividos aquella noche durante la que habían compartido una botella de Taittinger en un jacuzzi.


Eran recuerdos demasiado seductores.


Y nada de eso ocurriría aquella noche, ya que donde iba a quedarse era en una habitación del lujoso hotel Ascot Gold. 


Sola.


Una preciosa potra pasó por delante de ella y pudo ver que el jinete llevaba estampado un largo diamante rosa en la parte delantera y trasera de su ropa. Era una potra Alfonso.


—¿Cómo se llama esa potra?


—Diamond Lady —contestó Pedro—. ¿Recuerdas cómo pasamos el día siguiente en la cama y que sólo nos levantamos por la tarde para comer?


—¡Paula… Pedro!


Paula dio un respingo, sorprendida. Le estaría eternamente agradecida a Briana por aquella oportuna interrupción. La modelo iba vestida con un impresionante vestido de seda amarillo y la acompañaba un hombre alto y de pelo oscuro.


—Jake Vanee —anunció Briana—. Jake, éste es Pedro Alfonso… y ésta es mi amiga Paula, que es la gerente de la tienda Alfonso de Sidney.


Jake sonrió abiertamente. Jessica había oído su nombre antes, pero no recordaba dónde.


—¿Estáis preparados para subir a las tribunas para sentarnos? —preguntó Briana.


—Sí —se apresuró a responder Paula. Tener compañía desviaría de ella la atención de Pedro.


—Así que, Pau, ¿quién es tu favorito? —preguntó Jake Vanee.


—Diamond Lady —contestó Paula.


Tanto Briana como Jake rieron.


—Claro, debería habérmelo esperado —comentó Jake.


—Yo voy a apostar por esa potra —anunció Pedro, comenzando a alejarse.


—Espero que no te bases en mi opinión —dijo Paula, alarmada. Sólo había repetido el nombre que había oído con anterioridad—. No hay ninguna prueba científica que sustente mi teoría.


—Quizá sea intuición femenina —reflexionó Briana—. Creo que yo también voy a apostar por la misma potra.


—Entonces será mejor que yo también lo haga —añadió Jake.


—Entonces, no me culpéis cuando todos perdáis vuestro dinero —les advirtió Paula, dirigiéndose entonces a la tribuna reservada para los Blackstone.


Cinco minutos después aparecieron sus tres acompañantes.


—Pau, mi apuesta no me va a arruinar —comentó Briana, sentándose al lado de su amiga.


—Me alegra verte aquí, cariño —dijo Paula—. Y aún más me alegra verte con alguien que no sea Patrick.


—Jake y yo no vamos en serio. Yo tenía que salir y Jake simplemente me invitó. Eso es todo.


—Quizá llegué a convertirse en algo más especial.


—Oh, tú… ¡eres una romántica! —Briana se rió—. Tenemos que encontrarte un hombre. Desde que te conozco no has salido con nadie.


—Estoy tratando de convencer a Pau de que salga a cenar conmigo esta noche —comentó Pedro, acercándose con dos copas de champán en las manos.


—Gracias —dijo Briana al tomar una de las copas. Entonces se dirigió a Paula—. ¡Oh, Pau, no puedes negarte a una invitación así!


—No puedo ir a cenar contigo —contestó Paula, centrando su atención en Pedro—. Tienes que ir al baile de San Valentín que se celebra después de las carreras… y yo no tengo invitación.


—Podrías ser mi pareja —sugirió Pedro.


—¡Está hecho! —se apresuró a decir Briana antes siquiera de que Pau pudiera oponerse—. ¿Por qué no nos sentamos juntos los cuatro?


Paula sintió ganas de asesinar a Pedro, pero por el momento lo ignoraría. No comprendía por qué tras años de silencio él quería que todos supieran que eran pareja precisamente en aquel momento en el que su relación se había roto. No tenía sentido.


—Hay que ir de etiqueta y yo no he venido vestida apropiadamente para ello —contestó.


—Eso se puede solucionar fácilmente —declaró Briana—. Tengo un acuerdo con un par de diseñadores para que muestren sus vestidos y no tendrán ningún problema en vestirte —añadió, agarrando su teléfono móvil y telefoneando a un tal ZinZin.


Paula miró a Pedro y éste levantó su copa a modo de brindis silencioso.


—Todo arreglado —dijo entonces Briana al finalizar la llamada—. Cenicienta puede ir al baile.


Paula se contuvo de hacer ningún comentario; no le quedaba otro remedio que acompañar a Pedro y merecería la pena aunque sólo fuera por mantener la sonrisa en la cara de Briana.


La modelo lo había pasado muy mal con sus anteriores relaciones sentimentales y lo que necesitaba era un hombre bueno a su lado.


Cuando las potras comenzaron a correr, Pedro y Briana estuvieron muy pendientes de la carrera.


—¡Aquí vienen! —exclamó Pedro—. Y Diamond Lady va la primera.


Las potras pasaron por delante de ellos y pudieron ver cómo los jinetes inclinaban la cabeza para saludarlos. El murmullo de la muchedumbre era ensordecedor.


—¡Quizá gane! —continuó Pedro, cuyo entusiasmo era contagioso.


Paula le agarró la mano y apretó con fuerza al llegar las potras a la meta. Entonces vieron en la enorme pantalla de televisión del recinto que su potra favorita había ganado.


Briana se giró hacia ella, sonriendo.


—¿Ves? No he perdido ni un céntimo.


—¡Sí! —Pedro levantó un puño al aire.


—¡Diamond Lady ha ganado! —exclamó Paula, que no podía creérselo. Sin percatarse de ello comenzó a dar brincos de alegría.


Pedro la abrazó estrechamente y entonces la besó.


Fue un beso rápido, lleno de euforia y alegría. Cuando dejó de besarla sus miradas se encontraron…


—¿No deberías estar abajo, en la tribuna de ganadores, para presentar el trofeo? —se apresuró a decir Paula.


Pedro dejó de abrazarla y se apartó.


—Karen va a hacer los honores familiares este año. Yo siempre lo hice durante los años que ella estuvo en Nueva Zelanda. Raul está a su lado.


Paula se sintió muy decepcionada ante el hecho de que él se hubiera apartado. Parecía que habían pasado siglos desde que la había tocado por última vez.


—Además… —continuó él— es mucho más agradable estar aquí en la tribuna bebiendo champán francés y sentado a tu lado. ¿Quieres que te sirva más?


—Ya he bebido suficiente —contestó Paula, dejando su copa sobre la mesa—. Todavía tengo que conducir hasta mi hotel y arreglarme para la cena.


—¿Dónde te estás alojando, Pau? —quiso saber Briana—. Haré que ZinZin te mande una selección de vestidos para que te los pruebes.


—En el Hotel Ascot Gold —contestó Paula.


Pedro la miró con una extraña intensidad y ella deseó saber qué estaba pensando.


—Te veré en el vestíbulo a las siete —dijo entonces él con un intenso brillo reflejado en los ojos.






UN SECRETO: CAPITULO 18





Hubo un momento incómodo cuando Pedro entró en el salón de exposiciones el lunes por la mañana. Miró a Paula a los ojos y ésta supo que no le había perdonado el que no hubiera vuelto a su cama. Se puso tensa y miró a la mujer que lo acompañaba, que vestía de forma desenfada y con alegres colores.


—Paula, conoces a mi prima, Danielle, ¿verdad? —preguntó él.


—No nos conocimos en el funeral, pero hemos hablado por teléfono —contestó Paula, saliendo del mostrador donde le había estado dando a Candy, una de las vendedoras, una serie de instrucciones. La dio la mano a la prima de Pedro—. Siento la pérdida que ha sufrido tu familia.


—Mi madre y yo lo echamos muchísimo de menos —contestó Dani con la tristeza reflejada en los ojos.


—Perdonadme, tengo que realizar un par de llamadas telefónicas —terció Pedro—. Utilizaré tu despacho, Paula.


—Desde luego —contestó ella, que desde lo que le había dicho él el viernes era consciente de que era el despacho de ambos. Entonces se centró en la prima de Pedro—. Siempre te he llamado Dani porque ése es el nombre que utilizas para tu negocio. ¿Prefieres que te llame Danielle?


—Para mi familia siempre seré Danielle, pero en Port Douglas todos me conocen como Dani. También saben que me visto así —contestó la chica, señalando su colorido vestido—. Después de salir de aquí voy a regresar directamente a Port Douglas, así que no le digas a mi madre que no he venido vestida con traje. Se sentiría avergonzada. Y me puedes llamar como quieras.


Paula rió ante la franqueza de Dani.


—A mi madre también hay cosas que le gustaría que yo hiciera. Como encontrar un buen hombre y casarme con él.


—A la mía también —concedió Danielle, sonriendo con complicidad. Entonces vio los folletos para la exposición—. Oh… ¿hay algún diseño mío?


—Mira tú misma —la invitó Paula—. Las imágenes de los diseños que mandaste han salido estupendamente.


Dani Hammond era como una ráfaga de aire fresco y Paula no pudo evitar sonreír al ver el entusiasmo de la chica al observar los folletos.


—¡Caramba! Esta piedra es impresionante. Imagínate pulirla —comentó Danielle con gran respeto—. Yo estaría muerta de miedo si tuviera que realizar la primera alteración.


—Increíble, ¿verdad? —dijo Paula—. Es la Estrella del desierto, la primera de las grandes piedras que llegaron de Janderra tras la apertura de la mina. Se expondrá como parte de la historia de Alfonso Diamonds, pero no está a la venta.


—Mi tío me la enseñó una vez cuando yo era pequeña. Me dijo que era perfecta.


—Está en la cámara acorazada. ¿Querrías volver a verla?


—¡Por favor! —exclamó Dani, levantando el maletín que su primo había llevado con él—. He traído conmigo algunas de mis joyas para la exposición. También las tendremos que guardar en la cámara acorazada.


Entonces ambas mujeres se dirigieron allí, pasando el salón de exposiciones. Paula abrió un cajón y sacó una caja. La abrió para mostrar la solitaria piedra preciosa que reposaba en terciopelo negro.


—Déjame ver… —dijo Dani, maravillada.


—Quizá no sea un diamante con color como lo son la mayor parte de las piedras que se obtienen en Janderra, pero la transparencia y la claridad que tiene son increíbles —afirmó Paula, acercándole la caja.


Dani la tomó delicadamente y tocó la piedra con veneración.


—Howard tenía razón: es impresionante. Y Aaron Lazar hizo un trabajo estupendo puliéndola. También pulió El corazón del interior, la piedra que mi abuelo les dio a la tía Úrsula y al tío Enrique tras el nacimiento de Dario. Enrique y él eran socios de negocios… así fue cómo mi tía Úrsula conoció y se casó con Enrique.


Pedro no habla de su madre —no pudo evitar decir Paula—. He oído que ella se suicidó cuando él era pequeño.


—Él tenía sólo tres años cuando ella murió —la informó Dani—. Mi madre dice que cuando Pedro era muy pequeño solía ponerse de pie al lado de la puerta del jardín y agarraba los barrotes; allí esperaba a que su madre regresara a casa. Una vez que comprendió que ella había muerto y que había ido al cielo, solía preguntarle al cartero si había alguna carta para él. Le dijo a mi madre que estaba seguro de que, aunque fuera desde el cielo, Úrsula se acordaría de mandarle una postal.


Paula sintió cómo le daba un vuelco el corazón al imaginarse lo solo que debía de haberse sentido Pedro de pequeño.


Entonces Dani miró a su alrededor de manera teatral y susurró:
—Todo es parte del escándalo familiar, el tipo de cosa del que nunca hablamos.


Paula captó la indirecta y retomó el asunto de los diamantes


—He oído hablar de El corazón del interior; pesaba más de cien quilates antes de que Enrique le mandara a Lazar cortarlo en cinco piedras para crear una gargantilla llamada…


—Alfonso Rose. Esas cinco piedras pulidas debían de haber sido impresionantes —comentó Dani—. No me extraña que mi tío Oliver, el hermano de mi madre, estuviera loco por la joya.


Paula no quiso interrumpir a Dani, aunque ella era una persona ajena a la familia. Enrique Alfonso se lo había dejado más que claro la última vez que lo había visto.


—Aquella joya no trajo más que mala suerte para nuestra familia —continuó Dani—. Robaron la gargantilla la noche que la madre de Pedro cumplía treinta años. Y las acusaciones no han parado desde entonces.


Paula había leído en los periódicos sobre aquel incidente ocurrido hacía tanto tiempo. Conociendo a Enrique, compartía la opinión de algunos de que él mismo había robado la joya para cobrar el seguro. Seguramente la compañía aseguradora también había pesando lo mismo, ya que nunca le pagaron una indemnización.


—La prensa expuso toda clase de teorías sobre quién robó la joya —comentó.


—Hicieron mucho daño a nuestra familia. Después de aquello, mi tío Oliver nunca quiso volver a ver a mi madre ni a mi tía Úrsula. Pero el tío Enrique siempre se portó muy bien con mi madre y conmigo. Fue como un padrino para mí.


Paula le dirigió a Dani una mirada de incredulidad.


—¿Es tan difícil de creer que Enrique tenía un lado amable? —preguntó la chica.


—Sinceramente, sí.


—Fue duro con Pedro y Karen. Quizá fuera distinto conmigo ya que no tenía las mismas expectativas, o tal vez cuando yo crecí él se había dulcificado un poco. Hizo mucho por mí. Incluso me prestó dinero, sin intereses, para que yo pudiera montar mi negocio. Si no hubiera sido por Enrique, todavía estaría de excursionismo por Asia y jamás habría tenido la oportunidad de perseguir mi sueño de crear mis propios diseños.


—Diseños que serán todo un éxito en la exposición —comentó Paula, decidiendo cambiar de asunto ya que jamás podría ser imparcial con respecto a Enrique.


—Espero que tengas razón, Paula —dijo Dani, nerviosa.


—La tengo, créeme. Dani Hammond va a ser el nombre que más se comentará en la ciudad.


—Hay cierta ironía en eso. Un evento de los Alfonso haciendo famosa a una Hammond —bromeó la muchacha. Pero entonces todo rastro de humor se borró de sus ojos—. Odio este estúpido enfrentamiento. En el funeral quise ir a saludar a Mateo Hammond. Después de todo, es mi primo. Pero parecía tan duro y enfadado que me resultó desleal a la memoria de Enrique y no fui capaz de hacerlo.


—Yo también lo odio —concedió Paula, sintiéndose invadida por la tristeza—. Tanta tensión… ¿por qué no puede simplemente terminar?


—Mi madre dice que el tío Oliver luchó contra su padre porque pensaba que El corazón del interior debía haber sido suyo. El abuelo se lo dio al tío Enrique y a la tía Úrsula cuando nació Dario. Para celebrarlo. Tras el secuestro del pequeño, el tío Oliver dijo que Enrique y Úrsula se merecían que se hubieran llevado a su niño. Ellos le habían robado lo que era suyo por derecho, así que el diamante había creado una maldición sobre ellos.


—Oí que Enrique acusó a Oliver de haber secuestrado a su hijo —dijo Paula.


—Pero no era verdad…


—Oliver Hammond robó Alfonso Rose del cuello de su hermana, mi madre —interrumpió Pedro, sobresaltando a Paula—. De tal palo tal astilla. Ahora Mateo Hammond está intentando robar las acciones Alfonso. ¿Qué otra cosa se podría esperar de un Hammond?


La vergüenza que sintió Paula por haber sido descubierta cotilleando se disipó cuando vio el dolor reflejado en los ojos de Dani.


—Pensaba que tenías que realizar algunas llamadas telefónicas, ¿no es así? —dijo, tratando de evitar que él continuara hablando.


—Soy el propietario de esta tienda, ¿recuerdas? —sentenció Pedro con una fría expresión.


—Yo debería marcharme ya. Tengo que tomar un avión —terció entonces Dani.


—No te marches por mí, prima.


—No me voy a quedar por aquí si estás de mal humor —dijo Dani.


—¡Lo siento! Siempre pienso en ti como uno de nosotros. La verdad es que me olvido de que tienes la desgracia de tener que soportar llamarte Hammond.


—Tú mismo llevas sangre Hammond en tus venas —contestó ella.


—Sigues siendo tan sincera como siempre. Siento pena por el hombre que trate de amansarte, calabaza.


Paula envidió la familiaridad que compartían ambos primos. 


Una vez Dani se hubo marchado, se dirigió a Pedro.


—Eso ha sido muy grosero.


—¿El qué? —quiso saber él—. ¿Llamar a Dani «calabaza»?


—Acusar a los Hammond de no ser más que un puñado de ladrones.


—Me refería a Oliver Hammond y a su hijo. Dani sabe que no me refiero a ella.


—¿Tú crees? —dijo Paula, frunciendo el ceño—. Tal vez piense que también la desprecias.


—Es mi prima, por el amor de Dios. Como ha dicho ella misma, mi madre era una Hammond, así que yo también soy mitad Hammond. Pero eso no cambia la certeza de que Oliver es un ladrón y un estafador.


—Él es tu tío y también tío de Dani. Pero Dani no es una Alfonso, aunque creciera entre vosotros. En su situación, yo me sentiría dividida en dos.


—¿Sí?


—¡Sí! Dani está entre dos fuegos. ¿Sabes que quiso saludar a Mateo en el funeral, pero que le preocupó ser infiel a la memoria de Enrique?


—Eso es digno de elogio. Dani siempre ha sido muy leal.


—¡Pero Enrique está muerto! —espetó Paula—. Mateo y ella están vivos. Él es su primo… y tuyo también. ¿No crees que es el momento de enterrar el hacha de guerra?


—¿En la cabeza de Mateo Hammond?


—¡Me rindo! No puedo hablar contigo. Eres la persona más testaruda que… —entonces Paula dejó de hablar. No tenía por qué ponerse de aquella manera.


Se dio la vuelta y volvió a colocar la Estrella del desierto en su caja.


—Gracias a Dios esto no tiene que ver conmigo, yo sólo trabajo aquí.


Pero ni eso iba a ser permanente. Una vez naciera el bebé…


—Mateo quiere destruir a los Alfonso —dijo Pedro detrás de ella—. Todo por lo que mi padre y yo… incluso Raul… trabajamos tan duro por conseguir está en peligro.


—¿Realmente crees que Mateo puede hacerle daño a Alfonso Diamonds? —preguntó Paula, dándose la vuelta hacia él.


—Sí, puede. Mateo quiere venganza… a cualquier precio.


—¿Crees que es porque…? —Paula no terminó de hacer la pregunta.


—¿Por qué mi padre le robó la esposa? —Pedro se encogió de hombros—. No lo sé. Y en realidad no me importa quién fuera la amante de mi padre. Pero no voy a permitir que Mateo destruya Alfonso Diamonds.