sábado, 12 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 34




El lunes por la mañana, Pedro caminaba nervioso en su despacho. Tenía un caso que no iba a ninguna parte, un jefe de policía que estaba día y noche encima de él y a la ciudadanía aterrorizada.


Tamara Mitchell continuaba en el hospital, y aunque los médicos decían que su recuperación física estaba siendo inmejorable, continuaba sin querer decir una sola palabra.


El psicólogo que la había atendido decía que era como consecuencia del trauma, y que probablemente recuperaría pronto el habla. Pero por lo pronto no quería decir nada.


La información que vinculaba a Tamara con el hombre que había asesinado a Sally y a Ruby, todavía no había sido confirmada de manera oficial, pero los rumores corrían ya por la ciudad.


Ningún enfermo de Prentice había tenido nunca a un policía armado en la puerta del hospital. Y aun así, Tamara continuaba sin sentirse segura. 


Pero Pedro no iba a renunciar.


Una buena descripción, un retrato robot y tendrían distribuida la fotografía del asesino por toda Georgia en cuestión de minutos. Lo único que necesitaba era que Tamara estuviera dispuesta a ofrecer una descripción que aportara algún dato más sobre aquel hombre al que había descrito como rubio y atractivo.


Pedro descolgó el teléfono, marcó el número del departamento de policía de San Antonio y preguntó por el capitán Tony Sistrunk.


—Hablando del rey de Roma… —dijo Tony cuando Pedro se identificó—. Acabo de leer un artículo sobre ti y el asesino de Prentice. Al parecer no te libras de los locos ni en la América rural.


—Eso parece.


—¿Y cómo te va? ¿Has atrapado algo?


Estuvieron hablando durante varios minutos, riendo y recordando viejos tiempos, y dejando también muchas cosas sin decir. No mencionaron a Natalia. Ni tampoco al tipo que la había matado. El caso se había abandonado. 


Nadie, salvo probablemente Pedro, pensaba ya en él.


—Te llamo para preguntarte por Josephine Sterling. ¿Continúa haciendo retratos robots para ti?


—Sí, y sigue siendo la mejor. ¿Alguien ha visto a tu asesino?


—No estoy seguro —le explicó la situación—. ¿Crees que Josephine podría venir a Georgia?


—Estoy seguro. La apasionan los desafíos.


—Me alegro de saber que no ha cambiado.


—¿Quieres que te dé su número de teléfono?


—Sí —lo escribió—. Me gustaría que estuvieras aquí, Tony.


—No me necesitas. Estoy seguro de que podrás atrapar a ese tipo sin mi ayuda. Por cierto, supongo que no te has enterado de lo último de RJ.


—Espero que mi hermanastro continúe pudriéndose en la cárcel.


—No vas a tener tanta suerte. Ha salido gracias a un recurso de apelación. Está libre. Ni siquiera lo han puesto en libertad condicional.


Pedro musitó un juramento.


—¿Desde cuándo?


—Desde hace unas tres semanas, pero yo acabo de enterarme. Intenté llamarte ayer, pero comunicabas todo el rato y no quería dejarte una noticia tan desagradable en el contestador.


—Sólo es cuestión de tiempo que vuelvan a arrestarlo. Ese tipo está podrido hasta las entrañas.


—Dímelo a mí. Pero es muy inteligente. No lo subestimes.


—No lo haría jamás, puedes estar seguro.


—Háblame ahora del asesino de los parques de Prentice.


Pedro y Tony estuvieron hablando durante media hora más. Cuando colgó el teléfono, Pedro se dedicó a repasar los informes de las autopsias de ambas víctimas. Los había leído en numerosas ocasiones, al igual que toda la información que tenía sobre los asesinatos, pero siempre había alguna posibilidad de que se hubiera perdido algo.


De pronto sonó su teléfono móvil.


Pedro Alfonso—contestó.


Pedro, soy Silvia, ¿te pillo en un mal momento?


—No ha habido un momento bueno desde hace dos semanas.


—Te llamaba para comentarte lo de esa periodista, Paula Chaves.


—Sí, pretendía llamarte, siento haberlo olvidado. Pero ya no hace falta que la investigues.


—Quizá no sigas pensando lo mismo cuando oigas lo que he descubierto.


Pedro se le hizo un nudo en el estómago.


—¿Malas noticias?


—Eso tendrás que juzgarlo tú.


Minutos después, Pedro estaba temblando mientras colgaba el teléfono. Sabía que el pasado de Paula no era asunto suyo. Pero aun así, eso lo cambiaba todo. Llevaba demasiado tiempo en aquel negocio como para saber que no había que pasar un solo detalle por alto. El asesino había establecido un vínculo con Paula, y en ese momento, ella estaba intentando sonsacarle información a la única persona que seguramente lo había visto. Una mujer que había estado a punto de morir minutos después de haber hablado con Paula.


Pedro había confiado plenamente en Paula, tuviera o no motivos para hacerlo. Pero no podía continuar confiando en ella. Por lo que él sabía, Paula podía tener sus propias intenciones para actuar en aquel caso.




AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 33




—¡Caramba, estás en plena forma! —Comentó Barbara, mientras se dirigían hacia los vestuarios tras haber pasado dos horas en la pista.


—Necesitaba desfogarme.


—Es por culpa de esos asesinatos, ¿verdad? ¿Tienes que escribir todos los días sobre ellos?


—Son noticia.


—Bueno, espero que a estas alturas ese tipo haya dejado Prentice y esté en el otro extremo del continente.


Una idea agradable que Paula no estaba dispuesta a chafarle.


—¿Qué te ha parecido Dario? —preguntó Barbara.


—Simpático, aunque tiene el tenis un poco olvidado. ¿Es amigo de Joaquin?


—No, es un pediatra nuevo que trabaja en la consulta de mi padre. No está casado, es nuevo en la ciudad y no conoce a ninguna otra mujer.


—¡Ah! ¡Por eso hemos jugado hoy un partido de dobles! Porque quieres seguir haciendo de casamentera.


—Por eso y porque quería que conocieras a Joaquin.


—Lo conocí en tu cumpleaños, ¿no te acuerdas? ¿Lo vuestro va en serio?


—No estoy segura. Me gusta mucho. No se parece a ninguno de los otros hombres con los que he salido. Y me entran escalofríos cuando me mira con esos ojos azules tan penetrantes. Podría ser el hombre de mi vida.


—De ningún modo —contestó Paula mientras agarraba una toalla para dirigirse a la ducha—. Tú todavía no vas a sentar la cabeza.


—Podría ocurrir. Nunca se sabe cuándo va a llegar el amor. Así que ya sabes, sal ahí fuera, bate esas maravillosas pestañas delante de Dario y pronto lo tendrás suplicando a tus pies.


Dario era un hombre agradable, pero era en Pedro en quien pensaba Paula mientras salía de la ducha. El día anterior, si Mateo no los hubiera interrumpido, la habría besado. Ella misma había provocado aquel momento de intimidad al sentarse a su lado en el sofá. 


Porque quería mucho más que un beso de Pedro.


Pero si él hubiera querido lo mismo, habría ido a verla esa misma noche, o por lo menos la habría llamado por teléfono. No lo había hecho, y tampoco había llamado por la mañana.


Quizá porque no necesitara nada más que sus recuerdos y la fotografía que conservaba en su dormitorio.




AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 32




Pedro se montó en el coche con intención de dirigirse hacia su casa. Pero en cuanto se detuvo ante el primer semáforo, giró hacia la derecha y condujo hacia la zona de Hunter's Grove.


Aparcó a una media manzana de la casa de Paula. Desde allí podía ver encendidas las luces del piso de arriba. Debía de estar despierta.


Le habría encantado llegar hasta allí, llamar a la puerta y estrecharla entre sus brazos. Pero Mateo tenía razón. Todavía no estaba preparado para zambullirse. Necesitaba continuar fuera del agua.


Se recostó contra el asiento, apoyando la cabeza en el reposacabezas. Debería irse a casa y dormir. Y eso era lo que iba a hacer. Pero antes, cerraría los ojos un instante.


Y en cuanto lo hizo, apareció la imagen de Paula en su cabeza, enfundada en un vestido de satén y ofreciéndole sus labios.


—He estado esperándote, Pedro. He estado esperándote durante toda mi vida…


Cuando volvió a abrir los ojos, Paula había apagado la luz de su casa. Pedro puso el motor en marcha y se alejó dispuesto a enfrentarse a otra noche de insomnio.




AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 31




Pedro se sentó en un taburete frente a Mateo. El Grille estaba prácticamente vacío aquella noche. Sólo había algunos clientes en la barra. Mateo estaba tomando su tercera cerveza. Pedro disfrutaba de la primera. Estuviera o no de servicio, le gustaba tener la mente despejada en momentos como aquél, por no hablar de que tenía un dolor de cabeza mortal por culpa del insomnio.


—¿Crees que hay alguna posibilidad de encontrar una prueba de la identidad de ese tipo en la camioneta? —preguntó Mateo.


—No sé cómo van a encontrarla. Prácticamente no ha quedado nada.


—Ese hombre sabe lo que está haciendo. Se deshizo del número de identificación de la camioneta y cambió la matrícula antes de prenderle fuego.


—Actúa como si fuera un policía —comentó Pedro.


—O alguien que sabe perfectamente cómo identificar un vehículo —añadió Mateo—. ¿Cómo crees que ha vuelto a la ciudad después de haber quemado la camioneta? Odiaría pensar que tiene un cómplice. Que hay dos tipos desquiciados paseando libremente por las calles de Prentice.


La camarera se detuvo frente a su mesa, aunque era evidente que todavía no necesitaban otra cerveza. El servicio siempre era magnífico cuando Mateo andaba cerca. Fueran jóvenes o viejas, las mujeres revoloteaban alrededor de aquel tipo. E incluso Pedro, tenía que admitir que era un hombre atractivo.


—Estáis muy serios —comentó la camarera.


—Los policías siempre están serios —contestó Mateo—. Y ten cuidado, porque como hagas demasiadas travesuras, puedes terminar con un par de esposas en las muñecas.


La camarera sonrió y deslizó un dedo por el brazo de Mateo.


—Eso suena un poco perverso, detective. Pero supongo que siempre llevas encima un par de esposas, por si acaso…


—¿Sabes? Me parece que estás buscando problemas.


—Bueno, ya me conoces. Nunca busco más de lo que soy capaz de dominar. ¿Queréis otra cerveza?


—Para empezar.


La camarera se alejó meciendo las caderas y Pedro tuvo la sensación de que allí había algo más que un inofensivo flirteo. Pero lo que Mateo hiciera fuera del trabajo, no era asunto suyo.


—Esa chica sí que está bien —comentó Mateo cuando por fin desvió la mirada de la espalda de la camarera—. No tiene tanto estilo como tu periodista, pero no está mal.


—Yo no tengo ninguna periodista.


—Te equivocas. Hoy, en cuanto he visto que estaba en tu casa he pensado que…


—Pues te has equivocado.


Pedro no sabía por qué lo irritaba tanto que asumiera que había una relación entre ellos. 


Quizá porque en el fondo deseaba que fuera verdad. Pero en ese caso, tendría que decidir qué hacer con aquel sentimiento. Habían pasado siete años desde la muerte de Natalia. 


Había salido con algunas mujeres desde entonces, pero ninguna había significado nada para él.


Con Paula las cosas serían diferentes. De hecho, ya estaban siendo diferentes.


—Ya es hora de que mires hacia el futuro, Pedro. No puedes vivir siempre en el pasado.


—¿Crees que es eso lo que estoy haciendo?


—A mí me lo parece. Y creo que también se lo parece a Paula.


—¿Eso qué significa?


—Ha visto la fotografía de Natalia en tu casa, colocada en la estantería, como si aquello fuera una especie de santuario.


—No es ningún santuario. Y yo no vivo en el pasado.


—¿Ah, no? Natalia murió hace siete años, pero cada vez que una mujer muestra algún interés por ti, retrocedes de nuevo hasta tu refugio.


—No sé de qué estás hablando.


—Paula es una mujer buena. No le hagas daño.


—No pretendo hacérselo.


—No, claro… —Mateo dio un largo sorbo a su cerveza—. ¿Entonces qué vamos a hacer con Tamara? Estoy seguro de que sabe más de lo que cuenta. En caso contrario, el asesino no se habría tomado la molestia de mantenerla callada.


—No tenemos ninguna prueba de que haya sido el asesino el responsable del accidente.


—Quizá no tengamos suficientes pruebas para llevarlo ajuicio, pero para mí son más que suficientes.


—Espero que Tamara pueda llegar a sentirse suficientemente segura como para hablar antes de que ese tipo intente arremeter otra vez contra ella.


Pedro se terminó la cerveza. Estaba agotado, pero gracias a una media docena de píldoras había conseguido aletargar el dolor de cabeza. Por lo menos hasta que Mateo había vuelto a sacar el tema de Natalia.


—Me voy —anunció—, quiero dormir algo antes de que surja otra emergencia. ¿Te vienes?


—No, todavía no. Probablemente me tome un par de cervezas más.


—Conserva las esposas en el bolsillo.


—Naturalmente, compañero… Hasta que pueda hacer un buen uso de ellas.



AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 30




Paula llegó a casa desde el hospital a las ocho y media. La visita había sido más angustiosa que útil. Tamara había abierto los ojos en alguna ocasión, pero se limitaba a clavar la mirada en el techo sin mirar a nadie. Ni siquiera a su madre, que no se había apartado en ningún momento de su hija.


A pesar del policía que vigilaba en la puerta, Tamara continuaba teniendo un miedo atroz. Y también su madre, aunque lo único que realmente sabía, era que el coche de Tamara se había salido de la carretera.


Pero tanto, si Tamara hablaba como si no, pronto se extenderían los rumores. La ciudad ya estaba dominada por el miedo y el hecho de que una mujer hubiera tenido un accidente en una zona tan solitaria, era suficiente para desencadenar una nueva oleada de pánico y una docena de rumores sobre lo ocurrido.


Aun así, la madre de Tamara no quería que se llevaran a su hija al hospital de Atlanta. A pesar de todo lo que había ocurrido, la señora Mitchell sentía que corrían menos peligro permaneciendo cerca de casa. 


Afortunadamente, las heridas de Tamara eran menos graves de lo que en un principio parecían, y el hospital de Prentice se ajustaba más que de sobra a sus necesidades.


Paula terminó de prepararse un sandwich y se llevó la cena al pequeño estudio que tenía en la parte trasera de la casa, acelerando el paso cuando pasó ante la puerta del sótano. Era una tontería tener miedo de una inofensiva corriente de aire, sobretodo cuando tenía una explicación totalmente lógica. El sótano no estaba completamente bajo tierra. Tenía una ventanita que era visible desde la parte superior de la casa y aquella zona seguramente era mucho más fría que los pisos superiores.


Durante una tarde soleada, Paula había llegado incluso a abrir la puerta, pero las escaleras que bajaban al sótano y las oscuras sombras que desde la puerta veía le habían parecido tan tenebrosas que había cerrado de un portazo y se había alejado inmediatamente de allí. Aquel miedo no tenía nada que ver con los fantasmas de los Billingham. Se debía al terrible parecido de aquellas imágenes con las de sus pesadillas.


Paula dejó el plato con el sandwich en la mesa y pulsó el botón del contestador. Sólo tenía una línea telefónica en la casa y rara vez la utilizaba para algo que no fuera conectar el módem del ordenador, pero algunos de sus amigos tenían el teléfono de su casa.


La primera llamada era de Barbara, que quería confirmar la cita de la mañana siguiente y preguntarle si no le importaría que jugaran un partido de dobles con un par de chicos guapos. 


A Paula le importaba. Ella sólo quería desahogarse físicamente aporreando pelotas y no tener que mostrarse amable con un tipo al que no conocía, y al que probablemente no volvería a ver jamás en su vida. Pero no anuló la cita. Era más fácil soportar el partido que explicarle a su amiga los motivos por los que sí le importaba.


La segunda llamada no contenía ningún mensaje. Paula comprobó el identificador de llamadas. Era un número desconocido. ¡Maldita fuera! Era él. No necesitaba un mensaje para saber que había conseguido el número de teléfono de su casa.


Aquel hombre era un loco peligroso, pero a pesar de lo que Pedro pensaba, no estaba amenazándola. Sencillamente, estaba buscando la manera de llegar hasta ella. Paula no quería quedarse a solas con él, de hecho, la aterrorizaba que supiera dónde vivía. Pero aquello tenía que parar, y a menos que Tamara hablara y les diera una descripción más precisa, Paula podría ser el único vínculo que podía tener Pedro con el asesino. La pista que Pedro estaba buscando.


Aquel hombre no sólo mataba, sino que marcaba con sangre el cuerpo de sus víctimas. 


¿Qué podía significar eso? ¿Y por qué había matado en las dos ocasiones en el parque? ¿Y por qué la atención de los medios de comunicación significaba tanto para él?


No tenía respuesta para ninguna de aquellas preguntas. Encendió la pantalla del ordenador y comenzó a escribir. Pero no un artículo para el periódico, sino todo un flujo de pensamientos dirigidos al asesino de los parques de Prentice.


«Debes de tener un alma negra, permanentemente herida. ¿Qué te ha convertido en una bestia y te impide comportarte como un ser humano? ¿Y qué es lo que quieres de mí? ¿Estás buscando ayuda, o sólo eres una prolongación de mis pesadillas? ¿Habrá evocado mi pasado algún demonio atroz que pretende acompañarme durante toda mi vida?»