martes, 23 de agosto de 2016

ESCUCHA TU CORAZON: CAPITULO 6





Pedro


Estoy empezando a mosquearme. Llevo ya cinco minutos llamando a la puerta y dando gritos y nada. Que esta mujer ni se inmuta. Y encima sigo escuchando el sonido del agua. 


¿Se cree que la regalan? Lleva más de quince minutos ahí dentro. ¡Cuando abra me va a oír! Vamos que si me va a oír…


De súbito, se abre la puerta y me quedo en blanco ante la imagen que tengo ante mí.


—¿Sucede algo? — pregunta con expresión de angustia, como temiendo que pasara algo grave.


¡Vaya! Casi no puedo ni creer cómo he conseguido fijarme en su expresión porque mis ojos no pueden dejar de mirar cada parte de su cuerpo. Por no mencionar el hecho de que por un momento no logro recordar para qué he subido a su casa.


Solo puedo pensar en esas largas piernas que tengo ante mí, en los atributos que asoman bajo la minúscula toalla y en ese cabello negro y mojado que gotea lentamente sobre el suelo.


¡El suelo!


Alrededor de sus descalzos pies hay un charco que aumenta con cada gota que le cae del pelo.


—¡Eh! ¿Es que no se te ha ocurrido secarte primero? ¡Vas a estropear el suelo de madera! ¡¡Es madera de roble!!


Me mira con ojos rabiosos y, para ser sinceros, no entiendo el porqué. Yo no he hecho nada. Es ella la que se va a cargar mi preciosa tarima.


—¿Secarme? Quizás se me hubiera ocurrido vestirme —exclama irónica— si no hubiera habido un zumbado aporreando la puerta y gritando sin parar. ¡Creía que había pasado una desgracia! He salido de la ducha corriendo.


La observo con la boca abierta y no soy capaz de responderle. Me cuesta pensar cuando el miembro que rige mi cuerpo ahora no es mi cerebro. ¡Joder! Si se hubiera dignado a aparecer con algo de ropa podría decirle lo que he venido a decirle. Así es misión imposible. ¡Que soy un tío!


Fijo la mirada en sus ojos y trato de prestar atención a lo que me dice.


—¡Podría haber resbalado y haberme desnucado! —continúa—. Y a ti lo único que te preocupa es tu suelo de madera… No, y luego encima pensarás que la pija soy yo —murmura más para sí que para mí.


¿De qué va? Apenas lleva unas horas bajo el mismo techo que yo y ya me está trastocando la vida, ni en broma pienso dejar que me haga sentir mal. Yo no soy ningún señorito; por eso mismo hay que cuidar las cosas. Seguro que ella no le da importancia a estropear nada porque todo lo repone con rapidez gracias a la Visa… o a la Mastercard.


En fin, Pedro, céntrate.


—Pues lo que pasa… —seguro que lo que voy a decir a continuación va a cabrearla todavía más—, es que…


Me detengo a mitad frase al sentir un calor asfixiante. La casa parece una sauna. Solo le falta el vapor para serlo, ¿a cuántos grados estamos aquí dentro?


—¿Has tocado la calefacción? —pregunto olvidando de nuevo el motivo de mi visita.


Me mira altiva y replica:
—Si te refieres a que si he subido la temperatura, sí, lo he hecho. Aquí hacía un frío de muerte e iba a meterme en la ducha. ¿Supone eso algún problema también?


—¿Que si supone algún problema? ¡Pues claro! Soy yo el que paga la calefacción, ¡por no hablar del agua! Lo llevas incluido en el alquiler así que no pienses ni por un momento que voy a permitir semejante despilfarro.


—Mira, esta es ahora mi casa. Como tú has dicho, te pago un alquiler por ella y en el contrato no pone nada de no poner la calefacción ni de estar más de cinco minutos en la ducha. ¡No haber incluido los gastos de luz, agua y gas en el precio! Es tu problema.


—¡Claro que no pone nada! —bramo furioso—. No creí que fuera necesario, cualquier persona con dos dedos de frente actuaría como yo digo. ¿O es que quieres cargarte el medio ambiente? Lo lógico es ahorrar agua, energía… ¿En qué pensabas?


Noto en su cara que piensa que tengo algo de razón, pero también que no está dispuesta a ceder. Es de las que no dan su brazo a torcer. Puede que no sea para tanto, pero me ha puesto de una mala hostia…


—¿Has subido a mi casa hecho una furia porque estaba malgastando agua?


La miro cabreado cuando enfatiza el pronombre posesivo.


—Sí. He subido a mi casa, la que yo te he alquilado, porque estás derrochando el agua y no voy a permitirlo. Así de simple.


—No pienso dejar que me digas cuánta agua he de gastar o a qué temperatura he de poner la calefacción. ¡Si esto parecía un congelador!


No le contesto y, al cabo de un par de minutos, ella parece razonar.


Me mira con una carita angelical que, estoy convencido, utiliza para convencer a los clientes de que hagan un plazo fijo o un seguro, y dice con dulzura:


—No te preocupes, pásame a final de mes las facturas. Yo cubriré lo que se exceda y, si eso es todo —murmura mientras me toma del brazo y me acompaña a la puerta—, te ruego me disculpes, pero he de ir a secarme. ¡No querrás que estropee el suelo!


Me cierra la puerta en las narices y me quedo parado, al otro lado, con una sensación de derrota en el cuerpo.


Chica de asfalto 1-Hombretón del norte 0.



****


Menuda nochecita he pasado. No he pegado ojo y todo por culpa de mi nueva «vecina». Bajé a casa con los nervios a flor de piel después de la discusión y… por esto… otras cosas. Lo irónico de la situación es que después de haber subido a echarle la bronca por pasarse con la ducha, yo mismo tuve que pasarme casi quince minutos bajo el agua para recuperarme. Eso sí, bajo el chorro de agua helada. No podía quitarme de la cabeza sus largas piernas, con esos muslos firmes y torneados. ¿Por qué las tías buenas tienen que ser siempre las más insoportables?


En fin, por si eso no bastara ¡ha vuelto a ducharse esta mañana! Pero bueno, ¿es que no le valía con la ducha de anoche? ¿Cuántas veces necesita hacerlo? Por no hablar de los taconeos que me han martilleado la cabeza mientras desayunaba.


Me parece que esta chica no sabe adónde ha venido.



ESCUCHA TU CORAZON: CAPITULO 5




Paula


No puedo evitar admirar el interior de la casona. Pese a que todos los muebles de la casa son de un estilo absolutamente opuesto al mío no puedo negar que el conjunto tiene cierto encanto. Mullidos sofás, cálidas y coloridas alfombras y muebles de madera que parecen de otro siglo. O que igual lo son. Todo muy hogareño y con un toque rústico. A mi mente vienen mis muebles blancos y modernos, de líneas rectas y detalles metálicos. Aquí todo parece abarrotado… cuadros, fotografías y láminas llenan las paredes de piedra. Uf, me estoy agobiando con tanto trasto.


Me giro disimuladamente hacia el dueño de la propiedad pensando que, aunque no es un dechado de modernidad no parece que este sea tampoco su estilo. Pero qué digo, este tío es un ganadero… probablemente no tiene ni estilo, a buen seguro esto lo ha decorado su madre, ¡o su abuela!


De repente, al girarme me doy cuenta de algo que me hace sentir incómoda. ¡Me está mirando el culo!


Se percata al instante porque aparta la mirada, disimula y se centra en colocar las maletas junto a la puerta. Se mete la mano en el bolsillo y saca unas llaves que me tiende con la cabeza agachada.


—Ten, estas son tus llaves.


Las cojo sin apenas tocarlo. ¡Pero bueno, qué se ha creído este tío! Estoy un poco indignada de pensar que me ha estado comiendo con los ojos… aunque por otro lado… casi me siento halagada. Hacía tiempo que nadie no me miraba así. Claro que, pensándolo bien, no creo que haya muchas chicas de mi edad en este pueblo. Seguro que la más joven está ya rozando los cincuenta, así que es comprensible que al verme se hayan desatado sus más bajos instintos.


Porque oye, yo no estoy nada mal.


De repente, no sé qué cable se me cruza y le sonrío coqueta. No puedo evitarlo. Ya no me acordaba de lo que era ligar. Vale, no creo que yo haya ligado mucho más que este tipo en los últimos tiempos. Santi es mi único desahogo y lo cierto es que con él no hay mucha emoción porque los dos sabemos muy bien lo que hay.


Veo que me observa sorprendido por mi reacción y un poco descolocado. Igual me he pasado. Creo que lo he violentado. 


Pero oye, que el que me estaba mirando el culo con un descaro que para qué era él. Yo solo le he sonreído y le he puesto ojitos.


Tampoco es para tanto, ¿no?


Me paso la mano por el pelo y cambio de golpe la expresión, tratando de ponerme seria porque en el fondo la situación me parece de lo más divertida… Lo que pasa es que en realidad, si lo pienso bien, no lo es tanto porque este tipo es mi casero y voy a verlo todos los días. ¡Menuda vergüenza voy a pasar! ¡Solo faltaría que creyese que quiero algo con él! Ni loca.


Yo, ¿con un ganadero? Eso es algo que nunca se me pasaría por la cabeza.


Ni loca.


Es mi primera noche en el caserío y me siento como un león enjaulado. Recluida.


Enclaustrada. No es que no tenga ningún sitio al que ir —hay kilómetros y kilómetros de prados y bosques por los que podría caminar—, pero para mí eso es igual a la nada. 


Vamos, que esta casa es el único sitio en el que me siento más o menos a gusto.


Pese a no ser de mi estilo está lo suficientemente equipada como para que esté cómoda y ¡a Dios gracias! el dueño no está tan anticuado y tiene internet. Wifi, para ser más exactos. Pensándolo bien, yo contacté con él por email así que no debería sorprenderme tanto.


Lo que sí me sorprende es lo guapo que es. No puedo evitar que algo se remueva en mi interior cuando recreo mentalmente sus rasgos y lo recuerdo observándome con esa expresión en sus ojos… Esos ojos azules…


Uf, mejor no pienso en eso o no podré quedarme dormida y mañana es mi primer día en la nueva oficina.


Decido que una ducha calentita me ayudará a conciliar el sueño. Entro en el baño y dejo correr el grifo del agua caliente mientras me desnudo. Me entra un escalofrío. La calefacción está puesta, pero aun así tengo frío. No debe estar puesta a más de veintiún grados, como recomienda el gobierno, pero para mí, una casa no está caldeada si no puedo ir en mangas de camisa. Salgo del baño y subo el termostato a la temperatura que considero adecuada, o sea, mucho más elevada. Luego, regreso al interior, me meto en la ducha, dejo que las ardientes gotas desentumezcan mis músculos, me relajo y me olvido de todo.


Veinte minutos más tarde escucho que alguien aporrea la puerta y da voces sin cesar. ¿Qué demonios pasa?


Salgo corriendo de la ducha, me enrollo una toalla y, descalza y con el cabello chorreando, me dirijo a la entrada.


ESCUCHA TU CORAZON: CAPITULO 4




Pedro



Me retuerzo nervioso y recorro el caserío de arriba abajo una y otra vez. ¿Por qué me tuve que meter en la conversación de Juan Ignacio y mucho menos ofrecer una de mis casas para alojar a la nueva subdirectora de la oficina del pueblo? 


Si a mí lo que me gusta es vivir solo…


Que vale, que no va a vivir dentro de mi casa, pero vamos a estar puerta con puerta.


El caserío de mis padres es tan grande que, en su día, lo convirtieron en dos casas para que yo pudiera tener mi independencia, pero a la vez vivir con ellos. Es una casona inmensa de tres pisos: la planta baja, donde antiguamente estaban las cochiqueras y el establo, y la primera, se transformaron en una única vivienda. Ahí fue donde yo me críe y crecí.


La segunda planta, algo más pequeña que las otras dos, fue la que mis padres adecentaron para mí. Tiene dos entradas, una por un pequeño puente en el lateral que da a uno de los prados y la otra por el interior, desde las escaleras de la antigua casa de mis padres.


Lo cierto es que nunca he llegado a vivir en ella, Regresé a Navarra cuando ellos fallecieron y preferí instalarme en la que siempre he considerado mi hogar. Hasta hoy, la vivienda de la segunda planta ha permanecido vacía. Y pensé que siempre seguiría así, pero los créditos de la granja me están ahogando.


Sí, por eso me metí en la conversación Juancho. Porque vi la salida a todos mis males, pero ahora, mientras espero impaciente a que llegue la nueva habitante de mi morada, no sé si el pago en metálico va a compensar las molestias de tener una inquilina.


¡Una inquilina!


Porque, claro, para más inri, no podía venir de subdirector un tío… No. Una mujercita de ciudad, que seguro que será una pija de cuidado que odia el campo y cualquier cosa que no sea fundir su Visa en las tiendas de la ciudad.


Doy un mamporrazo sobre la mesa de madera maciza del comedor y me maldigo a mí mismo por haberme metido en este berenjenal. Ahora ya no hay marcha atrás. Miro la hora y compruebo que la chica debe estar al caer. Quién cojones me mandaría a mí abrir la bocaza…


Al cabo de un rato llaman al timbre y, como no queda otra, abro la puerta para encontrarme con que… ¡joder! ¿Esta es mi inquilina?


Vale, es una pija, tal y como yo esperaba. No hay más que verle el bolso de marca, las botas de tacón y la ropa que lleva en general. Es una presumida con todas las de la ley, pero ¡ahí va la hostia! ¡Menudo pibón!


No puedo evitar mirarla de arriba abajo. Tiene el pelo castaño oscuro y la frente oculta por un flequillo que enmarca su angelical rostro. Sus rasgos son dulces, como los de una niña, pero su boca… ¡ay, su boca!


Fijo la mirada en sus labios, carnosos y que lleva pintados de un provocativo rojo. Vale, me estoy pasando. Le estoy dando un repaso de los buenos, pero es que hacía mucho que no veía a una tía como esta. Vamos, desde que volví al pueblo.


Me obligo a reaccionar y acepto la mano que ella me ofrece.


Correspondo a su gesto. Menos mal que no me ha dado dos besos como es habitual, solo de pensar en sentir su cuerpo tan cerca del mío me han empezado a entrar sudores. Me asombra lo suave que tiene la piel, pero, claro, me juego el cuello a que es de las que se gasta un dineral en potingues.


No hay más que ver lo maquillada que va. ¿Adónde coño pensaba que venía?


—Encantado. Soy Pedro. Pasa, te enseñaré la casa —le digo mientras le miro disimuladamente las tetas.


Ahora me reafirmo, ¡qué buena está! Bah, pero ¿qué chorradas estoy pensando? Vale que está maciza, ¿y qué? 


Seguro que no es más que una señoritinga estirada. Desde luego, tiene toda la pinta. Bueno lo mejor será que la ayude con esa barbaridad de maletas que ha traído. Está visto que
lo de las mujeres y la ropa no tiene límite… Esta ha debido arrasar algún centro comercial para poder llenar el equipaje.


Mientras cargo las pesadas maletas y las meto en el interior de la casa refunfuño por lo bajo. Joder, es que todas son iguales. «Sí, pero qué buena está», pienso una vez más incapaz de apartar la mirada de cierta zona y, cuando se da la vuelta, dirigiéndola a otra igual de apetecible.


¡Qué culo!


¡Mierda! Menuda pillada me ha metido mirándole el culo. 


Pero, joder, ¡es que tiene un culazo! Por no hablar del resto… Me está sonriendo, ¿está ligando conmigo? No me da tiempo a averiguarlo porque su expresión ha cambiado a la velocidad de la luz y su semblante es ahora serio. Espero que no quiera nada porque por muy guapa que sea eso es del todo imposible. ¿Yo con una pija de ciudad? Ni soñarlo. 


Con una ya tuve bastante.


Antes soltero de por vida que con un espécimen de su clase. 


He dicho.