lunes, 28 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 34

 


Rubia natural, ojos azules y una dentadura deslumbrantemente blanca completaba una amplia y bonita sonrisa.


Paula pestañeó e intentó disimular la envidia que sentía hacia aquella mujer. Los finos hombros sujetaban un delicado cuello. Era bajita, lo suficiente para que cualquier hombre pudiera tomarla en brazos con facilidad. Y era tan femenina, tan encantadora… Tan todo lo que ella no era.


–¡Pedro! –la criatura élfica se arrojó al cuello de Pedro–. ¡Qué alegría verte!


Paula vio las manos de Pedro rodearle la cintura, abarcándola casi por completo. Llevaba un top escotadísimo y una falda ajustadísima. Era una completa y genuina belleza.


De repente la torpe, desgarbada y excesivamente alta adolescente que llevaba dentro desgarró la superficie de la adulta madura y segura de sí. Y supo que si intentaba siquiera dar un paso al frente, tropezaría y se golpearía contra la esquina de una mesa. Y si se le ocurría hablar, diría alguna estupidez.


La rubia ni siquiera la miró. Al menos no mientras estuvo ocupada inclinándose hacia Pedro con su deslumbrante sonrisa. Señorita Efervescencia en acción. Y entonces giró la cabeza, sin apartarse de Pedro, y le dedicó a Paula una sonrisa totalmente diferente. Una sonrisa alegre, pero desprovista de todo flirteo y provocación. La pequeña piraña había hincado los dientes en su presa y no iba a soltarla.


–Paula, te presento a Carla. Carla, Paula.


–¿Paula? ¡Encantada de conocerte!


¿Acaso se podía ser más chispeante? Paula sintió retorcerse cada una de sus células, aunque consiguió sonreír mientras esperaba pacientemente a que aquella mujer soltara a Pedro.


Enseguida comprendió que iba a tener que esperar mucho, mucho tiempo.


–Ha pasado demasiado tiempo, cariño –Carla le daba unos golpecitos en el pecho a Pedro. En realidad lo acariciaba–. Deberías divertirte más –hubo un destello en su mirada. El destello de una navaja–. ¿Cuándo nos vamos otra vez de copas? ¿Esta noche?


Pedro sonreía con su encantadora sonrisa.


–Esta noche no, Carla. Esta boda ya es bastante emoción por un día.


Paula observó el gesto de desilusión y luego la brillante sonrisa mientras Carla intentaba asegurarse una pareja aquella noche. ¿Sería un pulpo? Sus manos estaban por todas partes.


–Lo siento –él sacudió la cabeza–. ¿Me disculpas? Tengo que posar para unas fotos.


¿Fotos? En esos momentos Paula estaba celosa, por las fotos y por muchas otras cosas. Más le valía no dejarla sola con esa depredadora.


–Vosotras dos tenéis mucho en común –anunció Pedro tras lograr arrancar la mirada, y las manos, de la encantadora rubia–. Carla adora los accesorios.


Pedro se marchó, regodeándose sin duda en su maldad. Paula lo miró fijamente antes de volverse hacia su competidora.


–¿Hace mucho que conoces a Pedro? –la pequeña piraña no tardó en empezar a interrogarla con su bonita sonrisa.


–Sí –contestó Paula con cautela–. Hace bastante.


–Nosotros desde hace muchísimo tiempo. Somos íntimos.


–Qué bonito –a Paula no le cabía la menor duda de lo íntimos que eran.


–Tienes un bronceado precioso para esta época del año. Yo jamás me expondría al sol de esa manera. No me gustaría estropearme la piel.


–¿En serio? Qué pena –Paula sonrió con dulzura–. Acabamos de regresar de África –«y te aseguro que ha merecido la pena estropearme la piel, querida», añadió para sus adentros.


–¿África? –la criatura entornó los ojos–. ¿Con Pedro?


–Sí –desesperada por ponerla en su sitio, Paula no pudo reprimirse–. De luna de miel.


–¿¡Vuestra luna de miel!?


Durante un segundo, Paula saboreó el triunfo absoluto. Desgraciadamente, enseguida dio paso a un remordimiento tan enorme que tuvo náuseas. Deseaba retractarse y se apresuró a apurar la copa antes de escapar a los lavabos. Sin embargo, cuando regresó a la fiesta cinco minutos después, vio a la rubita hablando muy seriamente con la madre de Pedro.


La mirada glacial de la madre se fundió con la suya y Paula se sintió enrojecer mientras observaba desesperadamente cómo esa mujer interrumpía la sesión de fotos de Pedro.


Fue por puro milagro que los cristales de las ventanas no estallaran ante el alarido que hizo que todos los rostros se volvieran al mismo lugar.


–¡Te has casado! –la voz de Lily resonó alta y clara.


Pedro, de pie a la derecha de su padre, se volvió hacia Paula, que levantó la cabeza, mirándolo desafiante, decidida a mantener su postura.


Y de repente, se vio atrapada entre Pedro y su madre, que disparaba una pregunta tras otra.


–¿Cuándo?


Pedro miró a Paula, forzándola a contestar.


–Hace un tiempo ya.


–¿Dónde?


–En un juzgado.


–¿En un juzgado? ¡Pedro! –la otra mujer parecía espantada–. Déjame adivinar: sin testigos, sin invitados, sin fiesta. Nunca te gustaron las celebraciones – lo recriminó.


–No nos apetecía a ninguno de los dos –murmuró Paula.


Pedro, ¿cómo has podido?


–Sin ningún problema –contestó Pedro al fin–. Pensé que entre papá y tú ya había suficientes bodas. No hacía falta añadir otra más a la agenda.


Paula observó la expresión en los ojos de la madre y, por primera vez, se le ocurrió que su desastroso matrimonio podría haber hecho daño a alguien más aparte de a ella misma.


–¿Me disculpáis un momento? –Paula necesitaba otra visita a los aseos, para dejarles a solas unos minutos. Para escapar de la energía que emanaba de Pedro… una energía furiosa.


Un error. Un enorme error.





SIN TU AMOR: CAPITULO 33

 


Paula aparcó delante de un antiguo palacio, uno de esos lugares en que se celebraban bodas y banquetes. Tenía un precioso jardín y muros de piedra.


–Fuera de aquí. Volveré en dos o tres horas.


Pedro la miró perplejo.


–¿En serio pensabas que iba a boicotear la boda de tu padre? –ella sonrió.


–Si no entras, yo tampoco –él no le devolvió la sonrisa.


Pedro, esto es por tu padre. Es una de esas cosas que, sencillamente, debes hacer.


–O entras o no voy.


–No puedo. No estoy invitada.


–Te estoy invitando yo –Pedro la miró con expresión imperturbable.


Pedro, no puedo ir vestida así… –respiró hondo–. Por el amor de Dios, ¡no llevo sujetador!


–Cariño, eso ya lo sé –él soltó una carcajada–. ¿Qué problema hay? En África no llevaste sujetador ni un solo día.


–Aquello era diferente. Llevaba biquini.


–De todos modos ya te has paseado por la tienda abarrotada vestida así y todo el mundo te miraba por lo excitante que resultabas. Ahora sal del coche y acabemos con todo esto.


Aquello era horrible. Se había vestido así únicamente para conseguir que acudiera a la boda, pero sin la menor intención de acompañarlo.


–Si no sales del coche ahora mismo, no respondo de mí.


A pesar del frío y miserable invierno londinense, Paula sudaba a mares.


–Ya no estamos en África, Pedro –al fin quitó la llave del contacto y se la entregó–. Vamos.


Salió del coche y se envolvió en la toquilla en un intento de cubrirse tanto los pechos como el tatuaje. Pedro caminó junto a ella, apoyando una mano en su espalda. La boda era mucho más elegante de lo que había esperado y se alegró de llevar el rostro «retocado», de los tacones y del vestido de diseño. Pero sobre todo agradeció el echarpe. La gente sonreía a Pedro y la miraba con interés cuando la presentaba como su «amiga».


–¡Cariño! –una mujer se acercó a ellos.


–Mi madre –murmuró él al oído de Paula.


¿Su madre en la boda? ¿No resultaba un poco raro?


–Hace meses que no te veía. ¿Qué has estado haciendo? Estás más delgado –la mujer miró a Paula como si ella fuera la culpable.


–Madre, te presento a Paula. Paula, ésta es mi madre, Lily.


¿De modo que aquélla era su suegra? Paula sonrió y se ajustó el echarpe. Aquello era una locura, pero los ojos de Pedro brillaban y era evidente que se divertía de lo lindo.


Pedro, serás el padrino –Lily se dirigió a su hijo.


–Otra vez –refunfuñó Pedro.


–No la fastidies –le advirtió Paula.


–No lo haré –él enarcó las cejas y sus miradas se fundieron.


–Paula –anunció la madre de Pedro con autoridad–, tú te sentarás a mi lado.


Incapaz de ignorar la orden, Paula miró a Pedro con gesto espantado que él contrarrestó con una sonrisa que le decía claramente que se lo tenía merecido.


Pero en cuanto la ceremonia comenzó, olvidó todas sus inquietudes. La novia, que tenía unos pocos años más que Pedro, llevaba un traje de pantalón blanco. Los votos fueron sencillos y las sonrisas enormes. A Paula le pareció muy dulce.


De repente vio al altísimo hombre de pie junto a su padre y que la miraba fijamente. Pedro no sonreía y en cuanto terminó la ceremonia, se acercó a ella.


–Parecen realmente felices –observó Paula en un intento de animarle.


–Sólo por un tiempo limitado.


–Qué negativo eres.


–¿Y por qué iba a durar este matrimonio más que los anteriores?


–Algunos sí que duran, Pedro –Paula se mostró irritada–. Estás tan empeñado en ponerte en lo peor que me sorprende que alguien tan competitivo sea tan derrotista.


Durante un segundo, Pedro pareció sobresaltarse, pero enseguida lo disimuló.


Bueno, aunque él no fuera a divertirse, ella estaba dispuesta a hacerlo. Miró al camarero que paseaba con una bandeja y retiró de ella una copa de champán.


–¿Aprovechándote de la bebida gratis? –Pedro al fin sonrió.


–¿No es lo que se hace en las bodas? –además no le vendría mal una ayudita artificial.


–Cierto –él optó por un vaso de zumo–, pero yo no podría con ello.


–Mejor así. Tú podrás conducir y yo podré quitarme los tacones.


–Fantástico. Puedes desinhibirte a gusto.


–¿No temes que monte un espectáculo y te avergüence? –preguntó ella con gesto travieso.


–Casi espero que lo hagas –él le recorrió el cuerpo con la mirada.


Paula aguantó durante unos segundos la embestida de calor. Volvían a flirtear peligrosamente, pero merecía la pena por ver esa sonrisa en el rostro de Pedro.


Desvió la mirada y vio a la madre de Pedro abrazar al novio y luego a su última sustituta.


–Creía que la relación entre ellos era muy mala.


–Y lo es, pero lo ocultan bajo una capa superficial de amabilidad –él la miró con sarcasmo–. Todo por mi bien, por supuesto. Jamás abrirían fuego delante del niño.


–¿Tan malo es o acaso eres tú el que se siente incómodo con la situación?


–¿A qué te refieres?


–Mira, Pedro, no te culpo por estar resentido. No te culpo por sentirte herido. Pero, ¿por qué no les das una oportunidad? Te niegas a creer en ellos, ¿verdad?


–No existe la felicidad eterna, Paula –contestó él secamente–. Ya lo han demostrado varias veces y no sé por qué se empeñan en seguir intentándolo.


Paula no pudo soportar la dureza del habitualmente atractivo rostro y desvió la mirada, encontrándose con una criatura que parecía sacada de un cuento de hadas.




SIN TU AMOR: CAPITULO 32

 


La deseaba. Desesperadamente.


Y los demás, que miraran. Ya no le importaba.


Bueno, quizás la mayoría de las miradas femeninas fueran destinadas a él, y desde luego todas las sonrisas. Paula se dejó guiar, casi sin aliento y excitada ante la idea de explorar las posibilidades de los zapatos que llevaba. Sexo de pie. No lo habían practicado en Mnemba, algo increíble dado que habían probado prácticamente todas las demás posturas. Una oleada de puro erotismo la inundó y celebró la libertad que la acompañaba. Era dueña de su cuerpo, su carrera, sus atributos y, sobre todo, de su corazón. Y era capaz de manejar a Pedro.


Tras sentarse en el coche y abrocharse el cinturón, comprobó los espejos y arrancó.


Sentía la mirada de Pedro fija en ella, veía la sensual sonrisa y lo excitado que estaba.


–¿Qué? –preguntó mientras lo miraba a los ojos.


–Encajas muy bien sentada al volante –contestó él con voz adormilada y sensual.