domingo, 27 de enero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 11




Pedro la llevó a comer en cuanto llegó al estudió. En el restaurante, ella admiró sus facciones, preguntándose por qué no había sospechado años antes que, a pesar de sus rarezas de adolescente, era perfecto para la televisión. Recordó que solía simular que era locutor, mientras Marina y ella intentaban escuchar la radio. Entonces, Pedro la había vuelto loca, y diez años después volvía a hacerlo, pero de forma muy distinta.


Mientras disfrutaba de su sándwich, Paula procuró no hablar del pasado, aunque cientos de preguntas sin respuesta rondaban su mente. 


Pedro se dedicó a explicarle lo que vería en el estudio.


—Esperamos la visita de unos ejecutivos de la cadena asociada en Nueva York. Llevo semanas dedicado a ese proyecto y todos estamos tensos. Lo entenderás cuando veas el estudio.


—Parece fascinante —dijo Paula, pero en su mente bailó una pregunta que no formuló.


—¿Te he contado el reportaje que hice ayer? —preguntó él con entusiasmo. Ella negó con la cabeza—. Por eso me encanta mi trabajo —el entusiasmo se transformó en compasión—. Entrevisté a una madre a cuyo hijo habían secuestrado; acababa de recuperarlo, vivo y sano.


—Es impresionante —comentó Paula, viendo que a él se le nublaban los ojos.


—La historia me afectó —Pedro soltó una risita avergonzada—. Tuve que hacer más de un esfuerzo para controlar mis emociones.


—No sé cómo lo consigues —dijo ella, entendiendo por qué le gustaba su trabajo—. Sé que no todas las historias tienen un final feliz.


—Ojalá pudiera decir que lo tienen. Cuando acabaron, Pedro pagó y salieron. Era un soleado día de otoño y Paula, tras inhalar una bocanada de aire fresco, se decidió a preguntarle por lo que la había intrigado.


—Hay algo que no entiendo, Pedro. Una cosa que comentaste antes. ¿Por qué tú?


—¿Por qué yo? —Pedro la miró intrigado.


—¿Por qué trabajas en el proyecto de Nueva York? Eres un reportero de calle. Lo lógico sería que hubieran elegido a alguien de renombre —hizo una mueca al oír sus propias palabras—. Aunque, desde luego, tú seas fantástico en lo que haces.


—Gracias —Pedro sonrió por su rectificación—. Me encantan los cumplidos que no lo son.


—Ya sabes lo que quería decir —protestó ella, tirando de la manga de su abrigo.


—Creo que me están preparando.


—¿Preparando?


—Para un ascenso. Hace tiempo que se oyen rumores sobre un nuevo puesto de presentador. Llegar a presentador es mi sueño.


—Sería fantástico —dijo Paula, pensando en la idea que le rondaba la mente: vender el negocio a su socia y volver a casa—. Me alegro por ti.


—No te adelantes a los acontecimientos. No tengo mucha confianza—dijo él con voz apagada.


—¿Por qué no, Pedro? Pasas mucho tiempo en el estudio trabajando en proyectos adicionales...


—No es por el tiempo, ni por mi capacidad. Hago buenos documentales y cumplo los plazos. Trabajo mucho. Es por la competencia. Un par de personas tienen ventaja sobre mí.


—¿Ventaja?


—Están casados.


—¿Casados? —Paula se quedó parada—. ¿Qué tiene eso que ver?


—Mi jefe es un hombre de familia. Su esposa murió hace unos años y adora a su hija. Opina que los hombres casados son estables, fiables y se merecen más ingresos.


—Pero... eso no siempre es verdad —a Paula la asombró una actitud tan arcaica—. Debería darse cuenta de que tú también —dijo, pero se acordó de Patricia—. ¿Es por su hija? Ella te persigue y a ti no te interesa. ¿Es eso?


—No creo. Holmes conoce a su hija. Es, simplemente, lo que te he dicho. No me ve asentado y establecido. No tengo mujer, ni hijos, ni responsabilidades y compito con otros dos reporteros que están casados. Al menos, eso creo.


—Entonces, deberías hacer algo al respecto —aconsejó, aunque se le encogió el estómago.


—¿Hacer algo? —Pedro se metió la mano en el bolsillo y jugueteó con el llavero—. ¿Sugieres que pare a alguien en la calle y le pida que se case conmigo?


—No a una desconocida. Quizá una compañera del estudio, o una de tus admiradoras. Podrías salir con ella y dar la impresión de que estás dispuesto a asentarte.


—¿Tú, por ejemplo? —le puso una mano en el brazo—. ¿Qué te parecería casarte conmigo?


Sobresaltada, Paula tropezó con una baldosa despegada. Pedro la sujetó, evitando su caída.


—No he dicho «casarte» —replicó Paula—. He dicho «salir»... y no me refería a mí.


—¿Por qué no? —se acercó más a ella—. Eres la mejor mujer de esta ciudad.


—Una mujer que solo estará aquí tres semanas —le recordó



FINJAMOS: CAPITULO 10





Casi al final del reportaje, Marina entró en el salón con una hoja de papel en la mano y se sentó en el brazo del sofá. Cuando el programa acabó, Marina carraspeó.


—No quería molestarte mientras estabas cautivada por mister Encanto —se burló.


—¡Deja ya eso! —Paula le lanzó una mirada fulminante, pero sabía que tenía razón. Pedro la había hipnotizada


—Correo electrónico —Marina dejó caer el papel en el regazo de Paula—. Una nota de quien tú sabes.


Paula bajó la cabeza y vio el nombre de Pedro


Leyó el breve mensaje: Si te parece podemos comer y te enseñaré el estudio. Dile a mi hermana que mande la respuesta.


Paula miró su reloj. Eran las doce y media.


—¿Quieres ir, Marina? —señaló la nota.


—¿Ir adónde? —Marina la miró inexpresiva.


—Venga. No me digas que no lo has leído—agitó la hoja de papel ante su cara—. A comer y a visitar el estudio con Pedro.


—¿Crees que leería un mensaje personal?


—Sí —replicó Paula sonriendo de oreja a oreja.


Marina le devolvió la sonrisa y negó con la cabeza.


—Ya he estado. Además, a mí no me ha invitado. El placer es todo tuyo.


Paula no estaba segura de si sería un placer. El sentido común le decía que las emociones que sentía acabarían en frustración y desengaño.


FINJAMOS: CAPITULO 9



Cuando salió por la puerta, Pedro se apoyó en el fregadero y recuperó el aliento. Tendría que atarse a la pata de la cama o esconderse para no ponerle las manos encima. No podía pasar más tiempo con Paula sin besar esos deliciosos labios.


Se frotó las sienes, asombrado de que la chica de sus sueños hubiera reaparecido en su vida... hecha toda una mujer. Pero al recordar que solo estaría allí dos semanas se quedó clavado en el sitio. La vida de Paula estaba en Cincinnati, mientras que la de él seguía en Royal Oak.


Paula se despertó y tardó un momento en recordar dónde estaba. Se fijó en la hilera de trofeos que había en la estantería y sonrió al recordar el asalto a la nevera de esa madrugada.


Pedro y ella habían mantenido una conversación. ¡Habían hablado! Le parecía asombroso, absurdo.


Pedro siempre había sido peor que una patada en la espinilla. Solo porque se hubiera convertido en un hombre impresionante, y por lo visto agradable, no iba a hacerse ilusiones.


Paula había alcanzado su meta, tenía su propio negocio; no necesitaba complacer a nadie excepto a sí misma y a su socia. Se había prometido no permitir que nada se interpusiera en su camino, y menos aún un hombre, Aun así, el rostro de Pedro seguía en su mente cuando bajó a la cocina.


—Vaya, vaya —Marina alzó la cabeza al verla—. Hemos dormido hasta tarde, ¿no? —suavizó el comentario con una sonrisa juguetona—. Veo que el señor Televisión y tú tomasteis un tentempié de madrugada


—¿Quién eres? ¿Agatha Christie? —preguntó Paula sirviéndose una taza de café con la esperanza de que su jersey ocultara el rubor que le subía por el cuello—. Creí que era un ladrón.


—Seguro —Marina se apoyó en la encimera de la cocina—. ¿Dé qué hablasteis?


—De nada especial —Paula se sentó en la misma silla que había ocupado unas horas antes—. Sobre lo que hemos hecho estos últimos diez años.


—Ah, una puesta al día, ¿no? ¿Y?


—Y nada. No intentes hacer de celestina, ya soy mayor y no necesito ayuda para mis romances. Tu hermano ha sido una espina durante años, y no pienso llevarme el dolor a casa.


—No te ofendas —dijo Marina sentándose frente a ella—. Solo pensaba que serías una gran cuñada.


Las palabras de Marina desataron el rubor que había ocultado el jersey. Aunque inspiró con fuerza para detenerlo, sus mejillas se sonrojaron.


—Será mejor que te guardes ese pensamiento para ti solita.


—Me moriría de risa, Paula. Pedro y tú. ¡Increíble! —comentó poco después, con una enorme sonrisa que valía más que mil palabras.


Paula se calló lo que pensaba. Pero Marina tenía razón, era increíble. Su amiga cambió de tema.


—¿Qué quieres que hagamos hoy? Puedo trabajar en el ordenador un rato. O podemos ir a visitar a viejos amigos. ¿Qué te apetece?


—No quiero distraerte de tu trabajo. Puedo entretenerme mientras escribes.


—No importa, Paula. Ahora mismo no tengo plazo de entrega, y me encanta que estés aquí.


—Me gustaría hacer un par de llamadas y organizarme.


—Muy bien... —asintió Marina—. Y a mediodía, si quieres, puedes ver a Pedro en las noticias.


Al oír su nombre, el corazón de Paula dio un brinco. Tragó saliva para no volver a ruborizarse. Siempre había odiado su tez pálida porque el mínimo atisbo de incomodidad se reflejaba de inmediato en su rostro.


—Claro. No puedo negar que siento curiosidad.


Marina se fue a trabajar y Paula se quedó disfrutando del café, mirando la silla vacía y reviviendo la conversación de la noche anterior. 


Cuando acabó, aclaró la taza y subió a buscar su agenda. Quería llamar a algunas viejas amigas y hacer planes, pero cuando se acercaron a las doce, perdió interés en su proyecto. Fue al salón simulando indiferencia y encendió la televisión con el volumen al mínimo. No le sirvió de nada.


—Canal 5 —gritó Marina desde el estudio.


Paula apretó el botón del control remoto. Un segundo después se oyó la melodía que anunciaba el inicio de las noticias. Se vio una larga mesa y la cámara se fue acercando a un primer plano. El presentador dio algunas noticias y luego dio paso a un reportaje especial.


A Paula se le puso la carne de gallina al ver a Pedro, sonriendo a la cámara, más guapo de lo que ella quería admitir. «Habla Pedro Alfonso desde el Centro Renacimiento...»


Paula no oyó el resto del mensaje, solo la miró y escuchó su voz, embelesada. Su pelo parecía más claro bajo los focos y cuando la cámara tomó un primer plano, sus ojos chispearon. 


Paula se imaginó que tenía un club de admiradoras que veían las noticias solo para contemplar sus ojos brillantes y risueños.