Paula no sabía cuánto tiempo llevaba charlando con Elisa, pero cuando Pedro se asomó por la puerta se había tomado ya tres copas de vino blanco.
–¿Puedo llevarme ya a mi chica?
Elisa miró el reloj que había encima de los fogones industriales y dijo:
–Dios mío, ¡qué tarde es!
Paula miró el reloj también.
–Bueno –comentó Paula, levantándose de la silla–. Ha sido un placer hablar contigo. Gracias por haberme enseñado la casa. Y por haberme hecho compañía.
Elisa asintió con la cabeza.
–El placer ha sido mío. El desayuno es a las seis en punto –comentó Elisa.
–Guárdanos algo para más tarde –le respondió Pedro.
Luego tomó a Paula de la mano y la sacó de la cocina.
–Veo que has conectado con Elisa –le dijo mientras subían las escaleras.
–Hemos estado muy a gusto.
–Espero que no hayáis hablado de mí.
–La verdad es que no. Hemos hablado mucho de flores, luego le he preguntado cómo era la vida en un rancho y ha estado contándome historias. Yo pensaba que sería más… monótono, pero parece divertido.
–Puede serlo. Aunque el trabajo es duro.
A ella le gustaba el trabajo duro, aunque en un rancho tenía que tratarse de un trabajo más físico.
Pedro la llevó por el pasillo, pero no entró en la habitación. En su lugar, la llevó a la habitación principal.
–¿Qué hacemos aquí? –le preguntó ella.
–Es una sorpresa.
Paula dudó en la puerta.
–Pero ¿no es la habitación de tu jefe?
–Sí, pero no vamos a utilizarla –le dijo, tirando de ella para que entrase.
La habitación estaba a oscuras, así que Paula no pudo ver mucho, pero olía al aftershave de Pedro, así que debía de utilizar el mismo que su jefe.
–Cierra los ojos –le pidió él.
Y ella obedeció. Pedro la guió hasta otra habitación, que debía de ser el baño.
–Ya está. Ábrelos.
Los abrió y dio un grito ahogado al ver un jacuzzi lleno de agua, rodeado de minúsculas velas. En el borde había una botella de champán y dos copas.
Paula estaba entusiasmada.
No, era evidente que no se iban a levantar a las seis.
–¿Te gusta? –le preguntó Pedro.
–Es increíble, pero ¿estás seguro de que no pasará nada?
–Seguro. De hecho, ha sido mi jefe quien me ha dado la idea. Y me ha dejado el champán para felicitarme por el premio.
Se giró hacia ella y empezó a desabrocharle la camisa. Cuando vio el sujetador, gimió en voz baja.
–¿Te gusta?
Pedro respiró hondo.
–Me gusta –respondió él, acariciándole los pechos.
–Pues aún hay más.
Pedro le desabrochó los pantalones vaqueros y se los bajó.
–Muy bonito.
–He ido de compras a la hora de la comida.
Él la devoró con la mirada.
–Me encanta verte con ropa interior tan sexy.
–Y yo me siento sexy con ella puesta. Tú me haces sentir sexy.
–A mí me sobra ropa.
Paula le desabrochó la camisa y se la quitó, y luego hizo lo mismo con los pantalones vaqueros.
–Siento tener que quitártelo –le dijo él, desabrochándole el sujetador–, pero se va a enfriar el agua.
Las braguitas fueron después. Pedro encendió los chorros de agua, se metió en el jacuzzi y le tendió la mano. Una vez dentro, la sentó en su regazo y se dispuso a abrir el champán.
–Pedro, es Cristal.
Él se encogió de hombros.
–¿Y?
–Que esa botella cuesta doscientos dólares.
Él la descorchó y bebió directamente de ella, alegre.
–Pues a mí solo me sabe a champán.
Luego sirvió las dos copas y le dio una a Paula, que lo probó. Estaba… exquisito.
–Se me ocurre una manera todavía mejor de tomarlo –le dijo Pedro, levantando la copa y echándole el champán por el hombro, para limpiárselo con la lengua después–. Tenía razón. Delicioso.
–No puedo creer que estés desperdiciando un champán de doscientos dólares.
–No lo estoy desperdiciando. Lo estoy disfrutando. Deberías probarlo.
A Paula le dolía tirar algo tan caro, pero decidió hacerle caso y echó un poco de su copa sobre el cuello de Pedro. El sabor fresco y afrutado, mezclado con el sabor salado de la piel de Pedro era una mezcla increíble.
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