jueves, 2 de septiembre de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO FINAL

 

Sacó las manos de los bolsillos, pero se obligó a mantener los brazos a los costados.


—¿Y qué hay en el paquete? —preguntó; el corazón le martilleaba en el pecho.


Con ojos serenos, ella le tocó el brazo.


—Ser socios —afirmó—. En el ámbito que los dos decidamos, ya sea como jefe y asistente o… lo que sea.


La sonrisa de él le proporcionó valor. Era hora de exponerlo todo, de no guardarse nada. Él le tomó la mano antes de que Pau pudiera apartarla. Despacio, se apoyó sobre una rodilla en el suelo de cemento.


—¿Qué… qué estás haciendo? —jadeó ella, apretándole con fuerza los dedos—. No tienes que…


—Quiero que te cases conmigo —anunció, en la vida tan seguro de algo como en ese momento de las palabras que pronunciaba—. Te compraré la piedra más grande que podamos encontrar si dices que sí. Puedes organizar la boda más maravillosa que jamás ha visto esta ciudad, gastar lo que quieras, tener cien damas de honor… si eso te hace feliz.


La expresión de ella era inescrutable, de modo que continuó, desesperado por convencerla.


—Si así lo deseas, llevaré un esmoquin rosa. Lo que tú decidas estará bien.


Ella frunció levemente el ceño. El corazón de Pedro casi se detuvo al verla negar con la cabeza.


—Lo siento.


Él supuso que el dolor que sintió en el pecho era por el corazón al partírsele.


—Quiero casarme por amor —repuso ella—, no por una boda de fantasía con un vestido caro y una hilera de damas de honor. Eso no es importante.


Pedro se preguntó si un hombre podía morir de desesperación.


—Me casaré contigo en el ayuntamiento, o en Las Vegas, o en la cima de una montaña si es lo que tú quieres, porque te amo —afirmó.


¿Había oído bien? ¿Pau acababa de aceptar su proposición?


La cara de ella se tornó borrosa y tuvo que parpadear varias veces, aferrándose a su mano como si fuera un ancla mientras se ponía de pie.


—Lo único que deseo —le dijo al tiempo que la abrazaba—, es hacerte tan feliz como tú me has hecho a mí —clavó la vista en su cara alzada hacia él—. Eres hermosa —musitó—, por dentro y por fuera.


Y entonces la besó. Cuando tuvo que separarse para respirar, ella sonreía.


—Dime una cosa —pidió Pau—. ¿Por qué llevas puesto un uniforme de fútbol?


—Halloween —respondió con una sonrisa—. Y porque acabo de dar el pase de la victoria.


Pau le tocó la mejilla.


—Tradúcelo, por favor.


—Yo también te amo —repuso Pedro—. Para siempre.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 68

 

A medida que los últimos coletazos de adrenalina que había experimentado desde su enfrentamiento con Gastón comenzaban a evaporarse, dejándolo extenuado, apagó la carretilla elevadora con la que había estado moviendo las cargas.


Lo único que había conseguido había sido provocar un caos que uno de los hombres debería limpiar al día siguiente. Antes de tener que marcharse al hotel, había llamado a Mauricio para excusarse a pesar de las protestas de su hermano, pero volver a casa y caminar por las habitaciones vacías mientras imaginaba a Pau allí había sido más que lo que había sido capaz de contemplar. Por eso había ido allí, en busca de cierto solaz en el lugar que él había creado. A agotarse para poder ir a casa y desplomarse en la cama sin verse hostigado por preguntas que no tenían respuesta.


Al oír el sonido de la puerta de atrás cerrándose, seguido de pisadas que cruzaban el almacén vacío, salió de detrás de una serie de contenedores y se frenó en seco.


Parpadeó con fuerza para aclararse la vista, pero siguió viendo la imagen de Pau ir hacia él bajo el resplandor de la iluminación del techo.


Pedro —lo llamo—. ¿Podemos hablar?


Lo que le faltaba. Al parecer su visión había llegado equipada con audio.


Sabía que no podría esquivarla por completo en una ciudad tan pequeña, pero aún no estaba preparado para verla.


Pau se detuvo cuando todavía los separaba más de un metro. Notó que su cara, aunque tan bonita como siempre, mostraba signos de tensión.


—¿Cómo estás? —Pedro metió las manos en los bolsillos para no caer en la tentación de abrazarla.


Ella se encogió de hombros.


—Bien. ¿Y tú?


—He hablado con Gaston—dijo—. Me contó lo que ha pasado —carraspeó—. Lo siento.


Por un momento, ella no habló, mientras Pedro se preguntaba en qué podría estar pensando.


—Estaba allí —murmuró—. Oí lo que dijiste.


—¿Me oíste?? —repitió él—. No te vi.


Ella decidió contarle que le había oído.


—Me encontraba en el pasillo en el exterior del despacho de Gastón —avanzó unos pasos más hacia él—. Me comporté como una idiota —añadió con voz trémula—. Tú tenías razón y yo estaba equivocada. Debería haberme sentido halagada por todas las molestias que te tomaste por mí. ¿Podrás perdonarme?


—¿Quieres recuperar tu trabajo? —preguntó con voz ronca. ¿Qué iba a hacer si le decía que sí?


Ella dio otro paso, acercándose lo suficiente como para que él pudiera alargar el brazo y tocarla.


—Quiero el paquete completo —respondió, mirándolo con sus ojos castaños.


Llenos con algo que Pedro no había esperado volver a ver.


Amor.