domingo, 26 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 17


Pedro se estiró la corbata antes de mirar el Rolex. Llegaba tarde. No eran ciertamente los mejores augurios para su primer día de trabajo juntos. Cruzó el salón de la suite con vistas al mar que era temporalmente su hogar y esperó en la terraza contemplando el Pacífico. Las olas se estrellaban contra la arena con una fuerza constante, golpeándola antes de retirarse y volver a empezar. Sonrió. Incluso allí se acordaba de su familia. No se rendían nunca, pero tendrían que dar un paso atrás cuando se enteraran de lo de Paula. No debían enterarse demasiado pronto. Si presentaba una prometida a menos de un mes de su última discusión con su padre, el asunto parecería sospechoso.


Un tímido golpe en la puerta llamó su atención. Por fin había llegado. Abrió la puerta para dejarla pasar.


–¿Mucho tráfico? –le preguntó mientras entraba.


–Siento llegar tarde. Sí. Unos albañiles se toparon con una tubería general de agua justo después de que usted me llamara. Salir de la calle fue un caos.


Parecía arrebolada, aunque para ser alguien que seguramente se había quedado sin ducharse por las prisas, seguía mostrándose de un modo competente. Competente era el modo más amable de describir el traje beis sin forma que llevaba puesto aquel día. Trató de contener una sonrisa.


–¿Ocurre algo? –le preguntó ella.


–No, al menos nada que no se pueda rectificar –respondió él.


¿Por qué se vestía con unas prendas tan feas? Había visto su maravillosa figura con el vestido que había llevado puesto en el baile de disfraces, había sentido la rotundidad de sus curvas cuando la besó. Incluso en aquellos momentos las manos se le morían de ganas por apartar la tela de la chaqueta para darle forma con sus propios dedos.


–¿Qué te gustaría que hiciera hoy?–preguntó ella.


Estaba recta y muy alta con sus zapatos esperando sus órdenes. Pedro jugó con la idea de lo que ocurriría si él le pidiera que se quitara la ropa y la quemara, pero la descartó.


–Como mi asistente personal y mi prometida, se esperarán ciertas cosas de ti.


Ella palideció.


–Expectativas. De acuerdo. Tal vez sea mejor que hablemos de eso ahora. Creo que debería saber que hay ciertas cosas que no estoy dispuesta a hacer –añadió levantando la barbilla con gesto desafiante.


–Estoy seguro de ello –respondió él–, pero espero que esas cosas no incluyan ir de compras.


–¿Ir de compras? ¿Para usted?


–No. Para ti. Estoy seguro de que lo que llevas puesto era perfecto para tu antiguo puesto, pero yo espero un poco más de mis empleados más cercanos. Además, como mi prometida, la gente terminará hablando si sigues vestida con… con eso –añadió mientras la señalaba de la cabeza a los pies.


Pau se tensó al escuchar aquellas palabras.


–Tengo que tener mucho cuidado con mi presupuesto, señor Alfonso. Intento comprarme prendas que no se pasen de moda.


–No espero que pagues esas nuevas prendas, Paula. Considéralas un beneficio de tu nuevo puesto. Una asesora de imagen va a venir a reunirse con nosotros en breve. Se llama Patricia Adams. Tal vez hayas oído hablar de ella. Nos sacará esta mañana para empezar a prepararte para tu nuevo papel.


–¿Me voy a pasar todo el día de compras? –le preguntó ella muy sorprendida.


–Probablemente todo el día no. Estoy seguro de que la señorita Adams tendrá otras cosas pensadas para hacer que tu transformación sea completa.


–¿Y nos acompañará usted en esta… expedición?


Paula lo había descrito como si se tratara de un desagradable safari.


–Hasta las dos más o menos. Tengo reuniones esta tarde por lo que, a partir de ese momento, lo dejaré todo en vuestras manos. Sin embargo, te veré esta noche para cenar.


–¿Acaso tengo opción en todo esto?




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 16

 

Paula no tuvo que dar más explicaciones por la oportuna interrupción del teléfono. Levantó el auricular y se lo colocó entre el hombro y la oreja mientras servía los huevos revueltos de Facundo.


–Paula, soy Pedro Alfonso.


Habría reconocido aquella voz en cualquier parte. El vello de los brazos y de la nuca se le puso de punta por la excitación. Todo su cuerpo se tensó como respuesta.


–Buenos días –replicó ella tan fríamente como pudo. Colocó el plato sobre la mesa delante de Pedro antes de retirarse al salón.


–Mira, sé que es muy temprano, pero quería hablar contigo antes de que fueras al despacho y así ahorrarte el viaje.


–¿Ahorrarme el viaje?


¿Acaso ya no quería que trabajara para él? ¿Significaba que iban a despedir a Pedro de todas maneras?


–Necesito que te reúnas conmigo en el club de tenis de Vista del Mar. Daré aviso en recepción de que te estoy esperando. ¿Cuánto vas a tardar en llegar?


Paula sabía que el equipo de ejecutivos de Rafael Cameron que estaban trabajando en la absorción se alojaba en el club. Su amiga Sara Richards trabajaba en el restaurante y se lo había comentado. Paula miró el reloj que le habían regalado a su padre por treinta años de servicio en Industrias Worth. Si se daba prisa, podía llegar allí a las ocho y media, dependiendo del tráfico.


–Podría estar allí sobre las ocho y media –dijo mientras catalogaba mentalmente su guardarropa y decidía qué se iba a poner aquel día.


–A ver si puede ser antes.


Antes de que ella pudiera responder, se dio cuenta de que Pedro ya había colgado.


–Claro, jefe. Lo que usted diga –replicó mientras apretaba el botón de desconexión y regresaba a la cocina.


–¿Algún problema? –preguntó Pedro.


–No. Sólo tengo que reunirme con el señor Alfonso en el club esta mañana.


–Tal vez quiera probarte antes de que empieces a trabajar para él –comentó con voz desagradable.


Paula permaneció en silencio. No sabía para qué la quería. Podría ser cualquier cosa, pero, sorprendentemente, no tenía miedo sino más bien anticipación. Refrenó aquel sentimiento antes de que pudiera echar alas. Tenía que recordar que no podía elegir. Pedro Alfonso la tenía entre la espada y la pared. Lo que ella quisiera no significaba nada más allá de mantener a Pedro fuera de prisión.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 15

 


Cuando llegó la mañana, Pau estaba más que preocupada. Facundo no había ido a casa en toda la noche. A las cuatro de la mañana había perdido toda esperanza de conciliar el sueño y había hecho lo que siempre hacía cuando estaba estresada: limpiar. Cuando llegaron las siete y media, el cuarto de baño relucía, la cocina brillaba y todas las superficies de madera de la casa lanzaban destellos producto de la crema limpia muebles con olor a limón que su madre había utilizado siempre.


El aroma era, a su modo, un pequeño consuelo para ella. Se quitó los guantes y se dirigió con gesto agotado a la cocina para preparar café. Casi podía sentir la tranquilizadora presencia de su madre a su lado.


El rugido de la moto de Facundo frente a la casa la hizo salir volando hacia la puerta. La abrió de par en par y luego se quedó completamente inmóvil en el umbral. No sabía si él agradecería el alivio que sentía al verlo llegar a casa sano y salvo.


Facundo se dirigió lentamente hacia la puerta. Tenía el rostro agotado.


–Lo siento, Pau –dijo él mientras la tomaba entre sus brazos y la estrechaba entre ellos con fuerza–. Estaba tan enojado que tuve que pone espacio entre esta casa y yo, ¿sabes?


Ella asintió. Le resultaba imposible hablar con el nudo que tenía en la garganta. Él estaba en casa. Aquello era lo único que importaba. Lo condujo al interior de la casa y lo hizo sentarse en uno de los taburetes de la cocina. Entonces, se puso a hacer el desayuno. Mientras rompía los huevos en la sartén, él comenzó a hablar.


–Al menos, aún tengo trabajo.


–Así es –replicó Pau. Se dio cuenta de que Facundo aún desconocía su noticia. No se pondría muy contento cuando lo supiera. Respiró profundamente–. Hablando de trabajo…


–¿Qué? –preguntó Facundo inmediatamente, captando la intranquilidad de su hermana.


–Ayer me ascendieron…


–¿De verdad? Eso es genial –dijo él. Aunque dijo esas palabras, la falta de entusiasmo de su voz lo decía todo–. ¡Qué ironía! El mismo día que a mí me amonestan por escrito, a ti te ascienden. ¿Cuál es tu nuevo puesto?


–Se me ha ofrecido un puesto de asistente personal. Por ahora es algo temporal, pero espero que conduzca a cosas mejores en el futuro.


–Genial, Paula. ¿De quién eres asistente personal?


Se puso tensa. A su hermano no le iba a gustar aquel detalle.


Pedro Alfonso.


–Me estás tomando el pelo, ¿verdad? ¿De ese ser insufrible? Él era quien estaba a cargo del comité ayer. No lo has aceptado, ¿verdad? –dijo. Entonces, lo comprendió todo–. Sí lo has aceptado. Así fue como te enteraste de lo que me pasaba a mí.


–Tenía que hacerlo, Facundo. No me dejó opción alguna.


–¿Cómo? ¿Te obligó a aceptar un ascenso? Deberías haberle dicho que se lo metiera por donde le cupiera –replicó Facundo. Hizo un sonido de asco y sacudió la cabeza.


Pedro, te iba a mandar a la policía.


–Pero si te he dicho que yo no he hecho nada.


–Todas las pruebas te señalan a ti, Facundo. A menos que puedas demostrar lo contrario, él sujeta todos los hilos, incluso los míos –suspiró Pau mientras revolvía el cabello de su hermano–. No está tan mal. Tengo un aumento.


Prefirió no contarle el resto de las exigencias del señor Alfonso.


–A pesar de todo, no me gusta. No confío en ese tipo –gruñó Facundo mientras apartaba suavemente la mano de su hermana–. Espero que no hayas accedido a trabajar para él para que yo mantuviera mi trabajo.


Paula no respondió. Entonces, oyó el sonido de exasperación de su hermano.


–Lo has hecho, ¿verdad? ¿Cómo has podido acceder a algo así?


–Aún hay más –afirmó Paula.


–Claro que hay más. Con los hombres como él siempre hay más. ¿De qué se trata? ¿Acaso quiere retomar lo vuestro donde lo dejasteis allí por el mes de febrero? ¿Es eso?


–Algo por el estilo. No se lo puedes decir a nadie, Facundo. Prométeme que no le vas a decir ni una palabra de esto a nadie.


–Sí, claro. Voy a gritar por los tejados que mi hermana se está acostando con su jefe para salvar mi trabajo.


–¡No me estoy acostando con él! ¿Puedo recordarte que tengo que darte a ti las gracias por ponerme en esta situación? Me ha pedido que me haga pasar por su prometida, sólo durante un breve periodo de tiempo mientras que él soluciona un asunto.


–¿Su qué?