domingo, 14 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 17

 


—Deje que le eche una mano con eso —Pedro apareció tras ella y le entregó un par de guantes.


Tras asegurarse con una mirada rápida de que ya estaba completamente vestido, Paula centró su atención en el alambre que tenía en las manos.


—No necesito ayuda, gracias.


—Sé que no la necesitas, pero me gustaría…


Paula se giró para darle las gracias, pero entonces él arruinó el momento.


—… y yo soy el jefe y lo que diga es lo que vale.


Paula se obligó a sonreír para no darle la contestación que se moría por darle y se volvió de nuevo hacia la verja.


—Adelante —dijo, se incorporó y le dejó ocupar su lugar.


Pedro se agachó junto a la verja y habló desde debajo de su sombrero mientras palpaba el alambre.


—¿Puedo hacerte una pregunta?


Paula vaciló un instante. Algo le decía que no iba a ser una pregunta de trabajo.


—Claro…


—¿Dónde está el padre de Lisandro?


Se quedó mirándolo. Prefería el acercamiento directo antes que las especulaciones de Simone, pero no estaba del todo preparada para la pregunta, a pesar de haberla temido desde hacía mucho tiempo.


—No lo sé —eso era todo lo sincera que podía ser.


—¿No visita a su hijo?


—No.


—¿No quieres hablar de ello?


—No estoy acostumbrada a hablar de ello.


—¿Nadie te lo ha preguntado nunca? Me cuesta creerlo.


—A la mayoría de la gente le resultará una pregunta demasiado grosera para verbalizarla.


Pedro arqueó las cejas y a Paula le pareció ver que se sonrojaba. Sonrió al darse cuenta de que simplemente no se le había ocurrido no preguntarlo.


Aquel toque de humanidad le hizo querer contestar.

—Él y yo… seguimos caminos separados hace mucho tiempo —dijo.


Aquello era quedarse corta. La sombra del coronel planeaba sobre ella.


—¿Él sabe que tiene un hijo?


—Dudo hasta de que sepa que tuvo sexo con alguien —murmuró ella.


—De acuerdo. ¿Cambio de tema?


—Sí, por favor.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 16

 


Pedro parpadeó con aquellos ojos verdes tan intensos. No era de extrañar que los ciudadanos tuvieran una visión tan romántica de él; entre la cara y la intriga, era lo suficientemente guapo y misterioso como para aparecer en todos los radares femeninos del suroeste.


—Es cierto que estoy trabajando por las noches —admitió.


—¿Y?


—Y es cierto que estoy revisando algunos aspectos de nuestro sistema de seguridad… —Paula se dio la vuelta para marcharse, pero una mano fuerte y mojada la agarró del codo y tiró de ella—. Pero relájese. No estoy haciéndole ningún favor especial. ¿Por qué iba a hacerlo? Apenas la conozco.


Fue como si le hubiera tirado un jarro de agua fría por encima. Paula se maldijo a sí misma y se reprendió por idiota. Había permitido que sus propios complejos se apoderasen de la situación basándose en lo que Simone creía que pasaba en la oficina por las noches. Él tenía razón. ¿Por qué iba a ayudarla?


—¿Y además que más le da? —Pedro sacó una toalla de la parte de atrás de su coche y se secó la cara y el cuello. Fue entonces cuando Paula vio el tatuaje en su bíceps izquierdo. Una espada rodeada de una guirnalda de serpientes.


—Porque soy más que capaz de hacer cualquier parte de este trabajo. No necesito refuerzos —antes de que él pudiera abrir la boca, ella continuó —: Así que, sea lo que sea lo que está haciendo, será mejor tenerme al corriente para no estar repitiendo el mismo trabajo.


—No importa. Ya casi he acabado —estaba quitándole importancia. Su tono apremiante le molestaba mucho. Le recordaba a otro hombre. Un hombre mayor.


—¿Va a volver a esconderse durante otros doce meses?


—¿Es siempre tan desagradable?


—No me trago todo esta actitud siniestra y misteriosa. Estoy segura de que será fantástica para su reputación en la ciudad, pero han pasado dos años. ¿No le parece que ya está un poco antiguo?


—¿Así que ahora conoce mi pasado y todo? Es como si yo dijera que su actitud de todopoderosa empieza a cansarme.


Paula sintió una punzada en el pecho. ¿Todopoderosa? ¿Por qué aquello le dolía particularmente, después de que le hubieran llamado tantas cosas en su vida?


—Tendrá que hacerlo mejor que todo eso, Alfonso. Me han llamado de todo y he sobrevivido. Soy resistente a los palos y a las piedras. Tengo demasiados callos.


—¿Quién le ha hecho todo eso?


¿Cómo habían llegado a ese tema?


—Tengo que seguir reparando la verja. Disculpe.


—¿Estaba aquí trabajando?


Paula señaló la verja en lo alto de la colina y él siguió su mirada con escepticismo.


—Relájese, Alfonso. No le estoy acosando. ¿Por qué iba a hacerlo? Apenas lo conozco.


—¿Sabe reparar una verja?


—¿Cree que es usted el único capaz de hacerlo? ¿Pero qué les pasa a los militares?


—La pregunta es, ¿qué le pasa a usted con los militares?


—Eso no es asunto suyo.


Se dio la vuelta con un golpe de melena y se alejó colina arriba.



CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 15

 


Paula hizo un trabajo fantástico interiorizando su irritación porque Pedro estuviese ayudándola en la sombra, y descargó toda su frustración con la verja dañada. Así que, cuando miró a lo lejos y vio su utilitario destartalado aparcar a un lado del embalse junto al que ella estaba trabajando, supo que el destino quería que dijese algo.


Y no solo una cosa.


Se dirigió furiosa hacia la orilla del embalse, pero, cuando llegó, Pedro no estaba por ninguna parte. Escudriñó el horizonte, miró dentro del coche, luego hacia el camino por donde había bajado.


Silencio.


—¡Alfonso! —su llamada fue más bien un grito de guerra. Rebotó en el claro vacío antes de que los árboles se lo tragaran.


Nada.


Un chapoteo a su espalda hizo que se diera la vuelta de inmediato.


—¿Me ha llamado? —Pedro chapoteaba en el embalse como un niño pequeño. Se sumergió brevemente, volvió a salir y se apartó el pelo mojado de la cara. Mojados, sus rasgos parecían perfectos. Se acercó nadando a la orilla—. ¿Qué puedo hacer por usted, señorita Chaves?


—Puede dejar de llevarme de la mano —respondió ella con el corazón acelerado al verlo salir del agua.


—Explíquemelo —se llevó la mano a los ojos para protegerlos del sol, que reflejaba su luz en las gotas que resbalaban sobre los músculos de su pecho.


—Está haciendo mi trabajo por mí —contestó ella tras tragar saliva para humedecerse un poco la boca—. Soy perfectamente capaz de hacer el trabajo por el que me paga. No necesito su ayuda. No la deseo.


—¿Quién dice que la estoy ayudando? —preguntó él mientras se acercaba.


—Viene por las noches y hace las cosas antes de que yo pueda ocuparme de ellas.


—¿Cómo sabe lo que yo hago por las noches?


Genial. Otra persona que la creía capaz de espiar a la gente. Pero no quería meter a Simone en problemas, no después del mal rato que le había hecho pasar.

—¿Es cierto o no?