lunes, 11 de julio de 2016

¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 29





Teresa abrazó a Paula a la mañana siguiente.


–No puedo creer que te marches.


–Tengo que irme mientras todavía soy capaz de hacerlo –repuso Paula.


La conversación con Pedro de la noche anterior le rondaba todavía la mente. Y también el recuerdo de él vistiéndose en silencio y saliendo de la suite. No había vuelto en toda la noche y Paula había estado sola durante horas sin nada que hacer excepto recordar todos los momentos que había pasado con él.


¿Cómo había podido sentir tanto en poco más de una semana? Y sin embargo… alejarse de Pedro era lo más difícil que había tenido que hacer jamás. Despedirse de Teresa tampoco resultaba fácil.


–Pero tú amas a Pedro –dijo esta con suavidad.


–Sí –Paula movió la cabeza–. Al menos, creo que sí, pero hace poco más de una semana que lo conozco. El amor no se produce tan deprisa.


Teresa soltó una risita.


–¿Cuánto tarda? ¿Una semana? ¿Un año? ¿Diez? ¿O quizá solo un momento de mirarse a los ojos? No, Marie. No hay una regla establecida para el amor. Ocurre o no. Y cuando lo encuentras, lo sabes.


Cierto. Todo aquello era verdad. Ella sabía que amaba a Pedro. Había intentado convencerse de que no era así porque alejarse de él era ya lo más difícil que había hecho en su vida y si admitía que estaba renunciando al amor, sería más difícil todavía.


–No importa –susurró.


–Es lo único que importa –la contradijo Teresa–. Y Pedro también te ama.


Paula la miró a los ojos.


–Eso no lo sabes.


–Pues claro que lo sé. Es muy fácil leer en mi hermano cuando llevas una vida entera haciéndolo. Lo he visto contigo. Le he oído reír más en una semana que en años. Lo he visto más ilusionado con el mundo que lo rodea. Y eso es gracias a ti.


Si Paula creyera eso, quizá pudiera encontrar un modo de lograr que aquello funcionara. Pero no lo creía. Él le había pedido que se quedara, que fuera a Londres y a Mónaco con él. Pero aquella invitación sin amor detrás estaba… vacía. Pedro no había dicho nada de amor. Claro que ella tampoco. Habían tenido una aventura que habían vivido con abandono sensual, dejándose llevar por una fantasía. Y la fantasía había terminado.


–No me ama –dijo con firmeza, queriendo convencerse para hacer la marcha un poco más fácil–. Y no importa, Teresa. De verdad. Estaré bien. Solo tengo… que irme.


–Mi hermano es idiota –dijo Teresa con suavidad.


Paula sonrió y volvió a abrazarla.


–Cuando se despierte Matteo, dale un beso de mi parte.


–Por supuesto. ¿Y tú volverás a visitarme?


–Lo haré –mintió Paula.


Jamás podría volver a Tesoro. Los recuerdos del tiempo pasado allí con Pedro se lo impedirían.


–Y si tú vas alguna vez por Nueva York, llámame, ¿de acuerdo?


–Lo haré –Teresa suspiró.


Paula se dirigió a los muelles, donde la esperaba una lancha para llevarla a St. Thomas a tomar allí el avión de vuelta a la cruda realidad.




¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 28








Sus cuerpos seguían abrazados después de la tormenta. 


Paula temblaba con la fuerza del orgasmo, que todavía le nublaba la mente.


Deslizó los dedos por el pelo negro de él y tocó su suavidad, en un esfuerzo por crear otro recuerdo sensorial que pudiera llevar siempre consigo. Él la miró a los ojos un buen rato. 


Después se colocó de lado apoyado en un codo y preguntó:
–¿Te importa decirme lo que estás pensando?


Ella se mordió el labio inferior. Cuando él extendió la mano, ella salió de la cama, llevándose la sabana consigo. Se la puso delante como un débil escudo y se obligó a decir lo que no quería decir.


–Me marcho, Pedro.


Él frunció el ceño, confuso.


–Sí. Nos vamos los dos en cuanto termine la muestra.


–No –ella negó con la cabeza–. Yo me marcho ahora.


–¿Ahora? –él se sentó en la cama y la miró de hito en hito–. ¿Y por qué vas a hacer eso?


–Porque es lo único que puedo hacer –dijo ella, aunque no esperaba que lo comprendiera–. Intento decir que esto se acabó. Jean Luc se ha ido y ahora que sabe que estamos juntos, estará en guardia y jamás recuperaremos el Contessa.


Él salió de la cama sin molestarse en taparse.


–Te dije que recuperaría el collar y lo haré.


–Sé que lo intentarías.


–¿Intentar? –repitió él–. Soy Pedro Alfonso. Si te digo que haré algo, lo haré.


–Te estoy diciendo que no quiero que lo hagas. Creo que es mejor que los dos volvamos a nuestras vidas y… olvidemos que nos hemos conocido.


Pedro se quedó sin habla. No tenía nada con lo que combatir la tristeza que expresaba la cara de ella. Sus ojos se lo dijeron todo. Ella se había despedido ya, con su cuerpo, mientras hacían el amor, y volvía ya a su vida, lejos de él.


Pero él no estaba preparado.No quería verla marchar. 


Todavía no.


–Ven conmigo a Londres –dijo–. Nos quedaremos en mi casa hasta que se nos ocurra un plan para recuperar el collar.


Ella negó con la cabeza y eso lo irritó. ¿Cómo se atrevía a rendirse y alejarse? Se acercó un paso más y notó que ella retrocedía.


–Entonces iremos a Mónaco juntos –dijo–. Como dijo Rico, hacemos un buen equipo. Juntos le quitaremos a Jean Luc las joyas que ha robado. Juntos, querida.


Una sonrisa triste asomó brevemente a los labios de ella.


–Londres. Mónaco. Tú. Todo suena maravilloso.


–Pues quédate –pidió él.


–No, no puedo.


–Dime por qué –él le puso ambas manos en los hombros y, cuando ella intentó alejarse, la atrajo hacia sí–. Dímelo.


Ella echó atrás la cabeza para mirarlo a los ojos.


–Porque si te pillaran intentando robar el collar que yo te pedí que consiguieras y te enviaran a prisión, jamás me lo perdonaría.


Él soltó una carcajada.


–¿Pillarme? A los Alfonso nunca nos pillan.


–Siempre hay una primera vez .


–Hay algo más que no dices –murmuró él, mirándola a los ojos.


–Sí –admitió ella, soltándose–. Pedro, tú eres un ladrón. Sí, sí –dijo con rapidez–, exladrón. Pero sigues siendo un ladrón en tu corazón. Igual que yo siempre seré policía en el mío.


–¿Qué significa eso?


Ella respiró profundamente.


–En la última semana han cambiado muchas cosas para mí. El mundo que conocía ahora me resulta extraño después de haberos conocido a tu familia, a ti, este lugar… –movió la cabeza y suspiró–. Pero esto no es real. No es mi mundo. Me educaron con el respeto a la ley. Yo soy así. Llevo eso en mi ADN. Si pierdo eso, ¿quién soy?


–¿Por qué vas a perder lo que eres? –preguntó él con voz tensa.


Ella miró el anillo que llevaba en el dedo, se lo quitó despacio y lo sostuvo en la palma.


–Este anillo lo dice todo. Pertenece a una mujer a la que no conozco. Se lo robaron, lo conservaron como trofeo y me lo dieron a mí para fingir una vida que no existía –miró con tristeza a Pedroi, le tomó la mano y le puso el anillo en ella–. Ha sido todo un cuento de hadas. «Vivir el momento», como dices tú.


Él sintió el peso del anillo en la mano y tuvo ganas de aplastarlo.


–El momento no tiene nada de malo –dijo.


–No –ella empezó a alejarse y él no intentó detenerla–. Peor antes o después, el momento se vuelve pasado y solo nos queda su recuerdo.


Pedro apretó los dientes y miró el anillo. Por primera vez desde la noche en que lo había robado, la joya no contenía ninguna belleza. Podría haber sido un trozo de cristal. Frío. Sin vida.


Pedro


Él la miró.


–Te daré las fotos de tu padre. No quiero que te preocupes. Nick no irá a la cárcel por causa mía.


Entró en el baño y él se quedó solo en el crepúsculo del dormitorio. Le avergonzaba admitir que, mientras ella se despedía, él no había pensado en su padre ni por un momento






¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 27




La pequeña iglesia estaba situada al final del pueblo.


Paula seguía sintiéndose como una extraña; Pedro parecía notarlo y se esforzaba por tomarle la mano, pasarle un brazo por los hombros y colocarla en el centro de todo cuando la mente y el corazón de ella le decían que se apartara.


Los Alfonso se agrupaban en torno al niño, que era el protagonista del espectáculo. Sean King, primo de Rico, y su esposa Melinda eran los padrinos, y Nick Alfonso entretuvo a sus dos hijos durante la ceremonia. Fue todo muy sencillo, de un modo que le conmovió el corazón a Paula y le puso un nudo en la garganta.


Cuando vio lo unida que estaba la familia y el compromiso que tenían unos con otros, comprendió por fin que no podría seguir adelante con el plan que la había llevado hasta allí. 


Miró a Nick, un hombre mayor y encantador que sonreía y susurraba a los niños pequeños. Era un ladrón, sí, pero también era mucho más. No podía enviar a Nick a la
cárcel. Jamás podría perdonarse si lo apartaba de la familia a la que tan claramente adoraba.


Pedro le apretó la mano y Paula comprendió que había terminado de chantajearlo. Respiró hondo y se prometió que, en cuanto volvieran al hotel, le daría las pruebas que tenía contra su padre y le diría que no tenía nada que temer de ella.


Pedro se inclinó y le susurró:
–Teresa ha planeado un almuerzo para todos, pero después de eso, creo que deberíamos retirarnos a echar la siesta.


Paula lo miró y le sonrió. Cedió al impulso de tocarle la mejilla. Sabía que aquello no podía acabar bien, pero no podía negarse otra oportunidad de tener a Pedro. Una noche más con él.