miércoles, 15 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: EPILOGO





Paula y Pedro hicieron coincidir el día de la boda con el bautizo de Malena. La novia y la pequeña llevaban el mismo traje de terciopelo beige con un lazo de seda. La casa estaba decorada con adornos de Navidad y el árbol, adornado con luces, parecía una gran tarta nupcial.


Obviamente, la ceremonia no fue muy ortodoxa; pero la noche de bodas sí que sería tradicional. Y el novio estaba haciendo un gran esfuerzo para no perder los nervios y pedir a los pocos invitados que quedaban que se marcharan a su casa. Deseaba a su mujer con todo su ser.


A las seis semanas del nacimiento de la pequeña, ella lo había invitado a pasar la noche con ella.


Pero él la había rechazado. Ella había esperado veintiocho años por él, le había dicho, por lo que podía esperar tres semanas más. Ella lo había besado y le había dado las gracias por comprenderla tan bien y él se había vuelto a enamorar de ella.


Aquel gesto tan noble le había hecho sufrir; pero no se arrepentía.


Por fin todos los invitados se marcharon. Paula subió a acostar a la niña y cuando bajó se encontró con el escenario que Pedro le había preparado. Las luces estaban apagadas. 


El cuarto sólo estaba iluminado con las luces provenientes del árbol y el fuego de la chimenea. La colcha que les había regalado Margarita estaba extendida en el suelo.


Paula caminó hacia él con una gran sonrisa de los labios.


¿Era posible desear a una mujer tanto?


—Pau —susurró él, con las manos extendidas.


Cuando llegó a su lado la tomó en brazos y tomó sus labios con pasión. Ella introdujo los dedos en su pelo y pensó que iba a volverse loca cuando sintió que él le bajaba la cremallera del vestido.


Ella comenzó a desabrocharle la camisa mientras deseaba que la tocara por todas partes. Y, a los pocos minutos, no había parte de ella que él no hubiera tocado.


El escenario no era menos perfecto que la última vez que él la había besado, que la había acariciado, que le había lamido los pechos y recorrido con labios sedientos; pero esta vez había mucho más que deseo, hambre y necesidad. Esta vez, las palabras de pasión que le susurraba al oído iban intercaladas de te quieros.


—Te quiero. He esperado toda la vida por ti. No creo que pudiera vivir sin ti.... sin esto.


Esta vez, nada que ella pudiera decir o preguntar o hacer iba a impedir que se unieran convirtiéndose en uno solo. Para que dejaran de ser sólo un hombre y una mujer y se convirtieran en marido y mujer. Esta vez no había prisas ni tenían que volver a otra vida.


Delante de ellos sólo había una noche de amor y pasión.




HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 35





YA eran las doce de te noche y Pedro no había llamado ni había vuelto a casa. Era incapaz de esperar ni un segundo más así que cedió y lo llamó al teléfono móvil. Su contestador automático saltó inmediatamente. ¡Lo había apagado!


—Llámame. Estoy histérica —le ordenó y colgó, mirando al teléfono que tenía en la mano. Lo iba a matar.


De nuevo, repasó mentalmente lo que debía haber hecho. Él le había dejado el mensaje en el contestador a las once y media; pero, cuando lo había vuelto a escuchar, se había dado cuenta de que había ruidos como si estuviera en el coche. Eso significaba que debía haber llegado sobre las tres. Después le ponía una reunión de dos horas con sus padres e imaginó que debía haber salido de vuelta a las cinco. Según esos cálculos debería haber llegado a casa a las nueve. Las nueve habían llegado y se habían ido hacía tres horas. Lo que significaba que había ocurrido algo.


Quizá sus padres no lo habían apoyado y había necesitado ir a ver al abogado. O había decidido quedarse y volver por la mañana. Por muy horrorosa que fuera la posibilidad de que estuviera con los trámites del juicio, eso era preferible a la otra cosa que no se podía quitar de la cabeza: que hubiera tenido un accidente.


Al otro lado de la habitación, Malena se quejó. La pequeña debía sentir la preocupación de su madre y, sin lugar a dudas, echaba de menos a Pedro. Esa tarde, cuando la había tomado en brazos para darle el biberón que Pedro siempre le daba, se había mostrado enfadada y no había tomado ni la mitad.


Paula la tomó en brazos, acunándola, y le prometió que Pedro volvería pronto. Y que todo volvería a la normalidad


Cuando Izaak había ido a recoger a Margarita esa tarde, le había dicho que Pedro le había confiado su preocupación sobre sus padres. Obviamente, había preferido guardarse el temor para él en lugar de tener que verla a ella vivir con el mismo miedo. Se preguntó desde cuándo estaría preocupado. ¿Todo el tiempo? ¿Habría sido ése el motivo por el que había tenido tanta prisa por arreglar la casa?


Esa misma mañana, ella había notado que tenía ojeras y él le había dicho que no había estado durmiendo muy bien. Lo cual significaba que estaba conduciendo agotado, ¿Y si se quedaba dormido al volante? ¿Y si ya había tenido un accidente?


Otra hora pasó. La una de la mañana. Quince minutos más tarde, después de que el bebé se quedara por fin dormido, las luces de un coche iluminaron la ventana. Paula se puso de pie de un salto y corrió hacia la puerta con el corazón en un puño.


—¡Voy a estrangularte, Pedro Alfonso! —dijo ella mientras caminaba hacia él.


—Pau, por favor. Por el amor de Dios. Déjame que te explique —dijo él mientras cerraba el coche.


Estaba bien. Bien. Ella llevaba horas consumiéndose y él estaba bien. Sin un rasguño. Lo iba a matar. Lentamente.


—Lo he arreglado. Por favor. No sabía lo que estaban tramando. Bueno, sabía que podía pasar, pero no estaba seguro. Yo no los he ayudado. Por favor, créeme. Vosotras sois mi familia.


Ahora sí que estaba sorprendida. ¿Creía que ella había asumido que la había traicionado?


—¿Cómo has podido pensar eso? —preguntó ella.


Pedro dio un paso hacia atrás como si hubiera recibido un golpe.


—Empecé a pensar así hace mucho —su voz sonó estrangulada, como si lo estuvieran ahogando las lágrimas—. Esperaba que empezaras a aceptarme... a confiar en mí. Al menos, un poco. Yo...


—¡Pedro! ¿De qué estás hablando, por Dios? Por supuesto que confío en ti.


Él pestañeó, no entendía muy bien


—Vamos dentro —ordenó ella, tomándolo de la mano y tirando de él—. Creo que hemos empezado mal.  Obviamente, estamos hablando de cosas diferentes.


—Pero dijiste que querías estrangularme.


Ella señaló al reloj de la entrada.


—¿Has visto qué hora es? ¿Tienes idea de lo preocupada que estaba?


Pedro parecía más confundido que nunca y se llevó una mano al cuello.


—Tenía miedo de llamarte; aunque tenía buenas noticias. Es muy fácil decirle a alguien que se vaya al diablo por teléfono. Pensé que tendría más oportunidades si me escuchabas en persona. Tenía miedo de que pensaras que te había traicionado. Después de todo, te había amenazado con hacer lo mismo que iban a hacer mis padres.


—¿Sabes cuánto tiempo hace de eso, Pedro?


Él miró el reloj.


—Cinco meses, seis días y doce...


—Una eternidad —lo interrumpió ella.


Él se quedó mirándola, acariciándola con la mirada. 


Después, la atrajo hacia sí.


—Pensaba que te había perdido. Estabas tan enfadada cuando saliste que pensé lo peor. Te quiero mucho, Pau.


Ella se echó para atrás y lo miró a los ojos.


—¿Por qué has tardado tanto?


Él la miró con una sonrisa.


—¿En darme cuenta o en llegar a casa?


Ella le rodeó el cuello con los brazos. Unas lágrimas de felicidad le nublaban la visión.



—Las dos cosas. Te quiero tanto que necesitaba oír tu voz. Tenía miedo de que te hubiera ocurrido algo.


—Vengo del infierno, pero he salido ileso.


Debía haber pasado un día terrible. Apoyó la cabeza en su pecho y lo abrazó con fuerza.


—Siento mucho que te hayas tenido que poner en contra de tus padres.


—Yo no lo siento —le dijo.


Después le contó todo lo que había sucedido a lo largo del día y cómo su madre se había enfrentado a su padre. Le contó que sus padres se iban a divorciar y que él le había prometido a su madre que hablaría con ella para que pudiera participar de la vida de la niña como su abuela. Luego le contó cómo se había enterado de que ella lo sabía y cómo había temido que pensara lo peor.


—También me sucedió otra cosa que no tiene nada que ver con Malena ni con mis padres. Mientras estaba esperando a mi madre, Deborah Freeman apareció en la biblioteca para verme. Es probablemente una de las mujeres más hermosas del estado. De hecho, hace unos años fue Miss Pensilvania.


Paula sabía de quién le estaba hablando. El divorcio de Deborah había aparecido en los periódicos. Esa mujer era del tipo de mujer que lo atraía.


—Era la princesa de mis sueños de joven — dijo, encantado—. ¿Sabes lo que pasó?


—No puedo imaginármelo.


—Se me insinuó. ¿No es fantástico?


Paula sintió unos celos terribles.


—A mí no me lo parece —dijo un poco cortante.


Él sonrió.


—A mí tampoco. Eso es lo fantástico. No me gustó nada y me di cuenta de que nunca te iba a engañar porque te quería. Ni siquiera podía soportar su perfume. Y me di cuenta de otra cosa: yo no soy como mi padre.


—Bueno, ya era hora de que te dieras cuenta —dijo ella con una sonrisa.


—¿Tú lo sabías? ¿Por qué no me lo dijiste?


—Tenías que darte cuenta por ti mismo.


Él le agarró la cara con las dos manos.


—Cásate conmigo, Pau.


—Es lo que más deseo en el mundo —dijo ella con tristeza.


—¿Pero...?


—Pero no puedo vivir en tu mundo. No quiero tener nada que ver con tu familia.


—Vosotras sois mi familia. Malena y tú. Y éste es mi mundo ahora. Puedo poner el despacho en la casa y trabajar aquí.


Paula se arrojó a sus brazos.


Pedro interpretó aquello como un sí y selló su nueva vida con un beso.



HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 34





Pedro se encontró a su madre en la terraza cubierta del salón y estaba sola. Sin invitados.


—¿Te olvidaste de mí cuando se marcharon tus amigas o me estás evitando? —preguntó él sin más preliminares.


Pamela Alfonso estaba de pie cerca de la barra. Dejó su copa y se giró hacia él, llevándose la mano al corazón.


—Por el amor de Dios, Pedro, qué susto me has dado.


—Lo siento —dijo él—. Ahora, puedes responder a mi pregunta.


Su madre parecía un poco más nerviosa de lo que había imaginado, aunque intentaba ocultar su nerviosismo moviéndose. Caminó hacia un sillón y le indicó que se sentara enfrente de ella.


Era una mujer hermosa, pero su belleza era elaborada; muy diferente a la de Paula, la cual estaba hermosa incluso durante un parto o con la cara manchada mientras trabajaba con las plantas del jardín.


—Este asunto no es fácil para mí —dijo su madre—. Aunque, si le tienes cariño te resultará más fácil verla aquí.


¿Es que no tenía sentimientos? Pedro sintió como si le fuera a estallar la cabeza.


—¿Que si le tengo cariño a quién?


—A la niña, querido. No creo que hayas perdido la cabeza como dice tu padre. Sé que Paula debe ser un pasatiempo; la reemplazarás rápidamente.


Pedro decidió dejar el tema de Paula aparte.


—Por supuesto que siento cariño por la niña. La quiero. Antes de que naciera.


—Por eso, esto será perfecto.


—¿Y qué me dices de la madre? ¿Crees que pensará que es perfecto cuando le quites a la niña?


—Es la hija de German.


—No dudo de que habría sido un buen padre. Pero no tuvo la oportunidad. Paula es ahora lo único que tiene.


—Pero iba a darla.


—Paula iba a permitirles a Laura y a German criarla. Fue un acto precioso y carente de egoísmo. Y ahora esa generosidad está siendo utilizada contra ella. Fue un acuerdo entre ellos tres. Ahora, dos de las personas que llegaron a ese acuerdo verbal han desaparecido. Paula es la única que queda. Y ella nunca firmó nada.


—No me importa —gritó su madre.


Pedro nunca le había oído elevar tanto la voz. Realmente le preocupaba aquel asunto. Quizás Laura tuviera razón sobre ella y quizás había llegado el momento de llegar al corazón del asunto.


Se quedó un rato mirándola.


—Dime, madre. ¿Por qué quieres robarle el hijo a otra mujer cuando tú nunca quisiste a los tuyos?


Ella se puso en tensión.


—Tú no sabes nada sobre mis sentimientos por mis hijos.


Pedro la miró, incrédulo.


—¿No te parece eso un poco extraño? ¿Siendo yo uno de ellos?


—Yo quería a mis niños —dijo ella agitada.


—Pues tenías una forma muy extraña de demostrarlo.


—Tenía que hacer lo que Marcos y su madre decían. Ni siquiera me dejaban estar con vosotros. Sólo os podía ver a mediodía y tenía que estar alguien presente.


Pedro la miró con el ceño fruncido.


—¿De qué estás hablando?


—Tenía un problema. Con... con la bebida — cerró los ojos un segundo—. Ya está. Lo dije.


—Pero tú no bebes mucho.


—Ay, hijo mío. Llevo muchos años bebiendo. Es la única manera de aguantar cada día.


Pedro miró hacia el vaso de vino.


—¿Por qué? ¿Por qué bebías entonces? ¿Y por qué ahora?


—Era muy joven cuando me casé y rápidamente descubrí que tu padre me era infiel. Su primera aventura fue cuando nació German, Me dijo que ya no era atractiva. Según él, necesitaba ser el primero en la vida de la mujer con la que se acostaba. Su madre me dijo que así eran los hombres y que tenía que aguantarme. Pero yo no podía. Así que empecé a beber.


—Estaba equivocada. No todos los hombres somos iguales.


Ella lo miró de manera extraña.


—¿Cómo puedes decirme tú eso? Eres exactamente igual que él. Eres incapaz de ser fiel.


Pedro se acordó de Deborah Freeman.


—No, madre. Yo no soy como él. En absoluto. Simplemente he estado huyendo de la vida, temeroso de amar a una mujer y hacerle daño porque todos me decían que era como mi padre. Pero ahora sé que huir no es la respuesta. Pero sigamos hablando de ti. ¿Qué pasó cuando empezaste a beber?


—Me quedé embarazada de ti. Un día me quedé dormida y una de las criadas encontró a German gateando al lado de la piscina. Así que contrataron a Maria y a mí me mandaron a una clínica hasta que tú naciste. Después volví a Bellfield. No me dejaban quedarme a solas con vosotros aunque ya no bebía. Le amenacé a Marcos con divorciarme de él, pero tu abuela me dijo que si lo hacía nunca volvería a ver a mis hijos.


—¿Y tus padres?


—Al lado de tu abuela todo el tiempo. El problema con la bebida y mi fracaso como mujer era una desgracia que no querían que se supiera.


—¿Y por qué despedisteis a Maria?


—Un día me dijo que tu padre la había besado y yo le busqué otro trabajo. Tu padre se puso furioso y os envió a Aldon.


—Por Dios, madre, ¿por qué no hiciste nada para impedirlo?


—Ya os había perdido. Cuando os fuisteis a Aldon no llorasteis por mí, llorasteis por Maria. Me di cuenta de que no podía tener a mi marido y que había perdido a mis hijos. Entonces me dediqué a viajar.


—Así que Laura tenía razón. Todos estos años has estado huyendo de tus sentimientos y deseando que las cosas hubieran sido diferentes.


Su madre lo miró sorprendida.


—Qué observadora. En mi vida siempre tomé el camino más fácil. Por eso ahora quiero a Malena. No será fácil, pero quiero que tenga todas las ventajas de ser parte de la familia Alfonso. Quizás así, pueda compensarle a German.


—¿Destruyendo a la madre? —miró el vaso de vino—. ¿Poniendo a la niña en peligro mientras estás bebida?


Ella negó con la cabeza.


—No lo he tocado. Hace semanas que no bebo. Algunos días es muy difícil, pero si tuviera a la niña...


—Paula quiere a su hija —la interrumpió Pedro.


—¿Estarás de su parte, verdad? —susurró su madre.


Él asintió.


—Y nunca os perdonaré a ninguno de los dos si no dejáis esto ahora. Las quiero a las dos. No os dejaré hacer esto. Si me dais a elegir, elegiré a mi familia.


—Pero nosotros... —se quedó mirándolo—. Nosotros ya no somos tu familia, ¿verdad?


—No tiene por qué ser así. Y tú no tienes que dejar de beber sola. Hay clínicas excelentes. Seguro que Paula no pondría ninguna objeción a que participaras en la vida de Malena como su abuela, siempre y cuando no fueras una mala influencia.


—Su abuela será una influencia fantástica — declaró su padre, entrando en la habitación—. Y pronto le daremos todo lo que se merece. Aquí, en el sitio al que pertenece.


—No te voy a permitir que hagas eso. Malena es la hija de Paula. Si me obligas, le contaré a todas las revistas del corazón tu vida. Buscaré a todas las mujeres con las que has estado para que declaren cómo fue su aventura contigo. Les contaré cómo nos abandonaste a mi hermano y mí en un colegio. No sé qué tal te vendrá todo eso para la vacante del Tribunal Supremo.


—Eres un traidor —dijo su padre.


—Y tú eres una persona sin principios con la que no quiero tener ningún tipo de relación.


Su madre se levantó.


—Y, Marcos, como a partir de ahora no habrá ninguna mujer en esta casa —se quedó mirando a Pedro con una sonrisa— y como creo que Pedro se casará con Paula, no creo que tengas ninguna posibilidad de ganar. Si yo fuera tú, desistiría. Te mandaré a un abogado con los papeles del divorcio —se giró hacia su hijo—. Pedro, ¿te importaría dejarme tu apartamento en Florida para cuando salga de la clínica?


Pedro asintió, sintiéndose orgulloso de su madre por primera vez en su vida.


—Dime si necesitas algo.


—Creo que puedo hacer esto sola, hijo. Gracias por evitar que cometiera otro error en mi vida. Estaremos en contacto.


Pedro se quedó mirando a su madre mientras caminaba hacia la barra y vertía el vino en el fregadero. Después, se marchó y él imaginó que iba a hacer las maletas.


Cuando la perdió de vista, se giró hacia su padre. Se sacó el teléfono móvil del bolsillo y lo miró con determinación.


—¿Llamas tú a Jonathan Tunner o llamo yo a las revistas?


Su padre aceptó el teléfono sin hacer ningún comentario.



HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 33






Pedro se quedó mirando a los jardines de Bellfield, estaban llenos de color con los ocres típicos del otoño. Entonces pensó en todos los años que había desperdiciado asegurándose de que todo estaba perfecto durante las incontables ausencias de sus padres. Se ponía enfermo. No sólo por todo el esfuerzo que había dedicado a la conservación de la belleza de la finca que un día sería suya sino por las razones por las que lo había hecho. Qué tonto había sido al intentar ganarse el amor de unas personas que desconocían el significado de esa palabra.


Ahí estaba, con casi treinta y seis años, comprendiendo por fin lo que era importante en la vida. Gracias a Dios, German había aprendido su lección antes.


Miró el reloj. El mayordomo de sus padres le había dicho que esperara en la biblioteca hasta que se marcharan las amigas a su madre. Aquélla era su respuesta a su mensaje urgente.


Mientras esperaba había llamado a su vieja amiga Lindsey Tunner para decirle que su padre era el abogado de sus padres. Lindsey le ofreció una información que podría resultarle muy valiosa: Marcos Alfonso estaba interesado en una plaza que quedaría vacante en el Tribunal Supremo.


—¿Pedro? —preguntó la voz de una mujer.


Se alejó de la ventana y se quedó mirando a la mujer que había en la puerta. Deborah Freeman, la nieta del cliente más importante de su padre.


Durante su adolescencia había soñado con esa belleza; pero ella había sido totalmente inalcanzable. Después, se había casado con un jugador de fútbol y Pedro tuvo que seguir admirándola desde la distancia.


Extendió la mano hacia ella.


—Deborah —dijo él—. No sabía que fueras una de las invitadas a mi madre. ¿Qué tal estás?


Ella se deslizó hacia él. Y él se preguntó cómo era posible que pareciera ir flotando con aquellos tacones tan altos. 


Antes de darse cuenta, ella le había tomado la mano y se había acercado a él, tanto que podía oler su perfume. Un aroma floral nada que ver con el aroma fresco de Paula.


Paula. Ya la echaba de menos.


—Has estado fuera así que me imagino que no te habrás enterado —dijo ella con voz melosa—. He pasado por un terrible divorcio. Le oí al mayordomo que estabas esperando aquí para ver a tu madre. Me excusé y viene a verte. Tu madre nos había dicho que tú también estás pasando por un mal momento.


Pedro sintió que estaba invadiendo su espacio personal; le soltó la mano y dio un paso hacia atrás.


—¿Yo? Soy más feliz que nunca —respondió él mientras analizaba la situación.


¿Qué le pasaba? Allí estaba Deborah Freeman ofreciéndosele en bandeja de plata y él la veía como una... una intrusa. Aquel viejo sueño perdía todos sus encantos al compararla con la mujer de verdad que había dejado en Maryland, con su aroma fresco y su pelo rubio alborotado y sus ojos azules cristalinos.


—¿Estás seguro de que eres feliz? —preguntó ella, volviendo a acercarse a él—. Desde que he entrado en la habitación no has parado de fruncir el ceño. Recuerdo que solía causarte otra impresión.


Le pasó un dedo por la camisa hacia el cinturón. Pedro la agarró de la muñeca y le alejó la mano.


—Eso pertenece al pasado —gruñó—. Mis intereses han cambiado de manera drástica durante estos últimos meses.


Deborah abrió los ojos y entonces él se dio cuenta de que había visto lo que él mismo había sido incapaz de ver hasta aquel mismo instante.


—Quienquiera que sea, es una mujer afortunada. Voy a volver a la sala antes de que se den cuenta de que me he marchado —lo miró con una sonrisa triste—. Buena suerte, Pedro. Que seas feliz.


—Gracias —respondió él y se quedó sorprendido mientras la mujer se alejaba.


En aquel momento, entendió lo que acababa de suceder. 


Aquella mujer habría sido una tentación maravillosa y gloriosa. Y ni siquiera había sentido el más mínimo interés por ella. Y todo porque no era Paula. La mujer a la que amaba. La mujer a la que no le costaría serle fiel.


Diez minutos después, Pedro seguía esperando a su madre cuando recordó que Jerry tenía que arreglar el calentador. 


Entonces, pensó que lo más probable sería que fuera a pedirle la llave a Paula.


De repente, el terror invadió su corazón. ¿Y si ella veía los documentos? ¿Pensaría que había estado conspirando contra ella?


Ni siquiera sabía por qué los había dejado en casa. 


Probablemente, porque estaba seguro de que podría obligar a sus padres a que retiraran la denuncia.


Decidió llamar a Jerry para pedirle disculpas. Entonces, se enteró de que Paula había estado en su casa. Cuando le pidió que fuera a buscar unos papeles que tenía encima de la mesa, Jerry no los encontró. Entonces, Pedro supo que ella se había enterado de todo y deseó estar a su lado.


—Por favor; cree en mí, Pau— susurró él.