martes, 12 de julio de 2016

¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO FINAL





Paula golpeó el aparato del aire acondicionado y lanzó una maldición cuando este dejó de funcionar del todo.


–Genial –murmuró–. Sencillamente genial.


Cruzó la sala de estar y aumentó la potencia del ventilador de pie, al menos movía el aire. Por las ventanas abiertas entraban los ruidos de la ciudad, una mezcla de tráfico, cláxones y gente gritando. El verano en Nueva York estaba muy alejado de las brisas agradables de Tesoro.


Se sentó a la mesa de la cocina y tomó un sorbo de té frío. 


Hacía dos semanas que había vuelto a Nueva York y ya era hora de que dejara de pensar en Tesoro. Ya era
suficiente con que soñara todas las noches con Pedro y las maravillosas sensaciones que había descubierto en sus brazos.


Intentó concentrarse en los anuncios de trabajo que tenía delante. Necesitaba un empleo, pero no quería uno normal. 


Quería algo que le ofreciera aventura, emoción, todo eso a lo que había renunciado para volver a casa.


Cuando sonó el timbre, se levantó de un salto, agradeciendo la distracción. Cruzó la sala, abrió la puerta y se quedó parada con la boca abierta, mirando al hombre que protagonizaba todas las noches sus sueños.


Pedro–susurró.


Estaba guapísimo, con un traje gris y corbata azul. Ella llevaba una camiseta blanca de tirantes, pantalones cortos rojos e iba descalza.


–Gracias –dijo él, al ver que ella no decía nada más–. Voy a entrar.


–¿Qué haces aquí?


–Tenemos asuntos pendientes.


Miró los anuncios de trabajo que ella había estado viendo, movió la cabeza y volvió a mirarla a ella.


–No necesitas un empleo nuevo. Puedes recuperar el viejo si quieres.


Se acercó a Paula y sacó una bolsa de terciopelo del bolsillo interior de su chaqueta. La abrió y volcó el contenido en la mesita de café.


El Contessa brilló a la luz del sol. Cada diamante parpadeaba atrapando el sol y lanzando arco iris por toda la habitación.


–¡Oh, Dios mío! ¿Qué has hecho?


Él se encogió de hombros.


–Fui a Mónaco y le quité el collar a Jean Luc. Ni siquiera tenía una caja fuerte, estaba guardado en un cajón de su dormitorio. Lastimoso. Y yo quería que tuvieras el collar para salvar tu reputación.


Su reputación le importaba. Durante años solo había tenido eso. Pero Pedro le importaba más.


–No debiste hacerlo. Podrían haberte pillado. Podrías haber acabado en la cárcel.


–A mí solo me atrapan cuando quiero que me atrapen –dijo él, mirándola a los ojos.


–¿Qué quieres decir con eso?


–Te lo diré cuando hayas contestado a una pregunta –la miró mientras se aflojaba la corbata y se abría el cuello de la camisa–. Esto es un infierno.


–El aire acondicionado se ha estropeado.


Él se quitó la chaqueta y la arrojó sobre una silla.


–No importa. La pregunta es: «¿Quieres tu antiguo trabajo en el Wainwright? Supongo que te lo darán cuando devuelvas el collar.


Paula no estaba tan segura. El trabajo se lo habrían dado ya a otra persona. Pero aquello no era necesariamente algo malo.


–No. Ya no quiero ese trabajo. Es maravilloso poder devolverle el collar a Abigail y gracias por eso, aunque no deberías haberlo hecho.


Él enarcó las cejas.


–De nada.


Paula frunció el ceño.


–Pero viajar por Europa me ha hecho cambiar. Quiero… aventura en mi vida. Así que no, no volveré a mi antiguo trabajo.


–Me alegra saberlo –él se desabrochó los gemelos y se remangó–. Hace mucho calor.


–Bienvenido al verano en la ciudad –Paula se cruzó de brazos y lo miró–. Ya he contestado a tu pregunta, ahora contesta tú a la mía: ¿qué querías decir con lo de que solo te atrapan cuando tú quieres?


–Quiero decir –él le agarró los brazos y la atrajo hacia sí–, que tú eres la única que me ha atrapado. Y yo quería que lo hicieras.


–¿Querías? –Paula sintió el corazón henchido de emoción y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas.


Pedro le secó las lágrimas con los pulgares y sonrió.


–No llores, querida. Me destroza ver llorar a una mujer fuerte.


Ella se mordió el labio inferior y luchó por controlarse.


–¿Qué es lo que intentas decir? –preguntó.


–Intento decirte que tu aventura está esperándote, si quieres. Que podemos tenerla juntos. Te he echado de menos.


Le dio un beso fuerte y rápido en la boca.


–Quiero que te cases conmigo. Deja que Teresa nos prepare una boda en Tesoro. Vente a Londres conmigo y ayúdame a hacer algo con esos horribles muebles.


Paula soltó una risita nerviosa. No podía creer que estuviera ocurriendo aquello. ¿Era otro sueño?


–Y si quieres ser policía, ahora tengo amigos en la Interpol. Podemos trabajar juntos.


Paula temblaba de la cabeza a los pies. Se sentía feliz y confusa al mismo tiempo. Él le ofrecía el mundo y la oportunidad de estar a su lado. Pero todavía no le había dicho las palabras que más necesitaba oír.


–Sigues sin contestar –dijo él–. Vamos a ver si esto te convence de que me hables. Te quiero, Paula Chaves, hija y nieta de policías.


Ella soltó una risita.


–Te quiero tanto que he devuelto tu anillo de compromiso temporal a la mujer a la que se lo robé.


–¿En serio? –ella sonrió. Él había renunciado al trofeo que había guardado durante años. Y lo había hecho por ella–. ¡Oh, Pedro!


–No me mires como si fuera un héroe. No lo entregué personalmente. Lo envié por correo certificado.


–No puedo creer que hicieras eso –ella seguía sonriendo.


–Paulo tampoco. Pero para ti era importante y, en consecuencia, para mí también.


Pedro


–Todavía no he terminado. Te he traído esto –esa vez sacó una cajita roja del bolsillo–. He comprado este anillo especialmente para ti. Y lo he pagado. Fue una experiencia extraña.


Ella se echó a reír.


–Cuando vi este anillo en el escaparate de una joyería de Mayfair, supe que estaba hecho para ti –Pedro abrió la cajita.


Paula contuvo el aliento. Miró la piedra y después los hermosos ojos de Pedro, que brillaban de amor y emoción.


Pedro le puso el anillo en el dedo.


–Cásate conmigo. Sé mi amante, mi amiga. Ven a casa conmigo a formar una familia. Sin ti no soy nada.


Pedro, te he echado mucho de menos –se puso de puntillas para besarlo–. Yo también te quiero. Creo que desde la primera noche en tu casa.


Él sonrió.


–En nuestro primer aniversario, tienes que volver a tumbarte en el suelo con esa minifalda. Estuve perdido desde el momento en que vi tus hermosas piernas saliendo de debajo de mi cama.


Paula rio y le echó los brazos al cuello.


–Nada me gustaría más que llevarte a la cama, amor mío. Pero no en esta sauna. ¿Vamos a mi hotel?


–¿Dónde te hospedas?


–En el Waldorf.


Ella lo miró.


–Sé que ese hotel tiene un buen sistema de seguridad.


Pedro sonrió.


–Te lo repito una vez más. Soy un exladrón.


Paula miró al hombre que amaba y sonrió.


–La policía y el ladrón. Dos caras de una misma moneda.


–Es casi poético –asintió él. Volvió a besarla–. Además, puede que el ladrón sea yo, pero tú, querida, me has robado el corazón.




¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 30





–Deberías estar contento –Paulo estaba claramente sorprendido por la falta de entusiasmo de Pedro después de haber podido destruir las fotos de su padre saliendo de la propiedad de los Van Court.


La familia estaba a salvo. La mujer que había iniciado todo aquello iba camino de los Estados Unidos. Y sin embargo, Pedro no encontraba ningún alivio.


En vez de eso, tenía un nudo de desolación en el vientre. Y su cerebro tampoco le daba paz. Reproducía la escena con Paula una y otra vez, como si no hubiera sido suficiente con vivirla una vez.


Todavía no podía creer que ella se hubiera ido. Había estado seguro de que podría lograr que se quedara, pero había fracasado en la tarea más importante que se había impuesto.


–Déjalo en paz, Paulo –terció Teresa.


Su hermano soltó una carcajada.


–¿Por qué os portáis como si estuvierais en un funeral? Ella se ha ido. El peligro también. Deberíamos estar celebrándolo.


–Paulo –dijo su padre con suavidad, sin apartar la vista de su hijo mayor–. Hay muchas cosas que tú no sabes.


–¿Por ejemplo?


Nick Alfonso suspiró.


–Por ejemplo, no tienes ni idea de lo que es amar de verdad.


Pedro alzó la cabeza y miró a su padre.


–¿Amor? ¿Quién ha dicho nada de amor?


Nick frunció el ceño y chasqueó la lengua.


–Tú deberías haberlo hecho.


–Gracias, papá –intervino Teresa–. Es lo mismo que le he dicho yo hace una hora.


–Y yo te he dicho que te ocuparas de tus asuntos –repuso Pedro con suavidad.


Rico rio desde el extremo del sofá.


–¿Crees que hará eso? ¿No conoces a tu hermana? –tiró de ella y la sentó a su lado.


–Mi familia es asunto mío –replicó Teresa. Apuntó a Pedro con el dedo índice–. No debiste dejarla marchar.


Pedro apretó los dientes para no gritar. Miró a su hermana y vio la luz fiera que brillaba en sus ojos. Teresa era una Alfonso de los pies a la cabeza. Y si pensaba que tenía razón, no pararía.


–¿Y qué tenía que hacer yo? –replicó. Terminó su whisky y dejó el vaso vacío en la mesa–. Ella quería marcharse.


–Ella no quería irse en absoluto –repuso Teresa, exasperada–. ¿No podías mirarla a los ojos y ver que te amaba?


Pedro le dio un vuelco el corazón, pero no podía creerlo.


–Si me quisiera, se habría quedado.


–¿Le dijiste tú lo que sentías? –preguntó Nick.


–No sé lo que siento, papá –confesó Pedro–. Le pedí que se quedara y me dijo que no.



–No le diste ninguna razón para quedarse –comentó su padre.


Pedro le había ofrecido su casa. Viajes. Aventura. ¿Qué más podía haber dicho?


–Estoy muy decepcionado –comentó Nick con un suspiro.


Pedro lo miró.


–¿Por qué? Tengo las fotos que tenía Paula. Estás a salvo. La familia está a salvo.


–Basta –Nick agitó una mano en el aire–. Esa mujer no me habría delatado y tú lo sabes.


–Era policía –intervino Paulo–. Lo habría hecho, papá.


–No –Nick negó con la cabeza–. Ella no haría tanto daño a Pedro.


–Por fin –murmuró Teresa–. Un Alfonso con cerebro.


Pedro miró a su padre.


–Esto no es cuestión de amor, papá. Es cuestión de elecciones y ella ha hecho la suya. Ha elegido regresar a Nueva York. No podía separarme de la vida que he llevado y por eso se fue.


Nick se levantó y se acercó a su hijo mayor.


–Eres muy tonto. No quieres ver la verdad.


Pedro soltó una risita.


–Veo toda la verdad. Ella eligió la vida rígida del bien y del mal, del negro y el blanco. No fue capaz de ver que no todas las cosas se pueden definir tan fácilmente.


Paula era testadura y desafiante y la echaba mucho de menos. Su ausencia lo desgarraba por dentro. Sabía que, si nada cambiaba, pronto le quedaría solo un agujero vacío donde antes estaba su corazón.


–¿Adónde he llegado? –susurró.


Su padre, que estaba a su lado, lo oyó. Le puso una mano en el hombro.


–Has llegado a un lugar al que yo he rezado para que llegaras. Has encontrado una mujer, como hice yo. Tu madre significaba más para mí que mi propia vida. Sin ella no era nada. Con ella lo tenía todo.


Pedro movió la cabeza.


–Pero mamá te quería. Eligió quedarse contigo.


–Al principio no –Nick guiñó un ojo–. Hubo que convencerla –musitó con una sonrisa de ternura–. Y si no recuerdo mal, persuadirla fue muy dulce.


–Persuasión –Pedro miró hacia el océano. Pero en lugar de ver cielo y mar, vio unos ojos grandes, una mata de pelo rojizo y una boca sensual curvada en una sonrisa de amante.


Entornó los ojos, apretó la mandíbula y se dijo que nunca en su vida había perdido nada que le importara de verdad y no iba a empezar en aquel momento.