miércoles, 16 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 12





Las doce de la mañana. Paula había decidido quedarse con la ropa informal que se había puesto aquella mañana en Alfonso’s Castle ya que iban a ir de picnic. Sin embargo, en aquel momento tenía más mariposas en el estómago que las que había dibujadas en la camiseta que hacía juego con la falda vaquera que llevaba. Y, cuando Marcos la llamó desde el vestíbulo gritando: «¡Ya está aquí, mamá! Tiene un todoterreno grande como el del tío Dany», Paula sintió que ese cosquilleo en el estómago se intensificaba aún más.


Un todoterreno… Seguro que a Marcela la llevaba en un lujoso deportivo cuando… «¡Basta ya, Paula!», se reprendió, «esto es un picnic, no una cita romántica». Además, como parecía dudoso que él tuviera una silla de niño en el coche, tendrían que ir en su viejo coche de todos modos.


Paula tomó de la mesa de la cocina la mochila donde había puesto todas las cosas que pudiera necesitar para Marcos, cosas que Pedro, no siendo padre, no habría previsto, por supuesto. Inspiró con fuerza y se dirigió a la puerta principal y salió de la casa con Marcos justo cuando Pedro estaba subiendo los escalones de la entrada.


Pedro se detuvo un instante frente a ellos, como si no estuviera muy seguro de qué estaba haciendo allí. ¿Estaba arrepintiéndose? Llevaba puestos unos vaqueros y un polo azul marino que resaltaba el color de sus ojos de tal modo que Paula no podía dejar de mirarlos, fascinada. Se notaba toda temblorosa por dentro, como si estuviera esperando un veredicto, pero entonces él sonrió, y los nervios de la joven se desvanecieron.


–¡Hola!, me alegra veros de nuevo –los saludó a ambos–. ¿Te acuerdas de mí, Marcos? Mi nombre es Pedro.


–Sí, me acuerdo de ti, no te asustó el sapo y me enseñaste los peces –contestó el niño.


Pedro se rio con ganas ante semejante reconocimiento.


–Bueno, vamos a guardar esta bolsa que trae tu madre…, y nos vamos –anuncio quitando a Paula la mochila del hombro y diciéndole–. No tenías por qué molestarte en preparar nada, Paula, Rosita ha tenido la amabilidad de hacernos…


–No, son cosas para Marcos. No estaba segura de si…


–Oh, eso… Bueno, yo he traído pollo frito, plátanos, helados… Creía que a los niños pequeños les gustaban esas cosas…. –le dijo él con un brillo burlón en los ojos–, ¿o me equivoco?


–No, es verdad, a Marcos le encantan todas esas cosas –asintió ella sin poder evitar una sonrisa.


Cuando iban caminando hacia la verja, de pronto Paula recordó el problema del transporte.


–Como no tendrás un asiento de niño para el coche he pensado que…


–Sí que lo tengo, he alquilado uno en un servicio de alquiler de coches.


Paula se detuvo, sorprendida por las molestias que se había tomado.


–Bueno, os invité a los dos, ¿no? –le recordó él en un tono suave.


–Sí –balbució ella sonrojándose como una colegiala. Desde que enviudara, no había encontrado a ningún hombre que se preocupara de su hijo, normalmente solo querían salir con ella, y cuando se enteraban de que había un crío de por medio se esfumaban.


Pedro aseguró al pequeño en su silla en el interior del Land Cruiser, y abrió la puerta del acompañante para que Paula entrara. Esta se encontró en una situación algo embarazosa, ya que el vehículo era bastante alto, y no sabía cómo subir de una forma elegante. Pedro le ahorró tener que averiguarlo alzándola en brazos y sentándola como había hecho con el niño.


–Ya está –le dijo sonriendo–, sin problemas –al mirarla a los ojos comprendió que ella estaba recordando ese mismo gesto de la noche anterior, cuando la había transportado en volandas hasta el lecho–. Lo siento, no he podido resistir la tentación –murmuró Pedro. Y, durante un instante electrizante, los ojos de él descendieron hasta sus labios. 


Paula no se atrevía a respirar. ¿Iba a besarla?, se preguntó ansiosa y expectante.


–¿Vas a ponerle el cinturón a mamá también? –preguntó Marcos.


El hechizo del momento se rompió, y Pedro, reaccionando rápidamente, respondió mientras hacía caso al niño:
–Listo, Marcos, tienes razón, la seguridad ante todo, hay que cumplir las normas, ¿verdad?


Y, acto seguido, cerró la puerta y dio la vuelta al coche para sentarse al volante, dando tiempo a Paula a recobrar la compostura, aunque por dentro se deleitó en haber podido comprobar que aún despertaba deseo en él.


–Pues tú no cumpliste la norma de recoger la ropa del suelo –apuntó Marcos en tono de crítica–. ¿No te enseñó tu madre que debías hacerlo? A mí mamá siempre me riñe cuando no lo hago.


El corazón le dio un vuelco a Paula. No había duda de a qué se estaba refiriendo su hijo, y esa vez no había forma de evitar el tema. Pedro le dirigió una mirada, cómo pidiendo auxilio, y ella se la devolvió, rogándole que no respondiera nada inconveniente.


–Sí… –comenzó Pedro inseguro–, sí, claro que tenía esa norma yo también de pequeño, pero es que anoche estaba muy cansado y me olvidé. Pero la recogí esta mañana, ¿sabes, Marcos?


–Ah, bueno, entonces no se enfadarán contigo –concluyó Marcos satisfecho.


–Sí, más vale tarde que nunca.


Pedro alargó una de sus fuertes manos para apretar afectuosamente la mano de Paula. Esta le sonrió agradeciéndole su delicadeza, y aquel simple gesto afianzó de algún modo lo que sentían el uno por el otro, acercándolos más.


–¿Todo bien? –murmuró él.


–Ya lo creo –contestó Paula sonriéndole–, has estado fantástico…, como ayer.


–Tú también lo estuviste –respondió él con un brillo travieso en los ojos.


Aquellas cuatro palabras, susurradas con voz cálida, hicieron que Paula se estremeciera. En aquel momento se olvidó de que Marcos estaba en el asiento trasero, de que iba a decirle a Pedro cómo llegar a Crystal Cascades… hasta de que iban de picnic.


Aparentemente Pedro debía haber mirado la ruta en un mapa antes de salir, ya que puso el coche en marcha y tomó la carretera correcta. Mientras conducía, Paula lo observó recordando la sensación de sus manos recorriéndola la noche anterior, sus musculosas piernas, la perfección de su cuerpo… Quería volver a sentir todo aquello y, de pronto, tuvo la certeza de que también él.







UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 11





Paula estaba en la cocina, fregando las cosas del desayuno, mientras observaba a Marcos a través de la ventana. El pequeño estaba fuera, arrastrando un camión de juguete por el césped y parándose en distintos sitios para colocar bloques de plástico, siguiendo las reglas de algún juego de su invención.


El jardín trasero era un magnífico patio de recreo para el niño. Para tranquilidad de Paula, estaba vallado, y había una pequeña parcela de huerta, con tomates, pepinos, pimientos… A Marcos le fascinaba verlos crecer, y se divertía mucho recogiéndolos cuando estaban maduros. El otro jardín, en la parte delantera de la casa, era el lugar donde Paula plantaba las flores que más le gustaban, a salvo de los balones y las travesuras de su hijo.


La vivienda era una casa de madera típica de Queensland construida en alto, con tejadillos alrededor para dar sombra en verano. No era grandiosa ni mucho menos, pero era un hogar, un hogar propio que sus padres y los padres de Angelo les habían ayudado a comprar cuando se casaron. 


Pero ya no tenía marido, y su hijo no tenía un padre… ¿Era una fantasía ridícula soñar que Pedro Alfonso pudiera llegar a ejercer esos dos papeles? La noche anterior, cuando había estado atendiendo a Marcos, y cuando le había hecho el amor…


Paula suspiró pesadamente recordándose que estaba comprometido con Marcela Banks. Lo más probable era que Pedro y ella hubieran tenido algún roce durante la fiesta y que al final aquello hubiera terminado en una discusión. 


Solía pasarle a todas las parejas, pero también solía ocurrir que tras uno o dos días las cosas se calmaran y… En ese momento sonó el teléfono.


Paula sacó las manos del agua jabonosa, las secó con un paño y corrió a contestar la llamada. Probablemente sería su madre, que querría saber cómo había resultado su actuación en la fiesta. «¡Qué gran honor que Isabella Alfonso te haya pedido que cantes!», había exclamado entusiasmada cuando se lo anunció.


Paula torció el gesto ante la idea de tener que fingir estar contenta y hacer como si nada perturbador le hubiera ocurrido…, algo como haber tenido un amante imprevisto en medio de la noche, y no saber siquiera si él querría recordarlo u olvidarlo a la mañana siguiente.


–¿Sí, dígame? –contestó tratando de sonar despreocupada.


–¿Paula? Soy Pedro Alfonso –fue la respuesta al otro lado de la línea. Al escuchar esa voz firme e inconfundible, Paula se vio atrapada inmediatamente por un torbellino de emociones contradictorias. La sorpresa por volver a hablar con él tan pronto, cuando había estado convencida de que no volvería a saber nada de él, la dejó sin habla un buen rato. Miró el reloj de la cocina: pasaban unos minutos de las diez. ¿Acabaría de despertarse y se había dado cuenta de que se habían marchado? ¿La estaba llamando para disculparse y decirle que había sido un tremendo error?


Los latidos del corazón martillaban en sus oídos, se notaba el pecho tan tirante que apenas podía respirar, y tenía agarrado el auricular con tal fuerza, que los nudillos de la mano estaban blancos. En su mente empezó a conjurar pensamientos positivos, esperanzada de que él fuera a decir algo bueno, no porque lo creyera, sino porque necesitaba aliviar un poco la tremenda tensión que sentía.


–Comprendo que esta mañana te pareciera que lo más acertado era marcharte temprano pero… –comenzó él con la voz ronca–, ¿podríamos vernos hoy?


¡Quería verla! Paula no podía dar crédito a sus oídos, ni mucho menos acertar a decir palabra alguna. Todo el cuerpo le temblaba por la sorpresa y la alegría. Parecía que después de todo él no quería olvidarse de la noche anterior… Quería verla, pero… ¿con qué propósito? Tal vez lo único que quisiera era explicarse, pedirle disculpas en persona…


–¿Paula?


La joven se humedeció los labios con la lengua. Su corazón la impelía a gritar que «sí» a aquel encuentro que le proponía, sin importarle nada más, pero de algún modo sentía que se merecía más. Estando comprometido con otra mujer, ¿cómo podía citarla a solas? ¿Acaso tenía intención de poner sus sentimientos a prueba? ¿O…, tal vez, se le ocurrió, sintiendo un pinchazo de indignación en el estómago, tal vez pretendía mantener un doble juego con ambas?


–Paula, escucha, ya no estoy comprometido con Marcela –le dijo él–, rompí nuestro compromiso anoche, después de la fiesta, cuando la llevé a su casa. No hay ningún impedimento para que… –se quedó callado un momento, evidentemente buscando unas palabras menos ofensivas–. Quiero decir, que no querría que pensaras que estoy engañando a nadie. Por favor, créeme.


¡Había terminado con Marcela! Fue como si hubiera explotado un cohete en la cabeza de Paula ante aquella noticia.


–Debí habértelo dicho anoche –se disculpó él–. Perdóname, por favor, y perdóname también por la preocupación que pueda haberte causado.


El alivio de Paula se tradujo en un profundo suspiro.


–Gracias, Pedro, sí que me preocupó –decir eso era decir poco, pero en aquel momento no le importó. Era como si le hubiesen quitado un pesado yunque de la espalda, y parecía que la sangre le burbujease en las venas, transmitiendo esperanza al corazón.


–Por favor, me gustaría mucho poder pasar algún tiempo hoy contigo –insistió Pedro–, ¿y si fuéramos Marcos, tú y yo de picnic?


Una invitación así, que incluía además a su hijo, fue la confirmación de que verdaderamente disfrutaba de su compañía.


–De acuerdo, me encantaría –respondió ella intentando no sonar muy ilusionada–. Podríamos ir a Crystal Cascades. Es un sitio precioso y no está muy lejos de aquí –propuso–. Vivo en Redlynch, en las afueras de Cairns –explicó para que él se situara.


–Lo sé, mi abuela me ha dado tu teléfono y tu dirección.


De nuevo, Paula se quedó muy sorprendida al oír aquello, pero la alegró contar con una prueba de que no se estuviera ocultando.


–¿Has hablado con ella de lo que…? –balbució.


–Sí, hace un rato. ¿Te va bien que os recoja a las doce?


–Claro –respondió ella–, estaremos listos a esa hora.


–¡Estupendo! Nos vemos luego, entonces.


¡Un picnic con Pedro Alfonso! Paula abrazó el auricular contra su pecho. Estaba ocurriendo de verdad, no era un sueño imposible… ¡Pedro quería estar con ella y con Marcos!



****

Pedro colgó el teléfono con una sonrisa de satisfacción en los labios. No recordaba cuándo había sido la última vez que había ido de picnic, pero la idea se le había ocurrido de repente y le había parecido estupenda. Paula, Marcos… 


Era como tener su propia familia. Sin embargo, se quedó un instante pensativo. ¿Era Paula para él una especie de revulsivo contra Marcela? ¿Estaba cambiándola por los desayunos dominicales en restaurantes de moda junto a la costa, por las charlas banales con las amistades de su ex prometida?


Desde luego no podía negar que sentía un fuerte deseo de alejarse de todo aquello, de dirigirse hacia otro horizonte, y en aquel momento Paula Chaves y su hijo se habían convertido en aquel nuevo enfoque para él. No obstante, se dijo, debería avanzar con cautela, en vez de lanzarse sin paracaídas a una nueva relación. Había cometido un grave error con Marcela, ¿podía volver a fiarse de sus instintos con Paula?


Debía controlarse, el control era la clave, pero… ¿quería de verdad controlarse con Paula, con los sentimientos que despertaba en él?, ¿podía siquiera hacerlo? Lo único que sabía era que necesitaba volver a verla, estar con ella, saber más de ella…



****


Paula estaba todavía en una nube media hora después cuando su madre la llamó por teléfono. En ese momento la situación era tan distinta que no tenía que fingir estar contenta porque de hecho lo estaba. Respondió entusiasmada a la batería de preguntas de su madre sobre la fiesta y su actuación.


–¿Así que los dúos fueron bien recibidos por el público? ¡Qué maravilla, hija! –exclamó su madre con enorme satisfacción.


–Sí –asintió Paula–, y la señora Alfonso estaba encantada… ¡Oh!, y Patricio Owen me dijo que me llamaría para alguna otra actuación conjunta.


–¡Dios mío!, viniendo de un profesional eso sí que es un cumplido, Paula. Claro que no ha sido casualidad, porque tú tienes una voz preciosa… –añadió su madre henchida de orgullo. Paula se rio.


–Sí, bueno, no sé… Lo cierto es que tampoco quiero hacerme ilusiones. Patricio Owen es la clase de hombre que se deshace en lisonjas con todo el mundo.


–¿Por qué no venís a almorzar y me lo cuentas todo?


–Mamá, de verdad que no hay mucho más que contar –protestó Paula. «Quitando lo ocurrido a medianoche, claro…», añadió para sí. Tenía una especie de temor a referirle aquello. «Todavía no», se dijo cautelosa, no hasta que estuviera segura de las intenciones de él…–. El caso es que le había prometido a Marcos llevarlo hoy de picnic y no puedo faltar a mi palabra –se excusó–, pero gracias por la invitación, mamá.


–En fin, supongo que ya te pillaré algún día durante la semana. Dale un beso a Marcos de mi parte… No, espera, mejor pónmelo al teléfono, tengo muchas ganas de hablar con él.


Paula no podía arriesgarse a que al pequeño se le escapara que un hombre había dormido con su mamá la noche anterior.


–Es que está jugando fuera… –respondió Paula. Con un poco de suerte tal vez Marcos lo hubiera olvidado dentro de unos días.


–Oh, entonces déjalo, ya hablaré con él otro día. Bueno, hija, te dejo, ya voy a contarle a tu padre el enorme éxito que has tenido. ¡Se alegrará tanto de oírlo! Cuídate.


–Lo haré. ¡Hasta pronto!


Cuando Paula colgó el teléfono, su expresión no era tan alegre como unos momentos atrás, sino más bien pensativa. 


Mientras hablaba con su madre, se le pasó por la mente que, aunque hubiera estado a la altura de Pedro Alfonso en la cama, aquello no significaba que él la considerase adecuada en otras facetas de su vida. Había estado recordando todas aquellas preguntas que le había hecho en los jardines sobre su familia, su trabajo… Y después la había besado y se había disculpado por hacerlo aduciendo que «no era justo».


¿Qué no era justo exactamente?, ¿besarla cuando aún estaba comprometido con Marcela Banks, o darle esperanzas cuando ella nunca encajaría en su mundo? La mutua atracción que sentían no tenía que ver ni con lo uno ni con lo otro.


Tal vez su ruptura con la diseñadora no quisiera decir otra cosa más que el que había comprendido que no tenía nada en común con ella. No implicaba que quisiera casarse con ella en su lugar, se dijo Paula. Tenía que tener mucho cuidado con no ilusionarse por la cita de aquel día. Era posible que únicamente se sintiera culpable por haber perdido el control con ella la noche anterior y solo quisiera descargar su conciencia.


Claro que para eso hubiera bastado con la llamada de teléfono… ¿Y si realmente quisiera conocerla mejor, ahondar en aquella atracción? Sea como fuera, concluyó la joven, no tenía ningún sentido preocuparse por la dirección que pudiera tomar aquella relación. No iba a negarse aquella oportunidad, era una de esas cosas que solo ocurrían una vez en la vida.


No, no quería hablar de ello ni con su madre ni con nadie, no quería recibir advertencias, que le plantearan más dudas. 


Fueran cuales fueran las consecuencias, escucharía a su corazón, se dejaría guiar por su instinto.





UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 10




Mamá? –el susurro de Marcos y su toque en el brazo despertaron a Paula al instante. Al abrir los ojos, se encontró al pequeño mirándola perplejo. Miraba al otro lado de la cama y luego a ella, como si estuviera preguntándose algo. 


Entonces Paula lo recordó sobresaltada, despertándose del todo: ¡Pedro Alfonso estaba en la cama con ella!


Se llevó el índice a los labios para que Marcos guardara silencio y le susurró:
–Vuelve a tu habitación. Mamá irá dentro de un momento, ¿de acuerdo?


Marcos asintió a regañadientes, y Paula se sintió inmensamente aliviada de que no replicara. Necesitaba tiempo para pensar cómo iba a explicarle aquello, pero no disponían de él en ese momento. Tenían que salir de allí cuanto antes.


Mientras Paula se bajaba de la cama dio gracias por que estuvieran tapados con la colcha y Marcos no los hubiera visto desnudos. Aquello solo habría añadido más dificultad a la que ya de por sí implicaba el tener que explicarle qué hacía aquel hombre durmiendo con ella.


Paula miró a Pedro mientras tomaba la ropa que había colgado la noche anterior en una silla. Tenía el cabello negro revuelto y necesitaba ya un afeitado, pero ninguno de aquellos detalles le restaba un ápice de atractivo. Aun con los ojos cerrados era capaz de despertar en ella el deseo que la había devorado la noche anterior: los maravillosos hombros, tan musculosos…, la suave piel…, el vello en su tórax…


Quería acariciarlo de nuevo, pero tenía la sensación de que no debía hacerlo, porque no le pertenecía. El placer que había experimentado la noche anterior era un placer robado a otra mujer, se recordó poniéndose la camiseta, abrochándose la falda vaquera y calzándose las sandalias. 


Se sentía como una ladrona, intentando no hacer ruido, recogiendo sus pertenencias, pero no quería que Pedro se despertara. La situación ya era bastante delicada como para complicarla.


Tenían que salir de allí cuanto antes, no quería verse implicada en una escena familiar en casa de los Alfonso. Era a Pedro a quien le correspondía poner en orden su vida si quería volver a ella, si lo ocurrido entre ambos la noche anterior tenía algún significado para él… Ella misma aún no podía creer que aquello hubiera sucedido de verdad.


Salió sigilosamente de la habitación cerrando la puerta muy despacio. ¿Volvería a saber algo de él o…? Paula sacudió la cabeza no queriendo plantearse nada más. Si quería, Pedro podía averiguar por medio de su abuela dónde vivía. Si de verdad le importaba, la buscaría. Tenía que concentrarse en su hijo y dejarse de fantasías.


Marcos estaba esperándola en el otro cuarto sentado al estilo indio en el suelo, como esperando pacientemente a que le diera permiso para hablar. Sus grandes ojos castaños se alzaron hacia ella con curiosidad al verla entrar. Paula le dirigió una sonrisa tranquilizadora mientras iba a su lado. 


Dejó a su lado la bolsa de viaje y puso el traje de noche, cubierto con una bolsa de plástico, sobre la cama.


–¿Has ido ya al baño? –le preguntó en voz baja. Marcos asintió con la cabeza–. Bien, entonces vamos a vestirte –le dijo sacando una muda de la bolsa de viaje–. ¿Puedes hacerlo tú solo mientras yo entro un momento al baño?


–Claro, pero oye, mamá…


–¡Ssh! Todavía hay gente durmiendo en la casa, Marcos. 
Hablaremos cuando estemos abajo, ¿de acuerdo?


El pequeño frunció el ceño, pero empezó a quitarse el pijama. Satisfecha de ver que se cumplían sus instrucciones, Paula se apresuró a entrar en el baño para adecentarse un poco. Aunque era muy temprano, seguramente alguien del servicio estaría ya levantado y podría dejar un mensaje de agradecimiento para Isabella Valeri. Su amabilidad exigía ser correspondida, pero no podía hacerlo directamente. Sería muy embarazoso si, en medio de la conversación, a Marcos se le escapaba lo que había presenciado… «Por favor, Dios mío, no dejes que nadie se entere de esto», rogó en silencio con cierta ansiedad.


Eran casi las siete cuando Marcos y Paula bajaron las escaleras. Le dijo que se quedara cuidando de sus cosas en el inmenso hall mientras ella iba a buscar a alguno de los criados de la casa. Por suerte Rosita estaba ya en la cocina.


El ama de llaves le dirigió una cálida sonrisa que se trocó en una expresión confundida cuando Paula le anuncio su inmediata partida.


–Pero si la señora esperaba que se quedaran al desayuno… Por lo menos al desayuno –protestó Rosita.


Paula se deshizo en disculpas y profusos agradecimientos, pero resultaba francamente difícil mantenerse firme en su decisión, sobre todo cuando Rosita la acompañó hasta el hall insistiendo en que la señora Alfonso se disgustaría mucho cuando supiera que no la iban a acompañar para el desayuno.


–De veras que no puedo quedarme, Rosita. Por favor, dile a la señora Alfonso que es un asunto de familia, ella lo entenderá –le dijo Paula desesperada mientras arrastraba a Marcos tras de sí y cruzaba la puerta.


Mientras se dirigían al coche Marcos ya no se aguantó más y le preguntó:
–¿Quién era ese hombre que estaba en tu cama, mamá?


Paula puso los ojos en blanco y se mordió el labio inferior.


–Em… Pues, era el hombre que conocimos el otro día, el que te enseñó el estanque, ¿te acuerdas?


–Ah, sí, ya me acuerdo… el señor simpático.


–Eso es. Y esta es su casa.


–¿Y no tiene una cama para él? –inquirió el niño. Paula casi se rio.


–Sí, cariño, pero… Verás…, anoche fue a tu habitación para ver si estabas bien, y te encontró acurrucado bajo las mantas, así que pensó que debía subirte otra vez a la cabecera… Y tú te despertaste, ¿lo recuerdas?


Marcos sacudió la cabeza.


–Bueno, pues gritaste asustado y entonces yo entré en la habitación y me encontré allí a Pedro, el señor simpático, acunándote. Te volvimos a acostar y te tapamos. Él esperó para asegurarse de que estabas bien y de que te dormías otra vez, pero los dos estábamos muy cansados y nos quedamos dormidos.


Marcos se quedó un rato mirándola sin decir nada, como si estuviera pensando en ello y finalmente asintió.


–Claro, la cama era bastante grande y él cabía –reflexionó él satisfecho por la explicación.


–Claro, hijo –asintió Paula agradecida por la ingenua lógica de los niños.


–Es un hombre muy simpático, ¿verdad, mamá? –le preguntó Marcos sin cuestionar más allá la respuesta.


–Ya lo creo, cariño –sonrió ella.


¡Demasiado agradable y simpático para alguien como Marcela Banks! ¿Tendría él intención de llevar a término su compromiso con ella? ¿Podía serle infiel y seguir decidido a casarse con ella?


Las vanas esperanzas de Paula se disiparon como la niebla en la mañana. La noche anterior tenía que haber significado algo, tenía que haber significado algo…



****


Dado que la señora no bajaría a desayunar hasta las nueve, como acostumbraba a hacer cuando se acostaba tarde, y que no había sido capaz de retener a Paula Chaves y a su hijo, Rosita pensó que lo mejor sería subir a arreglar las habitaciones que habían dejado libres para ir aligerando trabajo.


Sin embargo, al ir a entrar en la habitación de la niñera, se detuvo perpleja en el quicio de la puerta. La cama estaba ocupada… ¡por un hombre! Un hombre que se parecía mucho a… Rosita rodeó de puntillas la cama para poder verle el rostro. ¡María santísima!, ¡el señorito Pedro!, ¡con el torso desnudo!, ¡y sus ropas esparcidas por todo el suelo del cuarto!


Aquello solo podía significar una cosa… Por eso la joven cantante se había marchado tan pronto. Rosita salió de la habitación sin hacer ruido para no despertar a Pedro, lo cual podría haber sido bastante embarazoso, se dijo.


Además, sabía que la señora querría ser informada al punto de que su nieto no había pasado la noche con su prometida.


¿Cuántas veces, a lo largo de todos sus años de servicio en Alfonso’s Castle, habría escuchado a la señora expresar su natural preocupación por el futuro de la familia? «¡Los jóvenes de hoy en día son tan desconsiderados hacia sus mayores…!», se lamentó Rosita. La mujer se sentía muy orgullosa de que su patrona la estimara tan discreta como para hacerla partícipe de sus cuitas, y esta le había confiado que Marcela Banks la desagradaba en extremo, así como su plan para sacarla del terreno de juego. El haber puesto a Paula Chaves en el camino de Pedro parecía haber funcionado, claro que… ¿hasta qué punto podía considerarse un éxito si Paula se había ido?


Rosita sacudió la cabeza preocupada. Le sabía mal inmiscuirse en las vidas amorosas de los demás, y podía granjearse la ira del señorito Pedro, pero era por el bien de la familia. La señora sabría qué hacer, tenía que decírselo… ¡Inmediatamente!



****

Pedro estaba tan a gusto que se resistió a dejarse arrancar de los brazos de Morfeo. Solo entonces regresó a su mente la razón por la cuál se sentía tan bien: Paula Chaves.


Paula… ¿No había estado acurrucada a su lado antes de quedarse dormido? Al encontrarse solo en la cama se incorporó como un resorte, buscándola, con los ojos muy abiertos.


Se había ido, no quedaba en la habitación signo alguno de ella. Pedro miró su reloj de pulsera. Pasaban algunos minutos de las nueve. Sí, debía hacer largo rato que se había marchado, probablemente su hijo se habría despertado temprano. Y lo que a ambos les había parecido lícito en la oscuridad de la noche, sin duda no le habría parecido a ella muy correcto a la luz del día. Si Marcos los había visto juntos, lo cual era bastante probable, ¿cómo se las habría apañado ella para explicárselo?, se preguntó sintiéndose culpable.


Ojalá ella no lo hubiera eximido así de toda responsabilidad, de tener que afrontar la parte de responsabilidad que le correspondía. Así era indudablemente más sencillo para él, menos vergonzoso para su familia, pero, de cualquier modo era responsable de lo ocurrido,más aún que ella, ya que era él quien había acudido en su busca… Aunque hubiera sido de forma inconsciente. Era solo que… Después de su ruptura con Marcela, había estado dándole vueltas a todo aquello del matrimonio, a lo que él buscaba en una mujer, y se había dado cuenta de que la clase de mujer que fuera a ser su compañera por el resto de sus días debía ser una mujer que compartiera sus valores, una mujer que quisiera tener hijos…


De pronto, se quedó paralizado por la duda. ¿Le había dicho a Paula que había roto su compromiso? No podía decir si lo había hecho o no, porque, en el calor del momento, solo se había dejado llevar por sus sentimientos. Y, entonces, recordó que ella, al encontrarlo en el cuarto de Marcos, había exigido saber qué estaba haciendo allí, le había preguntado por qué no estaba con Marcela, y él le había contestado… 


«¡Olvídate de Marcela!»


¡Dios!, ¿cómo podía haber sido tan insensible? Solo los cielos sabían lo que Paula habría pensado de él. Nada bueno seguramente. Era todo culpa suya, ¿por qué diablos no le habría explicado el cambio en su situación? Habría creído que era un donjuán sin escrúpulos. Había sido como perder toda conciencia de sí mismo y de lo demás ante la promesa de una noche de amor con ella, ninguna otra cosa le había importado en aquel momento, pero entonces…


Pedro apartó bruscamente la ropa de la cama y se levantó. 


Tenía que saber si Paula seguía allí, tenía que explicárselo… Tal vez estuviera desayunando con su abuela… Era una posibilidad poco probable, pero tal vez la necesidad de ella por recibir una explicación la hubiera hecho quedarse.


Agarró sus ropas y salió disparado hacia su habitación con la esperanza de no encontrarse a nadie por los pasillos. De cualquier modo, siendo domingo por la mañana sería bastante raro. Se dio una ducha rápida, se afeitó, se puso ropa limpia y, a las nueve y media, estaba ya en el piso de abajo. Mientras corría por las escaleras, había estado ensayando mentalmente las posibles preguntas de Paula y las respuestas que podría darle.


Le resultó difícil reducir la tensión que lo atenazaba antes de llegar al comedor. No quería que su abuela se metiera de por medio antes de que pudiera resolver aquella cuestión con Paula.


Le pareció que lo mejor sería anunciar sin rodeos que había roto su compromiso con Marcela. Eso tranquilizaría a Paula acerca de su proceder la noche anterior, y distraería a su abuela del tema, más peliagudo, que tenía que tratar con su invitada y protegida. Claro que también estaba el pequeño Marcos… ¿Lo habría visto en la cama con su madre?


Mentalizándose para afrontar todos aquellos problemas a distintos niveles, Pedro se sintió tremendamente desilusionado al entrar en el comedor y encontrar allí solo a su abuela. Se detuvo en el quicio de la puerta para tratar de cambiar el semblante y ocultar su decepción. Por suerte la silla de su abuela estaba girada hacia los ventanales del fondo de la habitación, a través de los cuales podía contemplarse el océano.


Su abuela tenía la mano derecha apoyada en la mesa y, junto a ella, había una taza de café. Según parecía, ya habían retirado el desayuno y, si Paula había estado allí, desde luego Marcos y ella debían haberse marchado antes incluso de que él se despertara.


Todavía dudando qué hacer, Pedro seguía en el quicio de la puerta cuando su abuela abandonó sus reflexiones y alzó la vista hacia la taza de café. En aquel momento debió verlo por el rabillo del ojo, y Pedro supo que ya no tenía otra opción más que quedarse.


Pedro… Vaya, esto sí que es una sorpresa –dijo.


–Buenos días, nonna –saludó él. Fue hacia ella con fingida tranquilidad, y le preguntó en un tono lo más despreocupado posible–, ¿ya se han ido tus huéspedes?


–¿Cómo sabes que Paula Chaves y su hijo…? –respondió ella enarcando una ceja.


–Paula me dijo que los habías invitado a pasar aquí la noche –se apresuró a explicar él.


–¡Oh, ya veo! Pues sí, la verdad es que esperaba que se quedaran a desayunar, pero se marcharon esta mañana muy temprano.


No, a su abuela no le había agradado aquella despedida a la francesa, observó Pedro sintiendo una punzada de culpabilidad en el pecho. Estaba claro que Paula se había marchado temiendo que pudiera armarse un escándalo, o peor, que la humillaran. Incluso se había arriesgado a ofender a su abuela con tal de que no se removieran más las ya turbulentas aguas. Era todo culpa suya, él la había puesto en una posición equívoca y era a él a quien correspondía hacer algo para enmendarlo.


Su abuela tomó una campanilla de la mesa para llamar a su ama de llaves y le señaló un asiento frente a ella.


–¿Quieres que Rosita te traiga algo para desayunar?


Era extraño que su abuela no le hubiera preguntado que estaba haciendo en casa, ya que, normalmente, acostumbraba a pasar los sábados por la noche en casa de Marcela.


–No, gracias, no quiero nada de comer –respondió. No podía perder más tiempo–, pero no me vendría mal una taza de café.


Rosita apareció enseguida y su abuela le pidió que llevara café para ambos, pero no le insistió a Pedro para que comiera algo. Sí que estaba rara aquella mañana… Siempre estaba acusando a Marcela de no alimentarlo bien, así que, ¿por qué no lo obligaba a tomar algo sólido entonces? ¿Acaso sospechaba que no acababa de llegar del apartamento de Marcela?


–La fiesta de anoche fue todo un éxito, ¿no te parece? –comentó Isabella mientras esperaban el café.


–Sí –asintió él. Le parecía que hiciera una eternidad de aquello. No quería siquiera recordarlo.


–Y el discurso de Antonio estuvo muy bien.


–Sí, bueno, ya sabes lo bien que se le da eso –volvió a asentir él después de un rato.


Tony siempre había sido muy extrovertido, alguien con quien uno nunca se aburría. Algunas veces Pedro se decía que le gustaría poseer aquella alegría vital de su hermano pequeño, su capacidad para vivir al día. «Tu problema, Pedro», solía decirle, «es que siempre quieres tenerlo todo bajo control». Y tenía razón, pero entonces… 


¿Qué había sido de todo aquel control de sí mismo la noche pasada?


–Y mi hallazgo, Paula Chaves, cantó maravillosamente –continuó Isabella.


–Oh, sí, ya lo creo –murmuró él. Y giró la cabeza hacia el ventanal para que su abuela no pudiera ver lo mucho que le afectaba la simple mención de su protegida.


El silencio de su anciana abuela le dio a entender que estaba esperando que él dijera algo más. Claro, después de todo, Paula había estado en su mesa cuando él la invitó a bailar. ¿Los habría visto quizá salir del salón de baile más tarde? Si era así, evidentemente pensaría que a él ella no lo dejaba totalmente indiferente, pero, más allá de eso, no le pareció que pudiera sospechar lo que había ocurrido entre ellos.


Entonces recordó que tenía que informar a su abuela de la ruptura de su compromiso con Marcela. No había vuelta atrás ni reconciliación posible. Aunque no se sintiera atraído por Paula, en ningún caso reconsideraría el matrimonio con una mujer que le era infiel con tal desvergüenza.


A su vez, aquellos pensamientos devolvieron su mente a la inquietud de que Paula se hubiera llevado una impresión incorrecta de él. Su comportamiento había sido intolerable, y el deseo irrefrenable que lo había llevado a actuar así no era una excusa válida. A sus ojos había debido parecer un aprovechado, que había tomado lo que había querido de ella sin haber aclarado primero las cosas.


Rosita regresaba en aquel instante con el café y una taza para él. Pedro le dio las gracias sonriendo cuando se la puso delante, pero ella no le devolvió la sonrisa. Parecía como que no quisiera mirarlo a la cara y, tras colocar en silencio el azucarero y un platito de pastas, salió del comedor. Aquello era ciertamente insólito, ¡Rosita callada!


Algo grave estaba ocurriendo allí. Rosita había trabajado para los Alfonso desde que él era un niño, y siempre había tenido un gesto amable para él. Pedro dirigió una mirada rápida a su abuela, pero sus ojos estaban fijos en la cafetera mientras se servía y la expresión de su rostro era impenetrable. A Pedro le pareció que estaba demasiado tranquila, demasiado serena, exactamente la actitud que solía aparentar ante alguna contrariedad.


–¿Qué problema hay, nonna?


Isabella Valeri dejó la cafetera sobre la mesa y alzó los ojos hacia los de su nieto con una mirada Áspera.


–Tú eres el problema, Pedro –le espetó con rotundidad.


¡Lo sabían! ¡Rosita y ella sabían que había dormido con Paula!


–Siento que mis acciones te hayan causado molestias –balbució conmocionado–, pero en cuanto pueda voy a solucionarlo –le prometió.


–¿Y puedo saber cómo vas a corregir la situación? –exigió saber Isabella con ojos reprobadores–, ¿necesito recordarte que…?


–Rompí mi compromiso con Marcela anoche –la interrumpió Pedro–, después de la fiesta, antes de regresar a casa.


Los ojos de su abuela brillaron con una expresión que Pedro no supo definir antes de reclinarse en su asiento con aire de alivio.


–Bueno, me alegra saber que al menos no has obrado del todo de forma deshonrosa.


–Nonna, te aseguro que…


–Voy a ser muy clara contigo, Pedro –lo cortó su abuela–, Paula Chaves era mi invitada, y la considero una mujer lo suficientemente decente como para no haber sido ella quien te incitara a pasar la noche en la habitación en la que yo la había alojado. No sé a ti, pero a mí me parece que su apresurada partida esta mañana habla por sí sola…


–¿Dijo ella algo sobre…? –inquirió él frunciendo las cejas.


–¡Por favor, Pedro…! ¿Acaso crees que una joven con dignidad como Paula iba a soltarme a la cara que mi nieto la había seducido?


–Yo no la seduje –protestó Pedro al punto.


–¿O tal vez que la había utilizado tras su ruptura con otra mujer como un donjuán cualquiera que va de flor en flor?


–¡Eso no es cierto! –exclamó él, frenético, golpeando la mesa con el puño y levantándose–. Mantente al margen de esto, nonna, yo lo arreglaré.


–Eso espero,Pedro –respondió ella enfadada–, no querría tener que avergonzarme de uno de mis nietos.


¿Avergonzarse? Aquello le dolió más a Pedro que cualquier otra cosa que pudiera haberle dicho, pero le hizo ver aún más lo detestable que había sido su conducta y apaciguó la ira que habían despertado en él sus acusaciones. Su abuela solo estaba tratando de hacerle ver aquello desde la posición de Paula, dejándole entrever las razones por las que se
había marchado de ese modo. Era obvio que a su abuela el proceder de Paula no le parecía mucho más correcto que el suyo, pero también que estaba del lado de la joven.


–Aprecias a Paula, ¿no es así, nonna? –murmuró Pedro.


–Muchísimo. Es una mujer de una gran fuerza interior, y me duele profundamente pensar que pueda resultar herida por un nieto mío.


Pedro asintió con la cabeza. «Una mujer de gran fuerza interior…» A su abuela nunca le había gustado Marcela, pero él siempre había disculpado su juicio por el hecho de que era una mujer anciana, de ideas anticuadas, que no estaba al día de cómo habían cambiado las cosas en el mundo. Sin embargo, tal y cómo había acabado su relación con Marcela, estaba empezando a pensar que tal vez también él fuera un anticuado. Se le antojaba muy triste que, hasta que el destino no se lo había puesto ante las narices, no se había dado cuenta de que una «gran fuerza interior» como la de Paula era de mucho más valor que toda aquella superficial sofisticación de Marcela que lo había hipnotizado.


–Yo no la seduje, nonna, ni tampoco lo hice por despecho, hay una atracción mutua entre nosotros, y no pienso dejar escapar a la mujer que de verdad quiero ahora que la he encontrado.


Su abuela cerró los ojos y suspiró aliviada.


–En la agenda de mi oficina están apuntados el teléfono y la dirección de Paula.


–¡Gracias, nonna, muchísimas gracias! –exclamó él emocionado besándola en la mejilla–. Si me disculpas voy ahora mismo a…


Ella asintió.


–Por favor, Pedro, ten cuidado –lo advirtió Isabella con la mirada–, el corazón de una mujer que canta así ha de ser por fuerza muy frágil.


–¿Crees que no lo sé? –replicó él con considerable ironía–, puede que me equivocara con Marcela, pero estoy aprendiendo, nonna, estoy aprendiendo…


Y abandonó el comedor dispuesto a aprender aún más.