jueves, 31 de mayo de 2018

HIJO DE UNA NOCHE: CAPITULO 15




Pedro imaginó a su hijo creciendo lejos de él, con un padrastro que entraría en su vida en algún momento... y eso lo indignó. Como lo indignaba pensar en ella en los brazos de otro hombre. Pero apartó ese pensamiento y decidió ser práctico.


‐Me sorprende que les hablases de mí a tus padres. Podrías haberme matado, por ejemplo.


Ella levantó la mirada, sorprendida. Unos segundos antes parecía furioso y, sin embargo, ahora su tono era suave, incluso burlón.


—No soy tan mala persona. Además, considerando que has aparecido aquí sin avisar, menos mal que no lo hice. Explicar la repentina aparición de un prometido inesperado es una cosa, explicar la aparición de alguien que ha vuelto a la vida hubiera sido imposible.


Ahora que el enfado empezaba a disiparse, Paula se dio cuenta de lo cerca que estaban. 


Prácticamente tocándose. 


Nerviosa, dio un paso atrás y le dijo que se iba a la cama.


‐¿Dónde está tu maleta?


—En un hotel, a varios kilómetros de aquí.


—Ah, claro, la antigua mansión.


Podría sugerir que se fuera, pero a sus padres les parecería raro, especialmente después de haberse mostrado tan modernos como para aceptar que durmiesen juntos.


—O sea, que no tienes tus cosas aquí. ¿Cómo piensas dormir?


—No me digas que tienes tan mala memoria


Paula volvió a ponerse colorada al recordar las noches que habían pasado juntos. Desnudos. Para ella había sido una novedad, pero Pedro ni siquiera tenía un par de pijamas.


—No, no tengo tan mala memoria. Y apártate, por favor, voy a mi habitación.


Pedro se apartó, aunque sabía que la discusión no había terminado. Fuese Paula Chaves, Amelia Doni o la reina de Inglaterra, seguía siendo tan peleona y tan impredecible como siempre. Y, como siempre, lo hacía sentir como si estuviera dentro de una lavadora en el ciclo de centrifugado.


Además, le interesaba saber qué iba a pasar cuando llegasen a la habitación.


Pedro observó su pequeño y redondo trasero mientras empezaba a subir la escalera. Una cosa que no había olvidado era su elegancia natural. Se movía como si fuera una bailarina, aunque seguramente nunca habría tomado clases de ballet. Resultaba imposible saber que estaba embarazada con ese jersey tan ancho y, además, por detrás sus formas eran las mismas.


Por primera vez, Pedro empezó a pensar en el niño, olvidándose de todo lo demás. Su madre y su abuelo estarían encantados, por supuesto. Podría no haber ocurrido en las mejores circunstancias, pero el resultado sería recibido con los brazos abiertos.


Habían llegado al final de la escalera y Paula se volvió, señalando el pasillo.


—Mi habitación es la última de la derecha —le dijo, en voz baja—. Volveré en cinco minutos y para entonces espero que te hayas hecho una cama en el suelo.


—¿Dónde vas?


—A buscar una manta, pero puedes usar una de mis almohadas.


Pedro entró en la habitación y miró alrededor. 


Tenía una ventana que hacía esquina y las paredes estaban pintadas en color crema. Los muebles eran viejos y pesados, para nada de su gusto, pero parecían encajar bien con la casa. Y la cama era grande, con cuatro almohadones... ninguno de los cuales iba a terminar en el suelo.


Pedro se quitó los zapatos y los calcetines y se dejó caer sobre la colcha con una sonrisa de satisfacción, imaginando la reacción de Paula cuando volviera y lo encontrase allí.


No tuvo que esperar mucho tiempo.


Literalmente, habían pasado cinco minutos cuando Paula se detuvo en la puerta. Al verlo en la cama, tan tranquilo con las manos en la nuca, estuvo a punto de cerrar de un portazo, pero contuvo el impulso y la cerró suavemente.


—¿Qué estás haciendo? —le espetó, tirándole la manta.


—Disfrutando de este colchón tan estupendo. Mucho más cómodo que el del hotel, lo cual demuestra que el dinero no siempre compra lo mejor.


—Bueno, pues ahora que lo has disfrutado un rato ya puedes hacerte una cama en el suelo —la intimidad de la habitación estaba ahogándola y Paula tenía que hacer un esfuerzo para moverse—. He traído un pijama de mi padre. Póntelo, por favor.


—¿Por qué? Ya me has visto desnudo.


—Eso fue entonces... da igual, ve al baño y ponte el pijama.


—No pienso dormir en el suelo.


‐¡Pues entonces lo haré yo!


—No, no, de eso nada —Pedro se levantó de un salto—. Tú vas a meterte en la cama conmigo. No voy a dejar que una mujer embarazada duerma en el suelo.


—Entonces duerme tú en el suelo —insistió ella.


—Si cuando salga del baño compruebo que has hecho una cama en el suelo no me va a hacer ninguna gracia.


‐!Sí, claro, y lo importante es que tú estés contento!


—Ah, entonces ya estamos de acuerdo en algo.


Pedro tuvo que sonreír mientras salía de la habitación para ir al cuarto de baño. Casi había olvidado lo guapa que se ponía cuando estaba enfadada.


Paula se puso el pijama de franela a toda prisa y, después de apagar la luz, se metió en la cama, colocando uno de los almohadones como barrera. Luego se tumbó de lado y cerró los ojos. Pero nada de eso la protegió de un cosquilleo cuando oyó que se cerraba la puerta unos minutos después. Pedro se movía de manera tan silenciosa que cuando el colchón se hundió de un lado estuvo a punto de caer sobre él.


—Sé que no estás dormida y, aunque me alegro de que hayas aceptado por fin que nadie va a dormir en el suelo, no me gusta esa almohada en medio — Pedro la quitó dando un tirón—. Ah, así está mucho mejor. Y ahora tenemos que hablar.


Paula se volvió para decir que no tenían nada que hablar, pero tuvo que contener un gemido al ver su torso desnudo.


—¿Dónde está el pijama de mi padre?


—En el suelo, junto con mis calzoncillos.


—Pero...


—No te preocupes, llevo el pantalón. Pero supongo que entenderás que tenemos que hablar. Y me refiero a una conversación sin gritos.


Paula se había puesto un pijama de abuela, pero el cuerpo de Pedro no reaccionaba como debería.


—Este no es un buen sitio para tener esa conversación.


—¿No? Pensé que aquí era donde hablaban todas las parejas, en la cama.


—Nosotros no somos una pareja.


—Entonces dime lo que somos.


Paula, que había empezado a acostumbrarse a la oscuridad, podía ver su cara y era una tortura estar tan cerca.


—No creo que sea el mejor momento...


—Muy bien, cambiemos de tema. Después de todo, no querría dañar esa frágil conciencia tuya. ¿Ha cambiado mucho tu cuerpo?


—¿Perdona?


—Tu cuerpo —insistió Pedro—. ¿Ha cambiado mucho? Me gustaría tocarte para sentir al niño —Pedro metió una mano bajo la chaqueta del pijama—. Estarás de acuerdo en que tengo derecho.



HIJO DE UNA NOCHE: CAPITULO 14




Pedro se había encontrado sin darse cuenta a punto de ser padre en cuatro meses, unido a una mujer a la que odiaba, una mujer a la que consideraba una mentirosa redomada y a saber qué más. Aunque tampoco ella lo estaba pasando mejor.


¿Cuándo había sido su sueño encontrarse embarazada de un hombre del que estaba enamorada, pero no quería saber nada de ella? ¿Desde cuándo era ése el sueño de una mujer?


—No sabíamos si Pau te lo había dicho...


—La verdad es que nos quedamos muy sorprendidos cuando nos dio la noticia...


—Pero ahora que te hemos conocido no podríamos pedir un yerno mejor...


—¡Papá!


‐Por supuesto, no es que queramos meternos en vuestra vida —se apresuró a decir Aylen—. Tendrás que perdonarnos, pero somos un poco anticuados para ciertas cosas.


—A mi madre le pasa lo mismo —dijo Pedro.


El padre de Paula le había preguntado en el salón si sabía lo del embarazo antes de irse a África y, desde ese momento, Pedro se había despedido de su libertad para el resto de su vida. ¿Qué otra cosa podía hacer? Era algo totalmente inesperado, pero no podía librarse de ello y, en parte, era culpa suya. 


Intentó imaginar qué dirían su madre y su abuelo y, durante unos segundos, entendió que Paula hubiese inventado aquella mentira.


—Mañana tendrás que hablarnos de tu familia porque Paula no nos ha contado mucho sobre ella —Mauricio puso una mano sobre el hombro de su mujer—. Pero ahora mismo, Aylen y yo nos vamos a la cama.


—Y puede que seamos anticuados, pero no tanto como para esperar que durmáis en habitaciones diferentes —dijo ella, riendo.


‐¡Pero mamá! —casi gritó Paula—. Nunca habéis dejado que Sofia o Marina durmieran con sus novios.


—Ésta es una situación muy diferente, ¿verdad, cariño?


‐Sí, bueno... pero ésa no es razón. En fin, yo no quiero faltaros al respeto...


—Menos mal que nos libramos de la cama pequeña hace años. ¿Recuerdas cómo te enfadaste cuando tiramos el cabecero? Tenía una colección de pegatinas que llevaba poniendo desde los cuatro años, ¿te lo puedes creer, Pedro? Las quitó todas y las puso en un álbum.


Paula se puso colorada. ¿Su madre imaginaba que eso era algo que se debiera contar a la gente? ¿No se daba cuenta de que la hacía parecer una mema?


Además, ¿por qué iba a imaginar su madre que no querría compartir habitación con su impresionante y guapísimo prometido?


Después de decir eso sus padres se dirigieron a la escalera, charlando y riendo, y dejando un silencio brutal tras ellos.


—Bueno... —empezó a decir Pedro—. ¿Por dónde empezamos?


—Podemos empezar por el hecho de que no pienso compartir habitación contigo. Puedes dormir en la de Sofia. Si nos levantamos temprano y hacemos la cama, mis padres no tienen por qué saberlo.


‐A mí se me ocurre un sitio mejor para empezar —Pedro cerró la puerta y se volvió hacia ella—. Por ejemplo, que me cuentes si te quedaste embarazada a propósito.


Paula lo miró, horrorizada.


‐¡Eso es lo más absurdo que he oído nunca!


—Tú me has engañado para meterte en mi vida...


—¿Qué? Pero si yo no te conocía de nada, fuiste tú el que se empeñó en invitarme a cenar.


‐Sí, claro, pero al descubrir quién era decidiste que era un buen partido. ¿Y qué mejor manera de enganchar a un hombre que quedando embarazada?


Paula soltó una risotada incrédula.


—¿Crees que yo había planeado esto? ¿De verdad crees que quería dejar mis estudios y perder mi independencia para tener un hijo? —los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.


Estaba al borde de un ataque de nervios. El embarazo apenas se le notaba, pero durante los últimos meses no había podido pensar en otra cosa. Había vivido día a día, sin atreverse a hacer planes para el futuro. El sueño de vivir de manera independiente en Londres estaba destrozado y no quería ni pensar qué iba a hacer cuando naciese el niño. 


Era como si el plan A, en el que había basado todo su futuro, se hubiera convertido de repente en otro plan que no podía controlar. ¿Dónde estaría en seis meses, un año? ¿Dónde iba a vivir? No podía seguir en casa de sus padres con un niño pequeño, durmiendo en la habitación que había ocupado de niña.


¿Pero dónde podía ir? ¿Y cómo iba a ganar un sueldo decente si no había terminado sus estudios?


¡Que Pedro le preguntase tranquilamente si había planeado el embarazo era demasiado para ella!


—¿De verdad te crees tan buen partido? ¡Eres arrogante, cruel y la persona más esnob que he conocido nunca! —le espetó, clavando un dedo en su pecho—. ¿De verdad crees que tiraría mi futuro por la ventana para estar con un hombre que me cree una mentirosa y me odia a muerte?


—Cálmate —dijo Pedro entonces.


¿Arrogante, cruel, esnob? ¿Se atrevía a insultarlo? Que él supiera, había sido totalmente sincero con ella.


—Es imposible hablar contigo —la furia de Paula aumentó al ver que Pedro estaba tan tranquilo. Si no salía de la cocina de inmediato explotaría y sus padres oirían la explosión... hasta el pueblo entero podría oírla.


‐Tienes que calmarte, estás histérica.


‐¡Tú me pones histérica! —replicó.


Pero cuando lo miró a los ojos de repente se sintió mareada. 


¿Cómo era posible que le hiciera eso? ¿Cómo podía hacerla sentir mareada y convulsa cuando ella sólo quería sentir repulsión?


—No pareces embarazada.


‐¿Que?


‐¿No deberías estar... más gordita?


Paula se quedó totalmente desconcertada.


—A algunas mujeres no se les nota hasta los últimos meses. ¿Por qué has cambiado de tema?


—Porque en tu estado no deberías enfadarte tanto.


—¿Y qué esperas que haga cuando me acusas de haberme quedado embarazada a propósito? Además, si hubiera sido tan idiota como para hacer eso, ¿no se te ha ocurrido pensar por qué no me he puesto en contacto contigo? Yo no he ido a buscarte.


—¿Por qué no lo has hecho?


—Por la misma razón por la que me marché sin decirte nada. Yo no soy una chica de clase alta, forrada de dinero, soy la clase de persona a la que tú no mirarías dos veces. Tú mismo dijiste que nunca tendrías una relación con una mujer que no fuese de tu mundo porque te preocuparía que buscase sólo tu cuenta corriente.


‐¡Yo nunca he dicho eso!


‐¡Pues claro que sí! Dijiste eso exactamente.


—Sí, bueno, es posible que lo dijera... no me acuerdo. 


Paula sacudió la cabeza.


—Cuando descubrí que estaba embarazada supe que no podía ponerme en contacto contigo. ¿Qué habrías dicho si hubiera aparecido en tu casa, embarazada y sin dinero? No me digas que te hubieras alegrado.


—Eso no tiene nada que ver.


‐¿Ah, no?


—Yo merecía saberlo. Estamos hablando de un hijo. ¿No tenías intención de contarme que ibas a tener un hijo mío?


Paula apartó la mirada. Tal vez debería haberle informado, pero sabiendo lo que pensaba... no, había desechado la idea de inmediato.


‐La verdad es que no. O tal vez con el tiempo, dentro de unos años, no lo sé.




HIJO DE UNA NOCHE: CAPITULO 13




Pedro descubrió lo que era que una bomba detonase en el epicentro de su existencia. Lo único que podía hacer era mirarla y Paula pensó que parecía un hombre que hubiera saltado de un avión para darse cuenta de que no llevaba paracaídas. Estaba en caída libre y podía entender por qué:
Pedro era un hombre soltero, libre, y de repente, se había convertido en un hombre comprometido, con un hijo en camino. Todo en el espacio de una hora.


Y lo peor de todo, comprometido con una mujer a la que consideraba una mentirosa y una oportunista. ¿Podría haber algo peor?


Sus padres aparecieron en el salón justo en ese momento, posponiendo la inevitable confrontación, algo de lo que Paula se alegraba inmensamente.


A partir de entonces quedaron a merced de los Chaves, que tenían interminables historias que contar sobre su hija. Y cuando su madre desapareció en la cocina para hacer la cena, a merced de su padre que, inmediatamente, puso una copa de brandy en la mano de Pedro y le pidió que le contase algo sobre sus interesantes viajes.


—África —dijo, suspirando mientras se dejaba caer en un sillón—. Yo nunca he estado allí, pero debe haber sido una experiencia increíble. Me alegra saber que aún hay gente joven que se preocupa por los demás.


Paula tragó saliva.


—A Pedro no le gusta hablar de su trabajo, papá. Es muy modesto.


Como sus padres los creían comprometidos, Paula acabó sentada al lado de Pedro en el sofá. Una ironía cuando la única razón por la que él querría estar a su lado era para estrangularla. Y, sin embargo, Pedro tomó su mano y le dio un leve apretón.


—Paula es muy amable —dijo, sonriendo. Y cuando giró la cabeza se alegró al ver que estaba nerviosa. Sin duda, su pobre padre pensaría que eran nervios por la inesperada llegada de su prometido—. ¿Pero no recuerdas las fotografías que te envié?


—¿Fotografías? —repitió ella, intentando soltar su mano.


—Las que tienes en el álbum, el álbum de África.


‐Ah, sí, claro.


‐¿Por qué no se las enseñas a tu padre? —le preguntó Pedro entonces, poniendo una mano sobre su muslo.


—Es que no sé dónde lo he puesto, pero me acuerdo muy bien —Paula respiró profundamente y cruzó los dedos a la espalda mientras se lanzaba a describir un centro médico en el corazón de África que había visto en un documental.


—Tu hija es muy persuasiva —dijo Pedro cuando terminó—. Podría venderle neveras a un esquimal, ¿verdad que sí, cariño?


Paula tuvo que sonreír. Al menos en compañía de sus padres tendría que fingir que estaba, encantada de ver a su prometido.


Aunque vista desde otro ángulo la farsa debía ser para partirse de risa, siendo una de las protagonistas le parecía más una tragedia que una comedia.


‐No sé yo...


—Cuando describió su casa en Irlanda yo casi tuve la impresión de que estaba hablando de un castillo.


—Pues como ves, nada más lejos de la realidad —Mauricio rió, sacudiendo la cabeza—. Pero no me extraña. Sé que se va a enfadar, pero nuestra Paula siempre tuvo mucha imaginación.


—Desde luego que sí.


—Pero ahora, las circunstancias son muy diferentes...


Paula oyó a su madre llamándolos desde la cocina e intentó disimular un suspiro de alivio mientras se levantaba del sofá como un rayo. Cuando su padre salió del salón le hizo un gesto a Pedro.


‐¿Qué?


‐Estate quieto.


—¿Qué quieres decir?


‐¡Deja de tocarme!


—Por tu culpa, se supone que yo debo hacer el papel del novio enamorado, de modo que todo el mundo esperará que nos toquemos un poco. Y corrígeme si me equivoco, pero nadie ha dicho nada sobre un embarazo. Curioso, ¿no te parece?


—¿Qué quieres decir?


Pedro no pudo contestar porque habían entrado en la cocina, de la mano, como una pareja enamorada.


‐He calentado un pollo que tenía en el congelador —dijo Aylen mientras se sentaban todos alrededor de la mesa de pino—. Espero que te guste, Pedro.


Mientras sus padres hablaban con él, Paula se torturaba preguntándose qué habría querido decir. ¿Pensaba que estaba mintiendo, que se había inventado el embarazo?


Nunca en su vida había necesitado tanto tomar una copa, aunque sólo fuera para evitar el interrogatorio de su madre sobre dónde se conocieron o cómo se conocieron. Ningún intento de llevar la conversación hacia otro tema daba resultado. Aunque afortunadamente, su padre había dejado de interrogar a Pedro sobre sus actividades en África.


Lo que le había parecido una buena idea en su momento para ahorrarle a sus padres la angustia y la desilusión de ver a su hija embarazada y sola, había terminado siendo una catástrofe.


Y aún peor era comprobar que sus padres estaban encantados con él. Pedro contaba anécdotas divertidas como un mago sacaba conejos de la chistera.


—Ahora entenderás a qué me refería cuando dije que era extraordinario, mamá —le dijo Paula a su madre una vez solas en la cocina.


‐Cariño, me alegro muchísimo por ti. Es una pena que hayas tenido que dejar los estudios por el momento, pero no creo que a Pedro le importe que los retomes después, ¿verdad?


Paula se apoyó en la encimera, aguzando el oído para ver si el extraordinario hombre en cuestión, que había vuelto con su padre al salón, volvía sin avisar.


‐Bueno, siempre es bueno tener un título universitario.


‐Pero no olvides que ahora tienes otras obligaciones, cariño.


Paula hizo una mueca.


—No creo que se me vaya a olvidar.


En realidad, había empezado a acostumbrarse a la idea de tener un hijo. Lo que fue una enorme sorpresa al principio se había ido convirtiendo en parte de su día a día. Era una bendición que sus padres la apoyasen porque no había querido seguir en la universidad estando embarazada y no le apetecía vivir sola en Londres siendo madre soltera.


—Le he dicho a tu padre que no diga nada sobre el niño —siguió Aylen—. No sabía si se lo habías contado ya a Pedro.


—Gracias, mamá.


—Pero no pareces tan contenta de verlo como uno podía esperar. Sé que habías pensado que estaría en Africa varios meses más con sus proyectos...


—¡Pero aquí estoy!


Pedro entró en la cocina y le pasó un brazo por los hombros. 


Con desgano, Paula le pasó el suyo por la cintura. A través de la camisa podía notar la dureza de su cuerpo y, de repente, sintió un escalofrío.


‐Y, como le decía a Mauricio, portador de buenas noticias.


—¿Qué quieres decir? —Paula lo miró, atónita.


‐No más proyectos en África...


Sólo cuando su madre lanzó un grito de alegría entendió de qué estaba hablando.


‐¡Qué bien! —Paula intentó poner entusiasmo en su voz mientras veía cómo la última esperanza de que desapareciera de su vida se iba por la ventana.


—Mi prioridad es estar contigo —siguió Pedro—. ¿Verdad que sí, cariño? Contigo y con el niño.


De repente, el mundo se llenó de arco iris y angelitos. Por lo menos, eso era lo que creían sus padres. Su madre no podía contener la emoción y, mientras todos hablaban a la vez, Paula se dio cuenta de que ya no controlaba la situación.