jueves, 26 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO FINAL





—¿Quién es ése? —le preguntó Paula a Pedro. Tal y como había prometido, él había estado a su lado, abrazándola posesivamente por la cintura y dejando claro a todos los allí presentes que ella estaba con él.


—¿Quién?


—Ese hombre alto y guapo que ha estado mirando a Briana como si se hubiera quedado embelesado. Ha despertado interés en varios periodistas.


—Ése es Javier Hammond —contestó Pedro—. Y los periodistas están fascinados con el hecho de que haya venido un Hammond. Están esperando por si hay algún nuevo escándalo esta noche.


—¿Ése es Javier Hammond? Es gracioso, pero no se parece en nada a como yo me lo había imaginado. Es muy diferente de Mateo.


—No son hermanos de sangre. Mi tía Catherine y mi tío Oliver no podían tener hijos.


—¿Así que Javier es adoptado? —supuso Paula.


—Sí. Pero ha sido criado como un Hammond, por lo que debes advertirle a Briana que tenga cuidado con él —masculló Pedro.


Las modelos estaban desfilando en el escenario con las espectaculares joyas Alfonso y el público aplaudía entusiasmado.


—A juzgar por la apreciación del público, se diría que la exposición está siendo todo un éxito —comentó entonces Pedro.


—Creo que tienes razón —concedió Paula, asintiendo con la cabeza.


—Gran parte de este éxito se debe a ti —dijo él, que se sentía orgulloso de ella.


Cuando la música comenzó a sonar más alta, Paula se dirigió de nuevo a él.


—El final se está acercando.


Entonces apareció Briana. Bajó las escaleras del escenario vestida con un exquisito y simple vestido de novia. La seguían tres modelos vestidas de damas de honor que llevaban rosas blancas y unos espectaculares diamantes. 


Briana llevaba colgado del cuello un solo diamante…


—¡La Estrella del desierto! —gritó alguien al lado de ellos.


Entonces los aplausos inundaron la sala.


—Mira la expresión de Javier Hammond —le susurró Paula a Pedro—. Está destrozado.


—No debe de ser nada fácil para Javier. No olvides quién es su hermano y quién era la hermana de Briana.


—Oh… Mateo y Marise.


—No creo que Javier pueda superar esos obstáculos.


—Silencio —dijo entonces ella—. Es el gran momento.


Pedro miró el escenario y vio que Briana y sus damas de honor estaban lanzándole las rosas blancas al público. Le llegó una a él y se la entregó a Paula.


—Para ti.


Ruborizada, ella la aceptó.


Cuando la novia y sus damas de honor se retiraron del escenario, el desfile llegó a su fin. Raul Perrini dio un breve discurso de despedida y el público se levantó y guardó un minuto de silencio en memoria de Enrique Alfonso y de todos los demás que murieron junto a él.


Al cerrar los ojos, Pedro sintió un terrible sentimiento de pérdida. Su padre se había marchado. Para siempre.


Pero Paula estaba viva.


Su amor estaba vivo. La abrazó estrechamente, completamente ajeno a las miradas que estaban captando.


—¿Sabes una cosa? Las peores horas de mi vida fueron cuando pensé que habías muerto en el accidente —le dijo a ella al oído. Entonces le dio un beso en la sien—. He cambiado. Jamás seré como mi padre.


A continuación le puso un dedo debajo de la barbilla y le levantó la cara para poder mirarla.


—Te amo, Pau. Por favor, cásate conmigo.


—¿Aunque signifique el fin de tu exclusiva vida de soltero? —preguntó ella—. ¿Aunque implique que vayas a tener una esposa y dos hijos antes de finales de año?


—Eso no me va a asustar.


—¿Es éste el mismo hombre que juraba que no quería gatos, niños ni anillos de compromiso? No me lo puedo creer.


—Oye, eso comenzó a cambiar hace un tiempo. Ya te lo dije, con tal de que regreses a casa, puedes traer contigo a ese maldito gato que tienes.


—Se llama Picasso.


—Bien. Y te pedí que te casaras conmigo después de saber que estabas embarazada, así que lo de los niños tampoco se aplica.


—Pero eso era cuando pensabas que sólo había un bebé, pero ahora hay dos. No te culparé si te marchas corriendo.


—No me voy a marchar a ningún lado. Y ya he tratado de darte un anillo de compromiso, pero lo has rechazado.


Paula aguantó la respiración. Agarró la mano de Pedro y la puso sobre su vientre.


—Creo que en esta ocasión no voy a poder rechazarlo.


—¿Qué ha sido eso?


—Creo que uno de nuestros bebés ha decidido hacernos saber que está aquí.


—¡Vaya! —exclamó él.


Bajo las manos de ambos, uno de los bebés se movió de nuevo. A Pedro se le iluminaron los ojos.


En ese momento Paula se dio cuenta de que él los quería a todos, a sus hijos y a ella.


—Sí, me casaré contigo.


—¿Por los bebés? —preguntó Pedro, sonriendo irónicamente.


—No, porque te amo.


Entonces él sacó de su bolsillo la cajita con el anillo. Cuando la abrió, ella se quedó sin aliento.


—Te acordaste.


Paula se quedó mirando el anillo que había estado admirando durante meses.


—Candy me dijo que se había vendido y me quedé muy decepcionada. Pensé que era una señal de que el matrimonio y yo no nos compenetrábamos.


Pedro se rió. Antes de que ella pudiera decir nada más, le puso el anillo en el dedo y detuvo a un camarero que pasaba por su lado para tomar dos vasos de agua mineral de su bandeja.


—Por nosotros.


—Por nosotros.


Ensimismados, ambos se quedaron mirándose el uno al otro.


Detrás de ella, Dani gritó.


—¡Paula, levanta la mano! ¿Es eso un anillo de compromiso? ¡Pedro, taimado, nadie lo sabía!


Todos se acercaron a felicitarlos. Karen y Raul. Briana y Jake. Vincent y el resto de los primos Alfonso, así como Sonya y Garth, que no se mostraron tan entusiasmados como el resto. Entonces brindaron con champán.


—Por Pedro y Paula.


—¿Eres consciente de que tendremos que ponernos en contacto con un agente inmobiliario? Voy a tener que poner el ático a la venta —le murmuró Pedro a Paula al oído—. No es la clase de lugar en el que un par de gemelos puedan dejar marcas de sus pegajosos dedos.


Unos rizos rubios captaron la atención de Paula.


—Sé que Kitty Lang es una agente inmobiliaria magnífica, pero no la vamos a contratar.


—Me ha parecido que Kitty estaba tratando de atrapar a un hombre rico, por lo que de todas maneras tal vez no estaría disponible —comentó Pedro, sonriendo—. Todo lo que quiero es encontrar una casa en la que podamos ser felices junto a nuestros hijos.


—Y junto al gato. No te olvides de Picasso —le recordó Paula—. Y, desde luego, tú también tienes que ser feliz.


—Yo seré un hombre feliz y nuestra casa estará llena de risas… siempre y cuando te tenga a mi lado —le aseguró él, dándole un cariñoso beso en los labios.



Fin




UN SECRETO: CAPITULO 35





Los días previos a la exposición «Algo antiguo, algo nuevo» pasaron muy deprisa. El viernes por la tarde Paula se dio cuenta de que, milagrosamente, todo estaba preparado. 


Cada detalle estaba bajo control y ella ya no tenía nada más que hacer.


Se marchó a la peluquería para que la peinaran y le hicieran la manicura. Después se dirigió a su apartamento para darse una ducha fría. Tras hacerlo se vistió con un veraniego vestido rojo. Se miró en el espejo y supo que todos iban a saber que estaba embarazada. Tenía los pechos muy hinchados y aquel vestido le marcaba la tripa, a diferencia de las amplias camisas que había llevado al trabajo.


Cuando el timbre de la puerta sonó, frunció el ceño y pensó en no contestar. Pero entonces el timbre volvió a sonar y se dirigió a abrir la puerta. Al hacerlo se le quedó la boca seca al ver a Pedro vestido con un esmoquin negro. Estaba completamente arrebatador.


—¿Qué haces aquí?


—He venido para llevarte al acontecimiento del año.


—Pensé que nos veríamos allí.


—Yo también, pero entonces me di cuenta de que tienes que venir conmigo.


—¿Por qué? —preguntó ella, curiosa.


—Para que mañana no haya nadie en Sidney que tenga ninguna duda de lo que siento por ti. Siempre has insinuado que te escondo y yo he jurado que jamás volverás a ser mi amante secreta. Después de esta noche todos sabrán que somos pareja y lo mucho que significas para mí. Ahora, termina de arreglarte y marchémonos.


Paula se apresuró a abrocharse la gargantilla de perlas que había elegido para aquel evento y se puso una pulsera de oro y unas sandalias plateadas. Tras aplicarse un poco de perfume, así como brillo de labios, estuvo preparada para salir.


Llegaron de los primeros. Ella subió a la planta de arriba para comprobar que todo estuviera en orden con las modelos, con los estilistas y con los diseñadores de joyas. 


Satisfecha con los resultados que encontró, volvió a bajar con Pedro.


La élite de Sidney estaba allí esperando para presenciar la exposición. Algunos estaban ya sentados y charlando entre ellos. Había camareros que llevaban bandejas con deliciosos manjares y champán.


—Se van a ocupar todas las localidades —le comentó a Pedro—. Todo tiene muy buen aspecto.


—Desde luego que sí —concedió él, sonriendo—. Hemos trabajado todos muy duro para conseguirlo.


—Paula… Pedro —dijo Briana, mirando con detenimiento lo cerca que estaban el uno del otro.


—¿Estás preparada? —le preguntó Paula a su amiga, dándole un abrazo.


—Tengo que ir a cambiarme de inmediato. En realidad no debería estar aquí abajo. Sólo quería asegurarme de que Jake no se sentía perdido.


—¿Jake Vanee? —Paula comenzó a sonreír—. ¿Ha venido contigo esta noche?


Briana negó con la cabeza.


—Ya te lo dije, Pau, no es nada serio —contestó antes de marcharse.


Pedro guió a Paula a la primera fila, donde había unos sitios reservados para ellos. Ella vio en la distancia a Dani Hammond, que llevaba puesto un elegante vestido negro. A su lado estaba su madre, Sonya. Paula saludó a ambas con la mano y pudo observar sus caras de asombro al ver lo cerca que estaba Pedro de ella.


Cuando por fin Pedro subió al pequeño escenario que habían montado, todo el mundo se quedó callado y escucharon con atención mientras él hablaba de Janderra, de los diamantes y de los diseñadores que iban a exponer sus colecciones aquella noche. Había una gran pantalla detrás del escenario en la que se proyectaban imágenes.


Presentó a Dani Hammond como la diseñadora estrella de aquel año. Paula la miró y vio cómo la muchacha se ruborizaba y cómo Sonya sonreía orgullosa.


Entonces Pau oyó su propio nombre y vio una fotografía suya reflejada en la gran pantalla. Pedro la presentó como la excelente gerente de la tienda de Sidney. Ella se ruborizó y se preguntó cómo iba a ser capaz de renunciar a su puesto de trabajo. Quizá pudieran acordar un horario que le permitiera trabajar menos horas una vez nacieran los gemelos.


Cuando él terminó de hablar, una de las cantantes de pop más famosas de Australia apareció en el escenario y cantó el exitoso tema de los setenta Diamonds Are Forever.


El espectáculo había comenzado. Se iban a presentar las nuevas colecciones de diamantes de la casa Alfonso.



UN SECRETO: CAPITULO 34






Una vez Pierre se hubo marchado, se comieron el postre y se dirigieron al salón. Paula se sentó en un sillón, se quitó las sandalias y se apretó los dedos de los pies.


—¿Te duelen los pies? —le preguntó Pedro mientras la observaba.


—En realidad, no.


Pero él se los agarró y los colocó sobre el apoyabrazos del sillón.


—Túmbate y relájate.


—Estoy muy llena —dijo ella, cerrando los ojos.


Suspiró e, incapaz de soportar por más tiempo el silencio que se había apoderado de la situación, levantó los párpados para ver qué estaba haciendo él.


Pedro estaba de pie a su lado y la miraba con una extraña expresión reflejada en la cara.


—¿Qué piensas? —preguntó ella.


Él vaciló.


—Dímelo —exigió saber Paula.


—Estaba pensando en todas las mañanas que me he despertado y me he quedado mirando cómo dormías, en la manera en la que apartas las colchas con las piernas, en cómo duermes con la mano bajo tu mejilla…


—¿Me has estado estudiando mientras dormía? —preguntó ella, impresionada.


—Frecuentemente.


—¿Por qué? —quiso saber Paula, que siempre había pensado que él no le prestaba ninguna atención.


—Siempre pareces tan tranquila cuando duermes, estás tan guapa… Me hacía sentir placer, algo que llevar conmigo durante todo el día.


—No lo sabía…


—He echado de menos esos minutos cada mañana —confesó Pedro.


—No lo sabía —repitió ella—. Aunque recuerdo que a veces me despertaba con el sonido de la puerta cerrándose detrás de ti cuando te marchabas del ático.


—Era duro marcharse sin darte un beso de despedida.


—Debiste haberme besado.


—Siempre parecías tan tranquila que no quería despertarte.


—Bueno, puedes compensarlo si me besas ahora.


Él se acercó y posó los labios sobre los de ella. La besó con delicadeza y sintió cómo se le aceleraba el pulso, como siempre le ocurría cuando se acercaba a aquella mujer. Le acarició un hombro, la atrajo hacia sí y la besó más profundamente.


Paula sintió cómo las emociones le invadían el corazón, unas emociones dulces y fuertes al mismo tiempo. Él introdujo la lengua en su boca y con la mano le acarició la garganta, los pechos… y se detuvo en su tripa.


Dejó la mano allí, inmóvil.


Entonces rompió el beso y levantó la cabeza.


—Llevas puesta demasiada ropa.


—Quizá.


—En esta ocasión te la voy a quitar yo. No vas a esconder nada ante mí. Y esta vez no sólo voy a mirar, sino que también voy a tocar.


Antes de que ella pudiera protestar, la tomó en brazos y la subió a la planta superior del ático. Cuando la dejó sobre la enorme cama de su habitación, Paula ya no tenía ganas de quejarse. Pedro se arrodilló sobre las colchas y ella pudo ver que su cara reflejaba una expresión sensual, un poder apasionado que provocó que el corazón le latiera apresuradamente.


Le quitó la falda con un solo movimiento, así como la camiseta plateada que llevaba. La despojó del sujetador y de las braguitas con la misma implacable eficiencia.


Paula se sintió tímida durante un momento al verse allí tumbada, desnuda, mientras él estaba todavía vestido.


—He sido un tonto —dijo Pedro con mucha delicadeza—. He tenido conmigo durante todo este tiempo la mayor joya de todas. Y casi la pierdo.


—Oh, Pedro.


—Te amo, Pau. Siento no haberme dado cuenta antes de lo que significabas para mí, de lo que valías. Te compensaré por ello, te lo prometo. Si me lo permites.


—Todo lo que siempre he querido de ti era tu amor —contestó ella, tendiéndole los brazos.


Entonces Pedro se quitó la ropa y Paula no pudo evitar admirar la belleza de su cuerpo desnudo. Se tumbó a su lado y su potente erección era la prueba fehaciente de lo mucho que la deseaba.


Pero cuando le acarició la cara, los pechos, el vientre, lo hizo con mucha delicadeza. Siguió con los labios el rastro de sus manos.


—Eres mía… Me gustan tus curvas, tus pechos hinchados, tu voluptuosidad. Es muy sexy. No me puedo creer que no me diera cuenta antes de que estabas embarazada —comentó él.


Entonces bajó las manos y Paula gimió al sentir cómo le acariciaba el húmedo centro de su feminidad. Se estremeció cuando la acarició más intensamente.


—¡Oh, Dios mío!


Los dedos de Pedro se movieron con más fluidez al verse lubricados por el calor del cuerpo de Paula, que se sintió invadida por una oleada de placer y gimió el nombre de él en alto.


Inmediatamente Pedro se colocó sobre ella y Paula sintió cómo se derretía al ver lo cuidadoso que estaba siendo.


Cuando la penetró con su sexo, fue una sensación completamente diferente a todas las veces anteriores. La pasión todavía estaba allí y las oleadas de placer comenzaron de nuevo. Ella se sintió protegida y valorada, se sintió muy especial.


Después, él no pudo apartar las manos de su cuerpo. Le acarició el pelo, los pechos y, como guiado por una fuerza que no podía controlar, volvió a tocarle el vientre.


—Todavía no me lo puedo creer —dijo con una gran ternura reflejada en los ojos.


—¡Estás contento por los bebés! —exclamó ella al mirarlo.


—Y orgulloso —contestó Pedro, sonriendo—. No puedo esperar para decirle al mundo entero que estás embarazada.


—Espera un momento… —le pidió ella, que nunca habría imaginado aquello.


—Te casarás conmigo, ¿verdad, Pau? —dijo Pedro, con cierto tono de desesperación en la voz.


Paula apenas podía digerir todo aquello. La emoción la estaba desbordando.


—No respondas ahora. Piénsalo y contéstame la noche de la Exposición para que así tengas tiempo de asimilarlo.







UN SECRETO: CAPITULO 33





Aquella noche, Pedro insistió en ir a buscar a Paula a su apartamento para salir a cenar.


—Para celebrarlo —le dijo con firmeza cuando ella comenzó a protestar.


Pero mientras la ayudaba a subir a su coche, se dijo a sí mismo que era mucho más que eso. No quería perderla de vista, no le iba a dar la oportunidad de desaparecer, de llevarse de nuevo la alegría de su vida.


Cuando introdujo el coche en el aparcamiento de su edificio, oyó cómo ella se quedaba sin aliento.


—¿Vamos a tu ático? Pensaba que íbamos a cenar fuera.


—No te preocupes, no vas a tener que cocinar —contestó él, sonriendo irónicamente—. He pedido la cena a Le Marquis.


Su comentario tuvo el efecto deseado. Sorprendida, Paula rió.


—¿Le Marquis reparte a domicilio?


—En realidad, no —contestó Pedro, apagando el motor de su coche—. Han enviado a un chef para hacer que sea toda una experiencia Le Marquis.


—¿Va a venir un chef a tu ático? No debías haberte molestado tanto —dijo ella, mirándolo con sus bonitos ojos marrones, que reflejaban una leve incertidumbre.


—Pensé que en vez de salir a cenar fuera, preferirías relajarte un poco —comentó él—. Así que sube al ático, siéntate con los pies en alto y disfruta. No hay presión.


—¿No hay presión?


—No voy a tratar de seducirte.


—¡Oh! —exclamó Paula con algo parecido a la decepción reflejándose en sus expresivas facciones.


Pedro salió del coche y se acercó a abrir la puerta del acompañante.


Aquella noche no iba a tratar sobre sexo, sino sobre Paula.



Quería demostrarle lo especial que era.


Las puertas francesas del salón del ático estaban abiertas para que así entrara la calidez de aquella noche. Un chef francés estaba dándole los últimos toques al primer plato: una magistral combinación de lechuga, salmón ahumado y pepinillos. Al acercarse ellos a la mesa, el chef tomó la pashmina que llevaba Paula mientras Pedro separaba una silla para ella.


Una vez estuvieron sentados, el chef, que se presentó a sí mismo como Pierre, les dijo las opciones que tenían de segundos. Paula se decidió por el filete de pollo
con crema Roquefort y Pedro eligió boeuf Bourguignon. 


Entonces Pierre se dirigió a la cocina y les dejó a solas.


Durante unos segundos el silencio se apoderó de la situación.


—¿Qué piensas realmente de los bebés? —preguntó por fin Paula.


—Estoy aturdido. Nunca me había visto como padre. Y menos como padre de gemelos.


Pero en aquel momento la posibilidad de casarse con Paula y la idea de convertirse en padre de dos miniaturas de carne y hueso, hijos de ella y de él, lo intrigaba tanto que quería convencerla de que se casara con él. Mejor antes que después. No quería perderse ni un momento de aquella experiencia tan impresionante.


—¿Estás enfadado? —quiso saber ella.


—¿Por qué debería estar enfadado?


—¿Por qué me quedé embarazada?


—Hacen falta dos personas para ello —contestó él, sonriendo.


—¿No se te ha pasado por la mente que yo quisiera atraparte para que te casaras conmigo?


—¿Es eso lo que te preocupa? ¿Piensas que tal vez yo te esté echando la culpa? ¿Qué estoy pensando que lo hiciste a propósito? —dijo Pedro, negando con la cabeza—. No lo pienso.


Paula suspiró y él la miró con intensidad.


—¿Qué es lo que te preocupa, Pau?


—No estoy segura de si lo comprenderías.


—Dilo. Podemos solucionarlo juntos. ¿Te preocupa que los bebés vayan a minar tu salud? ¿Qué vayas a perder tu identidad? No te preocupes por eso. Si quieres trabajar, podemos encontrar una salida. Sé lo importante que es tu carrera para ti.


—Es extraño —contestó Paula—. Siempre pensé que mi trabajo lo era todo para mí, pero hace un par de meses algo cambió. De repente me di cuenta de que podía abandonar Alfonso Diamonds, mi carrera, y que ello no cambiaría mi personalidad ni mis creencias.


—¿Te refieres a cuando descubriste que estabas embarazada?


—Eso fue parte de ello —respondió ella, mirándolo a los ojos—. Pero no todo. ¿Recuerdas que nos peleamos porque yo quería que pasáramos juntos las Navidades?


—Pau, no tenemos que hablar sobre rencillas del pasado. Hoy no. Vamos a celebrar lo del bebé… quiero decir lo de los bebés —se corrigió Pedro a sí mismo.


—Tengo que decirte una cosa —insistió ella—. Quería pasar aquellas vacaciones contigo porque necesitaba que me demostraras que nuestra relación tenía algún futuro.


Pedro acercó una mano por encima de la mesa y la posó sobre la de ella.


—Lo siento. Fui un egoísta.


—Pero yo no comprendí lo importante que era para ti pasar tiempo con tu padre en Byron Bay. No lo entendía. Me sentí herida al ver que nunca me invitabas a compartir las celebraciones de tu familia. Pensé que te avergonzabas de mí.


—Nunca me avergoncé de ti. Pero no quería que nadie supiera que estaba teniendo una aventura con alguien que trabajaba para mí. Si me avergüenzo de alguien, es de mí mismo. Debería haber sido más considerado.


—Y yo debería haberte dicho lo que quería —dijo Paula, entrelazando sus dedos con los de él—. Pero estaba destrozada. Por una parte tenía miedo de alejarte de mí, pensaba que romperías nuestra relación si yo sacaba el asunto… después de todo conocía tu postura. Pero por otra parte quería tratar el tema, quería un compromiso por tu parte.


—Compromiso que yo no estaba preparado para realizar.


—Entonces descubrí que estaba embarazada. Me llevé una gran impresión. Pero también descubrí que me gustaba la idea de tener un hijo. Estaba preparada para ello. Pero tú habías dicho…


—Que no quería gatos, niños… ¡y desde luego ningún anillo de compromiso!


Paula se quedó mirándolo, levemente asustada por la crítica que había hecho él de sí mismo.


—Sí, bueno. Así que cuando la prueba de embarazo dio positiva, supe que lo nuestro había terminado.


—Yo no estaba preparado para casarme —admitió él—. Lo siento mucho, Pau.


—Está bien. Yo regresé con el propósito de romper nuestra relación. Iba a ser muy firme. No te iba a decir nada sobre el bebé hasta que lo hubiera asumido yo misma.


—Pero no me lo dijiste ni en ese momento.


—Porque estaba enfadada contigo por no ofrecerme el compromiso que quería. Decidí viajar directamente a Auckland para la inauguración de la nueva joyería de la ciudad. Pero perdí el vuelo. Telefoneé a Vina, la secretaria de Raul, y ella lo arregló todo para que yo viajara con tu padre en el avión que posteriormente sufrió el accidente… aunque normalmente yo trataba de mantenerme tan alejada de él como me fuera posible.


—¿Por qué?


—Es una historia muy larga —contestó Paula.


—Tengo toda la noche —dijo Pedro, intuyendo que fuera lo que fuera lo que tenía que contar ella, era importante para su futuro.


Pero Pierre eligió ese preciso momento para salir de la cocina con la cena.


—Créme brúléede postre, ¿oui? —preguntó el chef.


Ambos asintieron con la cabeza.


En cuanto Pierre se hubo marchado de nuevo a la cocina y hubo cerrado la puerta tras de sí, Paula agarró su tenedor y su cuchillo. Durante unos minutos comieron en silencio.


—Mi madre trabajó para tu padre —dijo por fin ella—. Primero como empleada temporal y, después, como lo que de manera eufemística se califica como «acompañante de viaje».


Pedro sabía que debía haberse mostrado más sorprendido, pero no lo estaba. Aquello explicaba por qué la madre de ella le había resultado familiar cuando la había visto en el funeral.


—Por eso evitabas a mi padre, por eso me dijiste que lo despreciabas.


—Sí —contestó Paula, respirando profundamente—. Una vez husmeé en las cosas de mi madre y encontré una nota que le había enviado Enrique. Debió de haberla mandado después de una falsa alarma de embarazo. Me asustó.


—¿Qué decía?


—Que si se quedaba embarazada tendría que abortar.


—Oh, Dios mío —dijo Pedro, palideciendo.


—En lo más profundo de mi corazón pensé que tal vez tú fueras a exigirme lo mismo.


—Por eso no me dijiste nada cuando descubriste que estabas embarazada. Pero quiero que sepas que jamás te habría pedido que hicieras eso. Apenas puedo creer que él esperara que tu madre abortara si se quedaba embarazada.


—Siento haber dudado de ti —contestó ella, suspirando. Se sintió aliviada al haberse dado cuenta de que Pedro no era como su padre—. Sé que él era tu padre y que dices que quiso a tu madre, y que lamentó mucho la desaparición de tu hermano. Sé que lo admirabas. Pero yo jamás vi ese perfil suyo. Sólo vi al despiadado hombre de negocios que era un mujeriego. Estaba aterrorizada por si la aventura de mi madre terminaba rompiendo el matrimonio de mis padres.


—Te comprendo. Debió de haber sido muy difícil para ti convertirte en mi amante con todo ese pasado —dijo él, saboreando los últimos bocados de la cena.


—El día que fuimos a Miramare, dijiste que no eras capaz de resistirte a mí —comentó ella, sonriendo—. Bueno, el sentimiento es mutuo. ¿Qué posibilidad tenía? Tú eras guapo, inteligente y podías encandilar a quien quisieras. Traté con todas mis fuerzas de resistirme a ti, ¿pero cómo iba a hacerlo?


—Estás exagerando. ¿Discutiste sobre eso con mi padre aquel día en el aeropuerto? ¿Sobre la manera en la que trató a tu madre?


—No —contestó Paula, mirándolo a los ojos—. Discutimos sobre ti.


—Cuéntame, Pau.


—Él había descubierto… nuestra relación. Sabía que teníamos una aventura y que yo estaba viviendo en tu ático.


—¿Y…? —quiso saber Pedro, pensando que su padre debía de haber utilizado un detective.


—Quería que yo rompiera la relación. Me dijo que no era digna de ser pareja de ningún Alfonso. Quizá pudiera ser una amante, pero jamás una pareja oficial. «De tal palo, tal astilla», fueron sus palabras exactas.


Pedro contuvo las ganas de decir unas cuantas palabrotas. 


Le molestó ver el dolor que reflejaban los ojos de Paula, dolor que alguien de su propia sangre había causado.


—Él sólo reafirmó que yo jamás sería suficientemente buena para ti, que siempre seguiría siendo la hija de una de sus amantes.


—Estupideces —dijo Pedro—. Nadie te ve como eso. Mi hermana te admira, y también Raul. Y a Dani también le gustas. La gente te respeta porque eres una mujer inteligente y elegante. No dejes que mi padre destroce tu confianza en ti misma. Él era un maestro en conseguir ese tipo de cosas.


—Eso no fue todo —continuó ella.


—Quiero saberlo todo, cada detalle, por muy minimo que consideres que sea.


—Subimos al avión y una vez allí me amenazó. Me dijo que si me negaba a romper contigo me echaría y a ti te desheredaría —explicó Paula con el dolor reflejado en los ojos—. Pero que si hacía lo que él quería, conservaría mi trabajo y él consideraría no dejarle todas sus acciones a su hijo mayor. Yo pensaba que se refería a Karen. Jamás se me ocurrió que pudiera estar hablando de Dario.


—¿Tú qué dijiste? —preguntó Pedro con la furia reflejada en la voz.


—Yo ya había decidido romper contigo, así que le dije que renunciaba a mi trabajo y me bajé del avión.


—Bien por ti —dijo él, impresionado ante todo aquello.


—Estaba furiosa y disgustada. Al bajar del avión, casi me choqué contra Marise, que en aquel momento subía por las escalerillas. Estaba demasiado tensa como para venir al ático. Sabía que te tenía que ver para decirte que todo se había acabado, pero quería tiempo para pensar. Había renunciado, así que no podía regresar al trabajo a la mañana siguiente… Además, se suponía que yo estaría en Auckland.


—¿Adónde fuiste?


—Se estaba haciendo tarde, así que fui a mi apartamento. Sabía que en poco tiempo me mudaría a vivir allí de nuevo. Creí que tú pensarías que yo ya estaba en Auckland, por lo que tenía un día de gracia.


—Cuando el avión desapareció, me enviaron por fax la lista de pasajeros… en la que todavía figuraba tu nombre. Casi me muero —confesó Pedro. Aquél había sido el peor momento de su vida—. Traté de telefonearte con la inútil esperanza de que hubieras decidido ir de otro modo. Pero no contestabas al teléfono.


Él había pensado que Paula había muerto y el dolor se había apoderado de sus sentidos. También lo había invadido un sentimiento de culpa al percatarse de que estaba más preocupado por su amante que por su padre.


—Apagué mi teléfono móvil —explicó ella—. No quería hablar contigo. No hasta que decidiera qué iba a decirte para terminar la relación. Pero entonces fue demasiado tarde. Oí en las noticias que el avión de tu padre había desaparecido.
 Así que fui a buscarte, ya que pensé que me necesitarías. ¿Por qué nunca me dijiste que pensaste que había muerto?


—Cuando aquel día regresé a casa después de una jornada terrible y te encontré sentada delante de la televisión viendo las noticias sobre la desaparición de mi padre, había demasiadas cosas que hacer que requerían que yo estuviera centrado. Pensé que ya habría suficiente tiempo después para tratar de paliar lo vacío que me había sentido.


—Fue entonces cuando comenzaste a sospechar que había algo entre Enrique y yo —dijo ella.


—No ayudó el hecho de que tú te apartaras cada vez más de mí. Eso no me tranquilizó mucho.


—Yo me sentía infeliz… y estaba embarazada. Tenía que terminar nuestra relación, pero tú estabas muy dolido. ¿Cómo iba a ser tan insensible de apartarme de ti en un momento tan duro como aquél?


—Y yo no te puse las cosas muy fáciles —reconoció él, que había estado muy centrado en sus propias preocupaciones y disputas familiares.


Pero al haberse enterado de que Paula estaba embarazada, había descubierto que sí que quería casarse. Nada le haría más feliz que tener un futuro con ella y con sus hijos.


Amaba a Paula. No lo había descubierto de repente, sino que había sido algo gradual. Le había llevado un tiempo darse cuenta de que lo que sentía por ella era amor.


Quería compartir el resto de su vida con Paula.


Quería que ella fuera su esposa.


Pero no podía culparla por rechazarlo. Había vivido con ella y jamás había intentado convertirla en algo más que en su amante. Era normal que pensara que él no era mejor que su padre y no sabía cómo iba a convencerla de cuánto la necesitaba.


—Paula… —comenzó a decir, tendiéndole una mano.


—El postre está delicioso —interrumpió Pierre, saliendo en ese preciso momento de la cocina y dejando en la mesa los postres—. Delicioso.


—Gracias, Pierre —dijo Pedro, apartando la mano y reprimiendo la necesidad que sentía de acercarse a Pau.


—He preparado café. Está en la cocina, junto con dos tazas. Ahora yo me tengo que marchar, ¿oui?


—Oui —concedió Pedro