martes, 2 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 20




¡Qué no hiciera nada! ¡Debía estar bromeando! ¿Es que no tenía idea del efecto que surtía en ella? Demonios, desde el momento en que la abrazó apenas había sido capaz de respirar... El corazón le latía como si fuera a salírsele del pecho, y empezaba a sentir tanto calor que comenzaba a sudar en sitios que no se veían afectados por la temperatura ambiental. El aroma de su loción para después del afeitado era tan evocador como el incienso mezclándose con el vapor, y el sólo hecho de pasarse la lengua por las comisuras de la boca invocó el sabor del beso anterior.


«¡No, Paula!», gritó su cerebro. «¡Deja de mover la lengua en este mismo instante!»


¡Demonios! ¿Qué estaba pasando? Bueno, de acuerdo... no era tan inocente como para no reconocer que sus hormonas despertaban, pero, por el amor del cielo, ¡era Pedro!


Había bailado con él cientos de veces y jamás se había excitado. Aunque él nunca le había mordisqueado la oreja ni pasado su mano por su trasero de esa forma tan sexy y estimulante. 


Mentalmente luchó para aferrarse a la idea de que lo hacía en beneficio de los Mulligan. No le resultó fácil. ¡Cielos! Las cosas que le hacía sentir.


Supuso que en algún momento del pasado debió estar excitada de esa manera... tal vez.


¡Pero no completamente vestida, en vertical y en público! Y todavía ni siquiera la había besado. Señor, si lo hacía... tendrían que llamar a los bomberos para apagarla.


—Pau... —aunque sus labios húmedos apenas rozaron la piel de ella, su aliento le puso la piel de gallina. Continuó mordisqueando y hablando—: No... hmmm... has respondido a mi... pregunta.


¿Le había hecho una pregunta? ¿Cuándo? ¿Era la pregunta o algo más trivial, como quién sería campeón de la liga de baloncesto?


—¿Pau?


—Hmm, eh... no estoy segura —dijo con voz ronca, y sintió su risita.


—No era una pregunta tan difícil.


—¿No? Oh, bueno, en realidad yo... ¡Oh, Dios mío! —al mismo tiempo que se ponía pálida y jadeada horrorizada, se derrumbó sobre Pedro como si las piernas le hubieran cedido, y por primera vez en su vida él sintió un verdadero pánico.


—Pau, ¿qué pasa? —no hubo una respuesta verbal mientras ella enterraba la cara en su pecho—. ¿Paula? Cariño, ¿qué pasa? ¿Te sientes mal? ¿Te...?


Ella sacudió con fuerza la cabeza al tiempo que echaba un vistazo furtivo por encima de su hombro. Se echó hacia atrás y farfulló algo incomprensible, luego repitió el movimiento, empujándolo un poco a la izquierda como si lo usara de escudo. Estaba rígida por la tensión.


—Por todos los cielos, Pau —siseó Pedro, sujetándola por el hombro—. ¿Qué pasa?


—Odio decirte esto, Pedro, pero nuestro matrimonio se acabó —unos ojos muy abiertos lo miraron—. Ivan Carey acaba de entrar en el ascensor...


Las palabras impactaron en Pedro como una patada en el estómago.




MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 19





Pedro estuvo a punto de morderse la lengua por la sorpresa y el impacto del zapato de Pau al conectar con su espinilla.


Pedro, cariño... me encantaría bailar —Pedro titubeó, tratando de calibrar si podía andar—. Oh, por favor, cariño —casi ronroneó mientras le pasaba las uñas por el dorso de la mano con una eficacia seductora que pudo con el dolor palpitante que él experimentaba en la pierna izquierda y le sensibilizó una sección superior de su anatomía—. Después de todo, esta es nuestra canción.


—Claro, mi amor. Lo acabo de notar —asió la mano de Pau y le sonrió a sus acompañantes—. Si nos disculpan...


—¡Por supuesto, por supuesto! —animó sir Frank—. Yo ya no puedo bailar, pero aún soy capaz de apreciar lo agradable que es tener a una mujer hermosa en brazos.


—Más probablemente al viejo verde le gustaría tenerla tumbada —musitó Pau cuando salieron a la pista de baile poco iluminada—. ¡Si no me hubiera apartado de esos dos creo que habría vomitado! Dios mío, se la come con los ojos como si fuera un adolescente encendido. ¡Aunque ella tampoco es mejor! —exclamó acalorada—. ¡Le mete las tetas en la cara al mismo tiempo que te seduce a ti! ¡Y tú la animas, maldita sea!


—¡En absoluto! Lo más que he hecho ha sido hablar con ella.


—Exacto.


—Sé razonable, Pau, no puedo ignorarla. Además, coquetear para Rebeca sólo es un juego. Podría gustarle ganar, claro, pero lo más importante es la persecución.


—¿De verdad? —lo miró con expresión sarcástica—. ¡Bueno, por si no has notado sus
ladridos, ha salido en pos del zorro!


Así como siempre había apreciado el humor de Pau, empezaba a ser consciente de que había pasado por alto otras cosas de ella. Por ejemplo, el modo seductor en que su cuerpo se entregaba al ritmo de la música. Ello implicaba que, dada la irritación y preocupación que sentía con los Mulligan, resultaba improbable que pensara de forma consciente en su papel de mujer felizmente casada y, por ende, la fluidez y suavidad con que se movía alrededor de la pista debía ser instintiva. Era un concepto más excitante que interesante, ya que sus leves; pero tentadoras curvas se pegaban a él de una manera que disparaba sus instintos más bajos.


—Pedro... ¿me prestas atención?


—Más que nunca.


—Bien. Entonces no bajes la guardia con Rebeca —suspiró; eso alzó sus pechos y la frecuencia cardíaca de él—. Por algún motivo los hombres tienen la costumbre de subestimar de lo que es capaz una mujer.


«Dímelo a mí», pensó, y sus dedos anhelaron comprobar si su cuello era tan suave como sus hombros desnudos.


—Deja de preocuparte, Pau. Podré ir por delante de Rebeca. Aunque no debemos olvidar que es el tipo de mujer que si se siente rechazada, podría decirle algo a sir Frank y fastidiamos el negocio para vengarse.


—¿Debo sorprenderme?


—Lo único que te digo es que sería inteligente que dejaras de provocarla cada vez que abres tu linda boquita.


—¿Yo? —abrió mucho los ojos. ¿Qué yo la provoco? Pedro Alfonso, ¿has llevado tapones en los oídos toda la noche? No ha dejado de dispararme perdigones desde que fue a recogernos. No he hecho nada deliberado para agitarla.


—¿De verdad? Entonces el beso que me diste en el exterior de la cabaña no fue para provocarla, sino para excitarme a mí, ¿no?


—¿Qué te...? ¡No seas ridículo! ¡Por el amor del cielo, ese beso no fue peor que el que tú me diste en el aeropuerto!


—Coincido contigo en un punto —dijo, fascinado por el súbito rubor que encendió sus
mejillas y el énfasis en su negativa—. En absoluto fue peor. De hecho, he de decir que
tu técnica ha mejorado en sólo unas horas.


—¿Perdón?


—Bueno, había bastante diferencia entre la estatua de boca cerrada que besé en el aeropuerto y la mujer que me aplastó contra la puerta de la cabaña.


—Hmm... eso se debe a que en la cabaña no estaba catatónica por la sorpresa; ya sabía lo que sucedía.


«Bueno, pues al menos ya es uno», pensó Pedro, porque en ningún momento supo qué lo
había golpeado. Desde el instante en que su boca se había posado en la suya, sintió como si lo hubieran electrocutado. Al mirar sus labios levemente entreabiertos se preguntó si repetir el ejercicio demostraría de forma concluyente si había sido la mujer o las circunstancias las responsables de que su pulso se disparara.


Cuando por voluntad propia su dedo pulgar rozó el labio inferior de Pau en el instante en que ella se lo humedecía con gesto nervioso, Pedro supo que tenía que averiguarlo. Pero no quena que en esa ocasión ninguno tuviera la excusa de estar desprevenido.


Paula no pudo contener un ligero jadeo de sorpresa cuando Pedro bajó la cabeza y comenzó a juguetear con el lóbulo de su oreja, y si el brazo que le rodeaba la cintura no se hubiera tensado en ese preciso momento, sin duda se habría desplomado en el suelo. 


Esforzándose por superar las caóticas respuestas de su cuerpo ante la representación demasiado convincente de un marido amante, sin éxito trató de retirarse un poco.


—¿Eh... Pedro... Hmm... no te estás excediendo... un poco? —logró soltar.


—Shhh —susurró; recordó las palabras de ella y añadió—: No hagas nada.




MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 18




El plato principal apareció y desapareció en una atmósfera cargada de mentiras y al parecer de inagotables botellas de champán. A medida que éste se apoderaba más de sir Frank, menos inclinado se sintió el hombre mayor a alzar la vista del escote de su esposa o a notar que ella cada vez se aproximaba más a Pedro. Cualquier intento por centrar su mente en los negocios era descartado con comentarios como: «Dejemos eso para la oficina» o «Mi Rebeca se angustia cuando antepongo los negocios a ella».


Paula estaba a favor de cualquier cosa que angustiara a «su Victoria»; que había acercado la silla hasta el punto en que podía jugar con los pies de Pedro. Lo sabía porque unos momentos antes tuvo la sorprendente, pero satisfactoria experiencia de interceptar un pie descalzo femenino con el tacón del zapato. Por supuesto, en una actuación inspirada, se había disculpado con efusividad ante el grito de dolor de Rebeca, aduciendo que había intentado eliminar un calambre.


—Es evidente que tienes mala circulación —había dicho la otra con ojos cargados de odio—. Deberías tomar más sal —esbozó una sonrisa malvada—. Aunque a tu edad podría ser síntoma de algo más insidioso.


—¿Oh? Siempre pensé que la sal era perniciosa. No es que dude de ti, lady Mulligan —añadió—. Sé que con tu edad y experiencia superiores eres mucho más experta que yo en el tema de la circulación —claro que esa respuesta le había hecho merecer una mirada severa de Pedro.


—¿Sabes, Frank? —comentó Rebeca, llenando la copa de champán de su marido, aunque
quedó medio vacía antes de que la botella volviera a la cubitera—. Debemos organizar
salir a navegar con Pedro mientras esté aquí. Es evidente que ama el mar, y nosotros no
aprovechamos demasiado el barco.


—Eso es porque estoy demasiado ocupado en la oficina, cariño —fue la pastosa respuesta de su marido. Movió las cejas—. Y cuando no es ese el caso, ambos estamos ocupados, ¿eh?


Paula ni siquiera fue capaz de plantar una sonrisa en su cara cuando el anciano le dio en las costillas, al tiempo que fracasaba en guiñar un ojo. Bajo ningún concepto era puritana, pero cualquier oportunidad de hablar de negocios se había deteriorado en proporción directa con la capacidad de sir Frank de controlar lo que bebía o a su coqueta esposa. No paraba de esperar que Pedro pusiera fin a la velada, pero por lo que podía ver no parecía perturbado por la futilidad de la cena, aunque en los últimos veinte minutos le había lanzado miradas de petición de ayuda.


Pero no tenía ni idea de cómo esperaba que lo hiciera. Como Rebeca aún no había llegado a la fase de subirse a su regazo y arrancarle la ropa, en ese punto, y a pesar de lo atractivo que resultaría, tirarle la cubitera a la cabeza sería considerado un acto de agresión. A menos...