sábado, 14 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 31





Cuatro horas más tarde, el teléfono sonó. Facundo lo dejó sonar un par de veces antes de contestar.


—Residencia de los Alfonso.


—¿Hablo con Pedro Alfonso? —preguntó una voz masculina.


—No. Soy su hermano.


—¿Podría hablar con él?


—Claro.


Pedro, Paula y él habían estado esperando en el estudio de Facundo , mientras Alma acostaba a los niños. Pedro esperó un minuto antes de tomar el teléfono.


—¿Dígame?


Pedro Alfonso?


—Soy yo.


—Le llamo del departamento del sheriff de Deer Creek, Tennessee. Creo que se ha casado recientemente con Paula Chaves.


—Así es.


—¿Está ahí con usted?


—En este momento, no.


—Pero... ¿vive con usted?


—No sé qué puede importarle, pero sí, es lo que las parejas casadas suelen hacer.


Se hizo una pausa.


—Siento curiosidad por saber cuánto tiempo hace que conoce a la señorita Chaves.


—La señora Alfonso —le corrigió Pedro.


—Cierto, la señora Alfonso.


—¿Qué más da?


—¿Se da cuenta de que es una fugitiva y de que hay una orden de detención?


—¿De qué está hablando?


—Hace unas semanas, ha sido condenada por asesinar a un oficial de Deer Creek, Tennessee. En algún traslado, se las ingenió para huir. Nos ha costado mucho trabajo dar con ella.


—Debe de estar equivocado. Paula no es ninguna asesina.


—Veo que a usted también lo ha engañado. Lo ha hecho con mucha gente. Las pruebas demostraron que mientras trabajaba en el despacho de un auditor... Por cierto, ¿sabe que es contable?


—Sí.


—La pillaron malversando fondos públicos. Al principio pensamos que había sido uno de los oficiales del Ayuntamiento que había desaparecido, hasta que encontramos su cadáver. Enseguida se la declaró culpable.


Pedro se preguntó si aquel hombre se habría planteado alguna vez escribir guiones.


—Entiendo.


—Sé que esto es difícil para usted, pero tenemos que ir a buscarla. Si no coopera, nos veremos obligados a arrestarlo por obstrucción a la justicia.


—¿Es que el sheriff de Deer Creek tiene jurisdicción en Texas?


Se hizo otro silencio.


—Una vez estemos seguros de que es la persona que buscamos, llamaremos a las autoridades competentes para formalizar el procedimiento. El asunto es —continuó el hombre en tono confidencial—, que esa mujer no ha dejado de ser una molestia desde que escapó. Quisiéramos estar seguros de que la tenemos antes de notificárselo a las autoridades pertinentes.


—Todo esto no me suena bien. Tiene que confundirse con otra persona.


—Nos aseguraremos en cuanto la veamos.


Pedro suspiró.


—Creo que tiene razón. No quisiera, obstruir a la justicia ni quebrantar ninguna ley.


—Según me han dicho, vive en el campo. ¿Podría indicarme cómo llegar?


—Claro —dijo Pedro y le dio las indicaciones antes de colgar.


Facundo, Pedro y Paula cruzaron el pasillo en dirección al estudio.


—¿Lo tienen? —preguntó Pedro a los cuatro hombres que estaban allí.


Gus Emery, uno de los agentes del FBI, asintió.


—Sí, señor. Me imagino que no nos hubiera llamado si ese hombre dijera la verdad, pero he de admitir que suena bastante convincente. Creo que han metido la pata con el asunto de la jurisdicción, pero se mueven rápido.


Pedro estaba de pie, rodeando con un brazo la cintura de Paula.


—¿Cuánto tiempo cree que tardarán en llegar? —preguntó Gus.


—Depende de dónde estuvieran llamando.


Gus comprobó el rastreador.


—Un motel en New Eden.


—Teniendo en cuenta que es un lugar desconocido y que es de noche, me imagino que tardarán al menos cuarenta y cinco minutos —dijo Facundo.


—De momento, todo va bien. Esperemos que ellos solos se descubran.


Pedro se giró hacia Paula.


—¿Sigues estando de acuerdo con esto?


Ella asintió.


—Estoy de acuerdo con los agentes, no creo que traten de hacer nada hasta que estés a solas con ellos y eso no va a pasar. Estoy deseando que termine esta pesadilla para que podamos continuar con nuestras vidas.


—Desde luego. Tú tienes que volver al servicio y yo a casa a buscar. un trabajo.


—¿Recuerdas que te dije que ya hablaríamos cuando tuviéramos más tiempo? Quiero hablar contigo acerca del futuro.


¿Qué significaba eso? Fuera lo que fuese, podía esperar. Si conseguía que aquellos hombres hablaran, no tendría necesidad de declarar ante un jurado.


Tenía iniciativa suficiente como para ganar un Oscar de la Academia. Necesitaba recordar que, a pesar de lo que sentía, no estaba sola.


PELIGRO: CAPITULO 30





Facundo estaba en la cocina cuando Pedro volvió a bajar.


—¿Está todo bien? —dijo observando el rostro de su hermano.


Pedro asintió.


—Paula se encuentra un poco molesta. Dice que le pasa cada mes.


—Eso acaba con mi teoría. Pensé que estaba embarazada. Ésa era la única razón por la que había pensado que te habías casado.


—No soy tan bueno como para dejarla embarazada en una semana.


—¿Creías que estaba embarazada?


Pedro se giró y llenó su taza de café.


—Claro que no.


—Entonces, ¿explícame cómo funciona un matrimonio que no es real? Me tienes confundido.


—Quería tener la obligación legal de protegerla, aunque sólo fuera por que usara mi apellido.


—Estoy impresionado. Eso es algo muy loable. 


Pedro se giró y miró a su hermano.


—No es para tanto. Quería dormir con ella y pensé que ésta era la única manera de lograrlo.


—Eso es más típico del hermano al que conozco y quiero. ¿Saldrás con los muchachos y conmigo al campo o vas a quedarte en casa?


—Estaré listo en cuanto me vista.


Después de vestirse, Pedro se asomó a la habitación de Paula y vio que estaba dormida. No sabía por qué tenía aquel sentimiento. Ella se quedaría allí en el rancho el tiempo que necesitara y él volvería a Bethesda para que le dieran el alta médica y volver a su unidad.


No tenía por qué dejar el ejército. Sólo necesitaba algún tiempo para curarse y poder pensar con claridad. Un matrimonio entre ellos nunca funcionaría



****


Cuando Paula se despertó, se sentía mejor. Eran casi las once. Todos se habrían ido ya. Los hermanos estarían trabajando en alguna parte del rancho y Alma estaría en New Eden en su consulta.


Se vistió y bajó. Alma le había dejado una nota sugiriéndole varias cosas para comer. Era como tener una hermana mayor.


Julio llamó después de que comiera y estuvo charlando con él un rato.


—Así que te han dejado sola —comentó.


—Así es.


—¿Te gusta el rancho?


—Me lo estoy pasando muy bien. Nunca pensé que pudiera existir un sitio así. Los espacios abiertos me impresionan.


—¿Crees que te cansarás de estar aislada?


—No me siento aislada.


—No sé si alguien te ha hablado de la primera esposa de Facundo. Era una mujer de ciudad. Siempre había vivido en Dallas y tenía una intensa vida social. No le gustaba vivir en el rancho y por eso lo dejó.


—Era una idiota. Ser la esposa de un Alfonso es más que suficiente para hacer feliz a una mujer.


—Creo que deberías hablar con mi esposa y recordárselo. Le diré que debería sentirse agradecida de levantarse varias veces cada noche para dar de comer a los Alfonso más jóvenes. o mejor no. Últimamente, su sentido del humor es escaso.


—Gracias por mandarme aquí, Julio. Me lo he pasado bien.


—Me alegro de oír eso. Las cosas se están poniendo calientes en Deer Creek y por eso he llamado. Ha habido algunas detenciones y un par de locales de apuestas han sido cerrados. El FBI quiere que testifiques y quieren que estés a salvo. Será mejor que te relajes y disfrutes.


Ella suspiró.


—Estoy segura de que me he quedado sin trabajo.


—¿Quién sabe? Quizá cuando tu jefe averigüe por qué te fuiste, te vuelva a contratar. La gente honesta de la ciudad va a sentirse aliviada de que algunos delincuentes estén fuera de circulación —hizo una pausa y añadió—: Dile a Pedro que he llamado. Todo parece estar funcionando de acuerdo al plan.


—Se lo diré.


Cuando el teléfono volvió a sonar media hora más tarde, Paula se quedó mirándolo sorprendida. Apenas sonaba durante el día porque todo el mundo sabía que Facundo y Alma estaban trabajando. Claro que podía ser Julio con alguna novedad.


—Residencia de los Alfonso—dijo después de descolgar.


—Quisiera hablar con Pedro Alfonso, por favor.


Se quedó helada al reconocer aquella voz. La había escuchado cuando aquellos hombres fueron a la cabaña buscándola. Paula comenzó a temblar. ¿Cómo habían logrado encontrarla?


—El señor Alfonso no está aquí en este momento. ¿Quiere que le diga que le llame? —preguntó confiando en que su voz no revelara el miedo que sentía.


—¿Cuándo cree que volverá? Necesito hablar con él tan pronto como sea posible.


—No lo sé. ¿Quiere dejarme su número de teléfono?


—Le volveré a llamar —dijo el hombre y colgó.


¿Habrían descubierto los oficiales que Pedro era el hombre que habían visto en la cabaña? Se dio la vuelta y comenzó a caminar por la habitación. Después de pensar durante unos minutos, decidió llamar a Facundo.


—¿Ya te estás aburriendo? —preguntó Facundo al contestar su teléfono móvil.


—Oh, no. Parece que uno de los oficiales ha dado con Pedro. Ha llamado hace un rato y ha preguntado por él. Ha dicho que volvería a llamar.


—Enseguida estamos ahí —dijo él y colgó.


¿Cómo había logrado una sola llamada de teléfono ponerla tan nerviosa? Sabía que estaba segura en el rancho. 


Además, Facundo y Pedro llegarían enseguida. Se habían ido en la camioneta, lo que quería decir que habían ido más lejos de lo habitual. Pedro continuaba sintiendo molestias cuando montaba a caballo durante largo rato.


Poco más tarde, oyó el sonido de una camioneta detenerse cerca de la casa y fue a la cocina para encontrarse con ellos. 


Pedro fue el primero en cruzar la puerta y al verla, se acercó veloz a ella. La abrazó con tanta fuerza que Paula apenas podía respirar.


—Nadie va a hacerte daño, cariño. ¿No te lo había prometido? De camino, he llamado a Julio. Va a avisar al FBI.


Ella apoyó la cabeza en su pecho y escuchó los latidos de su corazón. Cuando levantó la cabeza, vio a Facundo apoyado en la encimera con los brazos cruzados sonriendo con expresión de sorpresa.


Paula se separó de Pedro.


—Por qué te ríes?


—En ocasiones, mi hermano me sorprende. Estaba conduciendo lo más rápido que la camioneta y las condiciones de la carretera permitían y Pedro no dejaba de gritar: ¡deprisa!, ¡deprisa! Era como si el mundo se estuviera acabando y tuviera que llegar junto a ti cuanto antes. 


Pedro todavía abrazaba a Paula.


—Estaba equivocado, ¿de acuerdo? Así que deja de restregármelo. No me he dado cuenta hasta que llamó y supe que esos hombres la habían encontrado.


—Darte cuenta de qué?


Pedro la miró y la besó en la nariz.


—Luego hablaremos. De momento, éste es el plan.



PELIGRO: CAPITULO 29





—¿Lenny?


—¿Qué quieres Bryce? Me has despertado.


—Tenemos una pista sobre esa testigo.


—¿De veras? ¿Dónde está?


—Se ha casado en Dallas.


—¿Cómo demonios ha llegado a Dallas desde Michigan sin que nos enteráramos? No sé cómo pudimos perder su rastro.


—El sistema informático dio su nombre al hacer una búsqueda. Cuando imprimí el documento para comprobar si se trataba de la misma mujer, comprobé que la dirección que había dado era Deer Creek. Tiene que ser ella, estoy seguro.


—¿Quién es el hombre?


—El certificado de matrimonio dice que su nombre es Pedro Alfonso. ¿Te dice algo ese nombre?


—No.


—A mí tampoco.


—¿Pone su dirección?


—Un apartado de correos en una ciudad llamada New Eden, en Texas.


—Dile al sheriff que tenemos una nueva pista y que vamos a ocuparnos de atar unos cabos sueltos.



***

Dos semanas después de llegar, Paula salió del baño y vio a Pedro en la cama, esperándola.


—¿Estás bien? —preguntó él.


Ella asintió.


—No estoy embarazada —dijo y se metió entre las sábanas.


—Eso está bien. Creo. Simplifica las cosas.


Ella se llevó las rodillas al pecho.


—¿Quieres que te traiga algo?


Ella intentó sonreír, pero le fue imposible reprimir las lágrimas, lo que era ridículo. Se sentía aliviada de no estar embarazada.


—Supongo que no tienes una manta eléctrica a mano.


Él retiró la ropa de cama y se puso los vaqueros.


—Espera, enseguida vuelvo.


Cuando la puerta se cerró tras él, Paula pensó en las dos últimas semanas. Puesto que Pedro había estado durmiendo con ella cada noche, era comprensible que su matrimonio hubiera pasado a ser más real para ella.


Su pierna sanaba y ya no usaba bastón. Era como si tuviera prisa por volver a la vida activa.


Con un poco de suerte, ella volvería a Deer Creek, Pedro continuaría con su vida.


Olvidarlo iba a resultarle imposible. Había congeniado con su familia y había disfrutado jugando con los niños. La hija de Facundo, Helena, era adorable. Era lista, curiosa y nunca paraba de hablar. Era Helena quien cada tarde le estaba enseñando a Paula la vida en el rancho después de volver del colegio.


Una gran familia era un regalo. Ella apenas recordaba a sus abuelos. Su abuela había muerto cuando Paula tenía cinco años y su abuelo un año después.


La puerta de la habitación se abrió. Pedro enchufó una manta eléctrica y se la dio a Paula.


—Gracias —dijo ella ajustando la temperatura y disfrutando del calor.


—¿Quieres café?


-Pedro, no tienes por qué cuidar de mí. Estoy bien. El primer día es normalmente el más doloroso.


Se sentó junto a ella en la cama y le retiró el pelo de la frente.


—Odio verte sufrir.


—No es para tanto. Es más incomodidad que otra cosa.


—¿Siempre es así?


Ella asintió.


—El médico dice que mejorará después de que tenga hijos.


Se quedaron mirándose en silencio.


—Iré por café.


Al poco volvió con el café y se quedó hasta que Paula le dijo que no se preocupara por ella. Después de tomarse el café, Paula se metió en la cama y se quedó dormida.



PELIGRO: CAPITULO 28






Cuando Paula se despertó, comprobó que Pedro se había ido en algún momento durante la noche y suspiró. Lo extraño era que en tan sólo una semana se había acostumbrado a compartir la cama con él. Sus sentimientos eran confusos y deseaba poder llamar a Tamara para hablar con ella. ¿Acaso se sorprendería cuando descubriera que se había casado con un soldado?


Una vez se vistió, Paula bajó las escaleras. Olía a beicon y café y su estómago rugió.


—Buenos días —dijo Alma en cuanto la vio—. Llegas justo a tiempo. Acabo de avisar a los chicos para que vengan a desayunar. Tengo la impresión de que están hambrientos.


—¿A los chicos?


—Sí, a Facundo y Pedro. Llamé a Facundo al móvil y me dijo que Pedro y él estaban dando una vuelta a caballo por el rancho.


—¿Quieres decir que Pedro está montando a caballo?


—Eso creo.


—Eso es que su pierna debe de estar mejor.


Mientras Alma ponía los platos en la mesa, Paula oyó pasos en el patio. La puerta se abrió y Facundo entró, seguido de Pedro. El parecido entre ambos era notable, sobre todo porque Pedro llevaba botas y un sombrero texano, además de vaqueros y un chaleco, la misma ropa que Facundo.


—Buenos días —dijo él evitando mirarla.


Los dos hombres se lavaron las manos en el fregadero y se sentaron uno frente al otro. Paula se sentó junto a Pedro.


—¿Has dormido bien? —preguntó él pasándole un plato de patatas.


—Bien, gracias —contestó ella, dirigiéndole una rápida mirada antes de tomar el plato que le ofrecía.


Enseguida lo siguieron beicon, salchichas, huevos revueltos y bizcochos.


Pedro miró a Alma, que estaba sentada junto a Facundo.


—Tienes que trabajar hoy?


—Oficialmente no. Quiero tomarme esta semana libre. Me han prometido no llamarme a menos que ocurra una catástrofe.


—¿Cuándo llegan papá y mamá?


Facundo miró su reloj.


—En menos de una hora.


—Les has dicho que ya he llegado, ¿verdad? 


Facundo frunció el ceño.


—Sabían que estabas de camino. ¿No les llamaste anoche?


—Se me olvidó. No estaba de humor para tener una larga discusión.


—No pareces estar de mejor humor esta mañana.


Paula colocó discretamente su mano sobre el muslo de Pedro y él la miró sorprendido.


—Te quieren, Pedro —dijo ella—. Tienes que estar agradecido de que tus padres sigan con vida.


Como si estuvieran solos, él tomó su mano y se la llevó a los labios para besarla.


—Gracias por recordármelo —contestó él antes de seguir comiendo.


—¿Has hablado con Julio? —preguntó Facundo después de desayunar.


—No desde ayer por la mañana. Me dijo que me llamaría hoy para contarme cómo iban las cosas.


Facundo sacudió la cabeza disgustado y luego miró a Paula.


—¿Quieres montar a caballo con nosotros? —preguntó—. No iremos muy lejos.


—¿A caballo?


—Veo que nunca has montado a caballo.


—¿Vas a volver a montar?


—Seguramente sí. Hace un día muy bonito.


Lo más cerca que había estado de un caballo había sido en los desfiles del cuatro de julio. Tragó saliva y levantó la cabeza.


—De acuerdo. Montaré con la condición de que alguno de vosotros me enseñe a montar sin caerme.



****


Paula no podía creerlo. Estaba sentada sobre el caballo a pesar del miedo que sentía. Miró a los hermanos, cada uno a un lado suyo.


—Estoy lista.


—Deja sueltas las riendas. El caballo se mantendrá a nuestro lado.


Paula se agarró a la silla de montar con ambas manos cuando el caballo echó a andar. Pedro le había explicado cómo sujetarse con las rodillas y llevaba los pies en los estribos.


—Estás bien? —preguntó Pedro, manteniéndose cerca de ella.


—Eso creo, al menos de momento. No sé lo que pasará si va más rápido.


Facundo se rió.


—Lo estás haciendo bien, Paula. Admiro tu disposición a probar cosas nuevas —dijo mirando a Pedro antes de continuar—. ¿Ves aquellos árboles? Allí es dónde vamos. Hay algo que quiero comprobar.


Ella divisó un molino cerca de los árboles.


—Me alegro de haber venido con vosotros —dijo ella.


—Yo también —murmuró Pedro.


Cuando llegaron al molino, ambos hombres desmontaron. 


Pedro tomó a Paula como si fuera una pluma y la dejó en el suelo. Ella se frotó el trasero.


—Te duele?


—Un poco.


—De hecho, a mí también. Hace mucho tiempo que no monto a caballo.


—Pues se te ve como si nada.


—No es de extrañar. Papá me llevaba con él antes incluso de que supiera caminar.


—Se te ve feliz —dijo Paula mientras Pedro miraba a su alrededor.


Él asintió.


—Es bueno estar en casa.


—¿Entonces, no sientes haberme traído contigo?


Él la miró durante unos segundos.


—No me arrepiento de nada de lo que ha pasado desde que apareciste en mi puerta.


Habían pasado muchas cosas desde entonces, pero por el brillo de sus ojos, era evidente que se estaba refiriendo a hacerle el amor.


—Yo tampoco.


Ninguno habló de vuelta a las cuadras. Paula estaba nerviosa por conocer a los padres de Pedro.


—¿Vas a decirles a tus padres que estamos casados? —preguntó Paula una vez llegaron a las cuadras.


—Facundo y yo hemos hablado de eso. Creo que ya los he disgustado bastante como para decirles que nos hemos casado sin decírselo a nadie.


—Bien —dijo ella sintiéndose aliviada—. Podemos guardarnos esa noticia para otro momento.


Una vez desmontaron, Facundo entregó los caballos a uno de los muchachos.


—Te dije que no tardarían mucho en llegar —dijo Facundo, a medio camino hacia la casa, señalando una camioneta roja.


—Veo que papá se ha comprado una camioneta nueva.


—Así es.


—Tiene buena pinta.


—Sí. Le dije que su vieja camioneta iba a estropearse un día de éstos, así que decidió comprarse una nueva más grande para poder llevar a los nietos.


Llegaron a la casa, a la vez que la camioneta. Javier salió con Jose y Gladys ayudó a Helena a bajarse. Helena vio a Facundo y corrió hacia él.


—Papá —dijo y lo abrazó por la cintura—. Te he echado mucho de menos.


—Yo también, cariño.


Pedro se acercó cojeando a sus padres. Los ojos de Gladys estaban húmedos.


—Bienvenido a casa, hijo —dijo Javier.


Gladys abrazó a Pedro.


—Da igual los años que tengas, tú siempre serás mi pequeño.


Javier dejó al pequeño Jose en brazos de Gladys y abrazó a Pedro.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas al ver el reencuentro. Javier, Gladys y Pedro hablaron un rato y después Javier se giró.


—¿Vamos a quedarnos aquí todo el día?


Jose se agitó en brazos de Gladys y se inclinó hacia Facundo, que riendo lo tomó en sus brazos. El pequeño se parecía mucho a su padre.


Mientras el grupo se dirigía a la casa, Pedro se giró y tomó de la mano a Paula.


—Mamá, papá, os presento a Paula. Se quedará con nosotros una temporada.


Gladys sonrió.


—Bienvenida, Paula. Me alegro de que Pedro te haya traído.


—Me alegro de conocerte, Paula —dijo Javier—. Creo que tienes algún problema y necesitas un lugar donde esconderte. No podrías haber elegido un lugar mejor.


—Gracias, señor Alfonso. Les agradezco su hospitalidad.


—Llámame Javier —dijo y rodeando los hombros de su esposa, añadió—: Y ella es Gladys.


—De acuerdo —dijo Paula.


Pedro dejó que los demás entraran en la casa y Paula esperó a su lado.


—Tus padres parecen unas personas maravillosas —susurró.


—Yo también pienso que son muy especiales.



****

Los padres de Pedro se fueron al anochecer y Facundo y Alma subieron para bañar a los niños y meterlos en la cama. 


Pedro encendió la televisión e invitó a Paula para que lo acompañara.


—Esto es un lujo. No recuerdo la última vez que vi la televisión —dijo Pedro.


—Estoy sorprendida con tu familia. ¿Son tus otros hermanos tan agradables como tu padre y Facundo?


—Supongo que sí.


—Tu madre me ha contado que con los gemelos, ya tiene cinco nietos. Dice que va a esperar hasta que Julio y Carina se acostumbren a sus bebés antes de visitarlos.


—Julio se ha disculpado por no haber llamado antes. Los bebés le han dejado dormir por fin y ha llegado tarde a trabajar.


El estar tan cerca de Pedro le hacía sentir deseos de lanzarse en sus brazos. Se estaba acostumbrando a tenerlo a su lado.


Más tarde, subieron y él la acompañó a su habitación. En la puerta, se detuvieron.


—Encajas en esta familia como si fueras parte de ella —dijo él tomando el rostro de Paula entre sus manos y dándole un suave beso en los labios—. Llevo todo el día deseando hacer esto —añadió atrayéndola hacia él hasta que sus cuerpos se tocaron desde los hombros hasta las rodillas—. Incluso eres tan alta como yo. ¿Ves lo bien que encajamos?


Paula no podía pensar en una sola razón para no invitarlo a su cama. o quizá sí.


—¿Por casualidad has comprado preservativos?


Su expresión era pícara.


—Por supuesto. ¿Quiere eso decir que me estás proponiendo que te haga el amor? Recuerda, eres tú la que decide.


—Eso me gustará —respondió ella, sintiéndose repentinamente tímida.


Al cabo de unos minutos, ambos estaban desnudos y en la cama mientras Pedro le mostraba lo excitante que era hacer el amor. El parecía no obtener suficiente y ella disfrutaba cada minuto. No se durmieron hasta primera hora de la mañana.