sábado, 21 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 14





Hacía mucho que Cenicienta había regresado del baile.


Paula sonrió de forma irónica al abrir la puerta principal de su casa y entrar en ésta tras un largo día de trabajo. El contraste entre la belleza y el estilo de la hermosa mansión de Pedro en Sevilla y aquella pequeña casa no podía ser más pronunciado. Pero por lo menos aquella casa era un hogar y no un lugar de interés turístico como lo había sido la mansión de Sevilla. Un lugar turístico sin corazón y sin calidez. Muy parecido a su dueño.


Pero aquel día su pequeña casa parecía fría y poco acogedora. Pensó que seguramente había problemas con el sistema de calefacción.


El tiempo también era muy distinto al que había disfrutado en España. Las cálidas temperaturas de aquel país no se podían comparar con el molesto viento y el frío que hacía en Yorkshire. Y los partes meteorológicos predecían que la situación iba a empeorar durante el fin de semana. Incluso se esperaban tormentas. Ella misma se había percatado de lo oscuro y cargado que estaba el cielo cuando había conducido de vuelta a casa desde la biblioteca en la que trabajaba. Simplemente rezaba para que la calefacción funcionara cuando comprobara el sistema y la encendiera manualmente.


La casa acababa de comenzar a calentarse y ella había empezado a preparar la cena cuando inesperadamente sonó el timbre de la puerta.


Se preguntó quién podría ser. No esperaba a nadie y la casa estaba lo suficientemente apartada del pueblo como para que nadie llamara a su puerta por casualidad. Tampoco tenía vecinos. Se limpió las manos en un paño y se apresuró a averiguar quién había llamado.


Cuando abrió la puerta y vio la figura que esperaba al otro lado, se quedó sin aliento. Dio varios pasos atrás.


Pedro Alfonso estaba allí de pie… con un aspecto muy imponente. Tenía los ojos tan oscuros y sombríos como el cielo que se observaba detrás de él. Parecía que las predicciones meteorológicas habían acertado ya que estaban cayendo pequeños copos de nieve, algunos de los cuales le habían caído a él sobre la cabeza y brillaban como diamantes en contraste con su pelo negro.


—¡Pedro!


—Buenas tardes, señorita —contestó él, frunciendo el ceño.


Aquello destrozó los recuerdos de la devastadora sonrisa de la que ella había disfrutado durante tan poco tiempo la semana anterior.


Pero nada podía alterar el impacto que causaba aquel hombre. Incluso en aquel momento, bajo el abrigo azul oscuro que llevaba, seguía siendo el hombre más atractivo que ella jamás había visto. Y su piel dorada parecía incluso más exótica en contraste con los apagados tonos del invernal paisaje que les rodeaba.



—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, consciente de que parecía muy descortés. Pero la impresión de verlo en su puerta había provocado que aquellas palabras salieran de su boca.


El era la última persona que había esperado, o deseado, que fuera a visitarla. O por lo menos aquello era lo que su mente le permitía admitir. Pero la verdad era que un perverso e indeseado instinto había provocado que le diera un vuelco el corazón nada más verlo.


—He venido para devolverte algo de tu propiedad —contestó Pedro, levantando una mano para mostrarle la bolsa de plástico gris que llevaba.


—¿Mi…?¿Qué propiedad?


—Tus zapatos.


—¡Debes de estar bromeando! Si piensas que voy a creer que alguien vendría desde Sevilla para devolverme unos zapatos, es que…


Paula dejó de hablar al levantar Pedro aún más la bolsa y abrirla lo suficiente por la parte superior para que ella pudiera ver su contenido. Se ruborizó al ver el cuero rosa de los zapatos.


—¡Los has traído! ¡No había necesidad!


Pedro se encogió de hombros ante la protesta de ella.


—Quería devolverte lo que es tuyo, pero ésa no es la única razón por la que he venido.


—Hubiera sido suficiente con que los mandaras por correo.


Paula se percató tardíamente de que no había dejado que él terminara de hablar; había empezado a hablar mientras él todavía no había terminado la segunda parte de su frase. Pero al darse cuenta de lo que había dicho se quedó muy impresionada.


—¿No es la única razón por la que has venido? ¿Qué otros motivos tienes para estar aquí?


—Quizá si me dejaras entrar podríamos hablar, ¿no te parece?


Aquella sugerencia era obvia. O por lo menos lo hubiera sido si su relación con aquel hombre fuera normal. ¿Relación? Impactada, se dijo a sí misma que no tenía ningún tipo de relación con Alfonso. Pero no costaba nada ser educada y no podía dejarlo allí, de pie al otro lado de la puerta, con el tiempo tan malo que hacía. Por mucho que quizá deseara hacerlo.


—¿De qué tenemos que hablar?


—Sería más fácil si me dejaras entrar.


Si no lo dejaba entrar, era obvio que él no iba a decir nada. 


Resignada, suspiró y abrió la puerta de par en par.


—Pasa… —dijo, arrepintiéndose de haber abierto la puerta, ya que él era la última persona que quería que estuviera dentro de su casa.


Pero aun así le dio un vuelco el corazón al observar cómo Pedro entró en su pequeño vestíbulo. No comprendió cómo podía desear que él no estuviera allí, pero al mismo tiempo no podía dejar de mirarlo.


Su casa tenía los techos bajos, lo que le hacía parecer a él mucho más alto de lo que era. Cuando se dio la vuelta para mirarla, estaba esbozando una de aquellas devastadoras sonrisas suyas.


—¿Qué? —preguntó ella con dureza. Tenía el pulso revolucionado y sintió las piernas débiles—. ¿Qué es tan gracioso?


—No es gracioso, pero… —contestó Pedro, acercándose a Paula y acariciándole la mejilla.


Ella sintió como si repentinamente le dejara de latir el corazón.


—Tienes harina en la cara. Ahí… —continuó él, mostrándole la mano con los restos de harina que le había quitado de la mejilla.


Pero Paula sólo miró los dedos de él un instante, ya que no podía apartar la mirada de su hermosa cara.


Los recuerdos se apoderaron de su mente. Los recuerdos de una preciosa casa estilo árabe, de una habitación rosa y de la dulzura de unas caricias que en poco tiempo se habían transformado en algo más. Recuerdos que quería apartar de su mente.


—Gracias —ofreció, avergonzada.


Automáticamente se limpió la mejilla con la mano. Pero entonces, al ver la harina en sus dedos, agitó la cabeza.


—Sígueme —ordenó en un tono de voz innecesariamente enérgico para tratar de esconder lo confundida que estaba.


Se dirigió a abrir la puerta que daba a la sala de estar y oyó cómo Pedro cerraba la puerta de la calle. En ese momento la aprensión se apoderó de ella y se preguntó si había actuado de manera estúpida al invitarlo a entrar. Nunca antes había sido tan consciente de lo aislada que estaba su casa. Cuanto antes terminara con aquello y se marchara Alfonso, mejor. No le iba a ofrecer nada de beber ya que si lo hacía parecería que quería que estuviera allí.


—¿De qué va todo esto? —le preguntó, entrando en la sala de estar. Se colocó detrás de la mesa para que así ésta estuviera entre ambos—. Y no esperes que me crea que tiene algo que ver con los zapatos que has utilizado como excusa para venir aquí.


Pedro agitó la cabeza a modo de objeción ante la acusación de ella.


—Tenemos que hablar —contestó.


—¿Pero hablar de qué? ¿De por qué estás aquí?


—¿Por qué? Hubiera pensado que eso era obvio.


Él se había hecho a sí mismo esa misma pregunta casi cien veces durante su viaje desde España. Sabía qué le había llevado a viajar; había sido la decisión tomada bajo los efectos de la furia que se había apoderado de él cuando había regresado al dormitorio tras haber contestado a aquella llamada telefónica. Incluso había interrumpido a uno de sus gerentes para poder regresar con Paula.


Pero había encontrado la habitación vacía y la puerta abierta de par en par. No había encontrado rastro de la mujer que había tenido en sus brazos, la mujer que había respondido tan apasionadamente a sus besos, a sus caricias. La única evidencia de que ella había estado allí era el arrugado edredón y la marca que había dejado su cabeza en la almohada.


En aquel momento había comprendido lo que había ocurrido, aunque no había sido capaz de creérselo. Corroboró sus sospechas al preguntarles a los miembros del personal y se sintió embargado por la furia.


Paula había huido de él.


La primogénita de la familia Chaves había hecho lo mismo que su hermana. Toda la familia le había dado un navajazo a su orgullo y a su reputación… y se habían llevado el dinero que tan tontamente él les había dejado tomar al principio. Y alguien tenía que pagar por aquello.


Y ese alguien iba a ser Paula Chaves.


Por supuesto que también podía haber mandado al mentiroso padre de ésta a la cárcel por malversación de fondos, tal y como había planeado en un principio. Pero eso ya no le satisfacía. Lo único que había tenido claro había sido que iba a encontrar a Paula.


Había sido muy sencillo averiguar su dirección. A la bruja de su madrastra le había encantado ayudarle y su débil padre no se había opuesto. Su propia familia se la había ofrecido en bandeja.


En cuanto Paula le había abierto la puerta de su casa aquella tarde, había comprendido la razón por la que se había empeñado en que ella pagara. No se la había podido quitar de la cabeza. Desde que había desaparecido de su casa, su imagen se había apoderado de su mente, le había impedido pensar con claridad e incluso dormir.


De hecho, si tenía que ser sincero consigo mismo, había estado pensando en ella desde el primer momento en el que se habían conocido. Quizá Petra la había descrito como simple y sin estilo, pero había habido algo en ella que había captado su atención y se había apoderado de sus sentidos. Incluso cuando había pensado que era una mujer fría y calculadora, se había sentido intrigado por ella.


Paula no le había dejado dormir o, si se lo había permitido durante un momento, se había apoderado de sus sueños en forma de eróticas imágenes que susurraban su nombre y le ofrecían su boca para que la besara, así como su cuerpo para que lo acariciara.


Cuando agitado y tembloroso se despertaba, con el corazón latiéndole el doble de rápido de lo normal, se percataba de que su sexo estaba erecto y su cuerpo completamente excitado.


En el momento en el que ella había abierto la puerta de su casa había sabido por qué estaba allí. Los zapatos no eran una verdadera excusa; quizá la venganza fuera parte de ello, pero la intensa atracción física que sentía hacia aquella mujer era lo que le había llevado hasta Inglaterra. 


Verla como nunca antes la había visto, vestida con un jersey rojo y unos pantalones vaqueros ajustados que marcaban sus delicadas curvas, con el pelo suelto y ondulado, había provocado que el corazón le diera un vuelco. Se había visto invadido por unas intensas ganas de abrazarla y besarla.


—Estoy aquí para terminar lo que empezamos —declaró—. He venido a por ti.




NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 13





Exhausta, saciada, ella sólo quería quedarse allí tumbada y sentir cómo Pedro la abrazaba de nuevo, sentir cómo le daba un beso en la cara. Por lo que cuando se dio cuenta del repentino cambio de él se quedó muy impresionada, incrédula. Se quedó allí tumbada con los ojos cerrados mientras su amante se apartaba de ella y se bajaba de la cama.


Sintió un escalofrío. Se sintió perdida, despojada de algo, completamente sola.


—¿Pedro? —preguntó tras un rato. Pero lo hizo susurrando.


No quería que al oír su voz él se percatara de lo impresionada que se había quedado ante su comportamiento. No quería que viera lo angustiada que estaba.


Pero cuando oyó que Pedro se movía y que agarraba su ropa, no pudo contenerse.


—¿Qué ocurre?


En ese momento abrió los ojos y lo miró. Lo que vio reflejado en la fría mirada de él la dejó petrificada. Pedro no sólo había agarrado su ropa, sino que ya se había puesto la camisa y se la estaba abotonando de manera inquietantemente rápida. Era como si no pudiera esperar para vestirse y alejarse de ella.


—¿Pedro… qué…?


Durante unos segundos, él mantuvo la mirada de Paula sin ninguna emoción reflejada en la suya propia, tras lo cual comenzó a mirarle su semidesnudo cuerpo con tal desdén que provocó que ella se sintiera muy vulnerable.


—Creo que eso será suficiente —dijo por fin Pedro con gran frialdad.


—¿Suficiente? —repitió Paula, que no podía creer lo que estaba oyendo, lo que estaba ocurriendo.


Se preguntó cómo podía ser posible que el ardiente amante que había sido él momentos antes se hubiera convertido en aquel frío extraño.


—¿Suficiente para qué?


—Para todo —contestó Alfonso, poniéndose los pantalones. Entonces se peinó con los dedos—. Creo que lo he dejado claro. Por lo menos en un aspecto hay alguien ahí fuera para cada uno de nosotros. Jamás había conocido algo así. Nunca.


—¿Y se supone que eso es un cumplido?


La terrible agonía de darse cuenta de que todo había sido una clase de prueba, una manera de demostrar que no podía resistirse a él, provocó que ella sintiera asco de sí misma.


—¿Se supone que debo estar agradecida? —preguntó.


—Agradecida, no. Pero podías considerarlo un alivio ya que demuestra que, por lo menos en este aspecto, nuestro matrimonio no va a ser la terrible experiencia que pensabas que iba a ser. De hecho, quizá incluso te diviertas.


—¿Por qué, tú…?


En ese momento el teléfono móvil de Pedro interrumpió a Paula. Este lo sacó del bolsillo de su pantalón.


—Sí… un momento… —respondió a su interlocutor.


Entonces se dirigió a ella.


—Perdona… tengo que contestar a esta llamada. Espera aquí… regresaré en un momento y seguiremos hablando de esto.


Pero Paula se dijo a sí misma que no seguirían hablando de ello. Si él pensaba que se iba a quedar allí esperándolo tras aquella humillación tan horrible, estaba muy equivocado. 


Pero la discreción era la mejor táctica, por lo que asintió con la cabeza. Evitó su mirada al hacerlo. Incluso logró permanecer allí tumbada sin moverse mientras él se retiraba.


Pero en cuanto Pedro desapareció por la puerta, se levantó de la cama. Se colocó el vestido y, antes de salir de la habitación, se forzó en mirarse en el espejo. Era lo último que deseaba hacer, pero no podía salir de allí con el aspecto de una…


O… como si acabara de haber estado disfrutando del sexo más alocado y erótico que hubiera practicado en su vida.


Su alborotado pelo, sus labios hinchados y la expresión de sus ojos eran demasiado para aparecer en público. Se vio forzada a perder unos preciados momentos para retocarse levemente, momentos durante los cuales apenas respiró ya que tenía mucho miedo de que Pedro regresara.


Pero por fin salió del dormitorio y comenzó a bajar las escaleras silenciosamente. Se preguntó a sí misma cómo iba a encontrar un coche que la llevara de regreso al hotel.


Al final resultó ser increíblemente fácil. Se lo pidió al primer miembro del personal que se encontró.


—El señor Alfonso quiere que traigan un coche a la puerta principal.


Obviamente el poder de Pedro era absoluto ya que la mujer con la que habló simplemente asintió con la cabeza y se marchó apresuradamente. Paula esperó durante unos instantes, instantes durante los cuales le invadió el pánico ante la posibilidad de que él terminara la llamada y fuera a buscarla. Pero una limusina apareció en la puerta principal antes de que eso ocurriera. El chófer se bajó y le abrió la puerta para que subiera al vehículo. Ella se apresuró a subir a la limusina y se acurrucó en el asiento por si acaso Pedro salía a buscarla.


Sólo fue cuando el coche estaba ya alejándose de la puerta principal de la mansión que se permitió respirar profundamente, aunque no se relajó completamente hasta que no salieron fuera de la propiedad y se dirigieron por la carretera principal hacia Sevilla. Y fue en ese momento cuando se percató de que estaba descalza.


Los elegantes zapatos que le habían destrozado los pies se habían quedado olvidados debajo del banco de madera junto a la piscina, por lo que ella iba sentada en aquella limusina como una especie de Cenicienta que regresaba a casa del baile. Pero no era su Príncipe Azul al que había dejado atrás. Toda la magia que había sentido durante la tarde se había evaporado y le había dejado un amargo sabor de boca.




NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 12





No dejó de besarla y lo hizo cada vez con más intensidad. 


Paula se quedó sin aliento y sintió la intensa necesidad que Pedro había provocado en ella. Cada vez que los labios de él tocaban los suyos deseaba que durara para siempre y cada vez que los apartaba sentía como si algo se estuviera rompiendo dentro de su cuerpo.


—¡Pedro! —gritó antes de besarlo. 


Abrió los ojos. La sensación fue como si un rayo le traspasara por dentro. El fuego le recorrió las venas.


El también debió de sentirlo ya que le agarró la cabeza con delicadeza y la inclinó en la posición exacta para poder besarla aún más profunda y apasionadamente. Provocó que ella abriera la boca bajo la suya.


Paula fue consciente de que en aquel momento necesitaba que Pedro le diera más que las delicadas caricias que le había ofrecido al principio. Necesitaba sentir el poder de las manos de aquel atractivo hombre, la fortaleza de los músculos de sus brazos al abrazarla…


Se levantó. No estaba segura de si él le había ayudado a hacerlo o no. pero lo cierto era que estaba de pie, apoyada contra la fuerte musculatura del cuerpo de Alfonso. Respiró la agradable fragancia de su piel.


La boca de Pedro ya no estaba actuando de manera delicada, sino con la exigencia que ella había temido que actuara desde el principio. Pero ya no sentía miedo ante aquella actitud exigente, actitud que acompañó con su propia hambre, presión por presión, necesidad por necesidad… En aquel momento tenía las manos libres para acariciarle el pelo, tal y como había querido, pero en cuanto vio su deseo cumplido supo que no era suficiente. Quería más. Quería tocarlo por todas partes, quería sentir la fortaleza de sus músculos bajo sus dedos, quería acariciarle el pecho y el vello que cubría a éste.


Una de las manos de Pedro estaba sobre su pelo. Trataba de sujetarla con firmeza para así mantener su boca donde quería tenerla. Con su otra mano le estaba acariciando todo el cuerpo. Su lengua jugueteó con la de ella, saboreó su calidez. Paula pensó que no cabía duda de que se estaban dirigiendo en una sola dirección. Aquella pasión, aquel hambre, aquellas intensas ansias no podían llevar a otro lugar, tira como si alguien hubiera comenzado la cuenta atrás para una explosión nuclear y no había otra manera de detener aquello que no resultara en una dramática fusión entre ambos.


—Te deseo —dijo Pedro entre dientes.


Pero en realidad no hacían falta palabras, ya que la apasionada evidencia de su erección presionando el estómago de Paula lo dejó claro. Entonces, por debajo del sujetador, le acarició un pecho y le incitó el pezón. La excitó tanto que ella sintió la necesidad en todos los poros de su piel. No pudo evitar gemir en alto y él la besó apasionadamente.


Aquello era lo que Paula deseaba con todas sus fuerzas. 


Estaba demasiado excitada como para pensar en otra cosa que no fuera aquel momento. Se echó para un lado y chocó contra la cama con la parte de atrás de las piernas. Cayó sobre el colchón, momento en el que Pedro se echó sobre ella.


Le metió las manos por debajo del vestido y comenzó a bajárselo por los brazos…


—Yo también te deseo —murmuró Paula—. Bésame, tócame…


Deseaba pedirle que la poseyera, pero lo poco que le quedaba de compostura le impidió hacerlo. Aunque en lo más profundo de su alma sabía que no había marcha atrás. 


Todo su cuerpo estaba prácticamente gritando debido a la necesidad de que la poseyera, debido a la necesidad de sentir la unión completa de sus dos cuerpos, piel contra piel, carne contra carne, hambre contra hambre…


Pero no era capaz de expresar su necesidad. No se atrevía a expresar su anhelo, no se atrevía a quitarse la máscara de protección que había sentido la necesidad de utilizar delante de aquel hombre. Una cosa era quitarse la ropa, cosa que deseaba más que nada en el mundo… estar físicamente desnuda con él. Pero desnudarse emocionalmente era otro asunto muy distinto. Era algo que no se atrevía a revelarle. 


Sería como poner su alma bajo un microscopio y permitir que Pedro la diseccionara con un frío cuchillo de metal.


Le desabrochó los botones de la camisa con unos impacientes movimientos. Al exponer la piel de su pecho pudo percibir la cálida fragancia que ésta desprendía. La inhaló como si fuera un rico perfume y sintió cómo el impacto de ello le golpeó como un potente afrodisíaco.


Pedro


Las martirizantes manos de él habían bajado por su cuerpo y le estaban acariciando un pecho por encima del sujetador. 


Pero entonces se lo desabrochó y se lo quitó, momento en el cual comenzó a tocarle ambos pechos con un gran apasionamiento. Paula no pudo pensar en nada más que en el placer que estaba sintiendo y disfrutó del intenso goce que le ofreció Pedro al jugar con sus endurecidos pezones. 


Emitió un grito ahogado.


El volvió a besarla sin dejar de acariciarle los pechos. La llevó a alcanzar un punto en el que creyó que iba a enloquecer de tanto placer.


—Sabía que las cosas serían así —dijo Pedro entre dientes, tras lo cual le besó la barbilla y la garganta—. Sabía cómo tenían que ser las cosas.


Ella sintió cómo le acariciaba la piel con la lengua y cómo, al llegar a sus pechos, reemplazó las manos por su boca. En aquel momento tomó uno de sus pezones entre los dientes y lo mordisqueó suavemente.


—¡Pedro!


Paula no había sabido que era capaz de perder el control de aquella manera. Lo agarró por el pelo y lo mantuvo sobre sus pechos. Se estremeció de placer…


Pero no podía controlar las manos de Alfonso. Estas no se estaban quietas y habían comenzado a acariciarle el estómago. Se detuvieron en su ombligo para después comenzar a bajar hacia su suave valle. Se introdujeron debajo de sus braguitas de seda y se detuvieron de nuevo en el oscuro vello que escudaba la más íntima parte de su cuerpo. La parte que le estaba quemando con la expectativa de que él la tocara. Arqueó la espalda y suspiró.


—Oh, sí… Pedro… por favor…


Lo abrazó por el cuello y cerró los ojos. Lo atrajo hacia su boca para que la besara una vez más. El tenía la respiración agitada, lo que demostraba que estaba tan fuera de control como ella.


—¿Cómo me has hecho esto? —preguntó Pedro— murmurando—. ¿Cómo hemos llegado tan rápido a esta situación?


Paula se estaba preguntando lo mismo, pero no quería detenerse a pensar en ello, no quería reconsiderar cómo había llegado a aquella situación. Simplemente quería sentir, experimentar aquella pasión, conocer la fuerza completa de Pedro.


Con las manos temblorosas de necesidad, agarró la ropa de él. Le quitó el chaleco y después la camisa, tras lo cual le acarició el pecho con una hambrienta pasión.


Entonces Pedro se encargó de quitarse el resto de la ropa y volvió a echarse sobre ella. La calidez de su cuerpo embargó a Paula, que lo abrazó estrechamente, hasta tal punto que no sabía dónde terminaba su cuerpo ni dónde comenzaba el de él. Pero todavía sentía una parte de sí que no había sido saciada, que necesitaba ser poseída. Incapaz de expresar su necesidad con palabras, lo único que pudo hacer fue apretar su cuerpo contra el de él para implorarle silenciosamente que terminara con aquella agonía, para implorarle que la poseyera.


Pedro no necesitó que le impulsaran más. Sin dejar de besarla, le colocó una pierna entre las suyas para así separárselas. Le puso una mano por debajo de la espalda y le levantó el cuerpo ligeramente.


Ella apenas tuvo tiempo de respirar antes de sentir cómo él la penetró con fuerza y cómo la llenó de placer. Casi la llevó al éxtasis desde el primer momento.


—¡Pedro! —gritó, impresionada e incrédula. Se aferró a él y sintió lo revolucionado que tenía el corazón.


—Tranquila, belleza —dijo Pedro. Su voz reflejó que estaba al límite.


Pero oír la voz de él provocó que ella perdiera todo el control que le quedaba. Percatarse de que había tenido aquel tipo de efecto en aquel hombre le impulsó a moverse con más fuerza. Entonces lo besó.


—Paula…


El nombre de ella fue lo último que logró decir Pedro antes de que Paula tomara el control de la situación. Comenzó a moverse con una frenética necesidad.


Ambos alcanzaron la cima del placer al mismo tiempo, se vieron embargados por un intenso éxtasis que les dejó sin aliento.





NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 11




¡De ninguna manera! —espetó Paula—. ¡Eso no va a ocurrir!


—¿Por qué no? —contestó Pedro—. ¿Por qué es algo tan imposible?


—Porque… porque no me conoces. Y yo no te conozco a ti.


—Sé que me gusta lo que veo y creo que a ti también.


—Bueno, sí… —respondió ella antes de siquiera pararse a pensar en lo tonta que era al admitirlo.


La oscura satisfacción que se reflejó en la cara de él provocó que Paula temblara.


Se preguntó si Pedro realmente había dicho que le gustaba lo que veía. Siempre había vivido a la sombra de la belleza de su hermana y le impresionó que un hombre como Pedro Alfonso expresara sus sentimientos tan claramente.


—Debes ver que… —comenzó a decir él.


—No, no. No veo nada porque no hay nada que ver. ¡Nada en absoluto! ¿Cómo puede haberlo cuando no hemos dicho nada, cuando no hemos admitido nada más que el hecho de que nos gusta el aspecto físico de la otra persona? ¿Cómo puede eso significar algo? ¿Cómo puedes reclamar algo tan ridículo, tan absurdo, como el que digas que tú…?


Paula no podía decirlo. No importaba cuántas veces abriera la boca… no era capaz de repetir la imposible declaración que había realizado él hacía unos momentos.


—¿Que me casaría contigo? —terminó Pedro por ella—. ¿Por qué no? Jamás deseé a tu hermana como te deseo a ti.


—Pero tú… —comenzó a decir Paula, la cual hizo una pausa cuando se percató de lo que había dicho él—. ¿Es eso cierto?


—¿Por qué debería mentirte, belleza? —contestó Pedro con un dulce tono de voz. La miró profundamente a los ojos.


Ella deseó poder apartar la mirada, pero le resultó imposible retirar la vista de los cautivadores ojos de aquel hombre.


—¿Pero…?


Se sintió mareada y le pareció como si la habitación estuviera dando vueltas a su alrededor.


—¿Pero cómo puedes saberlo? Ni siquiera me has besado…


—Eso es algo que pronto se puede remediar —respondió él.


Horrorizada. Paula observó cómo Pedro se acercó a ella.


—No… —dijo, levantando las manos como para apartar el peligro. Comenzó a echarse para atrás. Pero lo cierto era que dentro de ella sabía que en realidad a quien temía era a ella misma y no a Pedro. Los recuerdos de los momentos que habían vivido en el jardín se habían quedado grabados en su memoria y era consciente de que jamás olvidaría cómo se había sentido al haberse acercado él a ella… cuando había creído que la iba a besar…


Tenía el corazón muy acelerado, tanto que le era imposible pensar con claridad. Había deseado con todas sus fuerzas que él la hubiera besado en aquel momento y le había dolido mucho cuando en el último instante Pedro se había echado para atrás. Y estaba segura de que él había sabido cómo se había sentido.


Alfonso se estaba acercando a ella con la mirada fija en su boca. Paula tenía miedo de su propia reacción, de la manera en la que quizá le respondiera si la besaba.


—¡No! —repitió con más énfasis sin dejar de echarse para atrás—. No, Pedro… yo… ¡oh!


Exclamó al chocar sus piernas contra algo, algo que parecía un lateral de la cama. Perdió el equilibrio y cayó sobre el edredón. Se quedó sin aliento.


Observó cómo Pedro continuó acercándose a ella como una elegante pantera consciente de tener a su presa acorralada. 


Trató de levantarse, pero sintió como si le hubieran quitado todos los huesos de las piernas y no tuviera fuerza para moverse. Y repentinamente él estuvo allí. Se colocó encima de ella y puso las manos a ambos lados de su cuerpo.


Por primera vez, al verlo tan de cerca, se percató de que tenía una cicatriz en los nudillos de la mano derecha. Sintió unas intensas ganas de preguntarle cómo se la había hecho.


Pero en aquel preciso momento Pedro dijo su nombre de manera dulce, engatusadora, e instantáneamente ella se olvidó de lo que estaba pensando. La mano que tenía la cicatriz se movió y le acarició la barbilla para a continuación levantarle la cara. Entonces él acercó su boca a la de ella con una deliberada lentitud.


Paula había dejado de respirar. Tenía la boca dolorosamente seca, así como la garganta paralizada, y no podía tragar saliva. La manera en la que él la estaba sujetando implicaba que no podía mirar a otra parte que no fueran los ojos de aquel atractivo hombre.


Sintió un repentino miedo ante lo que sus propios ojos pudieran revelar. Bajó los párpados, pero ello sólo empeoró las cosas ya que sus demás sentidos se avivaron. Pudo oler su piel y la fragancia cítrica del champú que había utilizado. 


Oyó cómo respiraba…


—Belleza —murmuró Pedro.


Ella sintió su respiración en los labios y cuando por fin la besó fue algo extraordinario, algo que no se parecía en nada a todo lo que había experimentado anteriormente. Fue como si ni siquiera hubiera besado a nadie en su vida. Todo su cuerpo se puso tenso y le impresionó mucho darse cuenta de que el beso de él era muy suave, era como la caricia más delicada que podía haber imaginado. Fue como si una mariposa le rozara los labios con sus alas, con tanta delicadeza que le llegó al corazón. No pudo evitar suspirar.


Pedro sólo le dio un beso y entonces se apartó. El sentimiento de pérdida que se apoderó de Paula cuando él se retiró fue casi insoportable. Murmuró a modo de protesta.


—Paciencia, querida…


La voz de aquel hombre nunca antes había sonado tan sexy, tan tentadora. Con los ojos todavía cerrados, ella casi pudo oír la sonrisa que estaba esbozando él con su seductora boca.


En ese momento volvió a besarla de manera levemente más apasionada, lo que provocó que todos sus sentidos se alteraran.