domingo, 19 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 14





Paula lo miró totalmente confusa.


—¿Por qué estás aquí? Creí…


—De ser tú no trataría de ejercitar mi mente —le aconsejó Pedro—. No te favorece.


—Un poco de dulcificante no le vendría mal a tu ácida lengua —murmuró Paula echando chispas de resentimiento por los ojos.


—¿Eso crees? ¿Qué pasó con la tuya? A juzgar por tu acostumbrado estado de ánimo amargo, imagino que hace tiempo echaste el dulcificante a la papelera.


—Es el comentario burlón que debí suponer que harías —comentó molesta—. Con razón reñimos siempre. Eres altanero e intolerante y desprecias todo lo que yo hago. Permite que te diga que el sentimiento es mutuo. De hecho, creo que te odio.


—Hazlo con toda libertad porque es una pasión fuerte y poderosa. Al menos, con eso sabes quién soy —esbozó una sonrisa helada—. Al parecer tu punto fuerte no es ser discriminadora en cuanto a los hombres. Quizá convenga que te dé unas cuantas lecciones.


—¿Qué quieres decir?


Lo miró con recelo, consciente de la amenaza en sus palabras. Pedro era un hombre despiadado y arrogante que hacía lo que se le venía en gana, sin que le importaran las consecuencias y ella se dio cuenta de que estaba peligrosamente cerca de él. Trató de dar un paso atrás tanteando el terreno, pero Pedro le ciñó los brazos.


—Quiero decir que aún no termino contigo —sus ojos brillaron como el acero a la luz de la luna y Paula sintió que la piel se le quemaba debajo de los dedos que la aprisionaban—. Es evidente que la relación ilícita que llevas te resulta difícil. Me agradaría pensar, que el arrepentimiento te hizo llegar sollozando a los brazos de Adrian, pero no soy tan ingenuo como para creerlo. Viniste aquí para lloriquear por el hecho de que no pudisteis estar juntos como te hubiera agradado, pero cometiste el desafortunado error de toparte conmigo.


—No es cierto —negó con vehemencia—. No fue así, sólo que…


—¿Qué cosa? —alzó una ceja con insolencia y curiosidad—. ¿Un pacto de conmiseración entre los dos? ¡Por favor!


—No, te equivocas…


Su voz volvió a desvanecerse. ¿Cómo podía hablarle de la terrible nota, de lo que realmente la había orillado a llegar hasta ahí? Él querría saberlo todo para buscar en los recovecos ocultos de su mente y descubrir cómo había sido ella antes. Paula misma, no comprendía las enigmáticas palabras y fuera lo que fuera, él decidiría que ella tenía la culpa de lo que le ocurría. No necesitaba que él la censurara.


—De todas maneras eso nada tiene que ver contigo —declaró enfadada—. No te inmiscuyas.


—Buen consejo y creo que lo seguiré. Después de todo, me confundiste con otra persona y no debería importarme si cometes el mismo error dos veces. Quizá un pequeño recordatorio ayudará a que me plasme en tu memoria.


Al intuir una intención diabólica en la expresión masculina, ella hizo un intento por soltarse, pero fue tarde. Pedro fue más rápido y mostró mucha seguridad para que los esfuerzos de ella lograran su propósito. Paula abrió bien los ojos y se tragó su creciente pánico cuando él, con premeditación, la empujaba contra el árbol.


—Esto es una locura, no puedes hacerlo… —murmuró ronca.


—¿No? —masculló y se valió de la presión de su cuerpo para acorralarla—. Entonces detenme. ¿Por qué no lo haces?


Los sentidos de Paula giraron, pues la suavidad de sus curvas se fusionó de manera incandescente con la fuerza masculina y su mente se conmocionó por la calurosa intimidad del contacto. Había dejado de respirar y no podía moverse. Toda su conciencia estaba centrada en esa fricción desconocida y enervante.


Pedro deslizó la mano sobre la columna de ella.


—¿Te das cuenta de lo considerado que soy? —murmuró ronco—. No tendrás motivo para quejarte de tener cardenales.


Apoyó la otra mano contra el tronco, a un lado de la cabeza de ella mientras la observaba con ojos brillantes por la furia que había en sus profundidades. Su boca estaba a pocos centímetros de la de ella.


Paula trató de hablar, pero tenía la garganta seca y no pudo emitir sonido alguno. Los oídos le zumbaban, el pulso de su sangre le golpeaba las sienes mareándola y cualquier idea de que podría escapar, incluso en ese momento, se fragmentó en una explosión de sensualidad cuando él inclinó la cabeza y se apoderó de su boca. Fue un beso fiero y posesivo, exigente, que la hizo sentir una espiral de calor en todas las terminales nerviosas. Él se movió un poco y presionó su cadera contra la de ella. Una excitación vergonzosa le recorrió el cuerpo a Paula y una llama indeseada de deseo llenó todo su ser.


Después de un momento, la primera tormenta de pasión enfadada pareció desvanecerse y los labios de Pedro comenzaron a explorar. Con la mano que tenía en su espalda delineó el cuerpo femenino hasta detenerse en la curva de la cadera. La debilidad la invadió cuando Pedro deslizó la lengua por sus labios llenos y la introdujo para probar la dulce humedad de su boca. Paula emitió un sonido incoherente, se aferró a él para apoyarse y estrujó con los dedos la camisa de seda.


Paula percibió el golpeteo del corazón de Pedro y comprendió que él estaba más allá del enfado, más allá de la simple necesidad de dominar. En ese momento un deseo sensual lo impulsaba, un deseo de satisfacer un profundo y poderoso instinto contra el cual ella no tenía las fuerzas ni el deseo de luchar. Se alarmó por la facilidad con que Pedro había provocado su tumultuosa reacción. ¿Cómo podía él ejercer ese efecto en ella? ¿Por qué no se defendía de ese asalto a sus sentidos? Con desesperación trató de soltarse. Respirando con agitación, Pedro levantó la cabeza y la observó.


—¿Recordarás quién soy? —inquirió severo—. Soy Pedro, ¿lo comprendes?


—No necesito ningún recordatorio para saber tu nombre. Va paralelo con el mal trato, la arrogancia y un franco machismo —repuso.


—Creo que ya lo habías dicho antes. Al menos, ya establecimos algo. La próxima vez que corras a mis brazos no tendrás dificultad en distinguirme de mi socio.


—¿La próxima vez? —preguntó en tono casi histérico—. No te ilusiones —se soltó y lo miró con furia, a pesar de queja boca seguía doliéndole de manera dulce por el impacto de sus besos—. No habrá otra vez.


—De ser tú no estaría tan seguro —se burló de ella con la mirada y un estremecimiento debido a una emoción indefinible la sacudió y le puso la carne de gallina.


—Algún día recibirás el castigo que te mereces y yo seré la primera en aplaudir —declaró temblorosa.


Con lentitud se frotó los brazos porque sintió frío.


—Te cansaras de esperar —rió y al alejarse un poco de ella flexionó los músculos de los hombros, se estiró y miró a su alrededor—. Vine a respirar aire fresco, pero creo que es hora de que regresemos. Una brisa emerge del lago. Vamos te acompañaré a la casa.


—No regresaré allí —señaló decidida.


—Aquí hace frío y no tienes chaqueta —murmuró.


—No importa, aún no quiero regresar.


—¿Sigues esperando que Adrian venga? —habló con frialdad y entornó los párpados.


—Adrian no iba a reunirse conmigo —replicó—. Sólo quiero quedarme aquí y me agradaría estar sola.


Le dirigió una mirada ominosa.


—¿Tienes que ser tan perversa todo el tiempo? —torció la boca—. No es lógico, porque es evidente que tienes frío.


—Más bien me estremezco por la conmoción —le informó—. Como consecuencia de tu ataque. No quiero entrar para que me vean. ¿Cómo podría enfrentarme con la gente si de seguro tengo aspecto de haber tenido un encuentro de diez rondas con un luchador?


Tentativamente, se tocó los labios hinchados con la punta de la lengua.


—Me doy cuenta de que tiendes a exagerar —habló divertido—. Tu aspecto es inmejorable y si no quieres ver a nadie, puedes entrar por el anexo. Es privado. Te lo mostraré.


Le extendió una mano y ella la rechazó dándole un golpe.


No deseaba que él la tocara. La ponía muy nerviosa y la acaloraba. No era justo que él le alterara los sentidos de manera devastadora.


—¿Cómo le explicaré a Adrian mi repentina desaparición? —preguntó tensa—. Quizá en este momento él no es tu persona favorita, pero él me invitó; esta es su casa.


—Te equivocas —la miró pensativo—. Adrian te invitó, pero la casa es mía.


—¿Tuya?


Quedó boquiabierta por la incredulidad.


—Mía —le levantó la barbilla con un dedo y le cerró la boca—. No me importa qué parte de la misma casa quieras explorar, pero te recomiendo la alcoba. Tiene delicados tonos azules y una gran cama doble, mullida y cómoda.


Con los ojos bien abiertos por la conmoción, Paula soltó un gritito y se alejó dando un brinco.


—¿Fue eso una respuesta negativa?


Pedro sonrió.


—Esto no es gracioso —le dirigió una mirada fulminante—. No sé por qué siempre me provocas así.


—Eres un blanco muy fácil. ¿Cómo podría resistirme?


Pedro se volvió y caminó hacia la casa; después de titubear, ella lo siguió. ¿Por qué era ese hombre un enigma? ¿Por qué podía irritarla de esa manera? No era justo.




MI UNICO AMOR: CAPITULO 13





En la sala los invitados charlaban y Paula se desplazó entre ellos, deteniéndose una y otra vez para hablar con amigos. 


Tardó unos minutos en ver a Pedro concentrado en una conversación.


Estaba con una mujer, por supuesto. La misma mujer con quien lo había visto el sábado. Ella lo observaba con detenimiento y parecía preocupada, por lo que su bello rostro ovalado se afeaba un poco. Tenía los dedos aferrados a la manga de la chaqueta de Pedro como si estuviera implorándole que la escuchara.


"No pierdas tu tiempo", le aconsejó Paula en silencio. 


"Pedro no es de los que se dejan atrapar ni con el lazo más débil".


Pedro inclinaba más la cabeza hacia su compañera. La abrazó y le dio un apretoncito; fue un gesto de consuelo. 


Paula sintió que los músculos del estómago se le apretaban y se volvió.


Encontró a Adrian junto al bar mordisqueando una salchicha dentro de un panecillo y con su plato bien servido.


—Tienes el apetito de un caballo —comentó Paula y él le sonrió.


—Lo necesito —respondió y se quitó unas migajas de la boca—. Quemo muchas calorías.


—Se debe a que nunca te quedas quieto. Tratar de hablar contigo es como tratar de sostener una bolita de mercurio en la mano.


—Lo mismo me repite Emma —sonrió con tristeza—. Siempre hay mucho que hacer.


—Más bien estás obsesionado con el trabajo y no puedes resistir la tentación. Tómate cinco minutos y dime qué quieres que haga para Lynx. Cuando termine el programa, es posible que quedes tan organizado que incluso tendrás tiempo para tu esposa.


—Eso me parece deseable —levantó otra salchicha y con ella hizo un movimiento ceremonioso—. Permite que te dé una idea de lo que sucede en nuestra empresa para que puedas comenzar a planear.


Le dio una explicación detallada, sin dejar de comer y Paula lo escuchó atenta, asintiendo a momentos. La tarea no le pareció muy difícil.


—Dudo que encuentre muchos problemas —comentó ella—. Creo que podré presentarte un programa adecuado si me permiten ver los datos en tu oficina.


—Muy bien —le dio el último sorbo a su cerveza y observó el vaso vacío—. ¿Puedo traerte más vino?


—No, gracias —movió la cabeza—. Dejé mi copa en algún sitio.


Miró a su alrededor mientras Adrian se servía más cerveza, y sin querer, su vista se dirigió de nuevo hacia Pedro. La mujer de cabello oscuro había desaparecido, pero él no estaba solo.


Bailaba con Rebecca, le abrazaba la esbelta cintura con soltura y sus cuerpos se movían al ritmo de la música lenta. 


Rebecca sonreía, de seguro por algo que él había dicho. Los dos parecían tranquilos y en ese ambiente, que no era el de la oficina, parecían haber olvidado las restricciones que existen entre jefe y secretaria.


Los ojos de Paula se ensombrecieron. Tuvo razón al catalogarlo. Al hombre le gustaba flirtear. Las mujeres que lo acompañaban no tenían la culpa. Era peligrosamente atractivo, cualquiera podía verlo. Era alto y esbelto. El pantalón del traje oscuro le quedaba a la perfección y marcaba los músculos de sus muslos. Llevaba la chaqueta abierta y dejaba ver la camisa a rayas desabotonada del cuello de modo que Paula pudo apreciar el sano bronceado de su piel.


Apretó los dientes. Pedro era un libertino porque iba de una compañera a la siguiente y en ese momento desplegaba sus encantos ante Rebecca. ¿Qué relación llevaban ellos dos? ¿Era seria?


Paula cerró los dedos sobre la delicada tela de su vestido color llama y la estrujó. Desde luego, eso no la irritaba en lo personal. No estaba celosa, pero ¿cómo era posible que experimentara emociones tan profundas por un hombre que la irritaba con gran facilidad? Decidió que era enfado y desagrado lo que sentía.


Inquieta, desvió la vista. Adrian hablaba con un hombre que ella reconoció vagamente; era un financiero. Se preguntó cuándo podría ella irse sin ser descortés. No deseaba quedarse más tiempo para presenciar los flirteos de Pedro.


Durante unos minutos se incorporó al numeroso grupo, hablando aquí y allá. Adrian tuvo razón en cuanto a los contactos que ella podría lograr, pero su mente no pensaba en el negocio. Se terminaría su copa de vino y escaparía. 


Dentro de más o menos media hora estaría libre…



* * *


El invernadero seguía vacío, las lámparas emitían una tenue luz, la luna creaba largas sombras plateadas sobre la terraza, más allá de las amplias puertas del patio. Las estrellas titilaban como si fueran joyas contra un fondo de terciopelo.


Se dirigió al armario donde había dejado su copa y se acongojó al verla estrellada. Los añicos brillaban de manera maligna bajo la luz ámbar. El vino se había derramado y formaba un diminuto charco rojo y oscuro, como una mancha de sangre extendida sobre la madera pulida. Había un sobre blanco, apoyado contra la pared. Lo observó un buen rato y se estremeció.


Finalmente, levantó el sobre y lo rasgó; sacó una hoja de papel.


La mano le tembló y se la llevó al pecho hasta que el ataque de nervios disminuyera. Después de uno o dos minutos, al sentirse más fuerte, extendió el papel y fijó los ojos en el mensaje impreso.


"Rechazas lo que las estrellas predican y te arriesgas. El peligro acecha aquí y sólo tú eres su presa. Regresa al sitio de donde viniste, Paula Chaves, o lee tu destino en el vino derramado".


Paula estrujó el papel. De pronto, no pudo respirar. El aire que tenía en los pulmones, la ahogaba por el temor que le subía por la garganta como si fueran miles de mariposas pugnando por salir. La amenaza en las siniestras líneas, pendía sobre ella como una sentencia, como un ominoso presagio de muerte y destrucción.


Fue presa del pánico. Tenía que salir de ahí. Corrió hacia las puertas de cristal y debido a su prisa tardó en abrirlas. Tenía que salir del invernadero, de la casa, porque de lo contrario se sofocaría.


Finalmente las pesadas hojas de la puerta cedieron y salió a la terraza, la cruzó y corrió por el césped. El papel se le cayó de las manos y una ligera brisa lo hizo volar, pero ella no le prestó atención. Huía de los demonios que la perseguían respirando grandes bocanadas de aire frío como si fueran las últimas. Sintió una punzada en un costado y se detuvo para presionar las palmas en el sitio que le dolía. Poco a poco se enderezó y enfocó el ambiente oscuro que la rodeaba.


Un lago. Las hojas de un sauce que se mecían suavemente. 


Y Adrian. No podía verlo bien, pero era Adrian ¿no? Era un cuerpo alto y oscuro, en las sombras, apoyado contra el tronco del árbol. Ella lo había sobresaltado con su huida.


—¿Paula? —preguntó él en voz amortiguada—. ¿Qué haces aquí? ¿Sucede algo?


Ella no contestó y las lágrimas de alivio se deslizaron por sus mejillas. Corrió hacia él, lo abrazó y apoyó una mejilla contra el cómodo pecho masculino. Durante un momento, él se mantuvo quieto, luego la abrazó como si estuviera protegiéndola de una tormenta. No dijo nada y mientras le acariciaba los sedosos rizos en la nuca, permitió que Paula desahogara su congoja.


Poco después el pánico de Paula disminuyó, dejó de sollozar y se frotó las mejillas húmedas con las puntas de los dedos.


—Lo… Lamento —murmuró junto a la camisa de él—. Te la mojé. No suelo desmoronarme así.


En vano trató de secar la fina tela.


—Tranquila, Paula. Sea lo que sea puede resolverse.


La voz fue grave, profunda, segura y definitivamente no la que ella esperaba.


—¿A… Adrian? —titubeó y se apartó unos mechones húmedos del rostro y levantó la cabeza para mirar al hombre.


Se dijo que eso no podía ser real. Alucinaba. La conmoción de ver la copa rota y la carta le habían encendido el cerebro al grado de que su mente la engañaba con crueldad. Esa era la respuesta. No era posible que eso estuviera sucediendo. 


No podía permitir que Pedro Alfonso la abrazara, ni siquiera en sus sueños más alocados.


—El hombre equivocado —dijo Pedro con severidad y torció la boca—. El amante querido está ocupado en otro sitio. Tendrás que conformarte conmigo.





MI UNICO AMOR: CAPITULO 12





Al otro extremo de la habitación vio un arco, bajo el cual habían colocado las mesas con platillos muy apetecibles. 


Evitó a la gente que se servía, y se dirigió al arco que conducía a un agradable invernadero. Estaba vacío, entró y se tranquilizó porque Pedro no la había seguido.


Su pulso fue normalizándose. No comprendía por qué Pedro ejercía en ella ese efecto. La forma en que él hacía emerger su vitalidad con tanta fuerza era muy extraña.


Observó el invernadero. La iluminación difusa proyectaba un cálido fulgor ámbar sobre unas vitrinas de roble y se reflejaban en las paredes de cristal. La curiosidad la hizo adentrarse para explorar el lugar. Una escultura de madera, iluminada en un pequeño nicho, captó su atención y se acercó para verla mejor. Absorta, estudió las curvas y los intrincados giros.


—¿No te parece que su diseño es extraño?


Sorprendida, se volvió y al reconocer el cuerpo alto de Ruben Blake se acongojó. Él había sido su primer jefe y su primer amor.


—Yo… Sí, nunca vi algo parecido —respiró profundo y se dio fuerzas para continuar—: ¿Cómo estás, Ruben? Hace tiempo que no nos veíamos.


—Muy bien, gracias y debo decir que estás muy bien, Paula. Dirigir tu propia empresa debe serte provechoso.


—Así es —calló, pero tuvo que agregar—: Haber trabajado para ti fue el incentivo que necesitaba. Me hiciste pensar con claridad en lo que deseo de la vida.


—Por eso huiste.


Hizo una mueca.


—No lo diría así —se encogió de hombros—. Yo tenía sólo veinte años y el momento de controlar mi futuro se presentó.


—Las cosas no debieron terminar así, Paula. No me diste tiempo…


—Tuviste bastante tiempo, Ruben —declaró—. De haber sabido que eras casado nada habría ocurrido. Me engatusaste y fui lo bastante ingenua para caer. Pero tuve suerte de alejarme antes de que me incitaras a acostarme contigo, lo que hubiera sido una gran tontería.


Le dio un sorbo al vino tinto, permitió que el líquido le bañara la lengua y lo saboreó con lentitud. Eso le dio el tiempo que necesitaba para dominarse y medir sus propios sentimientos. Ignoró cómo reaccionaría al verlo después de tanto tiempo. 


Hecho extraño, no fue tan traumático como lo imaginó.


—Me porté de manera abominable —admitió él—. Ahora lo comprendo; entonces…


—Ya no tiene importancia —apretó con los dedos el pie de la copa y la giró levemente, luego levantó la barbilla—. Eso quedó en el pasado porque comencé de nuevo.


—Me agradaría que fuéramos amigos —murmuró con el rostro cerca del de ella y deslizando un dedo sobre la escultura—. ¿Es eso posible?


—Todo es posible.


Paula se encogió de hombros.


Un sonido desde la puerta los hizo volverse. Pedro estaba apoyado con negligencia contra la pared.


—¡Qué escena tan cálida! ¿Interrumpí algo?


Al parecer ese pensamiento no lo molestaba.


—Sólo hablábamos —respondió Ruben alejándose de Paula con la tez enrojecida.


—Por supuesto… —Pedro sonrió—. ¿Qué otra cosa estarías haciendo recluido en un invernadero que la luna ilumina y en compañía de una mujer bella? —entrecerró los párpados—. ¿No estás un poco fuera de tu territorio, Blake? No esperaba verte aquí esta noche.


—¿Te refieres a que tenemos la misma clase de negocio? —Ruben se encogió de hombros con actitud apocada—. Te equivocas si crees que vine a pescar pedidos. Adrian me invitó. Fuimos compañeros en la universidad, quizá ya lo sabes.


—Las viejas amistades no mueren con facilidad, ¿verdad? —comentó Pedro—. Y según lo que he oído, también conoces a Paula desde hace años. Imagino que ella no tardó en cautivarte porque tiene talento para eso.


—Es un talento que por desgracia no tienes tú —Paula lo miró con rencor—. Dudo que puedas cautivar a una sanguijuela siquiera.


—Por lo visto estás un poco nerviosa, cariño —Pedro alzó una ceja—. ¿Qué te pasa?


—Nada que tu ausencia no curaría. De hecho, hablábamos en privado, pero eres muy insensible como para haberte dado cuenta.


—Pido disculpas —entonó serio—. No me agradaría perturbarlos porque sin duda tenéis mucho que deciros después de tanto tiempo y seguro, que Adrian sigue ocupado.


Se volvió y salió del invernadero; el eco de su risa retumbó en el aire.


—Sabe lo que ocurrió entre nosotros —murmuró Ruben después de aclararse la garganta—. ¿Hay algo que el hombre no sepa?


Paula no contestó. Todo lo que Pedro sabía lo torcía hacia el lado sombrío, la juzgaba y la culpaba. Era una característica enfurecedora y cada vez que él se acercaba, la sangre de Paula bullía. Daría cualquier cosa por asestarle un puñetazo en la nariz para aplastársela porque no cesaba de insultarla.


—¿Por qué recalcó que Adrian sigue ocupado?


Paula bajó la vista y descubrió que tenía los dedos entrelazados con fuerza y los soltó.


—No le hagas caso, es evidente que está de mal humor.


—¿Debo pensar que vosotros dos no os agradáis? —preguntó con tristeza.


—Así es.


—Al verte esta noche comprendí que odiaría volver a perder contacto contigo —respiró profundo y se enderezó—. ¿Te agradaría volver a trabajar para mí?


—¡Bromeas! —contestó con actitud cínica.


—No —negó con un movimiento de cabeza—. Lo digo en serio. Por favor, deja que te explique. ¿Desarrollarías un programa para mi compañía? Crecemos con rapidez y es imperativo que funcionemos con más eficiencia. Sé que podrías idear algo porque tu trabajo siempre fue el mejor y tengo confianza en que elaborarías un programa estupendo.


Ella lo observó pensativa. Se llevó la copa a los labios y le dio otro sorbo al vino. Recelaba de los motivos que impulsaron a Ruben a hacerle esa proposición. ¿Trataba él de evitar las ascuas? Ella había pasado años en aceptar sus propias emociones y en el fondo de su mente existía una duda irritante. ¿Había posibilidad de que esos dolorosos sentimientos volvieran a emerger si volvía a ver a Ruben a menudo?


Por fin, comprendió que lo que sintió por Ruben había quedado enterrado bajo una avalancha de dolor y desilusión. Ella creyó estar enamorada, pero fue sólo un encandilamiento, la reacción de una chica impresionable que despertaba.


—¿Lo harías? —insistió—. Te pagaría la tarifa más alta.


—Me aseguraría de que lo hicieras —murmuró tranquila.


—¿Significa que sí trabajarás para mí?


—Aún no lo he decidido.


Paula dejó su copa medio vacía sobre un ancho armario de madera y pensó en la propuesta. El instinto le indicaba que si deseaba sobrevivir en el mundo de la industria y del comercio, debía olvidar el pasado y seguir viviendo. Era una profesional, no podía permitirse el lujo de desaprovechar las oportunidades que se le presentaban. Podría resolver los problemas uno a uno conforme se presentaran.


—¿Sabes que lo que hubo entre nosotros se terminó? Se acabó, ya no existe —dijo.


—Lo sé —Ruben tragó en seco—. Ahora lo acepto, pero luché contra ello. Comprendí que no tenía esperanza cuando te fuiste y te mantuviste lejos a pesar de mis cartas y llamadas.


—Estando eso bien claro, veré qué puedo hacer para elaborarte un programa. Hablaré con tu secretaria. Pero ahora, discúlpame porque debo hablar con Adrian.


Salió del invernadero, pero era consciente de que Ruben la devoraba con los ojos.