lunes, 10 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 17




Paula bostezó y se estiró y el fino algodón de su camiseta marcó más sus pechos. A Pedro se le quedó la boca seca.


—¿De dónde has sacado eso? —murmuró sin poderse contener.


—¿El qué?


—Eso —dijo señalando su ropa, maravillado por su delicada constitución. 


Nunca hubiera podido imaginar que Paula estuviera tan… tan guapa.


Tenía que reconocer que siempre le habían gustado las mujeres bien dotadas, pero Paula tenía un cuerpo dulcemente equilibrado con curvas en los lugares adecuados. Pensar en añadir algo más a aquel equilibrio era un crimen.


—Fue tu idea —dijo inocentemente—. Pensé que no era una tontería ponerme pantalones cortos, especialmente para trabajar en el jardín. ¿Cuál es el problema?


Pedro abrió la boca, pero la cerró de nuevo. ¿Quién podía imaginar que la Pequeña Señorita 10 lo dejara mudo? Él era quien tenía que impresionarla a ella. 


Intentando recobrar el sentido, echó un vistazo al jardín. Era obvio que Paula había estado trabajando duro durante horas, mientras que él había dormido, ya que la noche anterior se había acostado tarde intentando ponerse al día en sus negocios. Pero se sentía culpable.


—¿Cuándo has llegado?


—Más o menos al amanecer.


—Has hecho mucho.


Paula casi deseó que Pedro no hubiera salido. Había disfrutado de la soledad y no quería estar adivinando lo que él pensaba sobre su nueva indumentaria. 


Él estaba actuando de forma extraña. 


Quizá no le gustaran. O quizá estaba horrible y él estaba siendo demasiado educado.


Paula rió. ¿Pedro? ¿Demasiado educado?


Pedro nunca había sido demasiado educado para nada. Estaba segura de que su madre había querido inculcarle modales, pero estaba claro que no los había aprendido.


—¿Por qué sonríes?


—¿Estaba sonriendo?


—Sí, tenías la típica sonrisa de Mona Lisa, la que pone nerviosos a los hombres. ¿De qué te reías?


—Vas a tener que vivir con la incertidumbre.


—Eres una mujer dura, Paula Chaves, pero debes tener algunos puntos débiles escondidos en alguna parte.


Pedro posó la mirada en el pecho de Paula y ésta tragó saliva. Algo en sus ojos marrones sugirió aprobación masculina.


Era extraño pensar que la podía estar mirando de forma diferente: extraña… y molesta. ¿Por qué algunos hombres tenían que tener todo bien enmarcado para poder ver algo que mereciera la pena en el cuadro? Ella era la misma que el día anterior, sólo que con menos capas de ropa encima.


—Será mejor que vuelva al trabajo —dijo mientras su sonrisa se desvanecía completamente.


No es que quisiera que Pedro la admirara, sino que la situación era extraña y no ayudaba el que él no llevara puesta una camisa. En cuanto Pedro salió, Paula notó que todavía tenía un cuerpo atlético, con los abdominales marcados y hombros esculpidos. No estaba cubierto de pelo como su ex marido, un punto a favor, y no estaba posando ni era consciente de que no llevaba camisa.


Paula se arrodilló nuevamente en el lecho de flores y comenzó a tirar de las malas hierbas. Ya había descubierto que los hierbajos parecían tener raíces duras, mientras que las plantas que quería conservar eran mucho más frágiles.


Una mano pasó por encima de su hombro y arrancó las hierbas con facilidad.


—Gracias —murmuró. Pedro irradiaba calor y el contraste con el aire frío de la mañana hizo que su piel se estremeciera.


—De nada —para su sorpresa, se arrodilló junto a ella—. Yo seré la fuerza y tú la maña. Sólo dime lo que tengo que arrancar.


Paula se puso tensa.


—Pensé que tenías trabajo.


—Esto es trabajo.


—Otro trabajo. Ya sabes, con tu empresa.


—Todavía es temprano, puedo arrancar unas cuantas hierbas. No es justo que tú lo hagas todo.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 16




Pedro gruñó al darse la vuelta en la cama mientras metía la cara en la almohada huyendo de la luz matutina. Tenía la cabeza como si se hubiera bebido una botella de whisky, pero no había hecho algo tan estúpido desde la noche que le había dado un puñetazo en la cara a su mejor amigo.


Su amistad había sobrevivido a aquel incidente, pero Pedro se sentía culpable cada vez que veía la cicatriz sobre el ojo de Rubén y recordaba lo estúpidamente que había reaccionado sobre su prometida infiel. Había prometido no perder el control de esa manera nunca más.


Abrió un ojo, miró el despertador y gruñó.


—¿Cómo diablos pueden ser las ocho y cinco? Sólo he dormido diez minutos.


Todo estaba tan silencioso que podía oír una mosca revoloteando en la ventana y una parte de él se sintió bien por el fracaso de Paula, aunque a la otra parte, le hubiera gustado que hubiera mantenido su promesa.


Se puso unos vaqueros y bajó hasta el dormitorio de su abuelo.


—¿Abuelo? —llamó a la puerta, pero todo estaba en silencio. Pedro se quedó de piedra cuando entró y vio la cama vacía—. Idiota —murmuró. El problema del abuelo no era su salud física. Joaquin Alfonso era como un roble y el médico había dicho que viviría hasta los cien años.


Pedro bajó las escaleras de dos en dos y se detuvo cuando vio a su abuelo sentado en su silla. Estaba completamente vestido, algo que no hacía solo desde hacía semanas y miraba por las puertas de cristal que daban al jardín. Pedro se preguntó si recordaría la promesa que Paula le había hecho de trabajar en el jardín aquel día. Si lo recordaba era buena señal, podía significar que…


No. Pedro agitó la cabeza. Era demasiado estúpido esperar esas cosas. ¿No acababa de aleccionar a Paula sobre aceptar la realidad?


—Sí, sí. Exactamente —murmuró su abuelo mientras asentía. Tomó un sorbo de la bebida nutritiva que la familia había comprado para él—. Ésa es la manera en que el Pequeño Sargento lo haría.


Pedro sintió curiosidad, se acercó a las puertas de cristal y se quedó atónito. 


Había montones de hierbajos que indicaban que Paula había trabajado duro, pero era la imagen de Paula lo que lo conmovió. Sus piernas al descubierto, su estrecha cintura, que podía abarcar con sus manos y el firme y redondeado pecho que su estrecha camiseta no hacía nada por ocultar. Sin pararse a pensar, Pedro salió descalzo.


—¿Te he despertado? —preguntó Paula antes de que él pudiera abrir la boca—. Lo siento.


—No, no sabía que estabas aquí.


—Bien. No quería molestar a nadie.


Si no quisiera molestar a nadie, no llevaría el tipo de ropa que provoca ataques de corazón a los hombres, pensó Pedro. Aunque permaneció callado. Era la clase de ataque al corazón que merecía la pena sufrir.


EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 15




Estaba amaneciendo cuando Paula aparcó delante de la casa de los Alfonso. No se atrevía a mirarse por miedo a volver a su casa a cambiarse.


—La gente lleva pantalones cortos continuamente —se regañó a sí misma.


Y sus nuevos pantalones cortos eran respetables. Le llegaban hasta la mitad del muslo y terminaban en un recatado y bien arreglado doblez. La camiseta era como la que cualquier otra mujer se ponía, aunque se ceñía a su cuerpo de una forma nueva para ella. Le llegaban recuerdos del pasado, recuerdos de las pequeñas crueldades de otros niños, del desinterés de su padre, de su ex marido.


Éste había salido con mujeres que vestían como prostitutas, aunque quería una mujer tradicional y correcta en casa para apaciguar a su tensa familia.


Ella no sabía… Las cosas habrían sido diferentes si Butch no hubiera tenido que hacerse cargo del negocio familiar, pero la muerte de su hermano lo había empujado a aquella situación.


Irónicamente, Butch había demostrado tener talento para su negocio. 


Demasiado talento para el gusto de Paula. Dejó de importarle a quién perjudicaba en su camino a la cima del mundo de los negocios, aunque Paula podía constatar que había comenzado decentemente. O quizá era lo que ella quería creer porque necesitaba pensar que había una razón para que hubiera podido amarlo al principio.


Paula suspiró y tocó el doblez de sus pantalones. Durante años, no había pensado demasiado en su ex marido, pero quizá era normal pensar en él en aquellos momentos, ya que Pedro Alfonso era el único otro hombre que había amado y allí estaba, vestida para resultarle atractiva y queriendo pensar que no se parecía al hombre con el que se había casado.


—Todos cometemos errores —murmuró.


No tenía que dejar que el pasado influyera en el futuro, pero tampoco tenía que cometer los mismos errores. 


Butch y Pedro eran ambos ex deportistas que se habían convertido en duros hombres de negocios y ambos le habían llegado al corazón. Y no estaba dispuesta a que volviera a suceder. La próxima vez que se enamorara, sería de alguien a quien mereciera la pena amar.


Paula salió del coche y anduvo hasta la parte trasera de la casa con un saco lleno de utensilios que pensaba que podría necesitar y se arrodilló al lado de las flores que habían hecho enfadar al profesor Alfonso el día anterior. Como la mala hierba era lo más fácil de identificar, sacó el viejo cuchillo de cocina que había traído y comenzó a cavar en el extremo de una gran mata. 


Quitando la tierra de las raíces, puso el matojo a un lado. Según iba trabajando, comenzó a identificar las diferentes variedades de plantas que había estudiado la noche anterior. Con tanto cuidado como si estuviera sujetando pinturas de Georgia O'Keeffe o de Monet, separó las plantas de las malas hierbas.


Sentía cómo el aire fresco tocaba sus extremidades y se colaba por el fino algodón de su camiseta mientras que el olor de la tierra y las plantas llenaban sus pulmones. ¿Qué más se había perdido mientras había estado escondida tras sus libros, sus clases y su ropa práctica?


No era un pensamiento nuevo. Desde que había visto a Pedro de nuevo, se había vuelto más consciente de su cuerpo que en cualquier otra etapa de su vida. No le gustaba saber que era Pedro quien la afectaba de esa manera, pero, de todas formas, le gustaba el sentimiento.


De vez en cuando, Paula miraba la relativamente pequeña cantidad de plantas que había conseguido y el jardín grande con sus caminos y áreas para sentarse. Le llevaría mucho tiempo dejarlo bonito otra vez y quería disfrutar cada momento. No todos los días se puede restaurar una obra de arte y el jardín del Pequeño Sargento era puro arte.