jueves, 4 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 12

 


Paula parecía tan contenta que le hizo sonreír, pero entonces empezó una canción más rápida y Pedro prefirió no ponerla a prueba. Tenía que ir poco a poco.


La llevó de vuelta a la mesa, donde Billie les había dejado otra ronda y un par de cartas.


–Creo que Billie intenta decirnos algo –comentó Pedro.


–La verdad es que yo tengo hambre –admitió Paula, dando un sorbo a su copa, y después otro más.


Tenía que bajar el ritmo si no quería que Pedro tuviese que llevarla a casa.


Pidió una ensalada y Pedro, una hamburguesa. La pista de baile empezó a llenarse mientras esperaban la cena y él pensó que tal vez Paula se ponía nerviosa si le proponía bailar con tanta gente, pero entonces empezó a sonar una canción lenta y fue ella la que se levantó, descalza, y lo invitó a bailar. Cuando la apretó contra su cuerpo, no opuso resistencia, y Pedro no pudo evitar pensar que sus cuerpos encajaban a la perfección.


–Creo que, en realidad, me gusta bailar –comentó Paula sonriéndole.


Cada vez se le daba mejor y solo lo pisó una vez en toda la canción.


Cuando llegó la cena, volvieron a la mesa y Paula se quitó la chaqueta del traje antes de sentarse y la dobló con cuidado. Debajo llevaba una camiseta de seda color rosa claro que parecía tan suave y delicada como su piel. Tenía los pechos pequeños, pero proporcionados con el resto de su cuerpo. Todo lo contrario que Alicia, cuyos pechos operados siempre habían sido una fuente de sentimientos encontrados para él. Prefería las cosas naturales.


Paula pidió una cuarta copa de vino con la cena y Pedro pensó que se le tenía que estar subiendo a la cabeza, pero cuando intentó sacarla a bailar una de las coreografías en línea, se negó porque le daba vergüenza. Después de la quinta copa, Paula volvió a bailar una canción lenta entre sus brazos mucho más desinhibida.


Desde que había roto su compromiso, Pedro casi no se había fijado en ninguna mujer. Hasta que había conocido a Paula. Pero para ella era un hombre sin estudios que trabajaba de peón en un rancho. La cuestión era si estaba dispuesta a ver más allá.


Sería una prueba que le demostraría el tipo de mujer que era Paula Chaves en realidad.


Aunque Paula sabía que no estaba bien y que tenía muchas razones para no tener nada con un hombre como aquel, lo deseaba. Tal vez fuese el vino, o el hecho de no haber estado con un hombre en mucho tiempo, pero no podía evitar tener ganas de estar pegada a él. Normalmente se fijaba en hombres estudiosos, que no solían ser tan guapos, pero Pedro era fuerte y olía muy bien. Hasta la gustaba notar su barba en la frente cuando se apoyaba en su pecho.


–Ya lo tienes dominado –comentó Pedro con voz más ronca que un rato antes.


Paula levantó la vista y le sonrió, y vio que también había deseo en sus ojos.


–Me alegro de que hayas insistido.


–Yo también –le dijo él, alargando la mano para apartarle un mechón de pelo de la cara–. ¿Siempre llevas el pelo recogido?


–Para trabajar, sí.


–Seguro que estás muy sexy con él suelto –le dijo, pasando ambas manos por él para quitarle las horquillas–. Ves, tenía razón. Supongo que estás acostumbrado a oírlo, pero eres una mujer muy bella.


Lo cierto era que hacía mucho tiempo que no se lo decía nadie. Y si Pedro seguía diciéndole ese tipo de cosas y mirándola así, iba a empezar a olvidarse de por qué aquello estaba mal. Por qué solo podían ser amigos.


Se miraron a los ojos y Paula se preguntó si iba a besarla. Porque quería que lo hiciera.


Él inclinó la cabeza ligeramente y ella levantó la barbilla, pero Pedro se limitó a apoyar la frente en la de ella, decepcionándola.


La canción terminó y él le dio la mano y la llevó de vuelta a la mesa.


–Se está haciendo tarde. Debería llevarte a casa.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 11

 


Exactamente la clase de mujer que necesitaba en esos momentos. Una mujer que no esperase compromisos, que no tuviese tiempo para él.


Aunque si se enterase de que era millonario, tal vez cambiase de opinión.


–¿Y tú, por qué no tienes novia?


Él sonrió.


–¿Quién ha dicho que no la tenga?


–Si la tuvieses no estarías aquí conmigo.


Cierto.


–Tuve una prometida hasta el año pasado.


Paula se puso seria.


–¿Y no salió bien?


–Que no salió bien sería una manera educada de decir que me engañó con el capataz del rancho.


Ella sacudió la cabeza.


–No entiendo a las personas que engañan a sus parejas. Si no eres feliz con alguien, déjalo.


Alicia había seguido con él solo por su dinero, pero, al parecer, jamás había pretendido ser feliz a su lado ni serle fiel. O eso le había dicho cuando había roto con ella.


–¿Lo dices por experiencia?


–No, pero mi madre tuvo varios novios incapaces de mantener la bragueta del pantalón subida. Aunque no fuese fácil estar con mi madre.


–¿Qué quieres decir?


Paula dudó antes de responder.


–Era alcohólica. Empezó a beber cuando mi padre murió y no paró hasta morirse ella también.


–Debió de ser muy duro.


–Era débil, patética.


Y parecía que Paula seguía enfadada con ella, por lo que Pedro supuso que lo último que querría era parecerse a ella. Por eso le parecía tan importante tener éxito y ser autosuficiente. No era el tipo de mujer que salía con un hombre por su dinero, aunque él tampoco estuviese buscando una relación.


Pensó que había llegado el momento de relajar un poco el ambiente. Le hizo un gesto a Billie para que les sirviese otra ronda y, aprovechando que estaba sonando una canción lenta, se puso en pie y le tendió la mano a Paula.


–Baila conmigo.


Ella abrió los ojos y negó con la cabeza.


–No. No bailo.


–Todo el mundo baila.


–En serio, Pedro. No sé bailar.


–No es tan difícil.


–Lo es para mí.


–¿Cuándo fue la última vez que lo intentaste?


–En el baile de fin de curso del instituto. Pisé tantas veces a David Cornwall que cuando fue a devolver los zapatos de alquiler le hicieron pagar de más.


–No me lo creo.


–De verdad que sí. Bailo fatal.


–Bueno, pues a mí puedes pisarme las botas todo lo que quieras –le dijo, agarrándole la mano para hacerla levantarse, pero ella se resistió.


–No hay nadie bailando.


–Seremos los primeros. Dentro de un par de horas la pista estará llena.


Paula miró a su alrededor mientras dejaba que Pedro la llevase hasta la pista de baile.


–Nos está mirando todo el mundo. Voy a hacer el ridículo.


–Relájate –le aconsejó Pedro, agarrándola y empezando a moverse lentamente al ritmo de la música.


Paula era menuda, tenía la cintura estrecha y las manos delgadas, pero, al mismo tiempo, era una mujer fuerte, tanto, que le hizo daño cuando le pisó el pie izquierdo.


–¡Lo siento! –le dijo, ruborizándose–. Te lo advertí.


Pedro se dio cuenta de que el problema era que estaba intentando llevarlo ella.


–Relájate y déjate llevar.


Durante los tres primeros cuartos de la canción, Pedro tuvo la mirada clavada en lo alto de su cabeza y ella, en sus botas, pero en cuanto la levantó, volvió a pisarlo.


–¡Lo siento!


–No pasa nada. Ya empiezas a dominarlo. Dentro de nada estarás haciendo coreografías en grupo.


–¿Coreografías? –repitió, volviendo a clavarle el tacón en la bota–. ¡Lo siento!


–Mira mis pies. Y sí, coreografías.


–Eso sí que no puedo hacerlo.


–Todo el mundo puede hacerlo. Solo requiere práctica.


–No tengo coordinación.


–No te hace falta. Son solo movimientos repetitivos.


Paula lo miró y volvió a pisarlo. A ese paso, iba a destrozarle las botas.


–¡Lo siento!


–Tengo una idea –dijo Pedro–. Dame tu pie.


–¿Qué vas a hacer con él? –le preguntó Paula con el ceño fruncido.


–No te preocupes, te lo devolveré.


Paula levantó la pierna y él se agachó, le quitó el zapato y lo tiró debajo de su mesa.


–Pero…


–El otro –dijo, repitiendo la acción.


–¿Por qué has hecho eso?


–Porque nos estaban molestando.


–Me siento demasiado bajita sin los tacones.


–¿Cuánto mides?


–Un metro sesenta si me pongo muy recta. Siempre he querido ser más alta.


–¿Por qué? ¿Qué tiene de malo ser baja?


Ella puso los ojos en blanco.


–Esa pregunta solo la puede hacer una persona alta.


–Solo mido un metro ochenta y cinco.


–Solo. ¡Veinticinco centímetros más que yo!


Él sonrió.


–¿Te das cuenta que desde que te he quitado los zapatos no me has pisado ni una sola vez?


–¿No?


–Ya te he dicho que podías hacerlo




APARIENCIAS: CAPÍTULO 10

 


Pedro sabía que la tenía.


Le tocó la mano y vio cómo le flaqueaba la fuerza de voluntad. Aunque no estaba seguro de por qué quería que se quedase con él, cuando estaba claro que no iba a poder sonsacarle nada de información acerca del funcionamiento de la fundación.


Tal vez porque no había exagerado cuando le había dicho que se sentía solo. Hacía tiempo que no tenía compañía femenina. Casi no había mirado a ninguna mujer desde que había sorprendido a Alicia con el que en esos momentos era su excapataz, dos días antes de su boda, el anterior invierno.


Pero le gustaba Paula. No era como había esperado que fuese nada más verla. No era una niña de papá. Y el hecho de que hubiese accedido a tomar algo con un hombre que, para ella, era pobre e inculto, decía mucho acerca de su carácter. Llevaba ropa de marca para impresionar a sus clientes, no porque fuese una esnob.


En cierto modo, Paula le recordaba a él mismo.


Aislado y obsesionado con su trabajo. Después de la ruptura con Alicia había pasado casi todo su tiempo encerrado en el rancho. Se había aislado del mundo. Y en los últimos tiempos había estado tan obsesionado con Rafael Cameron que casi no había pensado en otra cosa. Solo después de haber conocido a Paula había tenido ganas de tener compañía.


Pero tenía que tener cuidado con dónde y con quién se dejaba ver. No podía arriesgarse a que lo reconociesen si no quería tirar por la borda cuatro meses de trabajo. Tenía pensado descubrirlo todo en la gala.


Dado que Paula parecía estar aislada del mundo, no parecía representar una amenaza para su plan. Y nadie iba a reconocerlo en aquel bar.


Personalmente, prefería el club de tenis de Vista del Mar, donde su padre y otros hombres como él bebían whisky de ochenta años y hacían negocios. También prefería estar en el rancho, en la montaña, a estar encerrado en un despacho. Eso debía de haberlo heredado de su madre.


Paula se mordisqueó el labio inferior, pero no apartó la mano de debajo de la suya. Tal vez le gustase la sensación. A él le estaba gustando. Y, si se salía con la suya, iría mucho más allá. Quizás hubiese llegado el momento de terminar con su celibato voluntario.


–Supongo que no me pasará nada por no trabajar esta tarde –comentó ella–, pero tendré que hacerlo mañana por la mañana, así que no podré quedarme mucho rato.


–Te llevaré a casa antes de que la camioneta vuelva a transformarse en calabaza, te lo prometo.


–Que quede claro que esto no es una cita–dijo ella, apartando la mano–. Podemos ser amigos, pero nada más.


–Amigos –repitió él. Con derecho a roce, tal vez.


Paula se relajó y le dio otro sorbo a su copa. El bar se estaba empezando a llenar. Pronto empezaría a bailar la gente y, a las siete, comenzaría a tocar la banda de música. Y Pedro la sacaría a bailar. Un par de copas más y la convencería, estaba seguro.


Ella lo miró con los párpados caídos. Tenía unos ojos increíbles. En su despacho, a Pedro le había parecido que eran azules, pero con aquella luz parecían casi violetas.


–Me estás mirando fijamente –le dijo Paula.


Él se inclinó hacia delante, apoyando los brazos en la mesa.


–Estaba intentando averiguar de qué color tienes los ojos.


–Depende de qué humor esté. A veces son azules, otras violetas.


–¿Y de qué humor estás cuando son violetas?


–Contenta. Relajada.


Pedro se preguntó de qué color se le pondrían cuando estaba excitada y si tendría la suerte de poder averiguarlo.


–Desde que nos hemos sentado solo hemos hablado de mí –añadió Paula–. ¿Por qué no me cuentas algo de ti? Y no me digas que no hay mucho que contar. Todo el mundo tiene una historia.


Pero él no podía contarle la suya. En cualquier caso, no la versión completa. No obstante, sabía que cuantas menos mentiras contase, menos tendría que recordar.


–Nací en California –empezó–. No muy lejos de aquí. Mi padre vive muy cerca.


–¿Y vas a verlo a menudo?


–No. No estamos de acuerdo en casi nada.


–Has dicho que tu madre murió cuando eras pequeño.


–De una sobredosis accidental –le dijo.


Nunca se había considerado oficialmente un suicidio, pero solo porque no había dejado nota de despedida. Cualquiera que hubiese conocido a Denise Alfonso sabía que había sido lo suficientemente infeliz como para quitarse la vida. Y aunque él tenía solo catorce años, su muerte había sido la gota que había colmado el vaso. Desde entonces, casi no había vuelto a hablarse con su padre.


Su madre siempre había sentido debilidad por él mientras que Emma había sido la princesita de su padre. Y, según tenía entendido, lo seguía siendo.


–¿Tienes hermanos? –le preguntó Paula.


–Una hermana, pero hace quince años que no nos vemos.


Desde el día que se había marchado al internado, en la costa este. Aunque había oído que Emma se había casado hacía poco tiempo y estaba embarazada de su primer hijo. Iba a ser tío, pero lo más probable era que no viese nunca al niño.


–Quince años es mucho tiempo.


–Es complicado.


–Debe de serlo, porque es difícil imaginarse a alguien tan sociable y agradable como tú enfadado durante quince años.


Él sonrió.


–Casi no me conoces. Tal vez solo esté fingiendo que soy agradable.


Ella lo pensó un segundo, pero enseguida negó con la cabeza.


–No, te estás olvidando de que soy asesora de imagen. Se me da bien analizar a la gente. La manera en la que has engatusado a la vendedora hace un rato es imposible de fingir. Se te da bien la gente. Eres un tipo agradable.


Tal vez demasiado agradable y, sin duda, demasiado confiado. De eso se había dado cuenta con Alicia y había sido un trago bastante amargo, pero en esos momentos no quería volver a pensar en ella.


–Entonces, supongo que te gusto –comentó sonriendo–. Dado que soy un tipo tan encantador.


–Tal vez no me gusten los tipos encantadores –respondió ella, vaciando la segunda copa de vino–. Y prefiera a tipos que no me convienen.


El vino debía de estar subiéndosele a la cabeza.


Estaba empezando a coquetear.


Pedro se inclinó hacia delante y clavó la mirada en la suya.


–Que sepas que puedo llegar a ser muy malo.


Tal vez se lo imaginase, pero tuvo la sensación de que a Paula se le estaban oscureciendo los ojos. La cosa parecía ponerse interesante.


–¿Cómo es que una mujer tan guapa como tú no tiene novio?


–¿Quién ha dicho que no lo tengo?


–Si lo tuvieses no tendrías planeado trabajar un viernes por la noche. Ni tampoco estarías aquí conmigo.


–Estoy centrada en mi carrera y no tengo tiempo para relaciones.