sábado, 25 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 5





Paula dedicó el lunes a comprar en Barney’s y a lamentarse por el exiguo crédito de su tarjeta. Se había llevado unos cuantos trajes a Nueva York, pero no bastaban para las dos o tres semanas que, calculaba, debería quedarse allí.


Aún no se podía creer que hubiera conseguido un trabajo en una casa de modas tan importante. Era un sueño hecho realidad.


No había querido pedirle a Pedro un anticipo del sueldo, pues habría suscitado muchas preguntas, y tuvo que conformarse con la sección de ofertas.


Aun así, era maravilloso regalarse una mañana de compras en Barney’s de Manhattan. Lo único malo era que aún no tenía los papeles del divorcio firmados, y que tendría que pedirle más vacaciones a su hermana.


Los dos últimos años había trabajado como ayudante de Carla en el negocio de diseño y venta de vestidos de novia en Houston. Pero Carla había empezado a vender sus diseños a una renombrada tienda y el negocio iba viento en popa. Paula quería ser algo más que una ayudante y había decidido comprar una parte del negocio. Los vestidos de novia eran la pasión de Carla, y lo que mejor se le daba. La única contribución de Paula sería en el plano financiero.


Era la oportunidad de demostrar su valía. Para demostrarle a todo el mundo que se equivocaba al pensar que no era nada más que un bonito envoltorio.


En esos momentos, Carla estaba en Barbados ¿o era en San Martin? Nunca se acordaba de dónde estaba trabajando su cuñado, Keith, consultor para una cadena hotelera del Caribe. Con suerte, su hermana entendería la necesidad de tomarse más tiempo libre y no le haría demasiadas preguntas.


Le llegó un mensaje de Pedro: «¿Dónde estás? Estoy en el hotel».


Confusa, ella le contestó mientras se preguntaba qué significaba aquello. ¿Se suponía que debía quedarse sentada en el hotel a esperar la visita de su alteza? Si creía que iba a saltar a una orden suya, se equivocaba.


Se demoró diez minutos más de la cuenta a propósito antes de regresar al hotel. Pedro la esperaba en el vestíbulo. Aprovechando que no se fijó en su presencia de inmediato, ella se deleitó contemplando al hombre que hablaba por teléfono.


Poseía un físico sin igual. Atlético, con maravillosos pómulos, le sentaban igual de bien un traje que unos vaqueros, o nada. Suficiente para hacer babear a una chica.


Al verla, Pedro sonrió, provocándole un escalofrío.


Platónico no era una descripción. Paula estaría en Nueva York un par de semanas y estaban casados. ¿Cómo se le había ocurrido plantear una relación platónica?


—Deberías darme una llave —Pedro guardó el móvil y se levantó.


—¿Lo dices por si se te ocurre hacer una visita a tu esposa en medio de la noche? Pues que sepas que me parece estupendo.


—Lo digo porque soy yo el que paga la habitación —él rio y sujetó la puerta del ascensor—. Al menos podría hacer mis llamadas en privado en lugar de aquí, donde todo el mundo puede oír mis planes estratégicos para Al.


¿Qué problema tenía ese hombre para reanudar su relación? No le estaba pidiendo que permanecieran casados, ella tampoco lo deseaba. En cuanto hubiera sentado la cabeza profesionalmente, ya pensaría en un posible matrimonio. Algunas mujeres, como Carla, soñaban con vestidos blancos y ramos de flores, pero ella nunca lo había considerado una meta.


Su única meta era averiguar cómo convertirse en adulta. Y le parecía igual de inalcanzable en esos momentos que dos años atrás.


—Pues a mí me parece un desperdicio de habitación —Paula le entregó una llave—. Siento que tuvieras que esperar en el vestíbulo, cielo, pero si me hubieras anunciado tu visita, habría venido antes.


—Ha sido de improviso. Estaba por aquí y decidí acercarme para repasar los planes que he hecho para ti en Alfonso House —él la siguió mientras se dirigían a la habitación.


—¿Ya? —Paula sintió un nudo en la garganta ante la maquiavélica idea de Pedro.


Ella no sabía nada de espionaje. Estaba segura de que la descubrirían de inmediato. Si no conseguía ayudar a Pedro ¿se negaría a firmar los papeles por despecho?


Debería haberlo dejado aclarado antes de acceder. En realidad debería haberse negado y exigido el divorcio. No obstante, sí tenía algo de culpa en que siguieran casados.


Seguía sin entender cómo se había archivado la licencia. El abogado de su padre pensaba que alguien, quizás una doncella bienintencionada del hotel, lo había hecho.


Era su oportunidad para demostrar que no era una cabeza de chorlito. No podía abandonar a Pedro. Los adultos se responsabilizaban de sus errores y aceptaban las consecuencias. Punto.


—Sí, ya —él enarcó las cejas—. No tengo tiempo que perder. Valeria no descansa y seguro que ya tiene preparado un plan alternativo para quitarme de en medio.


—¿Y qué tengo que hacer yo?


—La otra noche mencionaste que habías trabajado como ayudante de diseño. Ocuparás el mismo puesto en Alfonso House.


—¿Así de fácil?


Estaría trabajando en la meca del diseño, no podía ser tan sencillo ¿o sí? Al menos no iba a tener que aprender nada nuevo.


Salvo que trabajar para Carla no tenía nada que ver con hacerlo para una marca famosa. Su hermana la adoraba y si en alguna ocasión la fastidiaba, no pasaba gran cosa.


—Así de fácil. Llamé a mi madre y le pedí que te recomendara. Ella llamó a recursos humanos de Alfonso House y les informó de tu llegada mañana por la mañana. El vicepresidente sigue sintiéndose culpable por la ruptura y hará cualquier cosa que le pida mamá.


—Entiendo —aquello era de locos—. ¿Y ya está? ¿Mañana me pongo a ayudar a algún diseñador y espero a que Valeria aparezca? ¿Y si no la veo?


—Tendrás que hacerlo. Si tanto te interesa el divorcio, ya se te ocurrirá el modo de obtener la información que necesito.


—Tienes suerte de que sea tan ágil de mente —Paula bufó para ocultar su creciente pánico.


—No es cuestión de suerte —él la miró de una manera extraña—. Si no te considerara capaz de ello jamás lo habría sugerido. Tienes una de las mentes más agudas que he conocido jamás, y sé que lo lograrás. Cuento con ello.


—Veo que lo entiendes —la revelación hizo que Paula sintiera acumularse el calor en su abdomen—. Voy a ser la mejor espía que hayas visto jamás.


Pedro era el único hombre que la había considerado más allá de su físico. Por eso ningún otro había sido capaz de sustituirlo.


Pero también le recordaba una fea verdad.


En Las Vegas había revelado sus inseguridades porque Pedro también las tenía. Pero, tras su regreso a Nueva York, él había madurado, mientras que ella no.




EL PACTO: CAPITULO 4




Pedro soltó una carcajada y, a desgana, soltó a la sirena que acababa de besar. Había acudido a la habitación de hotel para retorcerle el cuello, pero ella le había cambiado el ánimo.


Lo cual no significaba que fueran a retomar su alocada aventura, no cuando había tanto en juego.


—Eso depende de a qué te refieras.


Paula frunció los labios y él decidió poner un poco más de distancia entre ellos. Esa mujer era aún más peligrosa de lo que se había imaginado y se negaba a seguir los pasos de su padre. Pablo había abandonado a Bettina por una mujer más joven y sexy, sin importarle las consecuencias para la empresa o la familia. Al parecer, la sangre Alfonso buscaba pasión, pero no tenía por qué ser su destino.


Tenía muy claro cómo recolocar de nuevo las piezas de su vida y ninguna mujer iba a impedírselo. Él era más fuerte que su padre.


Mientras se dejaba caer en uno de los mullidos sillones, Paula sacó dos cervezas de la nevera del minibar y le pasó una.


—No quisiera llevarte la contraria, Pedro. Comprendo que estés alterado, pero no vengas aquí con tu ultimátum y esperes que acepte sin más. Vamos a hacerlo de otro modo.


—¿Y eso cómo es? —Pedro se aflojó la corbata y bebió un trago largo de cerveza.


Ella se acurrucó en otro sillón tras quitarse los tacones.


—Habla conmigo. Cuéntame qué quieres a cambio del divorcio. Puede que acceda a concedértelo. Por los viejos tiempos.


Como si tuvieran un pasado.


Lo cierto era que lo tenían. El que solo hubiese durado un fin de semana no le restaba ninguna importancia.


—¿Y si lo que quiero realmente es seguir casado?


No era verdad, pero después de ver cómo todos sus planes se fastidiaban en una tarde, estaba de pésimo humor. Un beso no bastaba para superar el destrozo ocasionado por esa mujer. Además, el divorcio lo inquietaba. ¿Por qué era tan importante para ella? A muchas mujeres les resultaría muy cómodo estar casadas con alguien perteneciente a una familia como la suya.


Claro que Paula era única en su especie.


Su sincera sonrisa le afectaba en la todavía acalorada parte inferior del cuerpo. Ninguna mujer lo había excitado con una simple sonrisa. Salvo, al parecer, su esposa.


—Tú quieres seguir casado tanto como yo —insistió Paula—. El que me estés amenazando significa que hay algo que necesitas desesperadamente. ¿Qué es?


Pedro no pudo disimular una sonrisa. Lo más atractivo de Paula siempre había sido su cerebro. Jamás habría regresado de Las Vegas con una idea clara de cómo sanar su maltrecha alma de no haber sido por ella.


—¿Recuerdas por qué estaba en Las Vegas?


—Lo recuerdo todo. Tus padres se habían divorciado y dividido la empresa Alfonso. Estabas hecho polvo —ella movió las cejas—. Al menos lo estabas hasta que yo te distraje.


—Me cuidaste bien —los recuerdos también permanecían vivos en su mente—. Y viceversa.


—Desde luego —Paula cerró los ojos un instante—. Fueron los mejores diecinueve orgasmos de mi vida.


—¿Los contaste?


—Cielo —ella le dedicó una ardiente mirada—, tengo cada uno de ellos grabado en mi zona íntima.


—Sé a qué te refieres —Pedro se rindió a los recuerdos.


Él también tenía la experiencia grabada en su alma. 


Paula había sacado su lado salvaje, uno que ni siquiera sabía que existiera. O quizás solo existía con ella.


—¿Tienes algún motivo para sacarlo a relucir? —preguntó ella.


Él sacudió la cabeza para aclararse la mente y carraspeó.


Era evidente que necesitaba una ducha fría. No podía permitir que el poder que esa mujer ejercía sobre él interfiriera en el resultado final.


—He pasado dos años ejecutando el plan con el que regresé de Las Vegas: unificar Al Couture y Alfonso House bajo Empresas Alfonso y asumir el puesto de director ejecutivo. ¿Quién mejor que yo para dirigir la empresa?


—Sí —Paula asintió—. Lo llevas escrito.


—Meiling formaba parte de ese plan —era la clase de esposa que necesitaba un director ejecutivo, no la alocada diosa del sexo que tenía sentada enfrente—. Pero ahora tengo que poner en práctica un plan B.


—Y ahí intervengo yo.


—No quiero utilizar el divorcio como trampolín —él asintió.


—Pero lo harás.


—Es mi legado —tenía que explicarle todos los detalles—. Tendré que improvisar para arreglar la grieta abierta en la empresa familiar. Tú rellenarás el hueco que ha dejado Meiling y yo firmaré los papeles.


Paula era una bala perdida, pero también era muy inteligente y, sobre todo, quería algo de él.


—¿Por qué no los firmas ahora y en agradecimiento yo te ofrezco mi ayuda?


—¿Por qué tienes tanta prisa en divorciarte de un tipo con el que ni siquiera sabías que estabas casada hasta hace una semana? —Pedro inclinó la cabeza.


La risita nerviosa de Paula le despertó un excesivo calor a Pedro.


Y no respondió a su pregunta. Debería firmar esos papeles para que regresara a Houston. Pero no podía, ni quería analizar por qué le resultaba tan fundamental recibir su ayuda.


Si Valeria desistía en su empeño de ser director ejecutivo, no le haría falta montar todo ese numerito. Pero Valeria era una Alfonso y eso la convertía en un peligroso enemigo. Jamás se le ocurriría subestimar el carácter vengativo o la mente estratégica de su hermana, pero solo cedería el puesto de director ejecutivo una vez muerto. Paula era su arma secreta.


—Esto funciona en ambas direcciones —él agitó una mano en el aire—. Cuéntame por qué es tan importante este divorcio.


—Tú tienes un sueño, y yo también —Paula eligió cuidadosamente las palabras—. Me han aconsejado que para perseguir el mío antes debo tener todo en regla. No tengo ningún interés en estar casada. Ni contigo ni con nadie. Firma los papeles y todos ganaremos.


—Cuéntame cuál es ese sueño, Paula —la curiosidad de Pedro crecía por momentos.


—¿Por qué? —preguntó ella con desconfianza.


—Mi boca estuvo entre tus piernas, eso me da cierto derecho a saber qué hay también entre tus dos orejas.


—Tú ganas —ella sonrió lánguidamente—. Pero solo porque me ha gustado tu observación —abrió dos nuevas botellas de cerveza y se sentó.


—¿Intentas emborracharme para aprovecharte de mí?


—Cariño —Paula bufó—. Para eso no necesito alcohol. 


Desgraciadamente, tenía razón.


—De acuerdo, he hecho una gran observación. Cuéntamelo todo.


—Voy a comprarle a mi hermana una parte del negocio de diseño de vestidos de novia.


—Pues yo diría que estar casada supondría una ventaja en esa clase de trabajo.


—Así no —ella sacudió la cabeza—. No puedo contarle a mi familia que me emborraché en Las Vegas y terminé casada con un desconocido. Jamás volverían a tomarme en serio.


—Haces que suene vulgar —Pedro sonrió—. ¿No podrías contarles que nos enamoramos?


—¡Por favor! Ni siquiera eres capaz de decirlo sin reírte, ni yo tampoco. Para empezar, se preguntarán por qué no hemos tenido ningún contacto en dos años.


—Ahora que lo mencionas. ¿Alguna vez sentiste curiosidad por encontrarme?


Durante el vuelo de regreso, Pedro había acariciado brevemente la idea de buscarla, pero luego la había desechado. Además, nadie podía estar unido a Paula durante mucho tiempo. No era la clase de mujer con la que uno sentaba la cabeza. Era demasiado exuberante, demasiado absorbente, demasiado… todo.


—Jamás —Paula bebió otro trago de cerveza, pero él vio claramente la expresión de culpa en sus ojos—. Acordamos separarnos en Las Vegas. El Pacto de Adultos no incluía permanecer casados. Pretendía demostrar que éramos capaces de tomar decisiones adultas. ¿Por qué tantas evasivas sobre el divorcio? No tiene sentido.


—Sí lo tiene. Casarse tenía su valor. Permanecer casados, sus ventajas.


—Será para ti. Yo aún tengo que descubrirlas.


—Para poder reunificar Empresas Alfonso —había llegado la hora de sincerarse— necesito presentar un plan estratégico ante el comité ejecutivo de Al Couture y de Alfonso House Fashion. El padre de mi exnovia posee el mayor imperio textil de Asia y nuestro matrimonio habría consolidado su asociación con Al Couture, rebajando espectacularmente los costes de producción. Alfonso House se beneficiaría de esta asociación, y de mi liderazgo en la empresa.


Paula no podría llenar el vacío, pero lograría que la situación se volviera ventajosa.


—Mi hermana, Valeria —continuó él—, dirige la parte de marketing de Alfonso House, y la idea era que renunciara a su trabajo allí para aceptar un puesto en Al, forzando así a mi padre, actual director ejecutivo de Alfonso, a aceptar la fusión para que la empresa no se hunda.


—Muy brillante —la mirada de Paula reflejaba sincera admiración—. Siento que un fin de semana en Las Vegas lo haya fastidiado todo.


Ese fin de semana le había ayudado a concebir el plan. Era el mismo fin de semana que había regresado para hundirlo.


—Pero ahora, Valeria quiere el puesto de director ejecutivo —Pedro ya sabía cómo podía ayudarle Paula—. Necesito que alguien desconocido para ella sea mi espía en Alfonso House.


—¿Quieres que ejerza de espía en una casa de modas de Nueva York? —el rostro de Paula se iluminó, aunque enseguida se contuvo—. ¿A cambio del divorcio? No me parece un trato justo.


—¿En serio? —Pedro apuró la cerveza—. ¿Y cuál sería ese trato justo?


—Tienes que incluirme en nómina.


¿Eso era todo?


—Claro. No será ningún problema, aunque deberás estar en la nómina de Alfonso para que nadie sospeche. ¿Algo más?


—El matrimonio debe permanecer en secreto, ahora y después del divorcio


—No tengo especial interés en que nadie lo sepa.


Si Valeria lo descubría, lo utilizaría en su favor.


—Pues hace un rato no me lo pareció —ella lo miró con desconfianza—. Estabas dispuesto a explicarle a tu familia lo enamorados que estábamos.


—Bromeaba. Puede que el amor mueva el mundo, pero destroza los negocios. La única razón para casarse con alguien es por los beneficios que te pueda reportar.


—El matrimonio es tu arma. Qué romántico —ella puso los ojos en blanco—. Qué suerte tengo.


—El matrimonio es una herramienta —le corrigió él—. El romanticismo es para los perdedores que no saben cómo llevarse a una mujer a la cama. Yo no tengo ese problema.


—Te sorprendería saber qué cosas me resultan románticas.


—Solo serás mi esposa sobre el papel. Este es un trato estrictamente platónico, Paula. Lo digo en serio.


—Ya lo veremos —ella volvió a poner los ojos en blanco.


—Entonces, ¿tenemos un acuerdo?


—Te ayudaré a cambio del divorcio, pero solo durante unas semanas. Quiero veinte de los grandes, no un mísero sueldo. Y pagarás la factura del hotel.


—Bienvenida a Alfonso —Pedro le estrechó la mano.


—Encantada —sin soltarle la mano, Paula lo atrajo hacia sí—. ¿Qué tiene que hacer una chica para que el jefe de operaciones la invite a cenar?



EL PACTO: CAPITULO 3




Eran más de las siete de la tarde, pero Paula no tenía hambre.


Lars, el abogado de su padre, había descubierto el matrimonio durante una investigación cuando su padre había decidido actualizar el testamento. De lo contrario, Paula quizás no habría sabido jamás que seguía casada con Pedro.


Sin un acuerdo prenupcial, Pedro podría reclamar sus derechos como beneficiario de la fortuna de su padre. 


Afortunadamente, Lars había acordado mantener en secreto su pequeña estupidez hasta que se ocupara del divorcio.


Un matrimonio del que no sabía nada era un ejemplo de inmadurez, y no podía pedirle un préstamo a su padre mientras le revelaba un error aún no solucionado. Su hermana, Carla, jamás hubiera hecho algo así, y ella quería llegar a ser tan responsable como su hermana.


En cuanto Pedro hubiera firmado los papeles, le contaría a su padre la existencia del matrimonio, y el divorcio, en el mismo lote y, con suerte, todos reconocerían que se había comportado como una adulta que se merecía un préstamo.


Con apatía, repasó los canales de televisión por cuarta vez. 


Al oír sonar el móvil, se lanzó ansiosa con la esperanza de que le permitiera olvidar a Pedro.


El problema era que se trataba de un mensaje del propio Pedro:
Estoy en el vestíbulo. Indícame tu número de habitación.


Paula sintió una repentina sacudida de cintura para abajo. 


Sin embargo, no se engañó a sí misma. Pedro no había acudido para tomar una copa. Estaba prometido y no lo creía capaz de engañar a su novia.


Le devolvió el mensaje y corrió al cuarto de baño para retocarse el maquillaje. Las mujeres Chaves-Harris no permitían que nadie viera sus fallos.


Abrió la puerta tras el golpe de nudillos y se enfrentó a la lúgubre expresión de Pedro.


—¿Qué sucede? —Paula sintió un escalofrío en la nuca.


—Déjame entrar. No voy a mantener esta conversación en el pasillo.


Ella le abrió la puerta para que pasara. Al hacerlo, su cuerpo la rozó deliciosamente.


—Supongo que no has venido a invitarme a cenar. Lo cual no estaría nada mal, por cierto.


—Lo has estropeado todo —espetó él secamente—. En una sola tarde, todo ha acabado.


—¿De qué hablas? Si he venido es para arreglarlo.


—Le he contado a mi novia lo del tórrido fin de semana en Las Vegas y lo más gracioso de todo: que sigo casado. El problema es que no le ha hecho ninguna gracia. Ha anulado el compromiso.


—¡Oh, Pedro, cuánto lo siento! —Paula se cubrió la boca con una mano—. Nunca pensé…


—Esto es lo que haremos. Me has costado perder un importante contacto en la industria textil. Y me lo debes. Vas a pagarme por ello, y empezando ahora mismo.


—¿Pagarte? ¿Cómo? —ella dio un paso atrás.


Ese no era el hombre que recordaba de Las Vegas. Tenía el mismo aspecto y la misma voz sensual, pero el Pedro Alfonso que tenía delante era duro, arisco. Y no le gustaba.


—De todas las maneras más desagradables que se me ocurran —murmuró Pedro mientras la devoraba con la mirada—. Pero no es lo que piensas. Necesito que hagas algo por mí.


—Siento mucho el disgusto de tu prometida —Paula decidió pasar por alto el desprecio, dada la situación—. Seguro que lo podrás arreglar. Ya sabes…


—Meiling no está disgustada.


Pedro la fulminó con la mirada. Paula se cruzó de brazos y se sentó en el pico de la mesa.


—Si no está disgustada ¿qué le pasa?


—Según sus propias palabras, se niega a asociarse con alguien que se casa con una extraña en Las Vegas y luego no se molesta en asegurarse de que el matrimonio se haya disuelto —él arrojó la chaqueta encima de la cama—. La he avergonzado delante de su familia, y en su cultura eso es imperdonable.


—No estabas enamorado de ella —de repente, Paula lo comprendió.


Lo que no entendía era por qué la revelación le hacía sentirse tan feliz.


—Pues claro que no —Pedro la miró furioso—. Se trataba de un acuerdo comercial y acabo de perder mi pasaporte al mercado textil asiático. Al necesitaba los contactos de Meiling. Y todo es culpa tuya. Estás en deuda conmigo.


Desde luego no era lo que ella había imaginado. ¿Dónde estaba el hombre sensible y apasionado con el que había pasado esas exquisitas horas dos años atrás? En su lugar había un tipo sin corazón ni un átomo de romanticismo en su alma.


—¿Culpa mía? —ella contuvo el impulso de abofetearlo—. Tu novia, perdón, exnovia, tiene razón. No te molestaste en hacer el seguimiento. En realidad deberías agradecerme que te revelara la verdad antes de casarte. Serías culpable de bigamia. Imagina cómo se lo explicarías a Meiling.


—Confié en ti para que destruyeras esos papeles —Pedro bufó—. No debería haberlo hecho.


Sus palabras la dolieron. Implicaban que no era de fiar, ni siquiera para una tarea sencilla.


—No me estás ganando para la causa, cielo. A mi modo de ver, lo único que te debo es una disculpa. Y ya te la he dado.


—¿Quieres jugar duro? —él se acercó un poco más—. Te complaceré. Yo he perdido una ventaja y tú me ayudarás a recuperarla. Aunque careces de las conexiones de Meiling, estoy seguro de que tienes muchos recursos. Y yo no tengo ninguna prisa en firmar los papeles del divorcio.


Pedro se paró frente a ella. No iba a concederle el divorcio a no ser que hiciera lo que él quería. Lo cual seguía sin estar claro.


—No te atreverías —Paula le golpeó el pecho con un dedo.


—Ponme a prueba. No tengo nada que perder.


Se miraron fijamente. Paula no iba a ser la primera en pestañear, ni iba a quitar el dedo del fornido torso.


Por el amor del cielo, qué hermoso era su rostro. Durante los dos últimos años había despertado no pocas mañanas bañada en sudor, sin acordarse del sueño, pero segura de que Pedro Alfonso había participado en él. Ese rostro seguía grabado en su mente mucho después de que hubiera debido desaparecer.


La mano de Paula se aplastó contra ese pecho, como si perteneciera allí. Pedro posó la mirada un instante en la mano de ella antes de fijarla de nuevo en sus ojos.


—Si no tienes nada que perder, estaré más que dispuesta a ponerte a prueba —murmuró ella.


Agarrándole de la camisa, tiró de él. Pedro dudó una eternidad antes de que sus labios por fin se reencontraran. 


El dulce sabor de Pedro inundó a Paula y, cuando él la abrazó y la atrajo hacia sí, fue como si jamás se hubiesen separado.


Ese era el Pedro de Las Vegas, al que con tanto ahínco había intentado olvidar, sin lograrlo.


El corazón acelerado de Paula le bombeó sangre cargada de euforia por todo el cuerpo.


Respirando con dificultad, se apartaron y se miraron largo rato, atrapados en el instante.


Paula sintió algo extraño, nada bueno. Por eso no había podido olvidarlo. Ese hombre se había llevado una parte de ella que jamás había pretendido entregar.


—Y ahora que nos hemos quitado eso de encima ¿podemos empezar de nuevo? —preguntó con voz trémula. Acababa de darse cuenta de que renunciar a él era, seguramente, el mayor error que había cometido en su vida.