sábado, 4 de diciembre de 2021

LA MAGIA DE LA NAVIDAD: CAPÍTULO 12

 


—Oh, Paula, eso es verdaderamente exquisito.


Sonrió al oír el cumplido de Solange y acercó la pequeña lámpara a la luz para examinarla mejor.


—¿Lo dices en serio?


Solange frunció el ceño.


—Eh, ¿qué es eso? Si hay algo en lo que tú tengas confianza, es en tu trabajo.


—Lo sé —suspiró su amiga—. Es sólo que… bueno, no importa.


—¿Qué te pasa últimamente?


Paula no contestó. Dejó la lámpara al lado de las demás que había en la mesa y se puso a contarlas.


—Estoy esperando —insistió Solange.


Su amiga forzó una sonrisa.


—Nada especial. Supongo que soy una víctima más de esta locura de las navidades.


Solange la miró con fijeza.


—No me lo creo, pero no insistiré por el momento.


A Paula le hubiera gustado confiar en su amiga, pero no podía. Solange tenía razón. No dejaba de pensar en Pedro y aquello la ponía nerviosa.


Habían pasado tres días desde que se quedara a comer y, aunque se marchó poco después de terminar su carta a Papá Noel, ella no podía dejar de pensar en él. Y el problema era que no le gustaban las emociones que él provocaba en ella, porque no eran compartidas.


—Mamá, ¿dónde estás?


—Estamos en el taller de trabajo, cariño.


Olivia entró en la estancia sonriente.


—¿Qué haces?


—Estoy trabajando. ¿Quieres ayudar?


—Sí —dijo Solange—. Puedes echarme una mano en la tienda.


Olivia negó con la cabeza.


—Mamá, quiero jugar con el perro de Pepe.


—No creo que eso sea buena idea.


Olivia hizo un puchero.


—Pero yo quiero.


—Me alegro de que no tengas miedo del perro. Eso demuestra que eres una niña mayor. Pero mamá está ocupada ahora. Tenemos que preparar muchos pedidos de Navidad.


—Pero…


—Estoy de acuerdo contigo, Olivia—intervino Solange—. Me parece una idea estupenda.


Paula frunció el ceño.


—¿De verdad?


—Sí. Trabajas demasiado. No te vendrá mal pasar unas horas al aire libre.


—¿Podemos ir, mamá? —insistió Olivia.


Paula no sabía qué pensar. Se sentía tentada, aunque sabía que a Pedro le parecería una estupidez. No le gustaría que invadieran de nuevo su intimidad. Además, si quería verlas, sabía dónde encontrarlas.


Sin embargo, Solange tenía razón. Hacía un día precioso y además la atraían aquellas tallas de madera. No las había olvidado y hubiera dado cualquier cosa por poder venderlas en su tienda. Serían un regalo ideal de Navidad y ella tenía el lugar perfecto para exhibirlas.


—Está bien —dijo, volviéndose hacia la niña—. Tú ganas. Ve a buscar tu abrigo.


Solange la miró con curiosidad, pero Paula decidió ignorarla.




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