miércoles, 18 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 21

 

Pedro no había esperado sentirse tan emocionado por una sencilla ceremonia nupcial, pero el amor que brillaba en las caras de Darío y Ailín mientras intercambiaban votos le había parecido algo poco común y más bien valioso. Era un recordatorio de todo lo que dos personas podían encontrar juntas si eran afortunadas. Lo que él esperaba encontrar con Paula.


Le había tomado la mano durante la ceremonia y ella no había puesto objeción. Mientras los dos subían por el pasillo, pensó que las vidas de sus amigos estaban cambiando ante sus ojos, haciendo que se sintiera ansioso de experimentar la misma clase de felicidad.


—Ha sido bonito —musitó Pau unos momentos después, de camino a la recepción—. Se los veía muy bien juntos.


—Puedo decir que jamás había visto a Darío tan feliz.


Delante, vio a su hermano con Mia Smith. Mauricio le había confiado hacía un tiempo que se había enamorado de la recién llegada a Thunder Canyon. Había terminado de sorprenderlo al añadir que Pau había sido responsable en parte de que invitara a salir a Mia. Como eso había sido cuando Mauricio y ella estaban saliendo, dio por hecho que entre ambos no había funcionado la química.


No se le había dado bien ocultar su propio interés por ella ante Mauricio. Por suerte para él, en su momento éste había estado demasiado centrado en Mia como para darse cuenta.


Al parecer, seguía igual, ya que sonrió a Pau sin notar que él estaba detrás de ella.


Con el brazo enlazado en el de Pedro, Pau titubeó en la puerta.


—Oh, qué bonito —exclamó por encima del sonido de la música procedente del interior—. Jamás he estado en París, pero es así como lo imaginó.


Una vez dentro, Pedro miró alrededor del salón que había sido transformado en un bistro francés. Alrededor de las columnas se habían colocado unas enredaderas y en las paredes había carteles de la Torre Eiffel, el río Sena y el Arco del Triunfo. Todo el personal llevaba chaquetas con rayas rojas y pantalones negros. En cada extremo de la mesa del bufé lucían banderas de Francia. Hasta la música tenía un vago aire francés.


La gente se hallaba ante el bar y en pequeños grupos mientras esperaba que aparecieran los novios. Pedro reconoció a la mayoría de los invitados, pero dio por hecho que quizá no fuera así con Pau. A menos que les hubiera servido copas en el bar. «O hubiera salido con ellos», pensó ceñudo.


Aquellos pensamientos se vieron interrumpidos cuando ella se desabotonó el abrigo.


—Me gustaría colgarlo —dijo Paula cuando él se lo quitó de los hombros.


Al volverse para mirarlo, Pedro estuvo a punto de soltar el abrigo, que en ese momento sostenía con dedos casi laxos. Siempre había sabido que era preciosa, pero al parecer su apariencia formal en el trabajo lo había hecho olvidar que era deslumbrante.


El vestido rojo bombero que le dejaba los hombros al desnudo y resaltaba sus piernas largas, largas, era un extraordinario recordatorio. Durante un momento, sólo fue capaz de mirarla fijamente.


Antes de que pudieran decir nada, una puerta se abrió en el extremo del salón y aparecieron Darío y Ailín, recibidos con vítores, aplausos y silbidos.


—Lo siento —se disculpó con Pau por la fijeza de su mirada—. Estás fantástica.


Mientras Darío ofrecía un pequeño discurso, agradeciendo la presencia de todos, Pedro apoyó las manos con gesto protector en sus hombros desnudos y sedosos. Pudo sentir la tensión, así que apretó con suavidad para transmitirle serenidad, tentado a inclinarse más e inhalar su fragancia. Antes de poder perder la cabeza y besarle el cuello, recuperó la cordura. Por suerte, nadie parecía prestar la más mínima atención.


—¿Te apetece comer o beber algo? —sugirió cuando Darío y Ailín se vieron rodeados por gente que fue a desearles lo mejor—. Podemos esperar a que se despeje un poco la multitud a su alrededor para ir a saludarlos.


Paula se movió para poder mirarlo con sus enormes ojos castaños.


—Me muero de hambre —repuso con una leve sonrisa—. Veamos qué hay en el bufé.





QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 20

 

Paula aparcó en la plaza vacía delante de Alfonso International. Pedro se había ofrecido a recogerla en la cabaña, pero ella había insistido en que se vieran allí. Como no se trataba de una verdadera cita, parecía tener más sentido. Además, hacer que la dejara en el aparcamiento mantenía las cosas en un plano menos personal.


Llegó temprano, pero unos momentos más tarde entró una aerodinámica cupé plateada. Como Pedro iba al trabajo con una furgoneta verde, la sorprendió un poco reconocerlo al volante de ese llamativo coche.


Cuando recogió el bolso y abrió la puerta de su coche, él ya la estaba esperando.


—Se te ve fantástica —alabó, alargando la mano—. Elegante y sexy.


Pau podría haber repetido sus palabras mientras lo miraba. No era la primera vez que lo veía con un impecable traje oscuro hecho a medida, pero esa noche, él estaba más atractivo que nunca. No podía ver claramente el rostro, ya que tenía la luz de seguridad detrás, lo que dejaba su cara parcialmente en sombras. Durante un instante, pareció más delgada y angulosa que de costumbre.


Pau sintió un pequeño desasosiego en su interior, pero la calidez de su mano sosteniendo la suya la tranquilizó. Al bajar del coche, su pierna quedó revelada hasta la mitad del muslo del vestido de noche que llevaba debajo del abrigo blanco de lana. Tirando del bajo, se preguntó si él lo habría notado.


—Gracias —murmuró.


En silencio, él la ayudó a acomodarse en el asiento de piel de su Lexus. Antes de salir del aparcamiento, volvió a mirarla.


—Me alegro de que aceptaras venir.


Ella le devolvió la sonrisa sin hablar mientras se alisaba la falda. La laca de las uñas era unas tonalidades más oscura que el rojo del vestido, uno de sus favoritos. El estilo favorecedor del diseño potenciaba su seguridad. Le brindaba una sensación de autoridad femenina.


Por la expresión de aprecio en el rostro de Pedro, pudo darse cuenta de que, como la mayoría de los hombres, la apariencia de una mujer influía en él. ¿Acaso no era eso lo que había pretendido lograr… deslumbrarlo como al resto de los hombres que hubiera en la boda?


¿Cómo podía esperar que su nuevo jefe se centrara en su mente y en su capacidad de trabajo si ella misma era quien intentaba distraerlo? No podía tener ambas cosas.


—Estás muy silenciosa —comentó Pedro pasados unos minutos—. ¿Te arrepientes?


—No, claro que no —respondió—. ¿Por qué piensas eso?


Él giró a la izquierda.


—Nadie te culpa por el compromiso roto —dijo—. Esas cosas pasan.


Era seguro que Damián asistiría, a pesar del hecho de que su hermano se casaría con su ex mujer. Una situación incómoda, en especial para la novia.


Miró a Pedro, sus manos reposaban sobre el volante. Fuertes, capaces.


Sintió un escalofrío.


—Mi relación con Damian fue un error —afirmó—. No siento nada por él, si eso es lo que piensas —¿había sonado desesperada? ¿A la defensiva?


Él sonrió sin girar la cabeza.


—Es bueno saberlo.


Paula no se dio cuenta de que ya habían llegado hasta que él introdujo el coche en el aparcamiento y paró. A su alrededor, la gente iba hacia el interior.


—Te abriré la puerta —dijo Pedro, bajando.



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 19

 


Para el modo de pensar de Pedro, la despedida de soltero de Darío fue un gran éxito. Bajo el pretexto de organizar una fiesta sorpresa para otro médico, Mauricio había logrado reservar la última incorporación del novio a su cadena de restaurantes, The Rib Shack, para la velada.


Aparte de Pedro, Mauricio, Rodrigo y Gastón, muchos más amigos de Darío llenaron la sala privada de banquetes. La única ausencia fue la de su hermano, Damián.


—No sé lo que esto dice sobre mi inteligencia o tu ingenuidad, amigo mío —celebró Mauricio—, pero me alegro de que te lo estés pasando bien.


—Disfrútalo mientras puedas —continuó Rodrigo, que llevaba años divorciado—. En cuanto te pongas la cadena y la bola de metal, puedes despedirte de tu libertad.


Quizá la separación de su único hijo lo había vuelto amargado. O tal vez se debía a los cambios acaecidos en Thunder Canyon desde que se encontrara una veta de oro nueva en la vieja mina abandonada. En más de una ocasión había dejado claro que le gustaba la zona tal como había estado siempre. Fuera como fuere, parecía haberse vuelto más cínico con el tiempo.


—Oh, no le hagas caso —le dijo Gastón—. Ailín es dulce y deliciosa y encima es preciosa. Tienes suerte de estar con ella.


Hacía años que Gastón y Rodrigo eran amigos, pero últimamente daba la impresión de que no se llevaban muy bien. Esa noche, la tensión entre ambos era casi palpable. Pedro se preguntó si era el único en notarlo.


—Gastón tiene razón —se sintió impulsado a añadir—. Además, muchos matrimonios salen bien.


Mauricio le dio un codazo en el brazo.


—Las palabras de un hombre enamorado —se mofó su hermano—. ¿Quién es? Puedes decírnoslo.


—Estás loco —repuso Mauricio.


Se sintió aliviado cuando volvió a hablar Rodrigo, apartando la atención de él.