martes, 18 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 43



Pedro estaba cada noche más cansado, pero no quería admitirlo. Si Paula estaba trabajando tan duro día tras día en el jardín y se centraba en el inventario a ratos, él también podía aguantarlo. A él le gustaba pensar que estaba realizando los trabajos más duros, pero probablemente no lo estuviera haciendo. Paula era muy testaruda.


Miró hacia arriba desde el arbusto que estaba podando y se enfureció.

—Paula, bájate de esa escalera —gritó.

El corazón casi se le salió por la boca cuando ella hizo un movimiento brusco y estuvo a punto de caerse.

—No hagas eso. Si no me asustas no me pasará nada —gritó ella.

—Te pasará algo. Estás subida a una escalera otra vez.

—Las mujeres nos subimos a escaleras todo el tiempo.

Podía tener razón, pero no le importaban las demás mujeres. Paula sí le importaba y lo estaba volviendo loco de una forma u otra.

—Bájate. Ahora.

—No me des órdenes —dijo mientras continuaba pintando el techo del cobertizo.

Pedro la agarró por las caderas y la levantó. La brocha, el cubo y la escalera salieron volando, pero acertó a ponerle los pies en el suelo.

—Eres la mujer más testaruda que he conocido. Ya te he dicho que no quiero que subas ahí.

—Y tú eres un estafador. ¿Piensas que eres un tipo moderno y sofisticado? Eres casi un cavernícola en lo que respecta al tema de las mujeres.

Tenía razón. Él había llegado a la misma conclusión, pero nunca había sentido la necesidad de proteger a alguien como a Paula, y ella se lo estaba poniendo difícil.

—Si te rompes el cuello me demandarán —comentó él bromeando.

—No tengo familia ¿recuerdas? No habrá nadie para contratar al abogado.

—Nos tienes a nosotros. Eres una Alfonso honorífica.

—¿Quieres decir que los Alfonso demandarán a su propia familia por la muerte de un miembro honorífico? —dijo sonriendo—. Es muy amable que digas eso, pero ya me engañé una vez sobre tener una familia nueva y no voy a permitir que me pase otra vez.

—¿Engañarte? ¿De qué estás hablando?

—Cuando me casé. Butch tenía algunos hermanos más jóvenes, a su madre y sus abuelos y pensé que finalmente iba a pertenecer a una familia. Después me di cuenta de que él estaba en un bando, los demás en otro y de que yo seguía siendo una intrusa.

Algunas cosas que no entendía sobre Paula, de repente cobraron sentido.

—No es que me casara con él por su familia —añadió—, pero era agradable pensar… ya sabes.

La entendió tan bien que le resultó difícil pensar en algo más que en estrecharla en sus brazos y prometerle que todo iría bien. Pero no podía prometer algo así y, de todos modos, ella no lo creería.

—¿Te interesaría saber que mi ma
dre todavía te recuerda con cariño?

—¿Se acuerda de mí?

—No debería sorprenderte tanto. Tú eres una persona para recordar, Paula.

—Sí, claro.

—Pues sí, claro. ¿Sabes una cosa? Creo que no te he agradecido lo suficiente que le endosaras ese felino feísimo a mi abuelo.

—No es feo —dijo Paula indignada.

—Tiene una cara tan horrible que sólo su madre lo puede querer y… es sólo patas.

—Eso es porque todavía está creciendo. Una vez que sea adulto te impresionará su belleza. Ya verás.

Pedro la creyó. Como todo lo que ella hacía, el gato sería fantástico.

—Y no te lo he endosado. Tú apruebas lo que he hecho. No lo niegues.

—Lo apruebo. Y, como te he dicho, no te lo he agradecido lo suficiente.

—No tienes que agradecerme nada.

—Sí que tengo.

Paula conocía ese tono de voz e, instintivamente, su cuerpo respondió. No quería que 
Pedro tuviera tanto poder sobre ella, pero era inevitable. Pedro sólo tenía que mirarla de determinada manera y se le calentaba la sangre. Sus fuertes manos agarraron su trasero y lo tocaron lenta y seductoramente.

—Se nos ve desde la casa —recordó ella.

—Así estamos a salvo —murmuró 
Pedro al besarla.

Al final de su matrimonio Paula había hecho todo lo posible para evitar tener relaciones con su marido, incluso cuando las cosas parecían ir más o menos bien entre ellos, pero que 
Pedro la abrazara era diferente. Pedro era más alto y más fuerte que Butch y en sus brazos no se sentía indefensa. Era como si estuviera volando y Pedro fuera la poderosa corriente de aire que la mantenía en vuelo. La necesidad de que él se uniese a ella disipó las dudas que tenía y cuando sus dedos la tocaron de una forma sexual, Paula se puso tensa recordando sus palabras.

«Así estamos a salvo…»

Ya. No podían hacer el amor donde cualquiera podía verlos y 
Pedro lo sabía, por eso había elegido ese lugar.

Pedro… no.

El hundió su cara en la curva de su cuello.

—No sabía… que era masoquista —susurró.

Paula quiso preguntarle por qué no había insistido más. No en aquel momento, sino otras veces cuando podía haber sido posible. Podían haberlo hecho junto al arroyo o cuando habían estado perdidos entre el follaje del jardín. Pero quizá debería aceptar lo que había sin hacerse muchas preguntas.

—Gracias —susurró él besándole el cuello.

Por un momento, Paula no supo de lo que le estaba hablando, pero, de repente le vino a la mente. Vincent y su abuelo y su plan de juntar dos criaturas que estaban perdidas



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 42





Paula cerró los ojos, dejándose llevar por una fugaz debilidad. Le encantaba sentir los brazos de 
Pedro y el latir de su corazón contra su mejilla. Nunca hubiera imaginado que fuera lo suficientemente perceptivo como para notar la incomodidad que le provocaba el tema del dinero u otras cosas y, de nuevo, estaba equivocada. No se parecía en nada a su ex marido.


Su proximidad le estaba causando incomodidad por otra razón, así que Paula se apartó y trató de sonreír como si nada hubiera pasado.

—Todos tenemos esos momentos. Se llama ser humano. ¿Adivinaste el plan que tenía con Vincent?

—¿Que no habías planeado llevarlo a tu casa? Sí, lo adiviné —no parecía enfadado—. Ese gato es imposible de ignorar y exactamente lo que necesitaba el abuelo. Es increíble todo lo que ha mejorado.

—Pensé en adoptar un animal de la perrera, pero cuando vi a Vincent y que no se asustaba con toda esa gente y con el ruido, pensé que sería perfecto.

—Sí, perfecto —repitió 
Pedro con tono irónico. A ella no le importó, Pedro, a quien le gustaba tener todo controlado, se había tomado las cosas muy bien.

En aquel momento, el gato imposible de ignorar entró en la cocina, maulló y le dio con la pata a su plato con el pienso.

—Pobrecito, quiere atún —comentó ella.

—No, es que se pone histérico cuando ve su plato vacío. Lleva aquí unos días y ya es el amo de la casa.

Pedro sacó el saco con el pienso y rellenó el plato de Vincent. Más tranquilo porque ya no iba a morir de hambre, Vincent ignoró el pienso y frotó las piernas de Paula con su cuerpo.

—Quiere su atún —observó 
Pedro.

Paula abrió la lata que había llevado.

—¿Cuándo es la cita del saco de pulgas con el veterinario?

—No es un saco de pulgas, lo bañé hace dos días, ¿te acuerdas? De todas formas la cita es a las ocho —dijo Paula mientras ponía el atún en otro plato y lo dejaba en el suelo. Vincent atacó el pescado como si llevara días sin comer.

Después de lavarse las manos, Paula puso un donut de chocolate en un plato y sacó una bebida nutritiva de la nevera.

—Es la primera cita del día, así que no tardaremos mucho. Probablemente esté aquí a las nueve y podamos empezar a trabajar en el jardín.

—Iré contigo.

—Vale. ¡Ah! Esta noche es cuando se juega al bingo en la residencia, por si todavía quieres ir.

—Iremos. Ya se lo comenté al abuelo y dijo que podía ser divertido.

Paula asintió y desapareció en el recibidor. Un instante después la oyó hablando con su abuelo.

Pedro le dio un mordisco al donut y pensó que dos meses antes nada lo hubiera hecho ir al bingo. Pero dos meses antes se encontraba en Chicago, temiendo otro viaje a Divine, al saber que su abuelo había empeorado y que no había nada que él pudiera hacer.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 41




—Miau.


—Vale, sube.

Pedro vio cómo su abuelo se daba unas palmaditas en la pierna y cómo Vincent subía a su regazo ronroneando. Nadie podía ignorar a Vincent, era una fuerza imparable. Como Paula. Sólo que Paula deleitaba la vista con su sonrisa y su feminidad, mientras que Vincent tenía cara de gángster. Pedro se inclinó hacia delante envalentonado por lo que había visto desde el vestíbulo la noche anterior.

—Abuelo, tienes que ir al médico. Tenemos que preguntarle sobre la medicación para la depresión o, al menos, tienes que explicarle qué pasa y cómo te sientes, en lugar de fingir que todo va bien cuando vas a verlo.

—No estoy deprimido —respondió el abuelo.

—Sí, claro. Entonces, ¿por qué te sientas durante horas mirando la nada? ¿Por qué cuando no estás mirando la nada estás dormido? Y qué me dices de haber vendido el retrato de la bisabuela Helena por cinco dólares en el mercadillo, o de repente haber notado, después de tres años que el jardín estaba hecho un asco.

Se miraron el uno al otro.

—Piénsalo —añadió 
Pedro—. No hay nada malo en recibir ayuda… Además, a la abuela no le gustaría que estuvieras así.

—Vale, me lo pensaré —respondió tras un largo silencio.

Pedro respiró aliviado. No sabía si había hecho lo correcto, pero al menos había hecho algo. Se sentó a beberse el café con la mirada puesta en las puertas de cristal que daban al jardín. Paula solía entrar a esas horas de la mañana por la puerta de atrás temiendo despertar a alguien. Él se había acostumbrado a levantarse al amanecer y rara vez estaba en la cama cuando ella llegaba. Dormía poco porque se quedaba trabajando hasta tarde, pero merecía la pena.

¿La merecía? Ese pensamiento lo hizo sonreír. Había habido un tiempo en el que no hubiera dejado que nada lo distrajese de su trabajo. Pero cuanto más tiempo pasaba con Paula, mejor comprendía que el trabajo era interesante y gratificante, pero que sólo era trabajo y que la vida era algo más.

Minutos después, Paula apareció y él la saludó con la mano, intentando aparentar que se estaba relajando bebiéndose el café. Pero no lo estaba. La llegada de Paula se había convertido en el engranaje de sus días y de los de su abuelo.

—Buenos días —dijo Paula al entrar por las puertas de cristal—. He traído donuts y atún.

Las orejas de Vincent se levantaron al oír la palabra «atún». Aprendía rápido y en pocos días era capaz de distinguir el sonido del abrelatas desde el otro lado de la casa.

—¡Miau!

—Hola, pequeño —le rascó la nuca y él cerró los ojos de gusto—. Me temo que no estarás tan cariñoso conmigo después de que hoy te lleve al veterinario.

—Por eso lo sobornas con el atún —dijo 
Pedro.

Él también ronronearía si ella lo tocara de esa forma.

Pedro recordaba vagamente cuando pensaba que una mujer tenía que tener abundantes pechos. En aquel momento miraba a Paula y veía un bonito equilibrio, lo que le parecía más que todo lo que aquellas otras mujeres tenían. Debió de ser la forma en la que ella lo miró lo que hizo que su pulso se acelerase.

—Sí, el soborno funciona. Pero he estado pensando… —parecía preocupada de repente—, no estoy segura de si a mi gato le va a gustar tener un competidor. Da Vinci puede ponerse muy celoso y eso no es bueno para Vincent.

Pedro se atragantó y se tapó la boca. No le molestaba en absoluto la dulce manipulación de Paula y el hechizo que ejercía en su abuelo y en él era placentero.

—Puede quedarse aquí un tiempo si tú quieres —ofreció el abuelo.

—¿De verdad? —parecía aliviada—. ¡Eso es genial! Pero no quiero que sea una molestia, así que traeré otra caja para su arena y el veterinario me recomendará la comida apropiada cuando lo examine, así que se la compraré allí.

—Dile que envíe aquí la factura —dijo el abuelo.

—No puedo hacer eso. ¿Has decidido ya qué vamos a plantar en el huerto? —añadió rápidamente.

—Tomates —murmuró mientras acariciaba a Vincent.

—A mí también me gustan. ¿Alguien quiere donuts? Voy por servilletas.

Paula no esperó la respuesta sino que se dirigió a la cocina tan rápidamente como si le estuvieran mordiendo los talones.

Pedro la siguió.

—¿Qué te pasa? —preguntó.

—¿A qué te refieres?

—Te has puesto rígida cuando el abuelo ha sugerido pagar la factura del veterinario. Los dos sabemos que Vincent se va a quedar aquí, así que, ¿por qué no dejas que el abuelo pague la cuenta?

—Yo puedo pagar mis facturas, gracias.

—Paula, tú ayudas a todo el mundo. De vez en cuando podrías dejar que alguien hiciera algo por ti. Sé que te ganas la vida muy bien y que puedes pagar tus cosas, ¿por qué es un asunto tan espinoso?

El tema espinoso era que había crecido con un padre que no podía llegar a fin de mes y donde no había dinero para pagar lo necesario, como comida o el alquiler. 

El asma que tenía lo mantuvo inactivo un largo período, al igual que su incapacidad para llevarse bien con la gente.

—¿Paula?

—Algunas veces me tomo mal las cosas, eso es todo. Es por mi infancia. Fue duro crecer como la niña que siempre tenía que comprar en tiendas de segunda mano o que nunca compraba el almuerzo del instituto porque era demasiado caro —aclaró odiando cómo sonaba lo que acababa de decir. No estaba avergonzada de su infancia, pero la había afectado.

—Pero aun así te has convertido en la persona más generosa del mundo. Eres una mujer excepcional, Paula. Ojalá yo hubiera sido alguien mejor cuando éramos niños, porque podría haber aprendido mucho de ti —dijo 
Pedro mientras la estrechaba entre sus brazos.

—Tuviste tus momentos.

—Sí, momentos de los que no me siento orgulloso.