jueves, 7 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 15




El lunes era mi primer día de trabajo en el hospital, al llegar me dirigí hacia la oficina de recursos humanos. Estaba nerviosa, las manos me sudaban un poco.


«Tranquila Paula, todo va a salir bien», me animé mentalmente y entré en la oficina.


—Buenos días —saludé.


—Buenos días, ¿cómo puedo ayudarla? —Respondió una chica pelirroja.


—Soy Paula Chaves, me están esperando —dije con calma.


—Siéntese por favor, en un momento la atienden.


La salita de espera era pequeña, solo estaba ocupada por el escritorio de la pelirroja y unas cuatro sillas apoyadas a la pared. Había un hombre esperando, que no apartaba la vista de la pantalla de su móvil. Me senté tratando de relajarme, mis manos sudorosas me delataran en cuanto salude a la persona que me iba a atender.


Abrí el bolso en busca de una servilleta para secarme las manos, puse el móvil en silencio y tomé una bocanada de aire.


Justo en el momento en que expulso el aire retenido, aparece Linda Sullivan, la amiga de mi padre, la misma chica que había estado con Pedro en Dallas. Salió de la oficina principal.


¿Cómo era posible? «Realmente este mundo era un puto pañuelo. Esa mujer tiene algo que no me gusta, pero todavía no sé qué es».


—¡Doctora Paula Chavess!, es un placer verla otra vez, pase adelante —me levanté y le estreché la mano.


—Gracias —la seguí y entramos a un pequeño despacho.


—Siéntese doctora Chaves, ¿le ofrezco algo de beber?


—No gracias, estoy bien por ahora —Linda rodeó el escritorio hasta llegar a su silla.


—Necesito que me firme unos documentos, luego le haré entrega de las credenciales que debe portar en todo momento y la acompaño a su departamento —abrió una de las gavetas y sacó un sobre de manila—Si voy muy rápido me avisa doctora.


—No te preocupes Linda, te sigo perfectamente.


Treinta minutos más tarde y luego de saturar mi cerebro con una cantidad de información sobre políticas del hospital que ya conocía gracias a mis pasantías en el área de consultas, nos dirigimos al departamento de emergencia de niños. 


Linda caminaba tan rápido que no era fácil llevarle el paso.


—¿Tiene alguna pregunta para mí doctora Chaves? —me miró por el rabillo del ojo sin aminorar detenerse.


—Hasta ahora esta todo claro. —Y era cierto lo que estaba era ansiosa por trabajar.


Linda usó su credencial para abrir las puertas del departamento. El espacio era inmenso, un circulo completo, con el cuartel de las enfermeras en el centro, y alrededor estaban ubicados los cubículos de los pacientes con su respectiva camilla, sillas e instrumentos necesarios.


—Doctora, le voy a presentar al doctor jefe y encargado. Él será su superior inmediato, la persona a la que usted deberá rendirle cuentas —después de decir aquello se acercó a una enfermera para hacerle una pregunta. Aproveché la ocasión para darle un vistazo al recinto—El doctor está ocupado en estos momentos —me afirmó Linda acercándose a mí de nuevo—Bueno doctora, hagamos otra cosa, la voy a llevar a que se cambie y deje sus pertenencias. Así se familiariza con el hospital mientras esperamos a que se desocupe —asentí y la seguí.


Caminamos por un amplio pasillo y entramos en uno de los cuartos. Era grande y poseía una luz tan blanca que casi era enceguecedora. Parpadeé un par de veces, hasta que me adapté a la intensa claridad. De un lado del salón estaban los casilleros, al final se encontraban los uniformes azules y verdes en una estantería, ordenados por talla. Busqué uno hasta dar con la mía.


Linda me explicó el funcionamiento de los compartimientos para dejar el bolso y la ropa, luego me hizo entrega de un candado de combinación.


—Bueno, doctora, la dejo para que se cambie. Después preséntese en la sala de emergencias. Allá le dirán lo siguiente que debe hacer —sonrió satisfecha, mis nervios habían desaparecido, me sentía más tranquila.


—Gracias una vez más, Linda. —Ella se despidió con la mano desde la puerta y me deja sola.


Con calma me cambié y guardé mis pertenencias, total, el jefe estaba ocupado. Además estoy desesperada por un café, sería mejor buscarlo antes de conocerlo, también quería darle una vuelta a papá y que me viera con el uniforme azul. Me hago una cola alta y camino hasta la cafetería.


Con dos cafés en las manos, entré en el elevador y pulsé el botón del cuarto piso. Una pareja acompañados por una niña de seis años aproximadamente, me acompañaron, la niña me observaba con timidez. Le guiñé un ojo haciéndola sonreír. Al abrirse las puertas esperé a que salieran primero.


Me dirigí al consultorio de papá. Conocía el camino como la palma de mi mano. Tenía una sonrisa permanente en el rostro. Entré a la pequeña recepción y vi que había dos pacientes esperando.


«Ojalá pueda atenderme rápido, no me podía quedar mucho o me metería en problemas en mi primer día de trabajo».


Enseguida me dirigí a la secretaria.


—Buenos días, Mirian, ¿estará el doctor Chaves desocupado? —Ella guiñó un ojo y lo llamó por el teléfono interno.


—Puede pasar, pero sólo cinco minutos, tiene pacientes esperando. —Le sonreí en agradecimiento y me encaminé a la puerta.


—Gracias —le dije antes de desaparecer.


—¡Paula!


—Te traje café, no me puedo quedar mucho tiempo, todavía no me he entrevistado con el doctor jefe de departamento, está ocupado. —Me observó y soltó una carcajada de repentina.


—Será mejor que te vallas, no vaya a ser que te metas en problemas. Dicen que es un cascarrabias. En lo que termine aquí paso por la emergencia. —Recibió la bebida y me besó en la mejilla—Y gracias por el café, lo necesitaba.


—¿Cascarrabias?, ¿por qué no me conseguiste trabajo aquí contigo? —Aun sonriendo me animó a salir.


—Anda, Paula, no te quejes. —«Tenía razón, me había vuelto una quejona», me despedí rápido y salí del consultorio.


Terminé el café de camino a la sala de emergencias. Tiré el vaso plástico en el bote de la basura y usé la credencial para abrir la puerta doble. Repetí el mismo procedimiento en el área de enfermería.


—Hola, ¿él jefe del departamento ya se desocupó? —Pregunté a la enfermera encargada.


Ella asintió y me señaló con la mano la tercera puerta del área de habitaciones, donde estaba ubicada su oficina. Me dirigí con paso ligero, toqué despacio y esperé.


—¡Adelante! —Esa voz gruesa y fuerte me causó un estremecimiento, pero estaba tan preocupada por no causar una mala imagen que entré mirando al piso para no tropezarme.


—Buenos días, soy la doctora Chaves… —Quedé muda al subir la mirada y tropezar con los únicos ojos azules capaces de acelerar los latidos de mi corazón.


—Doctora Paula Chaves, estamos comenzando mal… ha llegado tarde en su primer día.





MISTERIO: CAPITULO 14




La alarma del móvil me despertó a las siete de la mañana. A pesar de ser sábado quería levantarme temprano. Deseaba ver a Pedro antes que se marchara. Corrí hasta la sala y lo que vi me entristeció: todo el lugar estaba perfectamente arreglado. Había llegado tarde, ya se había ido.


Papá apareció vestido con su ropa de correr. Me miró y entrecerró los ojos. Conocía esa mirada, a él no se le escapaba nada.


—¿Te vienes conmigo al parque? —Su invitación me agradó, no podía negarme.


—Dame cinco minutos, me cambio enseguida. —Él sonrió y fue a la cocina para esperarme.


Regresé minutos más tarde, mi padre me ofreció café antes de irnos y yo acepté sin protestar. Al salir nos dirigimos a Central Park, era su lugar favorito para hacer ejercicios. 


Comenzamos estirándonos.


—¿Qué pasa con Oscar? —Su pregunta fue prudente, pero no estaba segura de querer contarle.


—No sé, debe ser estrés, tiene mucho trabajo en la firma. —Podía jurar que él no se había tragado ese cuento. Miró para otro lado y negó con la cabeza.


—Caminemos, tenemos que calentar los músculos. —Tomó un trago de agua de su botella, se aclaró la garganta y agregó—Me pareció que estaba celoso, espero que sepas lo que haces, hija. Pero si no quieres hablar de eso, entonces cambiemos de tema. ¿Qué planes tienes para la tarde? —Lo miré sonriendo porque sabía que mi respuesta le iba a encantar.


—Tarde de chicas con Alicia y las gemelas. —Me devolvió una sonrisa.


—Alicia y las gemelas… —repitió bajito, creo que estaba pensando en voz alta. Al darse cuenta de su error se sonrojó—El que llegue primero prepara el desayuno —se apresuró en agregar y salió corriendo. Era un tramposo.


Mi tarde de chicas se desarrolló en un parque infantil. 


Jugamos con Amy y Tara, las hermosas gemelas de Alicia, hasta que no pudieron más con sus pequeñas almas. Luego hicimos un picnic y cerramos la tarde compartiendo unos ricos helados de frutas.


Al llegar extenuada al departamento me tiré en la cama. Le había prometido a papá mientras corríamos en el Central Park que terminaría de leer el diario de Elizabeth pronto, me quedaba muy poco por leer. Debía hacerlo para pasar esa página y seguir adelante.


Papá tocó la puerta de mi habitación para avisarme que iría al hospital, tenía un caso pendiente que quería estudiar. Yo me cambié de ropa y busqué en el interior de la gaveta de la mesita de noche el diario, y me senté en el sillón al lado de mi cama para terminarlo.


James no volvió a llamar.


James nunca pudo ser un prestigioso abogado graduado de Yale.


James y su familia, nunca llegaron a Carolina del Norte, porque todos murieron en un trágico accidente automovilístico.


Rob y Claire vinieron a mi casa dos días más tarde de nuestra despedida. Los dos tenían los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar. Me desplomé en el piso cuando escuché la noticia, no paré de gritar, maldecir y negar con la cabeza.


Claire se arrodillo a consolarme, Rob al ver la escena se nos unió, y lloramos sin parar sabe Dios cuánto tiempo.


El servicio fue muy triste, me sentía con los ánimos por el 
suelo, y como si fuera poco, empeoraba cada día que pasaba. Pero tenía que ser fuerte por mamá y la enfermedad de papá, que para rematar, estaba peor de salud.


Rob regresó a Boston al día siguiente del entierro, Claire se quedó conmigo un par de días.


—Ely, te veo pálida. Anda, come un poco de fruta —me ofreció un plato lleno de fresas, mis favoritas.


—No me provocan Claire, no tengo hambre. —Ella se sentó a mi lado y acarició mi espalda.


—Estas muy delgada, Ely, puedo sentir tus huesos, tienes que comer. —La miré y con esfuerzo me llevé una fresa a la boca, pero el olor de la fruta me provoco nauseas. Salí corriendo al baño.


—¿Desde cuándo estas así? —preguntó muy seria.


—Desde hace dos semanas, creo que es un virus —dije desganada mientras terminaba de asearme.


—Mañana te llevo al médico, tú no estás bien —lo dijo como si estuviera dictando una sentencia.


Claire se encargó de todo, me llevó a un laboratorio, allí me hicieron un examen de sangre y otro de orina. Nos dijeron que volviéramos después del mediodía por los resultados. 


Así lo hicimos, después del almuerzo, estábamos de vuelta.


Como un mal presagio, se apareció en la sala de espera una enfermera de cara redonda y cabellos despeinados. Me llamó por mi nombre y apellido. Como un resorte me pare de la silla y la seguí, me giré buscando la mirada de mi amiga que no hacía más que asentir con la cabeza.


Seguí a la enfermera por un estrecho pasillo que nos condujo a un pequeño consultorio, allí estaba otra mujer, se hacía llamar doctora Lani.


—¿Qué edad tienes Elizabeth? —pregunto mientras habría una carpeta.


—Dieciocho años —dije nerviosa.


—Qué bueno, ya eres mayor de edad, para serte sincera, luces de dieciséis —comentó estudiando mis facciones—Aquí tengo tus resultados, me gustaría que después de lo que te voy a decir, me prometas que vas a pensar muy bien tu situación —me miró buscando mi aprobación, solo asentí con la cabeza—Estas embarazada, de apenas seis semanas, tienes que cuidarte mucho y alimentarte como es debido —me entregó una bolsa que contenía una cantidad de papeles informativos y vitaminas a base de hierro.


—Gracias —fue lo único que logré decir, me levanté sintiéndome aturdida por la noticia, apreté mis manos alrededor de la bolsa y caminé en busca de Claire.


No dijimos ni una palabra, mi mente me llevó a la tierra de los recuerdos, donde James se encontraba. Recordé sus intensos ojos verdes, su bella sonrisa y sin más rompí a llorar. Cómo lo extrañaba, cuanto lo amaba, que iba a ser mi vida sin él y ahora esta sorpresa, un bebé. El fruto de nuestro amor estaba en mi vientre. Me sentí sola, afligida y rota, llena de dolor.


—¿Qué vas a hacer Ely? —me preguntó Claire con lágrimas en los ojos.


—No sé, tengo miedo —sollocé por un buen rato.


Pronto llegó el 3 de Junio, fue el día en que naciste, estaba muy asustada, mis padres seguían sin saber nada, nunca los quise molestar con mis problemas. Ellos se habían mudado a Dallas para seguir ayudando a mi padre con un nuevo tratamiento y nunca se dieron cuenta de mi estado. Ya bastante tenían ellos.


Me habían hablado de un programa para darte en adopción, pero mi corazón se encogía cada vez que pensaba en eso. 


La otra opción que tenía era que te quedaras conmigo, pensé en que sería una mamá joven y hasta que quizás tú me darías las fuerzas necesarias para salir adelante.


Desde la muerte de James, tu padre biológico, me encontraba sumergida en un estado depresivo muy fuerte. 


Había sido diagnosticada con un cuadro de bipolarismo y estaba siendo medicada con un tratamiento de antidepresivos de por vida. Pero si te soy sincera, no sentía las fuerzas necesarias, como tampoco creía que pudiera ser algún día una buena mamá.


Claire y Rob fueron a visitarme al hospital, y en cuanto los vi supe que ellos serían las personas adecuadas para quedarse contigo y darte un hogar lleno de amor. Créeme les pedí el favor más desesperado de toda mi vida.


Rob se tuvo que hacer pasar como mi novio, para que apareciera registrado como tu padre legal en el acta de nacimiento, de esa forma él sería tu representante legal a partir de ese momento. La única condición que puso, fue el escoger tu nombre.


—Se llamará Paula Chaves —dijo serio y determinado.


No cabe duda que fue una decisión dura y triste, pero no me arrepiento de haberlo hecho, estoy segura que Rob ha hecho contigo, querida Paula, un trabajo excelente. No me juzgues y te ruego que seas feliz, te lo mereces.
Con amor…


Elizabeth Benson.


Tapé mi boca con una mano. Un sollozo se escapó de mi garganta. En lo único que pensaba era en mi padre, Roberto Chaves, el muchacho estudiante de medicina que se hizo cargo de la hija de su mejor amigo. El hombre que me había dado todo: cariño, apoyo infinito y compresión.


Me derrumbé en el piso, las lágrimas no paraban de salir. Mi corazón estaba oprimido produciéndome un dolor tan grande en el pecho, que por un momento creí que estaba sufriendo un infarto. Respiré profundamente dándome cuenta que era un ataque de pánico, causado por demasiadas emociones acumuladas y años de dudas. Jamás imaginé que esa fuera mi verdad.



El sonido de la puerta de la entrada me hizo reaccionar. ¿Mi padre ya había regresado del hospital?


Me levanté aun llorando todavía y salí a la sala tratando de limpiarme las lágrimas.


Mi corazón se emocionó al ver a mi padre buscando desconcertado algo sobre la mesa. Sin darle explicaciones me le colgué del cuello. Era imposible reprimir mi alegría.


—¡Decidido!, voy a dejar las llaves más seguido —expresó con una sonrisa, envolviéndome entre sus brazos, y haciendo uso de su especial sentido del humor.


—Papá… —Las palabras se ahogaron en mi garganta.


—Supongo que terminaste de leer el diario —intuyó acariciándome la espalda—Sabía que te pondrías así, vamos a sentarnos y hablamos. —Lo solté del cuello y lo tomé de la mano para caminar juntos hasta el sofá.


—Primero que nada, quiero agradecerte… —comencé, pero él me detiene sin darme oportunidad de seguir.


—Basta Paula. Nunca y óyeme bien, nunca me agradezcas el haberme encargado de ti. Aunque biológicamente no seas mi hija, para mí lo eres. Siempre serás el tesoro más grande que la vida me ha regalado, eso que nunca me he atrevido compartir. Eres el fruto del único amor que tuvo James, mi mejor amigo —hizo una pausa para secar mis lágrimas—Quise a James como a un hermano, y me dolió mucho su muerte. Él fue un chico brillante, inteligente, ¿sabías que quería ser abogado? —Yo tenía un nudo en la garganta, que no me dejaba pronunciar palabras—¡Maldita carrera!, si no hubiese sido por ella nunca se hubiese ido… lo siento hija, me duele recordar —Ahora podía entender a que se debía su terco silencio, como también su aberración por Oscar. Su carrera de abogado le recordaba a James y su terrible accidente.


—Lo siento, papá. ¿Sabes de qué murió Elizabeth? —indagué acomodándome en el sofá.


—No lo sé. La última vez que supe de ella fue cuando te llevé conmigo en brazos del hospital. Lo siento, Paula, pero cuando Elizabeth se despidió de ti, yo nunca más quise saber de ella. Nunca aprobé su decisión, intenté convencerla de lo contrario. —Lo admiré por ser tan sincero, aunque eso no evitó que sus palabras me dolieran.


—Entiendo, y… su amiga, Claire, ¿la has vuelto a ver? —Sus facciones se endurecieron. La pregunta no le había caído bien.


—Ella siguió con su vida. Trató de ponerse en contacto conmigo cuando tenías cinco años, pero no quise que nos reuniéramos. Me parecía absurdo encontrarnos y revivir un pasado olvidado y lleno de esqueletos. —En muchos sentidos él tenía razón, nada se hubiese ganado con eso.


—¿Los abuelos saben la verdad? —lo miré atenta.


—Sí, me apoyaron en todo. Ellos le tuvieron mucho aprecio a la familia de James, y aunque no fue fácil guardar este secreto Paula, no queríamos que la verdad te afectara de alguna manera. Todos te queremos, hija, y siempre te hemos protegido.


—Lo sé, eres el mejor papá del mundo. —Nos fundimos en un abrazo. Una sensación de alivio invadió mi corazón, ahora que sabía la verdad me sentía liberada, podía mirar al futuro sin miedos. Mi pasado no era más que la consecuencia de una triste historia de amor.


El sonido del timbre nos sacó de nuestro momento. Papá se levantó a ver de quien se trataba. Minutos más tarde regresó con un ramo de rosas en una mano y una tarjeta en la otra, que extendió hacia mí. Llena de curiosidad la abrí para leerla.



Paula, te pido disculpas por mi comportamiento de ayer, me porté como un imbécil, pero por un momento sentí que te estaba perdiendo… dime que estoy equivocado, que son solo imaginaciones mías. Te amo Osita.
Tuyo, Oscar.


—¿Y bien, de quien se trata? —preguntó mi padre colocando el ramo sobre la encimera de la cocina.


—Oscar, es su forma de disculparse por lo de ayer. —Me acerqué a las rosas para olerlas.


—Por lo menos tiene estilo el muchacho. ¿Puedo hacerte una pregunta que no tiene nada que ver con todo esto? —Indagó metiéndose las manos en los bolsillos de su pantalón—Te confieso que se me hace incómodo tener que hacerlo —expresó con cierto rasgo de pena en la voz.


—Adelante, pregunta lo que quieras. —Lo animé con una sonrisa.


—¿Tú crees que me vería muy desesperado si invito a Alicia a cenar? —Aquello me enterneció.


—Doctor Roberto Chaves, usted está sufriendo un cuadro de enamoramiento agudo. Le aconsejo que no pierda tiempo y haga lo que le dicte su corazón. —Él sonrió como un
chiquillo, regresó a la mesa de la sala, logrando hallar las llaves y caminó hasta la puerta—¡No lo dudes papá! —Le grité antes de verlo desaparecer.


Al quedar sola pensé en Oscar y vi el hermoso ramo que tenía enfrente. Las metí dentro de un jarrón y busqué el móvil para enviarle un mensaje de texto.


Paula: Gracias por las Rosas, son hermosas.


Oscar: Lo siento de corazón, espero puedas perdonarme.


Paula: También lo siento. Si eso te hace sentir mejor.




MISTERIO: CAPITULO 13




Pedro se acercaba a mí cada vez más, liberó mi barbilla para colocar su mano sobre la mejilla. Podía sentir su olor, el calor de su piel y hasta la agitación de su respiración. 


Estábamos tan cerca que me sentía tentada a besarlo, pero tenía miedo a su rechazo.


—Le temo a un nosotros y a esta atracción tan fuera de control que sentimos —le aseguré en voz baja.


Escuchamos risas que provenían del pasillo. El momento se arruinó. Enseguida volvimos a nuestras posiciones anteriores y esperamos a que la puerta se abriera.


—Paula, Pedro, pasemos a la sala, tenemos visita —anunció mi padre sonriendo. Como por arte de magia todo su mal humor se había esfumado, y se lo tenía que agradecer a quien estuviese afuera.


Lo seguimos y me sorprendí cuando vi a Alicia sentada en el sofá, y sin las niñas. Ella se levantó en cuanto nos vio llegar. 


Lucía preciosa, el cabello suelto le hacía ver radiante.


—Aly, ¿qué haces aquí? —la saludé con un pequeño abrazo.


—¿Roberto no te dijo? —Intercambié una mirada con papá. Él me sonrió como un niño travieso.


«Esta casa era un manicomio».


—Disculpa, hija. Alicia quiero presentarte a un viejo amigo de la familia, Pedro Alfonso. —Ambos estrecharon sus manos con cordialidad—Alicia es la mejor amiga de Paula, además de ser nuestra vecina. —Mi amiga asentía a todo lo que decía papá. «Viéndolo bien, hacían una bonita pareja. Ojalá aquello no fuera un entretenimiento más para ninguno».


—He escuchado hablar de ti, Pedro —dijo sonriendo.


—Espero sean cosas buenas. —El comentario nos hizo reír a todos.


—De las dos, Pedro, de las dos. —Nuevamente las risas retumbaron en la sala, eso logró calmarme un poco. 


Los miedos, la rabia y la culpa que había sentido por la discusión con Oscar y la visita inesperada de Pedro, comenzaba a aliviarse.


—Bueno papá, cuenta, nos tienes en ascuas. —Él se aclaró la garganta y tomó impulso.


—Quería invitarlos a todos a tomarnos algo por ahí, esta noche tenemos un buen motivo para celebrar.


—¿Un motivo?, ¿se puede saber cuál? —Los invito a sentarse señalando el sofá con la mano.


Pedro Alfonso ha regresado a Nueva York para quedarse. —Miré a Pedro perpleja y le pregunté con la mirada si era verdad. Él pareció entenderme porque asintió.


—¿Entonces, a dónde vamos? —Indagó Alicia—Miren que le estoy pagando a una vecinita para que cuide a las gemelas, y les aviso que sólo tenemos tres horas. —Los hombres soltaron unas sonoras carcajadas, Aly no tenía filtro, papá tendría que ponerse las pilas si quería seguirle el ritmo.


—Me cambio rápido y vuelvo —dije, saliendo rápido de la sala. Logré escuchar un grito de Pedro.


—¡No te tardes Mía, que andamos con la cenicienta! —Las carcajadas que siguieron ese comentario se escucharon hasta en mi habitación. Me vestí, maquillé y peiné en tiempo record, para salir y sorprenderlos a todos por mi rapidez.


—Amiga, hermosa como siempre —Alicia me agarró de la mano, para luego dirigirse a mi padre—Una pregunta, Roberto —Papá la observó con curiosidad—¿Tú bailas? —Él entrecierra los ojos y negó con la cabeza.


—Señorita Alicia, ¿por quién me has tomado?, solo tengo cuarenta y seis. A ver ¿cuántos años tienes? —La forma en que se miraron era sugerente. Confirmado: se gustan y era mutuo.


—Te creo, Roberto, no hay necesidad de hacerle ese tipo de pregunta a una dama —sonrió ella con coquetería.


—Ustedes son un caso perdido, será mejor que nos vayamos —añadió Pedro, luego se me acercó para tomarme del codo y susurrarme al oído—Estas preciosa, Paula. —El calor de su aliento hizo que el vello de la nuca se me erizara.


Llegamos en un taxi a un bar de varios ambientes. Papá estaba decidido a enseñarle todas sus virtudes a mi amiga.


Nos sentamos en una mesa y pedimos platillos para picar, y una ronda de cerveza para todos. A la segunda ronda, Alicia se levantó de su asiento y se llevó consigo a mi padre a la pista.


—¿Quieres bailar? —me preguntó Pedro tomándome de la mano. El momento se había vuelto íntimo.


—Sí, vamos —Estaba sonando una balada, era la primera vez que bailábamos. Por el rabillo del ojo busqué a mi amiga, no me gustaría que mi padre me viera en una situación embarazosa, y mucho menos, quería verlo a él.


Pedro era cuidadoso y podía imaginar que estaba pensando lo mismo que yo. Me acerque a él. Le rodeé el cuello con mis brazos mientras él hizo lo mismo con mi cintura.


—He venido hasta Nueva York a demostrarte que no estoy jugando Paula —susurró al tiempo que sus manos acariciaron mi espalda.


Sus palabras fueron una sorpresa inesperada. La sensación fue tan agradable que me olvidé de mis temores y apoyé la cabeza en su cuello, aspirando su aroma. Era embriagador. 


Los movimientos de nuestros cuerpos se hacían cada vez más lentos. Me acerqué un poco más a él, sintiendo en mi vientre la dureza que había en su entrepierna. Ambos comenzamos a respirar con agitación. Deseaba besarlo, arrancarle la ropa y tocar cada centímetro de su cuerpo.


Al acabarse esa canción colocaron una música más movida. 


Nos separamos, y entre sonrisas nos abrimos camino entre la gente hasta llegar a la mesa, donde una parejita fantástica nos esperaba.


—Le he revelado mi edad a Roberta, y creo que he perdido mi encanto. —Todos reímos, eso no era más que una broma. Alicia, con tan solo treinta y tres años aún lucía estupenda.


—Aly, que exagerada eres —dije guiñándole un ojo.


—Bueno, ella cree que soy un viejo por tener cuarenta y seis. Ahora es mi turno de creer que ella es una vieja con treinta y tres. —Alicia amplió la sonrisa y negó con la cabeza. Pedro tenía razón, estos dos realmente eran tal para cual.


—¡Shots, shots, shots! —Gritamos las dos al mismo tiempo, estábamos un poco atontadas después de cuatro cervezas.


—Estas chicas son terribles, Roberto —Papá asintió ante el comentario de Pedro y pidió una ronda de Shots para todos. Cuando llegaron las bebidas todos las tomamos de un trago y arrugamos las caras.


—¡Por, Pedro! —Gritamos al unísono


Salimos del lugar dos horas más tarde. Pedro se encargó de encontrar un taxi. Debíamos volver antes de que la cenicienta se convirtiera en calabaza. Llegamos al edificio, y acompañamos a Alicia a su piso. Papá, como todo un caballero, se encargó de pagarle a la vecinita por su trabajo de niñera y como hombre responsable, se cercioró de que todo estuviera en orden antes de despedimos y dirigirnos con Pedro a nuestro departamento.


—Bueno, Pedro, ¿espero el sofá sea de tu agrado? —Bromeó mi padre y le palmeó un hombro.


—El sofá me recuerda los viejos tiempos, cuando venía a dormir entre guardias. —Ambos compartimos una mirada silenciosa. «Yo recuerdo a la perfección esos días, antes de que él desapareciera por cuenta propia de nuestras vidas».


Al entrar al departamento, fui por unas cobijas y un par de almohadas para Pedro. Papá le prestó un pijama y se despidió de nosotros revelando cansancio.


—Si quieres ducharte puedes usar mi baño —le dije mientras colocaba las sábanas en el sofá.


—Gracias —asintió, tomó la muda de ropa y pasó a mi habitación.


Cuando entré a mi dormitorio, minutos después, Pedro aún se estaba duchando. Me puse con rapidez mi pijama y luego me recosté en la cama con el diario para seguir leyendo mientras esperaba.


James… James… James. No paraba de suspirar, de repetir y escribir su nombre. Desde el día en que fuimos a jugar Bowling, no pudimos volver a separarnos. Comenzamos a comer juntos en la cafetería todos los días, intercambiábamos miradas y sonrisas cómplices. 


Luego James me esperaba a la salida de la escuela, ninguno de los dos teníamos auto. Así que nos íbamos caminando hasta mi casa. Al principio rozábamos nuestros brazos, era un impulso inocente, una excusa para tocarnos, ninguno de los dos se atrevía a más.


Claire y Rob, se alejaron un poco, ya no compartíamos con ellos como antes, a veces nos decían que nos íbamos a cansar de vernos tanto. Pero lo cierto era que nos estábamos enamorando como un par de adolescentes con las hormonas bien cargadas.


La forma de mirarnos, la necesidad de querer tocarnos a cada rato con cualquier excusa, ninguna válida por supuesto, se había convertido en nuestro fin. James era un chico dulce, tierno y lleno de bellos sentimientos y por si fuera poco, muy, pero muy romántico.


La puerta del baño se abrió, y Pedro salió en todo su esplendor, aunque vistiera un pijama de mi padre. «¡Por todos los ángeles del cielo!, ¿por qué tenía que ser tan atractivo y varonil?». A medida que se acercaba, mi corazón se aceleraba. Cerré el diario y lo coloqué a un costado de la cama.


—Buenas noches, Paula. —¿Se estaba despidiendo?


«¡No!, no quería que se fuera tan pronto».


—Puedes hacerme compañía un rato, ¿si quieres? —Me arriesgué a proponer, temiendo que se negara. Pedro me estudió de la cabeza a los pies. Se debatía la propuesta, parecía no saber qué decidir.


«No lo pienses tanto y di que sí».


—No creo que sea una buena idea. —«¡No!»—Tú, yo, y una cama… no es una buena combinación, cuando tenemos a Roberto al otro lado del pasillo. —«¡Arg!, ¿por qué tenía que ser tan respetuoso?»


—Somos adultos, creo que podemos controlarnos —lancé mi última carta. La esperanza era lo último que se perdía.


—Control… Humm, me es difícil controlarme contigo. —Esa afirmación me emocionó, pero al verlo dar media vuelta para marcharse mi corazón se entristece—Buenas noche Paula, descansa —lo seguí con la mirada con cara de desilusión.


—Buenas noches —susurré resignada.


Al salir del cuarto y cerrar la puerta, me derrumbé sobre la cama. «Al menos, lo intenté», me dije para no sentirme peor de lo que estaba y volví a abrir el diario para olvidarme de su presencia en la sala. A poca distancia de mí.


Habían pasado tres meses, nuestra relación ha subido a otro nivel, tenía que contarle a Claire, no estaba muy segura de si ella sería capaz de entenderme, pero realmente necesitaba hablar con alguien.


—Ely, amiga, para un poco —Claire siempre trataba de poner mis pies sobre la tierra.


—No puedo Claire, estoy enamorada, estoy enamorada de James —mientras lo decía, sonreía y giraba alrededor de su habitación abrazando a uno de sus ositos de peluche.


—De verdad, Ely, no quiero que cometas algo de lo que te puedas arrepentir. Enfócate en la fotografía, ¿te acuerdas de ella? —me miraba preocupada.


—Claro que me acuerdo tonta —digo riendo—Te quiero contar algo Claire, pero debes prometerme no decírselo a nadie —me puse seria.


—Me estas poniendo nerviosa Ely. —Nos sentamos en su cama, la tomé de las manos y se lo solté—Anoche lo hicimos, Claire, y fue maravilloso. —Y dejándome llevar de un impulso, la abracé.


—¡¿Qué?! ¿Qué hicieron? —Su cara era de pánico.


—Hicimos el amor, Claire. —Mi voz fue casi un susurro—Lo amo amiga, amo a James con todo mi corazón —fue lo último que dije antes de cubrirme la cara con las manos.


Después de mi revelación, nuestra amistad ya no volvió a ser la misma. Claire nunca lo dijo, pero sé que ese día la decepcioné y en el fondo tenía toda la razón, había metido la pata hasta el fondo.


James también cambió después de un tiempo. Se enfocó más en la escuela, me dijo que se iría a estudiar a Carolina del Norte, sus planes eran ingresar en Yale, en la prestigiosa escuela de leyes. Por esa razón debíamos vernos con menos frecuencia, necesitaba tiempo para estudiar.


—Ely, ya falta poco para graduarnos, yo tengo planes y tú también, no podemos olvidarnos de ellos —me decía cada vez que lo llamaba para vernos después de la escuela.


Pasé una mano por mi cabello, cada vez estaba más confundida. Elizabeth nunca había estado enamorada de mi padre, entonces, ¿cómo era posible que yo existiera? Quizás esa era la razón por la que él nunca había querido hablar de ella. «¡Pobre papá! No se merecía un segundo lugar, él era demasiado bueno para Elizabeth». Después de un suspiro, continué la lectura.


Pasaron los meses, ya nos habíamos graduado. Claire estaba trabajando en un estudio de arquitectura y diseño en el centro de Manhattan. La paga no era mucha, pero le
alcanzaba para costear un pequeño departamento tipo estudio no muy lejos de la universidad.


—Vente conmigo, Ely —me pidió, pero mis planes no eran los mismos. Papá se había enfermado de cáncer y mamá no paraba de trabajar, ellos me necesitaban. Mi deber era ayudarlos.


Conseguí un trabajo de ayudante de fotógrafo, en una tienda pequeña, cerca de casa. Lo que ganaba no era mucho, pero colaboraba con los gastos y le asistía a mi madre con los cuidados de papá.


—Claire te prometo, que en lo que la situación mejore, me voy contigo —prometí mientras nos despedíamos. Nos dimos un largo abrazo. Ella terminó de guardar sus pertenencias en su auto y lo puso en marcha sin mirar atrás.


Rob se mudó a Boston, lo había logrado, consiguió entrar en Harvard con las mejores calificaciones de la escuela. Él siempre fue muy serio y aplicado.


James y yo, ya no éramos los mismos, aunque seguíamos queriéndonos con locura, él tomó la decisión de escoger por los dos.


—Ely te prometo que vendré a verte en las vacaciones de primavera. —Me dijo antes de marcharse. Toda su familia se mudaba a Carolina del Norte.


—Te voy a extrañar —lloré sin parar mientras lo abrazaba. No quería dejarlo ir, algo me decía que esta era nuestra despedida definitiva.


—Te amo Ely, no lo olvides —fueron sus últimas palabras.


Nos besamos. Fue un beso dulce y triste a la vez, estaba lleno de nostalgia. Muy dentro de mí supe que no lo volvería a ver.


Cerré el diario y lo guardé dentro de la gaveta de la mesita de noche. Necesitaba un vaso de agua para digerir toda esa información. Fui a la cocina con cuidado de no hacer ruido. 


Todas las luces del departamento estaban apagadas, excepto una lamparita de pared que se encontraba en la mitad del pasillo.


Me guio por esa luz para llegar sin tropezar hasta el refrigerador y buscar una botella de agua. Enseguida la destapé y le di un trago largo, se sintió tan bien el frio del líquido cuando bajó por mi garganta.


—¿No puedes dormir? —Di un brinco, al escuchar la voz ronca de Pedro.


—Casi me matas del susto. —Cerré el refrigerador y me acerqué al sofá. Él se sentó y me hizo espacio para ubicarme a su lado.


—Perdón, pero fuiste tú la que casi me mata del susto cuando te vi aparecer en la cocina. —Sonreímos con poco ánimo.


—¿Te puedo hacer una pregunta? —me atreví a preguntar.


—¿Tengo alguna alternativa? —respondió con una pregunta, negué con la cabeza. Ya no podía con las evasivas.


—Me temo que no.


—Entonces, adelante. Pregunta lo que quieras. —¿De verdad me estaba dando carta abierta?, tenía que aprovechar esa oportunidad—Eso sí, sólo una —aclaró mostrándome su seductora sonrisa torcida. Le di un ligero golpe en el hombro.


—No se vale, por lo menos cinco.


—Wow, Paula —soltó una carcajada.


—Shhh, baja la voz. No queremos ser descubiertos, ¿cierto? —Coloqué mi mano sobre sus labios.


—Está bien. Que sea una para cada uno, yo también quiero participar, y no se hable más del tema, ¿de acuerdo? —Sentenció. No me pareció muy justo, pero asentí con la
cabeza, una pregunta era mejor que nada. Le di un apretón de mano para sellar el trato.


—De acuerdo… —Comencé, me sentía ansiosa—¿Por qué desapareciste?, y quiero la verdad, por favor. —Pedro me miró con ternura y sonrió.


—Lo juro —alegó levantando la mano derecha y continuó—Por ti, Paula. Eras muy joven, tenías apenas dieciocho años y yo no andaba buscando ninguna relación seria. Me gustabas mucho, pero mi intención no era hacerte daño. También estaba el hecho de que Roberto me hubiese matado si me metía contigo en aquel tiempo. —¿En aquel tiempo?, ¿qué quería decir con eso? Lo que me alivió fue saber que él se sentía atraído por mí antes. Al menos, eso reponía mi orgullo perdido.


—Es tu turno, Pedro, pregunta lo que quieras. —Quizá no debí haber dicho eso. Yo y mi boca tan grande.


—Hace rato, cuando estábamos en el despacho de Roberto, me dijiste que me tenías miedo a un nosotros, ¿a qué te refieres con eso? Y no me hagas trampa. —Tomó mis piernas y las colocó sobre su regazo acariciándolas por encima de la tela del pijama.


—Eres tú quien hace trampa con estas caricias relajantes y perturbadoras —le sonreí con coquetería. Deseaba que me tomara entre sus brazos y nos sacáramos toda la ropa.


—Responde, Paula, no te hagas la loca. Y con respecto a las caricias… —tomó mi mano y se la llevó a su entrepierna, estaba tan duro como una roca. «Oh, por Dios, eso había sido una penitencia»—Así es como me pongo cuando estoy cerca de ti.


Su confesión me dejó sin palabras, necesitaba concentrarme para responderle pero me era imposible. Apretó aún más su mano sobre la mía, haciendo el agarre más fuerte, logrando que su respiración se agitara. Estaba ansiosa por besarlo, bajarle el pantalón y liberarlo. Él al darse cuenta de mi indecisión, me soltó y se llevó mi mano a los labios.


«Concéntrate, Paula. ¡Demonios! ¿Cuál había sido la pregunta?»


—No te vayas a reír, pero, ¿me crees si te digo que se me olvidó lo que me preguntaste? —Pedro soltó una tremenda carcajada, negó con la cabeza y se levantó acomodando su ropa.


—Algo me decía que este juego era una trampa. —La situación lo divertía, se estaba burlando de mí—Ya es tarde y mañana tengo que madrugar, me debes tu respuesta No creas que me voy a olvidar. Vamos señorita, es hora de ir a la cama.


—Es la pura verdad —suspiré desilusionada—Sabía que no me creerías.


Me tendió las dos manos y yo las tomé para ponerme de pie. 


Le di un beso en la mejilla, logrando aspirar el olor de su piel. 


Olía a mi gel de lavanda mezclado con su propio aroma. ¡Ahh!, era alucinante.


—Deja de provocarme —me dijo dándome una nalgada en forma juguetona.


—Es que hueles a mí, eso es todo —le guiñé un ojo y lo dejé mirando cómo me alejaba.