viernes, 15 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 72

 

Pedro sintió que se le hacía un nudo en la garganta. No podía negar lo que Facundo había dicho. De hecho, sus palabras definían claramente la clase de relación que los dos hermanos tenían.


–Y porque la quiero –añadió Facundo–, yo jamás haría nada que le hiciera daño deliberadamente, como engañar a mi jefe. Sin embargo, creo que tengo pruebas sobre quién has estado estafando a Empresas Cameron. Si le interesa la verdad.


–¿Qué clase de pruebas? –preguntó Pedro.


No creía a Facundo, por muy apasionado que hubiera sido su discurso sobre el amor que sentía hacia Paula. Sabía que, generalmente, donde había humo, había fuego.


Facundo se metió la mano en el bolsillo trasero de sus pantalones y sacó una hoja de papel doblada.


–Está todo ahí.


Le entregó el papel a Pedro y le explicó sus notas. Pedro se puso inmediatamente en estado de alerta. Parecía que las ordenadas notas de Facundo indicaban algo. No obstante, si era lo suficientemente inteligente para presentar la información de aquella manera, lo sería también para poder crear un rastro falso. Sin embargo, los datos eran suficientes para crear dudas en la mente de Pedro.


–¿Qué le parece? –le preguntó Facundo.


–Creo que esto merece ser investigado –dijo Pedro con cautela–. Gracias por hacérmelo ver. ¿Te puedo preguntar si me lo ibas a comunicar pronto o acaso lo ha precipitado esta reunión?


–Primero quería estar seguro. Cuando me mandó llamar hoy, pensé que este sería tan buen momento.


–¿Le has hablado a alguien más de lo que has descubierto?


–No. Necesitaba estar seguro.


–Muy bien. Dame tu número de móvil. Tal vez tenga que llamarte fuera del horario de trabajo para pedirte más información.


Facundo le dio el número. Pedro lo grabó en su teléfono móvil y luego le dijo a Facundo que podía marcharse. Se sorprendió cuando Facundo permaneció inmóvil.


–¿Algún problema?


–No exactamente. Sólo algo que tengo que decir.


–Tú dirás.


–No haga daño a mi hermana.


Las palabras eran muy sencillas, pero había suficiente fuego en los ojos de Facundo como para que Pedro supiera sin ningún género de dudas que lo decía en serio.


–No lo haré –respondió.


Después de que Facundo se marchara, Pedro permaneció varias horas en su despacho, trabajando. Cuando hubo terminado, supo una verdad, una verdad que debería haberle alegrado profundamente, pero que sólo sirvió para hacerle ver que había sido un completo canalla. Había visto sólo lo que quería ver, lo que podía utilizar para su propia ventaja. Sin embargo, ya estaba todo muy claro. La información que tenía entre sus manos era irrefutable.


Facundo Chaves era inocente.





MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 71

 

El lunes por la mañana, envió un mensaje a Facundo Chaves y requirió su presencia en su despacho al final de la jornada laboral. Pedro no quería que los dos hermanos se encontraran allí. Paula le había dicho que no podía cenar con él aquella noche porque tenía muchas tareas en casa con las que debía ponerse al día. Por lo tanto, decidió que lo mejor era que ella se marchara algo más temprano.


Estaba pensando en el informe que había redactado sobre el viaje a Nueva Jersey cuando alguien llamó a su puerta.


–Adelante –dijo mientras dejaba el bolígrafo y cerraba el informe que había estado leyendo.


Facundo Chaves entró por la puerta y la cerró a sus espaldas. Era la segunda vez que se encontraba cara a cara con el hermano de Paula y se sorprendió de las similitudes que había entre ambos. Aunque los rasgos de Paula eran más suaves y más redondeados, no se podía negar el parecido familiar entre ellos en el color del cabello y en los ojos. Los de Paula lo miraban suavemente y con una combinación de deseo y admiración, pero los de Facundo Chaves dejaban pocas dudas sobre la antipatía que sentía hacia Pedro.


–Siéntate –le ordenó Pedro. Se levantó y rodeó el escritorio. Entonces, se apoyó sobre él y miró fijamente a Facundo, que le devolvía la mirada–. ¿Cómo te van las cosas, Facundo?


–Usted lo debería saber bien. Mi supervisor responde ante usted a diario, ¿no?


Pedro aplacó la ira que instintivamente sintió por el descaro y el desprecio que Facundo sentía hacia su autoridad.


–Así es y, aparentemente, todo va bien.


–¿Qué diablos quiere decir con eso de «aparentemente»? –preguntó Facundo en tono beligerante.


–Tranquilízate. Tu supervisor se ha fijado en la atención que muestras por los detalles y en el hecho de que, durante las dos últimas semanas, has mantenido con rigidez los procedimientos de operatividad de la empresa. Me alegra ver que has aceptado esta oportunidad de limpiar tu nombre.


–Yo no tenía nada que limpiar. Ya se lo he dicho antes y lo seguiré diciendo hasta que alguien me crea. No he estado robando a Empresas Cameron.


Pedro levantó una mano.


–Está bien. Me alegra ver que estás mejorando. Sin embargo, hay otra faceta en la que vas algo retrasado.


–Mire, si está buscando una excusa para despedirme…


–No. Esto no tiene nada que ver con el trabajo.


–Entonces, ¿de qué se trata?


–De Paula.


–¿De Pau? ¿Qué quiere decir? Gracias a usted, apenas la veo.


–Sin embargo, ella sigue sintiendo la necesidad de estar a tu lado, Facundo.


–Por supuesto. Es mi hermana mayor. ¿Acaso no tiene usted hermanos mayores que siempre traten de decirle lo que tiene que hacer? ¿Le dejan tomar sus decisiones todo el tiempo?


Las palabras de Facundo estaban muy cerca de la realidad, lo suficiente para colocar a Pedro de nuevo en posición de ataque.


–Me gustaría que me dijeras exactamente cuándo vas a tomar responsabilidad de tus propios actos, Facundo. Ponerte de pie sin que tu hermana esté a tu lado para protegerte o para evitar que te hagas daño. Ella ha puesto su vida en suspenso por ti. Ha renunciado a oportunidades que podría no volver a tener en toda su vida por ti.


–¿Acaso cree que no lo sé? ¿Por qué cree que estoy aquí trabajando tan duro para ayudarla económicamente?


–En lo que se refiere a ti, no sé qué pensar, Facundo. Aparentemente, te comportas como un niño mimado. Tienes que dejarla marchar. Dejar que sea ella misma.


–Eso está bien viniendo de usted.


Facundo se levantó de la silla y comenzó a andar por el despacho. Pedro se tensó.


–¿Cómo has dicho? –le preguntó con frialdad.


–Lo que quiero decir es que, al menos, yo no estoy utilizándola activamente en una mentira, tal y como lo está haciendo usted. Yo quiero a mi hermana. Haría cualquier cosa por ella, que es mucho más de lo que usted puede decir. Por supuesto, usted tiene dinero y puede darle cosas bonitas y llevarla a lugares emocionantes, pero, al final del día, ¿adónde regresa? A su casa, porque a pesar de todo lo que hemos pasado, ella me quiere y sabe que yo la quiero a ella.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 70

 

Cuando se despertaron a la mañana siguiente, Pedro quiso aprovechar al máximo el tiempo que les quedaba. No tenían que estar en el aeropuerto hasta por la tarde para regresar a San Diego, por lo que la invitó a un brunch en la Russian Tea Room. Mientras degustaban huevos revueltos y salmón ahumado hablaron poco, aunque sus caricias y sus largas miradas expresaban perfectamente lo que necesitaban decirse el uno al otro.


Después del almuerzo, se dirigieron a Central Park, donde él contrató un coche de caballos para que los llevara por el parque. Tener a Paula acurrucada contra su cuerpo durante el paseo fue una sensación agridulce. No hacía mucho que se conocían, pero ella parecía la mujer adecuada para él. Cuando el paseo terminó y regresaron de mala gana al hotel para recoger su equipaje y tomar un taxi que los llevara al aeropuerto, Pedro experimentó la abrumadora sensación de que estaba cerrando una puerta sobre lo que, posiblemente, había sido una de los episodios más luminosos de su vida.


Aquella noche, Pedro tuvo mucho tiempo para pensar, solo, en su cama del club de tenis. Paula había insistido en regresar a su casa diciendo que su hermano la esperaba.


Pensó en Facundo Chaves. ¿Cuántos años tenía? ¿Veinticuatro? Sin embargo, parecía depender mucho de su hermana. Pedro podía entender que los hermanos se apoyaran, pero eso debía de ser algo mutuo y parecía que la relación entre Paula y su hermano era completamente unilateral. Pedro no dudaba de que Facundo había estado muy mimado por su hermana. No estaba bien que ella siguiera protegiéndolo a esa edad. Debería ser responsable de sus gastos y permitir que su hermana siguiera adelante con su vida.


Resultaba evidente que Paula había disfrutado mucho con el viaje a Nueva York. Le gustaba viajar y disfrutaba viendo lugares nuevos. Pedro pensó en cómo podía ayudarla a expandir sus horizontes, a mostrarle los lugares más emocionantes del mundo. Entonces, recordó que él mismo había decidido dejarla marchar.


Mientras trataba de dar forma a su almohada por centésima vez, tomó una decisión. No podía acompañar a Paula en los viajes que sabía que tanto ansiaba hacer, pero podía hacer algo para que le resultara más fácil. Liberarla y permitirle que hiciera todo lo que ella siempre había deseado hacer.


Podría tener una charla de hombre a hombre con Facundo y darle algunos consejos para que creciera. Satisfecho con su decisión, se quedó dormido por fin.