viernes, 5 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 29




Durante un momento ella pensó que iba a decirle algo que la animara, algo como «supongo que es posible... con trabajo duro y decisión». ¡Pero no! Tenía que seguir machacándola. ¡Cómo si él fuera un experto! Probablemente no había entrado en una cocina desde que descubrió que no tenían camas.


Paula siguió un sendero que había a su derecha, demasiado indignada para considerar las exóticas plantas tropicales y los enormes árboles como algo que no fuera un lugar para ocultarse en caso de que Pedro decidiera perseguirla. Pero cuando plantó el pie descalzo sobre una rama lanzó un juramento, y estudió con más detenimiento la densa vegetación de la isla, preguntándose si no debía revisar su plan.


¿Qué podía ser peor? ¿Enfrentarse a una serpiente escurridiza y venenosa o a Pedro?


Nerviosa, miró por encima del hombro, luego rió. 


¡Cómo si hubiera alguna diferencia perceptible!


Al comparar a Pedro con los reptiles más mortíferos del mundo no fue consciente de la luz del sol cada vez más intensa, hasta que parpadeó ante su brillo cuando la vegetación terminó. Alzó la mano para protegerse los ojos y contempló una escena de tanta belleza y tranquilidad que eliminó gran parte de la tensión acumulada en su cuerpo.


Se hallaba en el extremo exterior de una playa de arena blanca con forma de herradura, bañada por un agua tan centelleante que parecía aguamarina líquida.


—Bastante espectacular, ¿eh?


—Hasta que tú apareciste —repuso sobresaltada.


—Mira, lo siento.


—Los actos hablan mejor que las palabras, así que demuéstralo y piérdete.


—Pau... —un manantial de chispas estalló en el interior de Paula cuando las manos de Pedro se posaron en sus hombros desnudos—. Escucha... 


¿Escuchar? El corazón le latía con tanta fuerza que ahogaba todo sonido. Y como si eso no fuera suficiente, sus traidoras hormonas habían pasado al modo festivo y la tentaban para que se apoyara en él.


—No pretendía molestarte —continuó él—. De verdad, pensé que bromeabas con lo del restaurante; nunca antes lo habías mencionado.


—No... no hablo de ello porque prefiero evitar las burlas —Pedro gimió mentalmente; Pau parecía a punto de llorar. Si alguna vez se había sentido un cerdo mayor, no recordaba cuándo—. Aparte de ti... jamas se lo mencioné a nadie. Pero no te preocupes, no volveré a cometer el error de expresar mis sueños en público. Ni siquiera te lo habría dicho a ti si no me hubieras enfadado tanto —hundió los hombros—. Reaccionaste como si querer prepararte el desayuno fuera el crimen del siglo. Como si fuera a envenenarte adrede o algo parecido.


—Cariño... lo siento. La verdad es que... no fue tanto la idea de que cocinaras, sino... —«¿Qué, idiota?», se burló su cerebro. «¿Que de pronto te diste cuenta de que aunque es incapaz de preparar un bocadillo de mantequilla de cacahuetes comerías cristal para conseguir meterla en tu cama? ¡Vamos, dile eso! Responderá de miedo ante esa explicación».


—¿Qué, Pedro? —preguntó ella.


—Es toda esta demencial situación —improvisó, haciéndola girar para que lo mirara—, de verdad lamento haberte herido, Pau. Y si... —de pronto ella le agarró la camisa y redujo a nada el metro que los separaba. Tenía los ojos tan abiertos como platos, y él experimentó al mismo tiempo alarma y excitación—. Pau, ¿qué...?


—Shhh —siseó—. Esa situación demencial de la que hablas está a punto de alcanzar su apogeo; Ivan baja por el sendero que hay detrás de ti.


—¿A cuánta distancia se encuentra? —contuvo el impulso instintivo de dar la vuelta y maldijo.


—A unos veinte metros. ¡Y acercándose! Tal vez podamos desaparecer en la playa —le aferró el brazo y se volvió hacia esa dirección—. ¡Vamos, vamos!


—¡No! —Pedro la frenó—. Si corremos notará nuestra presencia.


—¡Y si no también nos identificará! —otra vez tiró de su brazo, pero su resistencia la frustró de nuevo.


—Pau, este es el único camino para salir de la playa. Si se planta aquí, estaremos paralizados hasta que se marche. Podría tardar horas.


—¡Bien, nos arriesgaremos a una insolación! —musitó, empezando a creer que el único modo de mover a Pedro era llamar a Ivan para que lo agarrara del otro brazo—. ¡Pedrovamos! —aunque tiró con todas sus fuerzas, fue un ejercicio inútil ante la superioridad física de él— ¡Pedro! —susurró frenética cuando él la pegó a un árbol por el que Ivan pasaría en unos segundos—. ¿Qué haces?


—Besarte. Considérate advertida...




MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 28





Pedro dejó a un lado la propuesta de compra que había estado intentando estudiar en cuanto oyó una llamada a la puerta y a Pau yendo a abrirla. Entró en la cabaña justo cuando ella empujaba un carrito con platos cubiertos en dirección a la cocina.


—Justo a tiempo —comentó, levantando las tapas—. Me estoy muriendo de hambre. ¿Qué...? —calló con expresión de desagrado y observó a la sonriente rubia que aún no había visto el contenido de la bandeja—. No te entusiasmes demasiado —le advirtió—. ¡Todo está crudo!


—Lo sé —indicó ella con expresión radiante—. Lo pedí así.


—¿Qué?


—Cuando llamé, preguntaron si lo quería hecho o crudo. Dije...


—Adivino lo que dijiste, Pau. ¿Lo que quiero saber es por qué?


—Para poder prepararlo yo, desde luego.


—Oh, Dios —fue una auténtica plegaria para una intervención divina.


—Al principio no imaginaba por qué la cocina era tan completa —continuó ella—. Pero al
parecer sir Frank ha tenido esta idea fabulosa para la gente que considera que cocinar es una actividad de recreo y a la que, como a mí, le encantaría hacerlo durante su estancia.


Pedro no le cabía ninguna duda de que a Pau le gustaría cocinar en cualquier parte, pero la verdad era que no podía. Y sin descartar que cocinar podía ser una actividad de recreo para algunas personas, él, y probablemente todos los gobiernos extranjeros, habrían clasificado sus esfuerzos como experimentos con armas químicas.


—Pau, creo que lo mejor es que pidiéramos nuestras comidas preparadas.


—¿Por qué?


—Hmm... porque representará menos molestias. No tenemos lavavajillas.


—Eso no es problema. Todo vuelve al hotel; después de todo, nadie considera lavar platos una actividad de recreo.


—Pau, cariño... sigue siendo mucho trabajo para ti. De verdad que odio verte ocupada en...


—¡Para ya, Pedro! —estalló enfadada—. No soy estúpida. Tus objeciones se deben a que crees que no sé cocinar, ¿verdad? ¡Vamos, sé sincero! ¿Verdad?


—No —repuso. ¿Quería sinceridad?— No se debe a que crea que no sabes cocinar. Se debe a que sé que no sabes.


—¡Te he dicho que he estado yendo a clases!


—¿A cuántas has asistido?


—Medio semestre.


—¿Cuántas lecciones, Pau?


—¡Cinco, de acuerdo! Asistí a cinco lecciones antes de tener que irme a Perth. Y si no hubiera tenido que viajar, ya casi habría acabado la fase de principiante. Para tu información, mi maestro dijo que yo era una verdadera promesa.


—Lo mismo me dijo mi profesor de ciencias de octavo, y dos años más tarde casi hago volar el laboratorio —repuso Pedro.


—Bueno, si soy tan inútil, mantente alejado de la cocina. ¡Toma! —le empujó un plato con beicon y dos huevos crudos—. No me importa cómo te los comes, si te los llevas al hotel o te los metes por...


—¡Por el amor del cielo, Paula! No es un pecado que una mujer no sepa cocinar. ¿Por qué volverte loca por hacer algo para lo que no has nacido? ¿Cuál es tu obsesión por demostrar que puedes cocinar? ¿Acaso crees que saber montar un suflé te hará más femenina o atractiva?


—¡Deja mi feminidad en paz! Para tu información, soy feliz con ella. ¡Cuando no lo sea, estudiaré procedimientos de implante de pechos y no libros de cocina!


—¿Qué?


—Y además —agitó un tenedor ante su cara—, no intento probar nada ante nadie. Y menos ante ti, Pedro Alfonso. Disfruto cocinando. Me relaja y hace que me sienta creativa... Pedro dio un paso atrás y permaneció mudo—. Y un día seré tan buena que abriré mi propio restaurante. Y cuando lo haga —entrecerró los ojos con férrea convicción—, voy a contratar al portero más grande y duro, y le daré instrucciones para que no te deje entrar —él no pudo evitar esbozar una leve sonrisa—. ¿Qué es tan gracioso? —demandó Pau.


—Un restaurante, ¿eh? Bueno, sí, supongo que es posible...


—¿De verdad? —la expresión de ella se animó en el acto.


—Mmm. Por supuesto, tendrás que esperar que el portero sea barato... —le guiñó un ojo—. Porque, cariño, con tu fama el seguro te comerá todos los beneficios.


Dominada por el dolor y la furia, empujó el carrito en su dirección y salió de la cabaña mientras él saltaba sobre una pierna y se agarraba la otra, maldiciendo.





MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 27




El leve titubeo indicó que examinaba recuerdos que se habían vuelto borrosos por la falta de uso.


—En ese momento Emma estaba pasando por una fase en que la muerte y la familia le obsesionaban. Y, desde luego, la reencamación. No paró de hablar de ese tema. Durante meses después de su visita me fue imposible pasar delante de un perro o un gato sin preguntarme quién habría sido en una vida anterior... —rió, en esa ocasión con diversión y ternura—. En cualquier caso —continuó con expresión de nuevo impasible—, una noche estábamos cenando todos cuando Emma anunció que mis padres debían estar plenamente preparados para su muerte y que deberían redactar sus testamentos para asegurar mi futuro, nombrándola mi tutora ante el caso de que murieran juntos. Bueno, cuando mis padres dejaron de reír, le dijeron que ya tenían hechos los testamentos. Parafraseando a mi madre, no sólo garantizaban mi bienestar cuando pasarán a la próxima vida, sino que también garantizaban su futuro en ésta nombrando a Damian mi tutor —clavó sus duros ojos negros en ella—. Como puedes ver,
Pau, a diferencia de ti, a mí se me ahorró la angustia de preguntarme cuál era la motivación de mis padres al nombrar a Damian como mi tutor.


Era imposible pasar por alto la aspereza en la voz de Pedro, y Paula no supo cómo
responder a ella. Tras un silencio que amenazaba con durar una eternidad, él volvió a
hablar:
—Tenía diez años cuando aconteció el accidente. Era lo bastante mayor como para saber que mis padres no eran perfectos, o que ni siquiera se parecían a los de mis compañeros de clase, ya que ninguno se ofrecía voluntario para realizar alguna tarea en la escuela. Como adulto, puedo mirar atrás y reconocer que no tuvieron un matrimonio feliz, pero me es imposible afirmar que permanecieron juntos por algo tan noble como darme una infancia estable. Fueron las ambiciones profesionales de mi padre y su éxito financiero lo que los mantuvo unidos. Nada más. En cierto sentido, su muerte durante una recepción de la empresa fue un modo extraño, pero adecuado de partir. Lo irónico es que probablemente lo mejor que hicieron jamás por mí fue usarme como medio para acercarse a Damian, porque para mí él es más padre que lo que ninguno de ellos fue capaz de ser. Las historias de que nuestros padres competían entre sí siempre me han parecido plausibles, porque sé exactamente qué tipo de hombre era mi padre. No sé cómo era el tuyo, de modo que no puedo aventurar sus motivos; quizá no quería que el mío tuviera una ventaja sobre él; quizá hacer que Damian fuera tu padrino surgió por algún motivo sincero. No lo sé. Pero sí sé que los dos hemos sido muy afortunados por tener a Damian, Pau —ella sonrió. No era necesaria ninguna respuesta verbal—. La contestación a tu pregunta original, que es hipotética, ya que no tengo intención de tener hijos, es no. No usaría a mis hijos para progresar en mi carrera. Como tampoco me casaría por conveniencia para conseguir un ascenso. Y eso... —sonrió— ...me obliga a señalar que si Ivan Carey hubiera tenido una disposición similar, no nos hallaríamos en este aprieto.


Aliviada al oír que la amargura se había evaporado de su voz, estaba más que dispuesta a evitar sondear más su pasado y a centrarse en sus problemas presentes.


—Aunque tú tengas razón y yo me equivoque en la fecha de regreso de Ivan a Sydney, ¿cómo puedes esquivar ir al hotel? Mulligan va a insistir en reunirse contigo allí para disponer de la ventaja de ser local.


—Esa es la parte del plan que aún estoy meditando. Es nuestra mala suerte que Carey
no aprovechara el descuento a los empleados y fuera a uno de nuestros hoteles.


—¿Por qué no llamamos a Damian para que compruebe cuánto tiempo se quedará Ivan
aquí? —sugirió ella.


—Los únicos teléfonos conectados con el continente están en el ático de Mulligan y en la oficina principal del hotel. No puedo correr el riesgo de que me oiga explicarle a Damian por qué quiero saberlo.


—Podemos probar con el móvil.


—Lo intenté cuando llamé para pedir que vinieras. Apenas tiene cobertura.


—No puede ser tan mala. Después de todo, estoy aquí.


—Sí... —la miró un largo rato—. Pero lo atribuyo a mi cuota anual de buena suerte —ella sintió una súbita timidez y se forzó a soltar una risa incrédula—. Hablo en serio, Pau.


El pulso se le aceleró; alzó la taza vacía y fingió beber un trago de café, sólo para romper el contacto visual sin que resultara demasiado evidente. Buscó desesperada algo impersonal que decir para llenar el silencio. Al no encontrar nada, comenzó a urdir una excusa factible para levantarse y marcharse. Se la dio un ignominioso crujido del estómago.


—No digas nada —advirtió cuando Pedro enarcó una ceja con gesto divertido.


—Eh... yo no hice ningún ruido.


—Voy a pedir el desayuno —se incorporó—. ¿Quieres algo especial?


—Bueno, eso depende, Paula —repuso, al tiempo que realizaba una lenta evaluación de su cuerpo antes de volver a mirarla a los ojos—. ¿Tu pregunta se refiere al desayuno o es algo... más general?


—¡Al desayuno! —esperó no tener la cara colorada. ¿Por qué de repente su mente
empezaba a darle a cada comentario inocente un matiz sexual? Comprendió que él había preguntado algo y le pidió que lo repitiera, ya que no había oído nada.


—He dicho que, como sólo te estás ofreciendo a pedir el desayuno, me tendré que conformar con algo aburrido, como fruta, café y beicon con huevos.


Su risita la siguió hasta el interior de la cabaña, aunque retuvo en la cabeza el tono seductor de su respuesta inicial durante mucho más tiempo.