jueves, 4 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 49

 


Cuando el sencillo entierro hubo terminado, Pedro se giró hacia Paula.


Llevaba puesto un vestido de flores que debía de haber escogido a propósito para despedir a una mujer a la que no había conocido.


Él nunca se había sentido tan vacío.


—No te marches —le pidió.


Ella sacudió la cabeza. Sus ojos brillaban y Pedro pensó que pertenecía a aquel lugar tanto como su abuela.


Se acercó más a ella, la abrazó. Paula no se resistió.


En silencio, entraron en la casa por la puerta trasera y subieron al primer piso de la mano.


En esa ocasión, Pedro no dudó. Llevo a Paula al dormitorio que acababa de convertirse en suyo.


No estaba seguro de poder darle a lo que quería, lo que merecía, pero la miró, la besó lentamente y le dijo en voz baja.


—No puedo prometerte…


No terminó. Ella le puso un dedo en los labios.


—Lo sé. No pasa nada.


Él besó aquel dedo y luego tomó su mano para besarla en la palma, en la muñeca. El calor de su piel, su olor tan característico, lo embriagaron.


Le desabrochó los botones del vestido y le besó la curva de los pechos, haciéndola suspirar. Luego le quitó el vestido y lo dejó caer al suelo, como una alfombra de flores.


Se arrodilló ante ella y la besó en el vientre, en las braguitas, que eran de encaje y tan eróticas como el sujetador. Metió un dedo debajo para bajárselas y a Paula le temblaron las piernas. Estaba tan excitada como él y Pedro supo que a ese paso iban a terminar haciendo el amor en el suelo, así que se incorporó, le desabrochó el sujetador, disfrutó de la vista y después apartó las sábanas de la enorme cama y la tumbó. Tuvo la sensación de que la cama los recibía con los brazos abiertos.


—Desnúdate —le pidió ella en tono sensual.


Y observó cómo lo hacía. Poco después, Pedro se arrodillaba entre sus piernas y le hacía el amor con la boca.


Cuando alcanzó el primer clímax, Paula gritó y se apretó contra él.


—Quiero tenerte dentro —le rogó.


Y él tuvo la sensatez de pensar antes en ponerse protección. Fue al cuarto de baño corriendo y volvió con un montón de preservativos. Se puso uno, la miró a los ojos y la penetró.


Mientras la pasión aumentaba entre ambos, Paula levantó una mano y se agarró al poste de la cama, Pedro la imitó y así llegaron juntos a tocar el cielo.



UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 48

 


Apareció una hora después, con una bolsa de una floristería en la que había bulbos de primavera y una pequeña placa de metal con la oración del jardinero grabada.


Pedro se emocionó al verla.


—Es un poema de Dorothy Gurney. A mi abuela le encantaba.


Sintió que había una enorme conexión entre aquellas dos mujeres. Había tomado la decisión correcta al llamar a Paula para que lo acompañase en esos duros momentos.


Cavó un agujero en la tierra y ambos guardaron silencio mientras vaciaba la caja en él.


Después, Paula lo ayudó a plantar los bulbos y él tapó el agujero y clavó la placa delante.


La leyó en voz alta con la esperanza de que su abuela pudiese oírlo:

El beso del sol para el perdón.

Canto de los pájaros de la alegría.

Estás más cerca del corazón de Dios en un jardín

Que en cualquier otra parte del mundo.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 47

 


Pedro volvió a ver las fotografías que le había hecho a Patricio Thurgood y pasó varias a su ordenador.


Lo único que había hecho había sido actuar de manera extraña al paso de un coche de policía.


Y pedirle salir a Paula.


El tipo quería volver a ver la casa, lo que significaba que volvería a estar a solas con Paula. Además, esta había comentado que le había dicho que no iba a necesitar pedir una hipoteca.


Pedro no tenía pruebas de nada, pero… había algo en él que no le gustaba.


Llamó a su jefe en Nueva York.


Se dijo a sí mismo que no lo hacía por celos, sino por instinto.


Gabriel no tardó en responder.


Pedro, me alegra tener noticias tuyas. ¿Cómo va la pierna?


—Va. Se está curando.


—¿Ya estás corriendo a cuatro minutos el kilómetro?


—Muy gracioso. Estoy yendo al fisioterapeuta. Dice que podré empezar a correr en una semana, máximo dos.


—Estupendo. ¿Qué querías? —le preguntó Gabriel.


—Me gustaría que le echases un vistazo a alguien.


—Estás de baja. ¿Qué estás haciendo? —inquirió su jefe en tono de frustración.


—Te prometo que nada. Y tal vez esté equivocado, pero hay un tipo que quiere comprar la casa de mi abuela y hay algo en él que no me gusta. Te pido el favor como amigo.


—¿Qué más te da quién compre la casa siempre y cuando te dé el dinero?


Hubo un silencio. Pedro podía tergiversar un poco la verdad, pero jamás mentía a Gabriel.


—Hay una mujer de por medio.


—Ah.


—Ahora no puedo explicártelo, pero me temo que esté en peligro con ese tipo.


—¿Qué tienes? —le preguntó Gabriel suspirando.


—Fotografías. Y un nombre y un trabajo que pueden ser verdaderos o falsos.


—Envíame lo que tengas. Veré qué puedo hacer por ti.


—Gracias.


Le envió las fotos por correo electrónico, así como toda la información que había conseguido de aquel hombre a través de Paula.


Después, miró la urna en la que estaban las cenizas de su abuela e hizo una segunda llamada.


—Hola, Pedro —respondió Paula.


—Gracias por responder. Quiero pedirte algo.


—Dime.


—¿Te importaría ayudarme a enterrar a mi abuela? Me gustaría hacer algo especial y tú eres la única persona que quiero que me acompañe.


Hubo un silencio al otro lado de la línea y Pedro sintió todas las cosas que no podían decirse. Él deseaba haber podido ser diferente para ella. Y Paula, lo mismo.


—Por supuesto que iré. Es un honor que me lo pidas.


—Gracias.