jueves, 17 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 46

 


Cuando los niños empezaron a salir de sus habitaciones, arreglados y emocionados al ver las mesas cubiertas con elegantes manteles de lino blanco, Pedro bajó a saludarlos y les dijo que fueran ellos mismos cuando llegasen los invitados.


–Es emocionante –dijo Susy, que acababa de aparecer a su lado. –Y estás muy guapo con el esmoquin.


Pedro esbozó una sonrisa. Paula le había ordenado que se pusiera un esmoquin y tenía razón.


–Tú también. Ese vestido es muy bonito.


–Gracias.


–El rancho está precioso –comentó Julián, el capataz.


Los invitados estaban empezando a llegar, algunos en coche, otros en limusina, y Pedro buscó a Paula con la mirada.


Y enseguida la vio.


Había aparcado el Volvo detrás del corral y salía del coche con Maite en brazos. Llevaba el pelo sujeto en un recogido muy original y el vestido plateado se pegaba a su cuerpo como una segunda piel.


Pedro sintió que se le encogía el corazón al mirar a madre e hija, las dos preciosas, las dos llenando un hueco en su corazón que nadie más podía llenar.


Se estremeció entonces, físicamente conmovido por tal pensamiento. No podía hacer nada más que mirarlas, intentando mantener el equilibrio mientras admitía la verdad.


Paula y Maite eran su familia.


Lo había sabido desde el principio, pero se había negado a aceptarlo.


Hector tenía razón: no podía dejarlas ir.


Menudo momento para descubrir eso, pensó.


Cuando se reunió con ellas, Sergio, Cecilia, Hector y Federico se unieron al grupo, dándole golpecitos en la espalda.


Paula sonrió, sus ojos brillaban de alegría.


–Qué bien ha quedado todo, ¿verdad?


–Está maravilloso.


–Y mira a los niños, qué contentos. Están enseñándole el rancho a los invitados como les habíamos pedido.


–Tu trabajo está dando dividendos.


–Todo el mundo ha aportado algo –dijo Paula. –Yo solo he organizado la gala de esta noche, son ellos los que lo llevan durante el resto del año.


Lo único que Pedro quería era decirle que estaba preciosa y pedirle que se quedara, pero no podía hacerlo con tanta gente alrededor.


Inquieto, la tomó del brazo para llevarla aparte.


–Tengo que hablar contigo esta noche, Paula.


–Muy bien –murmuró ella.


–Iré a tu casa después de la gala.


Paula asintió con la cabeza.


–De acuerdo.


Antes de que Pedro pudiese decir nada más, Alberto Overton, un magnate del petróleo, los interrumpió.


Pedro, ¿cómo estás?


–Me alegro de verte –dijo él, estrechando su mano.


–He venido desde Houston solo porque tú me lo pediste.


–Y te lo agradezco mucho. Voy a presentarte a… –Pedro se volvió, pero Paula se había alejado con tres mujeres que no dejaban de hablar. –Bueno, no importa, mi conspiradora en esta fundación está ocupada ahora mismo.


Durante toda la noche ocurrió lo mismo: Pedro y Paula se encontraban un momento para verse separados por alguien un segundo después.


Después de servir unos aperitivos, los invitados se sentaron a las mesas y, en ese momento, se encendieron las luces. Parecía haber miles de ellas por todas partes, colgando de la cerca del corral, en las ramas de los árboles, sobre la puerta de la tienda y la casa de los niños.


Penny's Song brillaba como una joya.


Pedro tomó a Paula del brazo para llevarla hacia la tarima en la que habían colocado un atril y un micrófono.


–Quiero darles las gracias a todos por haber venido esta noche para apoyar el proyecto –empezó a decir. –Pero ha sido mi mujer, Paula, quien ha organizado esta gala. ¿Quieres decir unas palabras?


Paula se acercó al micrófono y explicó cómo funcionaba el rancho, con turnos para niños que habían estado enfermos, y cómo enriquecía sus vidas y los ayudaba a reintegrarse en la sociedad.


–Espero que se queden después de la cena para tomar parte en el fuego de campamento.


Después de cenar encendieron una gran hoguera frente al corral y los adultos se sentaron en sillas o sobre la hierba mientras los niños cantaban canciones de campamento.


Más de cien personas habían firmado cheques para mantener Penny's Song a flote durante un año. Con esa ayuda, Pedro no tenía la menor duda de que todo iría bien…


Pero entonces Susy se acercó a él, llorando.


–¿Qué ocurre?


–Es mi padre, Pedro. Ha sufrido un infarto… acabo de recibir el mensaje. Llevan un ahora intentando ponerse en contacto conmigo y tengo que irme ahora mismo…


Él le pasó un brazo por los hombros.


–Tranquila, tranquila –murmuró, mirando alrededor. –No te preocupes, Susy. Todo irá bien. Yo mismo te llevaré a casa.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 45

 

Paula respiró profundamente mientras se miraba al espejo por última vez. Llevaba un vestido de lentejuelas plateadas que se ajustaba a su cuerpo como un guante, con un escote en la espalda que llegaba hasta donde era considerado decente, y se había hecho un recogido en la mejor peluquería de Red Ridge.


«Quieres sexo», había dicho Pedro la última vez que se vistió para él. Y tenía razón. Pero aquella noche había mucho más en juego. Lo quería todo y si él no estaba dispuesto a dárselo sabría que no había futuro para ellos.


–Bueno, vamos allá.


Maite sonrió desde su cuna, mostrando dos manchitas blancas que empezaban a salirle en la encía de abajo. Pronto tendría dientes, pero en aquel momento esas dos manchitas blancas le parecían diamantes.


Con la ayuda de Elena, Paula le puso un vestido de tafetán rosa, con calcetines y zapatos del mismo color y un lacito en el pelo que, afortunadamente, Maite no intentó arrancarse. La niña parecía notar que aquel día iban a hacer algo emocionante.


–Gracias otra vez por venir con nosotros, Elena. Voy a necesitar refuerzos.


–Esta noche tiene usted mucho que hacer. No se preocupe por Maite, yo me encargo de ella.


–Lo sé –dijo Paula. –Y Sergio ayudará también.


El ama de llaves la miró de arriba a bajo.


–Estás usted guapísima, parece una princesa. Y Maite también.


–Sí, es verdad. Con ese vestido rosa parece un angelito –Paula había pasado toda la mañana en Penny's Song dando los últimos retoques a la gala, pasando al lado de Pedro varias veces mientras daba órdenes y lo comprobaba todo. Pero había llegado el momento. –Creo que es hora de irnos.


Aquella noche se jugaba mucho y rezaba para que hubiese un final feliz. Porque aquella era su última oportunidad.


Pedro aparcó el coche a veinte metros de la entrada del rancho y se apoyó en el capó del Mercedes durante unos segundos, con la chaqueta del esmoquin colgada al hombro. Aún no habían llegado los invitados y podía oír el piafar de algún caballo. En menos de media hora, Penny's Song estaría lleno de vida pero, por el momento, los niños estaban descansando y Pedro absorbió el silencio, sintiéndose orgulloso de lo que había creado allí.


La transformación de Penny's Song para la elegante gala era asombrosa e incluso el tiempo estaba cooperando, la brisa nocturna refrescaba el aire.


Pronto, el horizonte se llenaría de tonos anaranjados, como un halo sobre las cumbres rojizas de las montañas, a juego con las luces que Paula había colocado por todas partes. Quería que los invitados viesen Penny's Song en toda su gloria y estaba a punto de conseguirlo.


Pedro dejó escapar un suspiro, recordando lo que le había dicho Héctor unos días antes: «No seas idiota. Si tienes alguna duda, no la dejes ir».


No podía dejar de pensar en ello.


«No la dejes ir».




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 44

 

Más tarde, Paula fue a Penny's Song con Sergio y Maite y le recordó a los niños su papel en la gala. Y, uno por uno, todos le dieron su palabra de que lo harían bien.


Cuando Sergio se alejó hacia los establos con Maite, Paula se acercó a un altozano desde el que se veía todo el rancho, imaginando cómo quedaría al día siguiente con las luces y las mesas.


Cecilia llegó a su lado poco después.


–Hola, Paula. ¿Dónde está Maite?


–Con mi hermano. Creo que están en lo establos.


Cecilia sonrió.


–Ah, estás haciendo progresos. Ya puedes dejársela a otra persona.


–Sí, bueno, no te creas.


–Pensé que habías dejado a la niña con Pedro.


–No, pero la verdad es que se llevan muy bien. De hecho, Maite lo adora.


–Y Pedro adora a la niña.


–No debería haber dejado que ocurriese –murmuró Paula. –Maite lo echará mucho de menos cuando nos vayamos.


–Entonces, no te vayas –dijo Cecilia.


–Tengo que irme. Aquí no me retiene nada, ya no.


–¿Sabes lo que pienso? Que sigues enamorada de Pedro y que a él le pasa lo mismo, pero ninguno de los dos es capaz de dar el primer paso.


–Cecilia…


–Creo que deberías perdonarlo y él tiene que perdonarte a ti porque solo seréis felices el uno con el otro. Formáis una familia maravillosa.


Paula estaba atónita. Cecilia había resumido su problema en unas cuantas frases. Y tenía razón, pero no podía ser. Por una vez en su vida, quería sentirse amada por completo y nada había cambiado entre Pedro y ella.


¿O sí? Empezaba a tener dudas y no sabía cómo argumentarlas.


–La última vez me dolió tanto… no puedo, Cecilia.


Ella le puso una mano en el brazo.


–Hector y yo también hemos sufrido mucho, pero mira lo felices que somos ahora. ¿Qué tienes que perder, Paula? Si no funcionase, al menos habrías hecho un último esfuerzo.


–¿Pero cómo?


–Mañana es tu última oportunidad. Deja a Pedro boquiabierto. Hazlo por Maite, por Pedro, pero sobre todo por ti. Porque sigues enamorada de Pedro, ¿verdad?


Paula tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas.


–Sí.


–Entonces, inténtalo por última vez.


–¿Hector le ha pedido lo mismo a Pedro?


Su amiga sacudió la cabeza.


–Mis labios están sellados.