jueves, 14 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 6




Paula lo observaba completamente hipnotizada por la elegancia de sus movimientos. Además, el vino y la oscuridad que reinaba en el exterior le proporcionaban un agradable sopor. Tomó la copa entre los dedos y lo observó atentamente.


Él no la estaba mirando. Se concentraba en no derramar la comida. Tenía la expresión de alguien que está poco acostumbrado a realizar aquel tipo de tareas.


–No pareces muy cómodo con el cucharón –comentó ella.


Pedro la miró y vio que ella estaba observándolo atentamente mientras jugueteaba con un colgante que llevaba enganchado a una cadena de oro. De repente, sin razón alguna, la respiración se le aceleró y el calor se apoderó de su cuerpo con una fuerza inesperada. Su libido, que no había despertado en los últimos dos meses, cobró vida con tanta urgencia que él tuvo que contener el aliento.


Sabía que Paula no estaba tratando de seducirlo, pero, de algún modo, podía sentir que así era.


–Me apuesto algo a que no cocinas mucho para ti.


–¿Cómo dices? –preguntó –Pedro, tratando de controlarse. 


Una erección se apretaba contra la cremallera del pantalón, firme y dolorosa. Fue un gran alivio volver a sentarse.


–He dicho que no parece que te resulte familiar manejar cacerolas y cazos –dijo Paula mientras empezaba a comer el estofado, que estaba delicioso.


Deberían estar hablando de trabajo, pero el vino le había hecho sentirse muy relajada y había permitido que su curiosidad se hiciera cargo de la conversación. Debería haberse reprimido, porque la curiosidad tenía sus peligros, pero como estaba algo contenta por el vino, quería saber algo más sobre él.


–No, no suelo cocinar.


–Supongo que siempre puedes hacer que otro cocine por ti. Chefs de categoría, amas de llaves o tal vez simplemente tus novias.


Se preguntó cómo serían sus novias. Tal vez su matrimonio había sido complicado y había terminado en divorcio, pero seguramente habría tenido muchas novias.


–No dejo que las mujeres se acerquen a mi cocina –comentó él.


Le divertía la curiosidad que ella mostraba. Con un poco de alcohol en el cuerpo, Paula parecía más relajada, menos a la defensiva.


La erección aún seguía palpitándole entre las piernas. No podía evitar mirarle la boca y más abajo, donde el escote de la camiseta le permitía ver el inicio de las clavículas y la promesa de los delicados senos. No tenía mucho pecho y lo poco que se adivinaba jamás se dejaba ver.


–¿Por qué? ¿Es que nunca sales con mujeres a las que les guste cocinar?


–No les pregunto nunca si les gusta cocinar o no –respondió él secamente mientras se terminaba el vino y se servía otra copa–. He descubierto que, en el momento en el que una mujer empieza a hablar de lo maravillosa que es la comida casera, ese hecho marca el fin de la relación.


–¿Qué quieres decir? –le preguntó ella muy sorprendida.


–Que lo último que necesito es que alguien trate de demostrar que es una diosa doméstica en mi cocina. Prefiero que las mujeres con las que salgo no se acomoden demasiado.


–¿Por si empiezan a pensar en la permanencia?


–Eso me hace pensar de nuevo en lo que quería decir.


Aquel turbador momento de intensa atracción sexual comenzó a remitir poco a poco. Pedro se preguntó cómo había sido posible que surgiera. Paula no se parecía en nada a las mujeres con las que él salía. Podría ser que su inteligencia o el extraño papel que ocupaba como receptora de información, papel que ninguna otra mujer había tenido, junto a lo diferente que era su aspecto, hubieran creado una enrevesada conspiración en su contra.


Además, su conversación tenía una cierta intimidad que podría haber pasado a formar parte de la mezcla y se hubiera convertido en una poderosa magia dañina. Lo peor era que, en su interior, una vocecita le preguntaba qué iba a hacer al respecto.


–Tengo una gran cantidad de correspondencia guardada que podría resultar muy dañina.


–¿Correspondencia?


–Sí, cartas, de las de toda la vida.


–¿Relacionadas con tus empresas?


–No. No están relacionadas con mi empresa, así que puedes dejar de pensar que has descubierto algo podrido. Ya te dije que, en mis negocios, soy completamente legal.


Paula lanzó un largo suspiro de alivio. Se habría sentido muy incómoda si él hubiera confesado algo oscuro, en especial considerando que estaba a solas con él en su casa. Por supuesto, no tenía nada que ver con el hecho de que ella se habría sentido desilusionada en él como hombre si hubiera formado parte de algo ilegal.


–Entonces, ¿de qué se trata? ¿Qué relevancia puede tener para el caso?


–Esto podría hacerle mucho daño a mi hija. Ciertamente, si llegara a oídos de la prensa, me molestaría mucho. Si te lo cuento, podría venirte bien para descubrir si estos correos tienen algo que ver con este tema.


–Tienes demasiada confianza en mis habilidades. Tal vez se me dé bien mi trabajo, pero no hago milagros.


–Bueno, se me ocurrió que podría haber referencias en los correos que podrían señalar a una dirección concreta.


–Y te parece que tengo que saber la dirección que podrían señalar para que pueda entender de qué va todo esto.


–Algo por el estilo.


–¿Y es que no lo has visto tú ya?


–He de reconocer que leí esos correos atentamente por primera vez el día en el que te contraté. Antes de eso, me había limitado a guardarlos, pero sin haberlos examinado en profundidad. No puedo estar seguro, pero tenemos que cubrir todas las posibilidades.


–¿Y si encuentro algún vínculo?


–Entonces, sabré qué opciones tengo en lo que se refiere al autor de esos correos.


Paula suspiró y se revolvió el cabello con los dedos.


–¿Sabes? Nunca antes me había visto en una situación como esta.


–Pero has tenido un par de situaciones comprometidas.


–No tan complicadas como esta. Esas situaciones comprometidas de las que hablas implican amigos de amigos que imaginan que puedo descubrir aventuras matrimoniales pinchando los ordenadores.


–¿Y esto?


–Aquí hay muchas capas o por lo menos eso es lo que me parece.


Y no estaba segura de querer descubrirlas. Le molestaba que él pudiera ejercer un efecto tal sobre ella, hasta el punto de conseguir que ella se tomara vacaciones para ayudarlo. 


Además, no podía dejar de mirarlo… Por supuesto, Pedro era muy guapo, pero, normalmente, en lo que se refería a los hombres ella era muy sensata y aquel estaba fuera de sus límites. El abismo que los separaba era tan grande que podrían estar viviendo en planetas diferentes.


Sin embargo, sus ojos no hacían más que buscarlo, lo que le preocupaba enormemente.


–Tuve más de una razón para divorciarme de mi esposa –dijo él después de unos instantes.


Dudó de nuevo, porque jamás compartía confidencias con nadie. Desde la edad de dieciocho años había aprendido a guardarse sus opiniones. En primer lugar, por vergüenza por haber sido engañado por una chica con la que tan solo llevaba saliendo unos meses, una chica que le había hecho creer que estaba tomando la píldora. Más tarde, cuando, como era de esperar, el matrimonio fracasó, él había desarrollado una sorprendente habilidad para ocultar sus sentimientos y sus pensamientos. Era su manera de protegerse contra el sexo opuesto y no volver a cometer un nuevo error.


Sin embargo, en aquellos momentos…


Paula lo miraba con sus inteligentes ojos. Se recordó que no necesitaba protección contra aquella mujer porque ella no poseía motivos ocultos.


–Bianca no solo me engañó para conseguir casarse conmigo, sino que también consiguió engañarme y hacerme creer que estaba enamorada de mí.


–Eras tan solo un muchacho… Esas cosas ocurren.


–¿Y por qué lo sabes tú?


–En realidad no lo sé. Yo no era una de esas chicas a las que los chicos hacían creer que estaban enamorados. Sigue.


Pedro la miró fijamente. Estuvo a punto de preguntarle sobre aquella afirmación, pero no lo hizo.


–Nos casamos y, poco después de que Raquel naciera, mi esposa empezó a coquetear con otros hombres. Al principio lo hacía discretamente, pero eso no duró mucho. Nos movíamos en ciertos círculos y tratar de averiguar con quién se quería acostar ella y cuándo se le insinuaría se convirtió en algo muy aburrido.


–Debió de ser horrible para ti…


–No fue algo maravilloso –admitió él.


–¡Por supuesto que no! A ninguna edad, pero mucho menos cuando prácticamente eres un niño y no estás preparado para enfrentarte a esa clase de desilusión.


–No… –susurró él. Entonces, se encogió de hombros.


–Entiendo perfectamente por qué quieres proteger a tu hija para que no sepa que su madre era… promiscua.


–Aún hay más –declaró él–. Cuando nuestro matrimonio estaba tocando fondo, durante una de nuestras peleas, Bianca implicó que Raquel no era hija mía. Después, se
retractó y dijo que no sabía lo que decía. Solo Dios lo sabe. Probablemente se dio cuenta de que Raquel era su único modo de conseguir mi dinero y lo último que iba a hacer era poner en peligro su fuente de ingresos. Sin embargo, las palabras ya estaban dichas y, por lo que a mí se refería, ya no se podían borrar.


–Lo entiendo…


–Un día, cuando ella se marchó de compras, yo regresé pronto de mi trabajo y decidí, siguiendo un impulso, registrar sus cajones. A estas alturas ya dormíamos en habitaciones separadas. Encontré un montón de cartas, todas del mismo hombre, un chico al que conoció con dieciséis años cuando estaba de vacaciones en Mallorca. Un amor de juventud. Enternecedor, ¿no te parece? Mantuvieron el contacto y ella siguió viéndolo cuando estaba casada conmigo. Por lo que leí entre líneas, deduje que él era el hijo de un pescador pobre, alguien a quien los padres de Bianca no habrían recibido con los brazos abiertos.


–No.


–El estilo de vida de los ricos y famosos –se mofó él–. Supongo que te alegras de no ser uno de los más privilegiados.


–En realidad, nunca lo he pensado mucho, pero ahora que lo dices… –comentó, con una sonrisa.


–No sé si la aventura terminó cuando el comportamiento de Bianca se descontroló aún más, pero ciertamente me hizo preguntarme si ella habría dicho la verdad cuando me comentó que Raquel no era en realidad mi hija biológica. No era que me importara en absoluto, pero…


–Supongo que querrías saber la verdad.


–Sí. Las pruebas demostraron sin lugar a dudas que Raquel era mi hija, pero supongo que comprenderás por qué esta información podría ser muy destructiva si viera la luz, en especial considerando la pobre relación que tengo con mi hija. Podría ser catastrófica. Raquel siempre dudaría de mi amor si pensara que yo me había hecho la prueba de paternidad para demostrar que era mía. Ciertamente, destruiría los recuerdos felices que tiene de su madre. A mí no me gustaría privarle a Raquel de sus recuerdos.


–Sin embargo, si esta información se mantuvo siempre en privado y aparecía solo en cartas manuscritas, no veo cómo se puede haber enterado alguien. No obstante, veré si encuentro algún nombre o cualquier detalle que pueda indicar que esta podría ser la base de las amenazas. Bueno, creo que debería irme a la cama –añadió de repente mientras se ponía en pie.


–Pero si ni siquiera son las nueve y media.


–Me gusta irme temprano a la cama –dijo, con incomodidad. 


Deseaba marcharse, pero tenía los pies clavados al suelo.


–Yo jamás he hablado tanto sobre mí mismo –murmuró Pedro. Resultaba evidente que estaba completamente perplejo–. No forma parte de mi modo de ser. Soy un hombre muy reservado, por lo tanto, no deseo que lo que te acabo de contar salga de las paredes de esta habitación.


–Por supuesto que no –le aseguró Paula vigorosamente–. Además, ¿a quién se lo diría yo?


–Si alguien pudiera considerar chantajearme por esta información, a ti se te podría ocurrir lo mismo.


Era una deducción completamente lógica. Sin embargo, Pedro se sintió muy incómodo por habérselo dicho tan claramente. Notó que las mejillas de Paula se
ruborizaban por la ira. Se contuvo para no disculparse por ser más directo de lo que era estrictamente necesario.


–Me estás diciendo que no confías en mí.


–Te estoy diciendo que te guardes todo esto para ti. Nada de cotilleos de chicas en los aseos del trabajo o cuando te tomes una copa de vino con tus amigas. Y, ciertamente, nada de conversaciones de almohada con quien termines compartiendo tu cama.


–Gracias por decírmelo tan claramente –dijo Paula fríamente–, pero sé muy bien cómo guardar un secreto y entiendo perfectamente que es esencial para ti que no se sepa nada de esto. Si tienes una hoja de papel, puedes redactarlo y te lo firmaré aquí mismo.


–¿Redactarlo?


–Sí. Estaré encantada de firmar las cláusulas que consideres necesarias para asegurarte mi silencio. Si revelo una sola palabra de lo que hemos hablado aquí, tienes mi permiso para mandarme a la cárcel y arrojar la llave.


–Pensaba que habías dicho que no te gustaba el melodrama.


–Me siento insultada por el hecho de que tú puedas pensar que yo rompería la confianza que has depositado en mí para que pueda hacer mi trabajo y que creas que no seré capaz de guardarme todos estos detalles.


Pedro se levantó para preparar café. Sintió cómo el ambiente se transformaba, del mismo modo que un felino es capaz de sentir la presencia de una presa con un simple cambio de viento. Las miradas de ambos se cruzaron y algo dentro de él, algo que se relacionaba con el instinto, le hizo darse cuenta que, por muy hiriente y mordaz que fuera el tono de voz de Paula, ella estaba en sintonía con él en más de un sentido. Y uno de esos sentidos era el terreno sexual…


–Soy un hombre acostumbrado a tomar precauciones –murmuró con voz ronca.


–Lo entiendo –dijo ella. Sobre todo después de lo que le acababa de contar. Era normal que quisiera asegurarse de que ella no pensaba aprovecharse de todo lo que le había contado. Por lo tanto, él estaba en lo cierto. ¿Por qué debería sorprenderse?


Lo que había ocurrido era que, en aquel ambiente de confidencias, ella había decidido ignorar la realidad. Pedro no le había contado todo aquello porque ella fuera especial. Se lo había contado porque era necesario para que ella realizara más fácilmente su tarea.


–¿De verdad?


–Por supuesto –dijo ella–. Simplemente, no estoy acostumbrada a que se desconfíe de mí. Soy una de las personas más fiables que conozco en lo que se refiere a guardar un secreto.


–¿En serio?


Pocos centímetros los separaban en aquel instante. Pedro sentía el calor que emanaba de ella y volvió a preguntarse si su instinto estaría en lo cierto cuando parecía indicarle que no le era tan indiferente a Paula como ella quería aparentar.


–¡Sí! –exclamó ella con una carcajada–. Cuando yo era una adolescente, era la persona a la que todos los chicos le contaban sus secretos. Sabían que yo jamás revelaría que les gustaba una chica o que me habían pedido consejo para impresionar…


–Está bien. Tú ganas.


–¿Significa eso que no me vas a pedir que firme nada?


–No. No tendrás que vivir con el temor de que yo te pueda mandar a la cárcel y arrojar la llave si me da la gana –susurró mientras bajaba los ojos para observar el abultamiento casi invisible de sus senos por debajo de la amplia camiseta.


–Te lo agradezco. Creo que no me habría resultado fácil trabajar para alguien que no confía en mí. En ese caso, empezaré a primera hora de la mañana –dijo ella. De repente, se había dado cuenta de lo cerca que estaban sus cuerpos, por lo que se apartó ligeramente–. Si no te importa, te agradecería que me llevaras hasta el ordenador y yo me pasaré toda la mañana con él. Por la tarde, comenzaré a examinar las cosas de tu hija. No es necesario que le pidas a tu ama de llaves que me prepare el almuerzo. Normalmente, como cualquier cosa. Te podré contar lo que haya descubierto cuando regreses por la noche o, si decides quedarte en Londres, te llamaré por teléfono.


Pedro afirmó con la cabeza. Tal vez no habría necesidad de todo eso. Tal vez se quedaría allí, en el campo. Resultaba mucho más relajante y mucho más útil en caso de que ella lo necesitara…






RENDICIÓN: CAPITULO 5




Ya estamos…


Pedro abrió la puerta de la suite y se hizo a un lado para que Paula pudiera pasar.


Habían pasado tan solo unas pocas horas desde que él la había convencido para que se mudara a su casa. Veía que ella tenía sus dudas, pero la quería a su lado y era un hombre acostumbrado a conseguir lo que deseaba a cualquier precio. Por lo que a él se refería, su propuesta era de lo más lógica. Si Paula tenía que buscar pistas entre las cosas de su hija, el único modo en el que podría hacer era estando allí, en su casa. No había otra manera.


Desgraciadamente, no había anticipado aquella eventualidad. Había pensado que se trataría simplemente de seguir una serie de pistas en su ordenador para llegar directamente a quien fuera responsable del envío de los correos.


Dado que aquello no iba a ser tan fácil como había pensado en un principio, había sido un golpe de suerte que la persona que iba a trabajar en el caso fuera una mujer. Ella comprendería cómo funcionaba la mente femenina y sabría cómo encontrar la información que pudiera resultarle útil.


Además…


Miró a Paula mientras ella entraba en la suite. Había algo en aquella mujer… A pesar de que una parte de él desaprobaba por completo su manera de ser, otra se sentía profundamente intrigada.


¿Cuándo había sido la última vez que había estado en compañía de una mujer que no dijera lo que quería que él escuchara? ¿Acaso había estado alguna vez en compañía de una mujer que no dijera tan solo lo que quería que él escuchara?


Pedro era producto de una vida de privilegios. Había crecido rodeado de servicio doméstico, chóferes y, de repente, su vida había cambiado por completo al convertirse en padre. Había empezado a no tener la libertad de cometer errores de juventud y poder aprender de ellos con el tiempo. Había adquirido una serie de responsabilidades sin invitación alguna y, además de eso, se había dado cuenta de que lo habían utilizado por su dinero.


Casi sin salir de la adolescencia, había descubierto la amarga verdad: su fortuna siempre sería un objetivo para ciertas personas. Jamás podría relajarse en compañía de cualquier mujer sin sospechar que ella estaba buscando una oportunidad. Siempre tendría que estar de guardia, siempre vigilante, siempre asegurándose de que nadie se acercaba demasiado.


Era un amante generoso y no tenía ningún problema en compartir su cama con una mujer, pero sabía muy bien dónde marcar la línea y era firme a la hora de asegurarse de que ninguna mujer se le acercaba demasiado, ciertamente no lo suficiente para que pudiera albergar esperanzas de que lo que había entre ellos durara.


Resultaba poco frecuente encontrarse en una situación como aquella. Estar cerca de una mujer cuando el sexo no formaba parte del menú. Más inusual aún resultaba encontrarse en aquella situación con una mujer que no realizaba esfuerzo alguno por agradarle.


–Esperaba un simple dormitorio –dijo Paula tras volverse para mirarlo–. Pósteres en las paredes, peluches… Esa clase de cosas.


–Raquel ocupa un ala entera de la casa. En realidad, hay tres dormitorios, junto con un salón, un estudio, dos cuartos de baño y un gimnasio –comentó mientras se acercaba a ella–. Esta es la primera vez que he entrado en esta parte de la casa desde que mi hija regresó por última vez del internado para pasar las vacaciones. Cuando vi el estado en el que se encontraba, llamé inmediatamente a Violet, quien me informó que, tanto ella, como el resto de los miembros del servicio, tenían prohibida la entrada.


Pedro tenía la desaprobación reflejada en el rostro. Paula lo comprendía perfectamente. Parecía que había estallado una bomba en aquel lugar. El suelo del pequeño vestíbulo apenas resultaba visible por la ropa y los libros que había tirados por el suelo. A través de las puertas abiertas, pudo ver que el resto de las habitaciones parecían estar en un estado de caos muy similar.


Revistas por todas partes, zapatos que se habían quitado de una patada y que habían caído en lugares dispares, libros de texto abiertos por el suelo… Revisar todo aquello iba a llevarle mucho tiempo.


–Los adolescentes son personas muy reservadas –dudó Paula–. No les gusta que se invada su espacio.


Entró en el primero de los dormitorios y luego hizo lo mismo con el resto de las estancias. Era plenamente consciente de que Pedro la estaba observando. Tenía la extraña sensación de estar siendo manipulada. ¿Cómo había terminado allí? 


Se sentía implicada en todo aquello. Ya no estaba haciendo un trabajo fuera de su horario laboral para ayudar al amigo de su padre. Estaba metida en los asuntos personales de una familia y no estaba del todo segura de por dónde empezar.


–Haré que Violet ordene estas habitaciones a primera hora de la mañana –dijo Pedro por fin cuando ella regresó a su lado–. Al menos, te resultará más fácil empezar.


–Probablemente no sea muy buena idea. A los adolescentes les gusta escribir cosas en trozos de papel. Si hay algo que descubrir, seguramente será ahí donde lo encontraré y eso es precisamente la clase de cosas que alguien que venga a limpiar tirará a la basura. ¿Es que no tienes ningún tipo de comunicación con tu hija? –le preguntó después de pensarlo un instante–. Es decir, ¿cómo es posible que ella haya conseguido que sus habitaciones se mantengan en este estado?


Pedro miró a su alrededor y se dirigió a la puerta.


–Rachel ha pasado aquí la mayor parte del verano mientras que yo he estado en Londres. Venía de vez en cuando. 
Evidentemente, ha intimidado a los del servicio doméstico para que no se acerquen a sus habitaciones y ellos han obedecido.


–¿Que venías de vez en cuando?


Pedro se detuvo y la miró con frialdad.


–Estás aquí para tratar de solucionar un problema informático, no para juzgar mis habilidades como padre.


Paula suspiró con evidente exasperación. Había tenido que trasladarse hasta allí con gran celeridad. Pedro incluso la había acompañado a su despacho con el pretexto de ver a qué se dedicaba su empresa. Había impresionado a su jefe de tal manera que Jake no había tenido problema alguno en darle a Paula la semana de vacaciones.


Por lo tanto, tras encontrarse en una situación que ella ni siquiera había elegido, no iba a permitir que él la sermoneara de aquella manera tan condescendiente.


–No estoy expresando mi opinión sobre tus habilidades como padre –replicó ella–. Estoy tratando de comprender una situación. Si veo todo lo que ocurre en esta casa, tendré mejor idea de cómo y dónde proceder. Es decir, si descubro quién es responsable de esos correos, podría ser que no supiéramos por qué los está enviando. Podría cerrarse en banda y negarse a decir nada. Entonces, podría ser que tú siguieras con un problema entre manos que tiene que ver con tu hija.


Habían llegado ya a la cocina, que era enorme y estaba dominada por una gran mesa de roble. Todo en aquella casa era muy grande, incluso los muebles.


–Podría ser que los correos no tuvieran nada que ver con Raquel. Esa es otra posibilidad –comentó él mientras sacaba una botella de vino del frigorífico y dos copas de uno de los aparadores.


Olía muy bien a comida. Paula miró a su alrededor buscando a Violet, que parecía ser una presencia invisible aunque constante en la casa.


–¿Dónde está Violet? –le preguntó ella.


–Se marcha por las noches. Trato de que el personal del servicio doméstico no se vea encadenado a la casa por las noches –respondió mientras le ofrecía una copa de vino–. Nos ha preparado un estofado de carne de ternera. Está en el horno. Podemos tomarlo con pan, si te apetece.


–Por supuesto –dijo ella–. ¿Así es como funcionan las cosas cuando estás aquí? ¿Te preparan las cenas para que lo único que tengas que hacer sea encender el horno?


–Una de las empleadas se suele quedar cuando Raquel está aquí –respondió Pedro sonrojándose. Entonces, se dio la vuelta para que ella no lo viera.


En aquel momento, Paula comprendió la situación con tanta claridad como si la estuviera viendo con sus propios ojos. 


Pedro se sentía tan incómodo con su hija que prefería tener presente a una tercera persona. Seguramente, Raquel sentía lo mismo. Dos personas, padre e hija, que se sentían como dos desconocidos en aquella casa.


Pedro no había formado parte de la infancia de la pequeña. 


Había visto cómo sus esfuerzos se veían rechazados por una vengativa esposa y, en aquellos momentos, se encontraba junto a una adolescente a la que no conocía. Él, por naturaleza, tampoco era la clase de persona que se relacionara fácilmente con otros. En ese ambiente, cualquier persona malintencionada podría haber encontrado un recoveco para poder tratar de desestabilizarlos.


–Entonces, ¿nunca estás a solas con tu hija? En ese caso, por supuesto que no tienes ni idea de lo que pasa en su vida, en especial dado que pasa la mayor parte de su tiempo fuera de casa. Sin embargo, me decías que podría ser que esto no tuviera que ver directamente con Raquel. ¿Qué querías decir exactamente con eso?


Ella observó cómo Pedro llevaba la comida a la mesa y volvía a llenar las copas de vino.


–Lo que estoy a punto de decirte se queda entre las paredes de esta casa, ¿está claro?


Paula se quedó inmóvil, con la copa a medio camino entre los labios y la mesa. Lo miraba con profundo asombro.


–¿Y te ríes de mí por pensar que podrías tener vínculos con la Mafia?


Pedro la miró y sacudió la cabeza antes de esbozar una ligera sonrisa.


–Está bien, tal vez he sido un poco melodramático.


Paula se quedó sin aliento al ver aquella sonrisa. Resultaba tan encantadora, tan espontánea… Parecía que, cuanto más tiempo pasaba en compañía de Pedro, más intrigante y complejo volvía él a sus ojos. No era simplemente un hombre muy rico que le había encargado un trabajo, sino un hombre cuya personalidad tenía tantas facetas que resultaba imposible de asimilar. Lo peor de todo era que estaba empezando a sentirse atrapada y bastante asustada.


–Yo no suelo dejarme llevar por el melodrama –añadió él–. ¿Y tú?


–Nunca –respondió Paula mientras se relamía los labios con nerviosismo–. ¿Qué es lo que ibas a decirme que tiene que quedarse entre estas paredes?


Él la miró durante unos instantes.


–Es poco probable que nuestro hombre se haya adueñado de esta información, pero, por si acaso, se trata de datos que no me gustaría que me hija conociera y, ciertamente, mucho menos que llegaran a la opinión pública.


Se tomó el vino que le quedaba en la copa y comenzó a servir la comida en los platos, que ya estaban sobre la mesa junto con los cubiertos y las copas