sábado, 15 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 34




Días después, Paula se sentó en el auditorio del instituto sin apenas creer que Pedro y el profesor Paula la hubieran acompañado a la conferencia mensual que patrocinaba el Ayuntamiento. Era un evento que pretendía crear una conciencia cultural y la conferencia de aquel día era sobre Alemania. Tendría que haber sido fascinante, pero el supuesto experto que la daba, hablaba en un tono muy monótono. Era un misterio cómo alguien podía hacer que un bonito lugar como Alemania sonara tan aburrido.



Paula miró al profesor, que tenía sentado a un lado. Su cara no era muy expresiva, pero parecía estar escuchando. 
Pedro, que se sentaba al otro lado, parecía más interesado en acariciarle la palma de la mano.

Una calidez que parecía traicionera inundó a Paula. 
Pedro podía haberse disculpado por su comportamiento cuando eran niños y haberla besado repetidas veces, pero seguía siendo la misma persona. Tenía que recordar que Pedro sólo tonteaba con ella porque era la única mujer que tenía cerca… como había ocurrido antes. ¿Por qué le importaría que la gente los viera juntos? 

Después de todo, a él no le importaba Divine ni lo que la gente de allí pensara de él y necesitaba algo para pasar el rato. Pero pronto volvería a Chicago y le costaría recordar el nombre de ella.

No se dio cuenta de que había suspirado hasta que 
Pedro se inclinó sobre ella y le susurró:
—¿Qué te pasa?

—Nada —soltó su mano y la apoyó en su regazo.

Se oyeron risas entre el público y Paula se puso recta pensando qué era lo que se había perdido.

Había un gato sentado en el escenario frente al conferenciante con la cabeza erguida, como si estuviera escuchando. Después de un rato, agitó la cabeza, bostezó y comenzó a limpiarse el trasero.

Paula se tapó la boca con la mano. Por muy aburrido que fuera el conferenciante, era de mala educación reírse. Aunque Pedro no debía pensar lo mismo, porque soltó una sonora carcajada y ella le dio un toque con su hombro. Le hubiera dicho algo, pero el gato levantó la cabeza y chilló de forma escandalosa.
El conferenciante paró, se colocó las gafas y miró atónito al felino.

—Todos podemos ser críticos —dijo con solemne dignidad, aunque sus ojos no se reían.

Al decir eso, la gente se echó a reír mientras el gato miraba a su alrededor asustado. Sin duda estaba abandonado y hambriento.

—Pobrecito.

Pedro conocía ese tono de voz. Miró a Paula y la vio con la mirada fija en el gato. Era blanda y había insistido en que usaran trampas que no mataran a los ratones, en el desván, aunque Pedro le había dicho que volverían a entrar. Paula había puesto cuidadosamente las lombrices de nuevo en la tierra mientras hablaba con ellas sin saber que Pedro la estaba escuchando.

Ahora tenía la impresión de que llevaría un gato en su lujoso coche de vuelta a casa, a menos que el destino se apiadase de sus asientos de cuero. 

Podía negarse, pero probablemente no lo haría. No quería que Paula pensara que le importaba más su BMW que el destino de un gato abandonado.

No parecía que a Paula le gustara él. 

Normalmente se hubiera dicho a sí mismo que pensar eso era una locura, especialmente después de los besos que se habían dado, pero lo pensaba. Por lo menos deberían ser amigos. ¿Era mucho pedir? Se había disculpado por lo ocurrido en el pasado y ella lo había aceptado, aunque, todavía, sus ojos parecían distantes. Aquello estaba volviendo loco a Pedro, aunque pensara que podía ser lo mejor que podía pasar.

Cuando acabó la conferencia, Paula quiso seguir al gato.

—Ahora vuelvo —dijo mientras la gente aplaudía y un momento después, tenía el gato acurrucado entre sus brazos, sin importarle que estuviera ensuciándole el vestido.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 33




Paula quiso insistir, pero era cierto que hubo gente que se enfadó con 
Pedro por haberse lesionado. Y, obviamente, él no había superado el accidente que terminó con sus sueños de futbolista. No se había aceptado a sí mismo.


Paula tiritaba. Se empezaba a dar cuenta del complicado hombre que había tras la arrogancia. Un hombre con unas pasiones tan fuertes y profundas que no confiaba en sí mismo. Un hombre que quería controlar su corazón porque no lo entendía, al igual que no se entendía a sí mismo y, por eso, se negaba a creer en el amor y sus argumentos eran una cortina de humo que escondían la verdad a la que él no se quería enfrentar.

—Tú también me odiabas —murmuró acariciándole la frente con un diente de león.

—A mí no me importaba nada el fútbol.

—No, tenías tus propias razones para odiarme. Te traté mal cuando íbamos al colegio, al igual que mis amigos.

—He sobrevivido.

—No tenías que haber tenido que sobrevivir y yo fui uno de los que te puso las cosas difíciles. Nunca sabrás lo arrepentido que estoy de eso.

—Acepto tu disculpa —Paula puso la mano en el pecho de 
Pedro. Algo dentro de ella la estaba desafiando—. ¿Sabes lo que debemos hacer? —susurró.

—No, ¿qué?

Paula sonrió y extendió los dedos por los pectorales de él.

—Besarnos.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 32



Pedro intentó recordar si alguna vez había conocido al señor Chaves y finalmente hizo aparecer la imagen de un hombre alto con el pelo rubio y grueso y una expresión fría y de insatisfacción en la cara. Había ido al concurso científico del instituto en el que Paula había ganado el primer premio, pero, aparentemente, no era suficiente. La idea de Paula creciendo con semejante hombre puso enfermo a Pedro. Recordó cómo sus amigos y él lo habían visto gritar a Paula.

—¿Y qué hay de tu ex marido?

Ella no contestó inmediatamente y 
Pedro la miró.

—¿Paula?

—Pues que… tenía problemas con su familia. Su hermano mayor era el favorito y trataban a Butch como si fuera retrasado porque prefería los deportes a los estudios. Su hermano mayor murió en un accidente y Butch terminó haciéndose cargo de la empresa familiar. Lo raro es que lo hacía muy bien, aunque ellos no pudieran verlo.

—¿Qué tiene eso que ver contigo?

—Butch era inteligente, pero la universidad lo aburría y la dejó el primer año… mientras que yo me doctoré con veintiún años. A veces parecía estar orgulloso de mí y en ocasiones… no sé… parecía enfadado.

—¿Fue por eso por lo que lo dejaste? Me alegro por ti.

—No. Lo dejé porque no podía mantener la bragueta cerrada.

—¿Quieres decir que era infiel?

—Sí y no tienes por qué sorprenderte.

—Claro que me sorprende. Era idiota.

—Es muy amable de tu parte, pero yo sé el aspecto que tengo y no era suficiente para él.

—No estoy siendo amable. No es culpa tuya que él fuera infiel. Eres lista, amable e increíblemente sexy. Si no apreciaba lo que tenía, no merecía conservarlo.

Paula quería creerlo y 
Pedro se dio cuenta. Pero todo el mundo, incluso ella misma de adolescente, había pisado el ego de su feminidad tantas veces que probablemente no pudiera escuchar a nadie.

—Vale —dijo él—. Voy a decirte algo que nunca he contado a nadie. ¿Tú piensas que no estoy mal?

Paula asintió con la cabeza.

—Entonces estamos de acuerdo en que no soy un ogro —
Pedro tomó aire—. Bien, hace unos años, estuve comprometido. Mi prometida era preciosa, sofisticada… era una ex miss Illinois. Yo estaba loco por ella, pero me enteré de que se había estado acostando con otros hombres, incluso después de que planeáramos la boda. ¿Crees que era porque yo no era lo suficientemente hombre?

—No.

Cuando ella respondió, 
Pedro se sintió mejor. No había disfrutado contándole la verdad, aunque no le importaba que lo supiese.

—Eso mismo se puede aplicar a tu caso. Lo que no entiendo es cómo sigues creyendo en el amor. ¿Cómo puedes confiar en un sentimiento que te ha traicionado?

—No se puede culpar al amor. Mi matrimonio se rompió porque no supe elegir a la persona correcta. Eso es todo.

—¿De verdad crees que es tan sencillo? ¿Que ambos escogimos mal?

—Quizá —dudó ella—. Para ser honesta, tú nunca te has sentido atraído por chicas que fuesen un modelo de virtud, por lo menos en el instituto. Y, a menudo, aunque no lo queramos, caemos en nuestros mismos errores.
Pedro agitó la cabeza. Nada era tan sencillo. No podía confiar en el amor, era… demasiado voluble, demasiado fácil perder. Pero no era sólo por lo que le había ocurrido con Sandra. Su novia del instituto había desaparecido cuando él había dejado de ser el héroe del pueblo y en pocos días salía con el nuevo capitán del equipo sin haberle devuelto siquiera su anillo o sin haberse molestado en decirle que habían terminado.

Incluso cuando el amor era verdadero, le exigía más de lo que él estaba dispuesto a dar. Sus padres eran un ejemplo. Se amaban, pero su madre había sido infeliz cuando su padre trabajaba fuera. Tres días de cuatro, ella tenía que hacerlo todo y sólo vivía cuando su padre entraba por la puerta.

Y también estaba su abuelo, perdido en una dolorosa niebla, incapaz de sonreír o de funcionar. Incluso si padecía de senilidad, parecía que la muerte de la abuela la hubiese provocado.

—Tenemos opiniones diferentes. El amor no merece la pena. Yo golpeé a un amigo que me dijo lo que Sandra estaba haciendo y tú estás viendo por lo que está pasando mi abuelo. Yo no quiero estar así, teniendo todo fuera de mi control… mi felicidad dependiendo de otra persona.

—Así que, en lo que se refiere al amor, te rindes. Igual que con la esperanza y los sueños.

—Sí. Aprendí lo costosos que son los sueños después del accidente. Lo pierdes todo. Y en cuanto a la esperanza, ¿tienes idea de lo que fue estar postrado en aquella cama de hospital, día tras día, rezando para que el médico estuviera equivocado, esperando que entrara y que me dijera que mis lesiones no eran para tanto y que podría jugar al fútbol de forma profesional? Pero nunca ocurrió y el pueblo entero me odió porque fastidié la oportunidad de ganar el título estatal.

Paula tragó saliva. No sabía por lo que 
Pedro había pasado, pero sabía de esperanzas perdidas y de sueños y también sabía de salir adelante y de encontrar algo en lo que poner sus esperanzas y jamás dejaría de creer en eso.

—El pueblo no te odiaba.

—Lo que está claro es que no me amaba




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 31




Ignorando que podía subir y tomar un preservativo de su cartera, regresó al arroyo y se tumbó junto a ella. Ya se podía relajar, siempre y cuando no pensara en su sabor o en cómo sus pechos habían respondido al tacto de sus dedos.

—He apagado la bomba. Podemos vaciar el estanque en otro momento.
Pedro se puso las manos detrás de la cabeza para mantenerlas lejos de la tentación y miraba hacia arriba.

—Ni siquiera he traído mi móvil. ¿Sabes cuánto tiempo hace que no hago el vago una tarde?

—Imagino que bastante —Paula parecía igualmente interesada en las ramas de los árboles que tenían por encima—. Estás tan concentrado en el éxito que probablemente nunca tengas tiempo libre.

—Mmm —dijo 
Pedro evadiéndose. Se preguntó si ella esperaba que hiciera otro movimiento. Una parte de él quería hacerlo, pero otra le decía que mantuviera las manos fuera, porque cuando ya estaba todo dicho y hecho, ella todavía era la misma Paula que pensaba que las chicas buenas no llegaban hasta el final.

—Es bonito cómo la luz pasa por entre las hojas.

—Sí.

—Dime por qué te irritaste tanto cuando dije que yo era la fuerza y tú la maña —le pidió 
Pedro, a quien la mezcla de emociones que había visto en su cara seguía molestando.

—Quizá me irritara un poco. Hay dos razones, creo: mi padre y mi ex marido. Mira, mi padre era muy estricto con la escuela, pero también parecía que se resentía cuando hacía las cosas bien. Nunca he estado segura por qué.

—Probablemente estaba celoso porque eras más inteligente que él.

—¡Yo no creo que fuera más lista que mi padre! —protestó—. Él era muy inteligente.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 30




En aquel momento, Paula se sentía tan bien que ni siquiera recordaba cómo se llamaba. Incluso cuando había estado casada, los besos y las caricias no habían sido como aquéllas, ya que Butch sólo estaba interesado en el resultado y no en el proceso y los juegos previos no estaban entre sus prioridades.

Las manos de 
Pedro no parecían tener prisa y sus besos, profundos y calientes, duraron una eternidad. Sus dedos exploraron bajo su camiseta y ella también se lanzó a explorar. Su piel ya estaba caliente a pesar del baño y a Paula le encantó sentir cómo los músculos de Pedro se tensaban y relajaban bajo su suave piel.


También le encantó la sacudida que le produjo cuando tocó el empeine de su pie. Su beso se hizo más profundo y su lengua se movió ansiosamente dentro de la boca de Paula, que se sentía como si tuviera quince años otra vez, con todas sus esperanzas y sus sueños frente a ella. Pero suspiró al recordar quién había roto algunos de sus sueños y le había enseñado que la esperanza no era siempre suficiente… el mismo hombre cuyos besos la estaban dejando sin sentido.

—¿
Pedro?

Pedro notó la tensión en la voz de Paula y percibió el cambio en su cuerpo al mismo tiempo.

—¿Qué? —murmuró mientras le besaba el cuello.

Acarició con sus labios uno de sus pezones y escuchó un gemido de Paula. Su mano fue hacia abajo por los pantalones cortos de ella, pero se paró. 

Pedro quería hacerle el amor, pero no estaba preparado. Era de risa. Siempre tenía en mente el sexo seguro y siempre estaba preparado para ello, pero esta vez se le había olvidado. Aunque sus instintos más primarios le empujaban a probar suerte, no sería justo para Paula.
Saboreando sus pechos amorosamente por última vez, 
Pedro gruñó y se giró colocándose boca arriba y respirando. 

Todas las células de su cuerpo pedían aliviarse, pero Pedro agitó la cabeza y se concentró en su acelerado pulso. Aquello no era bueno. Desde que se había enterado de la verdad sobre su novia, se había prometido no perder el control nunca más, no dejar nunca que una mujer llegara a él más allá de donde podía controlar. Y en ese momento, la pequeña Paula Chaves lo estaba haciendo delirar. Era como ser un crío otra vez, con necesidades y sin disciplina.

—Um… ¿
Pedro?

Antes de que Paula girara la cabeza, se puso de pie.

—Quédate aquí. Ahora vuelvo —dijo girándose antes de que ella pudiera ver el efecto que le había causado.

Pedro no podía recordar la última vez que había estado tan excitado. Sólo quería comprobar si Paula pasaba de él y no se esperaba aquella explosión atómica de calor. La profundidad de su reacción era inquietante, quería pasar la tarde tumbado junto a ella escuchando el agua del arroyo. No tenía ningún sentido, pero era, exactamente lo que iba a hacer… y aquello era tentar al destino más de lo que lo había tentado en años.
Pedro apagó la bomba del estanque, después fue a comprobar que su abuelo estaba bien.

—¿Estás bien, abuelo?

—Sí —Joaquin Alfonso estaba leyendo algo y 
Pedro se acercó.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Una revista de jardinería que ha traído Paula. Me dijo que eligiera qué plantar en el huerto para el otoño.

Pedro hizo una mueca de dolor. No era seguro que el abuelo viviera en esa casa en otoño, aunque parecía que estaba mejor y Pedro sabía que Paula lo había convencido para que empezara a pasear con ella. Si el problema del abuelo era una depresión, el ejercicio lo ayudaría.

—Quizá debieras ir al médico —murmuró.

—A mí no me pasa nada.

Pedro agitó la cabeza. El abuelo había repetido aquello siempre. Le decía al médico que sus hijos exageraban y se preocupaban por nada. Cada vez que iba al médico se comportaba tal y como era. Al doctor Kroeger le había llevado un tiempo ver que había indicios de senilidad y prescribirle un tratamiento.

—De todos modos, no estoy senil y no necesito la medicina ésa que me das —añadió el abuelo.

—Entonces iremos al médico y hablaremos con él sobre esto, a lo mejor te la cambia o prueba con otra cosa.

—No necesito ir al médico para eso. He estado tirando las pastillas. No me he tomado ninguna en una semana.

Pedro no se sorprendió e incluso le entraron ganas de reír.

—Hablaremos sobre esto más tarde. Paula me está esperando.