viernes, 28 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO FINAL





A la mañana siguiente, Pedro la despertó con un beso en los labios.


—Buenos días, mi bellísima prometida.


—Buenos días, mi futuro marido —respondió ella—. ¿Qué planes tenemos para hoy?


—Desayunar y organizarlo todo —le dijo él con tono seguro.


—¿Quieres que nos casemos en Dallas? Yo preferiría hacerlo en Royal.


—Si es lo que quieres, lo haremos allí, tal vez en el rancho de tu padre.


—Sí, pero antes tendré que hablar con él y arreglar las cosas.


—Después del desayuno.


Hicieron el amor en la ducha y luego se vistieron.


Bajaron al comedor y Paula vio que el ama de llaves de Pedro había preparado la mesa en el patio.


Nada más salir supo por qué.


—¿Papá?


—Espero que no te importe, pero quería ser el primero en felicitarte y en pedirte perdón por haber querido organizarte la vida.


Parecía cansado y preocupado. Se acercó a él y le dio un fuerte abrazo.


—Por supuesto que te perdono. Sé que solo estabas preocupado por mí.


—Y por tu futuro. Sé que Pedro se ocuparía bien de Chaves Construction cuando yo no esté, pero no voy a insistir más.


Ella le dio un beso en la mejilla.


—Gracias, papá. Me alegro mucho de que estés aquí esta mañana.


Maggie salió al patio y Paula se acercó a ella y le dio un beso. Parecía muy contenta y le tomó la mano a Paula para ver el precioso anillo de compromiso.


—Me alegro mucho de que hayáis resuelto vuestros problemas. No me gustaba veros separados.


—A mí tampoco —admitió Pedro.


—Ni a mí —dijo Paula al mismo tiempo.


Pedro le tomó la mano y la llevó hasta la mesa del desayuno.


—¿En qué piensas? —le preguntó.


—En lo estupendo que va a ser el futuro —respondió ella.


—Va a ser genial. Y podremos contar a nuestros hijos cómo su abuelo intentó que rompiésemos, pero no lo consiguió.


—No creo que sea buena idea, Pedro —le dijo Hernan.


—¿Por qué no?


—¿Y si tienes una hija tan testaruda como Paula? Saldrá con cualquiera y, si intentas impedírselo, te dirá que te estás comportando como yo —dijo Hernan riendo.


Pedro sacudió la cabeza.


Estaba deseando tener una niña que se pareciese a Paula.


—¿Vais a instalaros en Royal? —preguntó Hernan.


—Todavía no lo hemos hablado, pero a mí me gustaría vivir entre Dallas y Royal.


—Me gusta la idea —admitió Paula.


—A mí también —intervino Maggie.


—Todavía podemos trabajar juntos —añadió Hernan—. Ahora que hemos aclarado el malentendido.


—¿Malentendido? Mi empresa no hizo nada mal. Tus ofertas son mucho más caras que las de los demás.


—Ahora que vas a ser de la familia, tal vez pueda hacerte un descuento —le dijo Hernan.


Paula no pudo evitar echarse a reír.



Sospechaba que, a pesar del respeto que su padre y Pedro se tenían, iban a seguir compitiendo.


Pero le daba igual. Todo lo que Pedro hacía era para complacerla y ambos estaban deseando ser felices juntos.



NUEVO ROSTRO: CAPITULO 32




A Paula le había gustado mucho la idea de Abby de ir a Dallas. Quería estar más cerca de Pedro.


El vuelo le resultó corto y pronto estaban en tierra, en la limusina.


—Mi padre solía traerme aquí de compras antes de empezar las clases.


—Ya me acuerdo. Siempre te tuvo muy consentida —comentó Abby.


—Es cierto. Me ha resultado muy duro estar sin hablar con él, pero quiero que se dé cuenta de que no puede seguir jugando con mi vida.


Abby asintió.


—Has hecho lo correcto. ¿Cuándo vas a perdonarlo?


—Creo que ya lo he hecho. Solo nos tenemos el uno al otro y es la única persona a la que le importo.


La limusina se detuvo y el conductor se bajó a abrirles la puerta. Abby le hizo un gesto a Paula para que bajase primero y esta salió y se quedó de piedra.


Tenía delante a Pedro vestido de esmoquin.


Una banda de música empezó a tocar y Pedro se acercó a ella con los brazos estirados. Paula dudó, pero Abby salió de la limusina y la empujó hacia él.


—Venga, sabes que quieres ir con él.


—Es verdad.


Pedro la tomó entre sus brazos.


—Sacrificaría todo lo que tengo por ti, Paula. Eres lo más importante de mi vida y, sin ti, no tengo nada. Te quiero.


—Yo también te quiero, Pedro.


Él se arrodilló y se sacó una caja de terciopelo negro del bolsillo. La abrió y le dijo:
—Paula Chaves. Me enamoré de ti la primera vez que me sonreíste y fui un tonto por dejarte marchar con dieciocho años. Por favor, permite que te compense por los años perdidos pasando el resto de mi vida contigo.


Pedro Alfonso, no hay nada que desee más que ser tu esposa.


Pedro gritó de alegría y le puso el anillo.


Un segundo después, la estaba besando y la hacía girar en el aire.


—Jamás volveremos a separarnos —dijo Pedro.


—Estoy de acuerdo —contestó Paula.








NUEVO ROSTRO: CAPITULO 31





—Tengo al teléfono a Abigail Langley. Dice que es urgente —le dijo Bettina, que era la secretaria de Pedro en Dallas.


—Pásamela —respondió él—. Hola, soy Pedro —le dijo después a Abby.


—Soy Abby Langley. Hernan me ha dicho que querías hablar conmigo.


—De eso hace ya tres días —replicó Pedro, arrepintiéndose al instante.


—¿Todavía me necesitas o no? —preguntó ella en tono impaciente.


—Sí. Quiero que Paula vuelva conmigo, pero no responde a mis llamadas.


—No me extraña. No se hacen trueques con las mujeres.


Pedro estaba cansado de que lo acusasen de algo que no había hecho.


—Deberías enterarte bien de los hechos, creo que estás equivocada.


—Pues eso es lo que piensa Paula. ¿Qué quieres que haga?


—¿Podrías traerla a Dallas? Ella no lo haría si se lo pidiéramos su padre o yo, pero tú podrías sugerirle una escapada de chicas —se le ocurrió, y añadió—: Yo correré con los gastos, no te preocupes por el dinero.


—Si lo hago, me deberás un favor —le dijo Abby.


—¿Qué clase de favor?


—Que ayudes a Floyd Waters con tu experiencia.


—De acuerdo, pero tendrás que hacer todo lo que yo te diga —le pidió Pedro.


—¿Qué tienes pensado?


—¿Tienes avión?


—Sí. ¿Quieres que la lleve a Dallas?


—Sí. Sospecharía si viese mi avión.


—De acuerdo. ¿Y para que vamos a Dallas?


—A pasar un fin de semana de chicas.


—Estupendo, y cuando tú la raptes, ¿qué voy a hacer yo? —quiso saber Abby.


—Volver a Royal y continuar con tu campaña para convertirte en la siguiente presidenta del Club de Ganaderos de Texas.


Ella se echó a reír.


—¿Y por qué debo ayudarte? ¿Me vas a prometer que no volverás a hacerle daño?


Pedro llevaba cuatro días sin dejar de pensar en aquello.


—La quiero, Abby.


—¿De verdad?


—Por supuesto, si no, no te pediría ayuda. Paula es demasiado importante para mí.


—Prométeme que no le harás daño, Pedro —insistió ella.


—Antes me moriría que hacerle daño a Paula —dijo él.


—De acuerdo.


Pedro siguió con el plan.


—Vale… Gracias… Necesito que el viernes la traigas a Knox Street. Le puedes decir qué vais de compras y yo le daré una sorpresa. ¿En qué tienda entraréis primero?


—En… Pottery Barn, una tienda de cerámica. Acaba de volver a su casa y seguro que necesita algo.


—Allí estaré. ¿Puedes mandarme un mensaje de texto cuando aterricéis?


—De acuerdo, pero si no quiere verte, me la traeré de vuelta.


—Está bien. Si no quiere verme, te prometo que saldré de su vida para siempre. Quiero que sea feliz.


—Eres un buen hombre, Pedro.


—Lo intento —respondió él antes de colgar el teléfono.


Luego se levantó de su sillón y salió del despacho.


—Bettina, me voy a tomar la tarde libre —le anunció a su secretaria.



*****


Fue a Knox Street, a ver la tienda en la que habían quedado. 


En la parte trasera había un gran aparcamiento y, por el precio adecuado, le reservaron la mitad para el viernes por la tarde.


Sabía que todo dependía de su plan.


Quería buscar una banda de música y flores suficientes para que aquello pareciese el jardín del Edén.


Cuando lo tuvo todo organizado volvió a su despacho y empezó a trabajar en los planos de la casa con la que siempre había soñado, imaginando a Paula en cada una de sus habitaciones.


Trabajó en ellos día y noche hasta el viernes por la mañana.


El día de la cita, cuidó especialmente su aspecto y cuando recibió el mensaje de Abby, diciéndole que estaban aterrizando, se limpió las sudorosas palmas de las manos en los pantalones y se subió a su Porsche.


Fue a Knox Street y esperó con la esperanza de poder darle a Paula el anillo que tenía en el bolsillo y que esta le dijese que quería ser su esposa.


No sabía si sería capaz de dejarla marchar si no le decía que sí.


Casi se le había olvidado respirar cuando vio entrar una limusina en el aparcamiento y la puerta se abrió.


NUEVO ROSTRO: CAPITULO 30






Dos días después Paula seguía sin devolverle las llamadas y Pedro tenía que tomar una importante decisión. Podía seguir luchando por el proyecto de reforma del club y dejar que Paula pensase que eso le importaba más de lo que realmente le importaba, u olvidarse de él y encontrar la manera de recuperarla.


Sorprendente, fue una de las decisiones más fáciles que había tenido que tomar en toda su vida. Tomó el teléfono y llamó a Brad para contársela.


—Tengo demasiados compromisos y voy a tener que retirarme de este —le dijo.


—¿Puedo hacer algo para que cambies de opinión? —le preguntó Brad.


—Lo siento, pero no. Creo que Floyd hará un buen trabajo.


—Sí, pero es Abby quien lo ha encontrado.


—Y no permitirá que se te olvide.


—Seguro que no. Gracias por llamar —le dijo Brad antes de colgar.


Pedro llamó después a Hernan, pero le saltó el contestador, así que le dejó un mensaje pidiéndole que le devolviese la llamada.


Después llamó a la floristería y pidió que le enviasen una docena de rosas a Paula. Sabía que estaba en su casa porque se había pasado por allí la noche anterior, aunque no había llamado a la puerta.


Quería hacer las cosas bien y que la siguiente vez que se viesen, ella accediese a ser su esposa.


Intentó trabajar, pero supo que no podría hacerlo hasta que no hubiese recuperado a Paula.


Seis horas después por fin hablaba con el padre de Paula, que accedió a pasarse a verlo.


Tanja llamó a la puerta cuando acababa de colgar.


—Esto… acaban de traer una docena de rosas de la floristería. El chico dice que la señora a la que se las has mandado las ha rechazado.


—Maldita sea.


—Lo siento, Pedro. ¿Hay algo que pueda hacer? —le preguntó Tanja.


—Llevarte las rosas a casa —le dijo él—. Estoy esperando a Hernan Chaves. Hazlo pasar en cuanto llegue.


Unos minutos después aparecía Hernan.


—Aquí estoy. ¿Qué querías? —preguntó, cerrando las puertas tras de él.


—Tenemos que hablar y no quiero que nos oiga nadie.


—Me parece bien. ¿Has tenido noticias de Paula?


—No —respondió Pedro—. Y supongo que ha cumplido con su palabra y ha dimitido.


—Sí. Y se ha ido de mi casa también. Lo ha hecho mientras yo estaba trabajando —le contó Hernan.


—Lo sé. Ayer mandé a uno de mis hombres a buscarla, pero me lo mandó de vuelta después de referirse a mí con toda una sarta de insultos.


Pedro no pudo evitar echarse a reír.


—Quiero a su hija, Hernan, y voy a hacer lo que haga falta para que vuelva conmigo. Ya he rechazado el proyecto del club.


—Me lo había imaginado. En realidad, no necesitas el trabajo.


—Lo más importante para mí es Paula, y estoy dispuesto a demostrárselo.


—Bien. Siento haber insistido en lo de la fusión. Es solo… que Paula es lo único que tengo y quiero que la empresa sea para ella y para sus hijos. Y sé que si la dejo en manos de alguien que no sea de la familia, no irá tan bien como en tus manos.


—Gracias por el cumplido. Ya hablaremos de eso cuando Paula y yo llevemos casados cinco años.


—De eso nada —contestó el padre de Paula riendo.


—Hernan, será mejor que entiendas que Paula es mi única oportunidad de ser feliz en la vida. Ya me la estropeaste una vez y no voy a permitir que vuelva a ocurrir.


—Entendido, chico.


—No me llames chico. Ya no soy el hijo de un obrero de la petrolera. Estoy a la misma altura que tú y voy a ser tu yerno.


Hernan apoyó la espalda en su sillón y estudió a Pedro.


—¿Qué vas a hacer?


—Voy a volver a Dallas e intentar recuperarla desde aquí. Quiero que empecemos de cero.


—De acuerdo. Cuando la hayas convencido, llámame, Paula es lo único que tengo en este mundo y quiero estar a su lado.


Pedro lo entendió. Su madre era igual que él.


—De acuerdo, pero quiero que traigas a mi madre contigo. Desayunaremos todos juntos el día después de que Paula haya accedido a casarse conmigo.


—Si es que accede —dijo Hernan.


—Eso espero. Ahora, necesito hablar con alguien a quien Paula vaya a escuchar.


—Entonces, necesitas a Abigail Langley. Paula confía en ella.


—Me odia —comentó Pedro.


—A mí no. La llamaré y veré qué podemos hacer —le dijo Hernan.


—¿Por qué me ayudas? —le preguntó Pedro.


—Porque durante las últimas semanas, Paula ha estado más feliz que nunca contigo. Sé que encontrarás la manera de recuperarla y quiero formar parte de ello.


—¿Por qué'?


—Porque vas a ser el padre de mis nietos y voy a querer verlos.


Pedro se echó a reír al oír aquello. Estaba decidido a recuperar a Paula, pero no lo veía tan claro como su padre.



*****


Paula rechazó el cuarto ramo de flores de los últimos días y volvió a ponerse a trabajar. Seguía enfadada a pesar de echar mucho de menos a Pedro.


No dormía por las noches porque soñaba con él. Era lo más duro. Por el día, buscaba trabajo y organizaba el desfile que tendría lugar en el hospital en diciembre.


No había ido a ver a Maggie para no encontrarse con Pedro, pero tenía que dar su aprobación a los nuevos diseños. Se miró el reloj e imaginó que, a esas horas, Pedro estaría trabajando.


Así que se subió al coche y fue a ver a Maggie, que la recibió con una sonrisa.


—Hola, Paula, cuánto me alegra que hayas venido a verme.


—He venido a ver los diseños nuevos, pero tenemos que darnos prisa, no quiero estar aquí cuando Pedro vuelva del trabajo.


—Ah, pero si Pedro se ha vuelto a Dallas —le contó Maggie—. Pensé que ese era el motivo por el que venías a verme hoy.


—No lo sabía. ¿Y su trabajo en el club?


—Lo ha rechazado. Al parecer, está demasiado ocupado —le dijo Maggie.


Paula no supo qué decir ni cómo actuar. Estaba confundida. Maggie fue a por los dibujos y ella se dijo que había estado esperando con la esperanza de que Pedro fuese a pedirle perdón.


Pero ella no había querido responder a sus llamadas ni había aceptado sus flores. Y al enterarse de que se había marchado deseó hablar con él, pero era demasiado tarde.


—Aquí están —dijo Maggie, volviendo al salón y dejando los bocetos encima de la mesa del comedor.


—¿Y por qué se ha marchado así? —le preguntó Paula.


—No lo sé. Dijo que volvería para el desfile de Navidad.


Paula no quería tener que esperar hasta diciembre para verlo, pero tendría que hacerlo. No se podía conformar con una disculpa y un ramo de flores. Pedro le había hecho mucho daño.


—Todo me parece bien, Maggie. Me encantaría quedarme un rato a charlar contigo, pero he quedado en ir al hospital.


Salió de casa de la madre de Pedro y se subió al coche. 


Pedro se había marchado de Royal sin decírselo.


Sacó el teléfono móvil, lo desbloqueó y le dio sin querer al álbum fotográfico. La imagen de Pedro y ella el día que habían hecho el amor ocupó toda la pantalla.


Ambos parecían felices.


¿Cómo podían haber llegado a ese punto? ¿Se habría precipitado? ¿Debía ir a hablar con su padre?


Suspiró y se inclinó hacia delante para apoyar la cabeza en el volante.


Luego arrancó el coche. El teléfono móvil le sonó justo cuando iba a salir a la carretera.


—Hola. ¿Qué pasa?


—Necesito que me ayudes otra vez con los flamencos.


—No puedo.


—Si todavía no te he dicho lo que tenemos que hacer con ellos —protestó Abby.


Pedro se ha marchado a Dallas.


—No me digas. Pensé que seguía mandándote flores todos los días.


—Y lo hace, pero tal vez hoy haya sido el último día. No sé qué hacer.


—Para empezar, sal de casa —le aconsejó Abby.


—Nos besamos delante de los flamencos, no puedo ayudarte con eso —le contó Paula.


—De acuerdo. Deja que piense un poco y ahora te vuelvo a llamar.


Paula colgó y unos minutos después llegaba a su casa. Entró, cerró la puerta y entonces se dio cuenta de que se estaba aislando del mundo igual que después del accidente. 


Esa tarde era la primera vez que salía de casa desde que había dejado el trabajo y le había dicho a Pedro que no iba a casarse con él.


Había vuelto a convertirse en la mujer que había sido antes de que Pedro llegase a Royal y no quería ser era persona. 


Le gustaba salir.


Tenía que decidir que Pedro formase parte de su vida. Se inclinó y se miró en el espejo del pasillo.


Tenía un rostro nuevo y su cuerpo estaba completamente recuperado. No había trabajado tan duro para luego darle la espalda al amor.


Necesitaba un plan nuevo y una lista nueva. Una lista que la condujese hasta la única cosa que deseaba de verdad: que el hombre al que amaba fuese su marido.


Solo tenía que averiguar cómo encontrarlo en Dallas. Seguro que Maggie la ayudaba cuando le dijese lo mucho que quería a su hijo.