sábado, 20 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 37

 


Otra verja dañada mantuvo ocupada a Paula. A medida que iba reparándolas, iban apareciendo más agujeros. Estar ocupada resultaba algo bueno, pero su estado de ánimo alterado no mejoraba pasando una segunda tarde bajo el sol australiano estirando alambres.


Cada vez le costaba más trabajo imaginar que se trataba solo de niños que se colaban en el parque para bañarse. Simone le había dicho que antes no tenían agujeros así. ¿Por qué entonces la diferencia? ¿Porque ella había sellado un punto de acceso principal al llegar? Tal vez las actividades ilegales estuviesen en aumento. O quizá alguien estuviera poniéndole las cosas difíciles. Fuera lo que fuera, estaba decidida a resolverlo. A demostrarles a todos que sabía hacer su trabajo.


Guardó las herramientas en el coche cuando hubo terminado y apoyó las manos en el capó.


¿A quién quería engañar? Solo había una persona a la que intentaba impresionar, y era la única que permanecía ajena a sus esfuerzos.


No era de extrañar. Parecía que lo único que había hecho en presencia de Pedro era enfrentarse a él o llorar como una niña; nada de lo cual inspiraba confianza. Y luego estaba el beso…


Aquello había sido hacía diez días, y prácticamente no lo había visto desde entonces. Pero no había logrado sacárselo de la cabeza.


Aun así no servía de nada revivir el incidente una y otra vez. Pedro Alfonso estaba en zona prohibida, sin importar que su corazón le dijese lo contrario.


Tenía la mirada atormentada de un hombre que había visto demasiado.


Había dejado atrás el mundo del ejército y se había ocultado en el bosque.


Él lo llamaba un lugar donde curarse, pero a Paula le parecía más bien un agujero en el que meterse y morir.


Como cualquier animal herido.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 36

 

El camino de vuelta fue incómodo. Ninguno de los dos habló; no era de extrañar, pero Pedro nunca había considerado a su viejo amigo el silencio como un adversario. Estaba muy nervioso cuando aparcó frente a su casa.


Ya no la consideraba la antigua casa de sus padres, solo la de Paula.


Nada más frenar, ella salió del coche. Los modales de su padre le hicieron salir a él también.


—No se trata de ti, Pedro —dijo ella cuando llegó a la barandilla—. Se trata de lo que haces. De lo que hacías. No puedo estar con un hombre que tiene parte de mi padre en él. No puedo exponer a Lisandro a eso. Si puedes decirme con sinceridad que no hay nada de él en ti, entonces te escucharé. Juro que lo haré.


Pedro pensó en sus años en el ejército. En las cosas que había visto… y hecho. Y las cosas que había sido incapaz de olvidar.


No se parecía en nada al abuelo de Lisandro… y aun así se parecía en todo.


Así que se quedó callado, sin saber qué decir.


Paula asintió con tristeza y se giró hacia la casa.


—Buenas noches, Pedro.


Entonces desapareció. Él volvió a meterse en el coche. Había pasado toda una vida controlando sus emociones, pero en esa ocasión le hizo falta más de un minuto para recuperar el control.


CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 35

 


Paula encajaba en su cuerpo con tanta perfección que Pedro deseaba sentir cómo se relajaba entre sus brazos. Aquello era culpa suya. No debería haberle preguntado por su pasado. Solo lo había hecho para que dejara el incómodo tema de su hermano.


Acariciarla parecía ayudar, y Pedro era lo suficientemente masoquista para apreciar lo agradable que era abrazarla. Solo una vez. Intentó que su cuerpo no respondiera al de ella, que no llegara más lejos de lo que ya había llegado, pero no era fácil pensar cuando lo único que deseaba era envolverla entre sus brazos y no soltarla nunca.


Paula abrió los ojos y lo miró. Pedro sintió un deseo que no había sentido en años, pero intentó controlarse y proceder con cautela antes de avanzar. Agachó la cabeza lentamente, encontró el lugar bajo el lóbulo de su oreja con los labios y fue cubriéndole de besos el mentón. Saboreando.


Experimentando.


Ella gimió, pero no se apartó. Su objetivo estaba a pocos centímetros de él, unos labios perfectos que se separaron para formar una única palabra mientras ella se relajaba en sus brazos.


Pedro


Aquella única sílaba le golpeó en un lugar que había olvidado que tenía. Muy profundo. ¿Se daría cuenta ella de que al fin había dicho su nombre?


—Paula… —dijo él con la voz cargada de deseo y el cuerpo pidiéndole cosas a las que no había prestado atención en mucho tiempo—, voy a besarte.


—Ya me estás besando,Pedro


Se acercó más, su boca estaba a escasos milímetros de la de ella.


—No. Besarte de verdad. Te lo estoy pidiendo, Paula —sus palabras eran casi un susurro contra sus labios—. Estoy pidiéndote permiso para proceder.


Paula lo miró fijamente y pareció encontrar la fuerza para apartarse de él, y del beso que Clint aún deseaba plasmar sobre sus labios—.


—Oh, Dios —dijo ella mientras retrocedía—. ¿Qué estoy…? ¿Qué estamos haciendo?


—Creo que estábamos a punto de poner a prueba la definición de

«compañeros» —contestó él mientras se acercaba para disminuir la distancia entre ellos.


—¡Eres mi jefe! ¡No puedo hacer esto!


—Si no puedes, no pasa nada. Pero no te escondas detrás de la excusa del jefe. Nunca tendríamos una relación de empleado-jefe convencional. Y lo sabes.


—¡No!


—Soy un hombre diferente, Paula. No soy él.


Ella siguió retrocediendo hasta chocarse con el banco de la cocina.


—¡Eres un militar!


—Eso es a lo que me dedicaba. No es lo que soy.


—No. Eres militar, sin importar el tiempo que haga que lo dejaste.


—Aun así eso no me convierte en él.


—Llévame a casa.


—Paula…


—Entonces conduciré yo. Dame las llaves.


—No hagas esto…


—De acuerdo, iré andando.


—Te llevaré, Paula. Y te dejaré en tu puerta. Y no volveré a tocarte.


Al menos esa noche.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 34

 


Una vez fuera, Pedro le soltó la mano y ella se apoyó en la barandilla.


Nunca se había permitido pensar en aquellos días, y mucho menos hablar de ellos. Le dolía demasiado.


—No lo hagas —dijo él.


—¿Hacer qué?


—No te lo guardes otra vez. No intentes escondérmelo. Ni a ti misma tampoco.


El dolor tenía que ir a alguna parte.


—¡Le dijo la sartén al cazo! —exclamó.


—Es precisamente porque sé tanto de eso que no quiero verte hacer lo mismo. ¿Cuántos años tenías cuando te marchaste?


Era más fácil enfrentarse a los hechos que a los sentimientos.


—Casi veinte.


—¿Así que Lisandro tenía… casi dos?


—Antes de eso él no me dejaba marcharme —intentó bloquear esos recuerdos también. La tristeza al verse atrapada con un hombre al que odiaba mientras en su vientre adolescente crecía un bebé, después intentar proteger a su hijo de la influencia del coronel durante dos años. El día en que su padre había llegado a casa con una pistola de juguete «para el pequeño soldado» y había empezado a hacer planes para su futuro. Ese mismo día, Paula buscó servicios de ayuda disponibles en Internet. Fue lo mejor que el coronel pudo haber hecho por ella.


—¿Te hizo daño?


—Define daño.


—¿Te tocó?


—Algunas cosas son más dolorosas que una paliza. Y su preciado código de honor significaba que no podía pegar a una mujer embarazada.


—¿Y antes de eso?


—Antes de eso yo era una recluta a la que destrozar como creyera oportuno —contestó ella mientras se dirigía hacia la puerta.


Pedro fue rápido, pero ella lo fue más, impulsada por el dolor y la rabia.


Ya casi había llegado a la puerta principal cuando él la alcanzó y la estrechó contra su pecho.


—Paula, no puedo dejar que te vayas así. Tan triste. No a una casa vacía.


—No soy tu responsabilidad.


—Quédate y habla conmigo. Solo hasta que sepa que estás bien.


—Estoy bien. Por favor, suéltame. Por favor… —Paula estaba consiguiendo controlar las lágrimas, pero con dificultad. «Por favor, no llores delante de él», pensaba.


Pero ya era demasiado tarde.


—Oh, Paula —dijo él mientras le acariciaba el pelo.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 33

 


Paula se dejó guiar de vuelta hasta el salón, donde les aguardaba la pasta, buscando desesperadamente algo que decir y que pudiera poner fin a aquel silencio incómodo.


—¿Y cuál es la historia de Julian Lopez? —preguntó.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedro mientras se llevaba el tenedor a la boca.


—Es joven para dirigir un lugar así.


—¿Y eso viniendo de ti?


—Tengo buen instinto para la gente. No me parece del todo… cómodo en su papel. Como un traje que no le queda bien.


Pedro se quedó mirándola.


—Interesante. ¿Qué más?


—No le caigo bien.


—Según tú, no le caes bien a la mitad del personal.


—Pero con él es cierto. Desde el primer día. Prácticamente le sale por los poros.


—Es porque te contraté. Está molesto.


—Tú eres el jefe. Puedes contratar a quien quieras, ¿verdad?


—Es complicado.


—Si quiero hacer bien mi trabajo, tendré que saber cuáles son los secretos.


Pedro dejó el tenedor en el plato y se limpió los labios lentamente con la servilleta.


—Julian es mi hermano.


—¿Qué? ¿Desde cuándo?


—Pues básicamente desde que nació.


—Qué gracioso —dijo ella sarcásticamente—. ¿Y pensabas decírmelo o ibas a dejar que siguiera hablando de él?


—Te lo estoy diciendo ahora.


—¿Por qué no lo habías mencionado antes?


—No es pertinente.


—Desde luego que lo es. Las relaciones familiares en los lugares de trabajo incrementan las probabilidades de que se cometa un crimen, ¿lo sabías? Van en segundo lugar por detrás de las relaciones sentimentales.


—Gracias por el dato. Pero éste es un negocio familiar. Él es la última persona que querría matarme.


—¿Cuánto tiempo lleva trabajando para ti?


—¿Se trata de una pregunta personal o profesional?


Paula tomó aliento y reculó.


—Personal —contestó—. Me interesa saberlo.


Pedro no parecía convencido.


—Mi madre se llevó a Julián con ella a Estados Unidos cuando se marchó. Él vivió allí hasta que cumplió los diecinueve. Luego… quiso regresar a casa.


Paula frunció el ceño.


—¿Abandonó a vuestra madre?


—Crecemos, Paula. Todos nos separamos de nuestras madres tarde o temprano. Incluso Leighton lo hará.


Estaba cambiando de tema y Paula se dio cuenta al instante.


—Volviendo a Julián… ¿Regresó a WildSprings y lo nombraste director financiero?


—Había trabajado como conserje en un gran hotel en Chicago. Tenía las habilidades adecuadas y yo no estaba interesado en dirigir el parque por entonces. Acababa de volver. Así que le pedí que se quedase.


—¿En qué hotel?


—No lo sé. No me importa. Algo francés. Algo grande.


—Debes de confiar mucho en él para darle el trabajo de entrada.


—¿Acaso tú no?


—Solo estaba intentando sacar un tema de conversación.


—Realmente no te cae nada bien, ¿verdad? —apartó el plato medio vacío—. Es mi hermano, Paula Claro que confío en él. Y le debo…


Si no se hubiera detenido tan en seco, tal vez Paula lo hubiese dejado pasar.


—¿Le debes qué?


—No creo que eso tenga nada que ver con la seguridad del parque.


A Paula se le aceleró el corazón. Se recostó en la silla y vio su mirada severa. Caso cerrado.


—¿Quién era? —preguntó él tras varios minutos comiendo en silencio.


—¿Quién?


—El hombre que te enseñó tanto sobre el ejército.


—¿Por qué tiene que ser un hombre? A lo mejor simplemente me interesa la historia militar de Australia.


—¿Es así?


—No —no podía mentirle a los ojos.


—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?


—Era mi padre.


—¿Tu padre? Pensé que… parecías tan…


—¿Creías que huía de una relación rota? Supongo que en cierto modo es así. Pero no de una relación sentimental.


No había estado con nadie desde la noche en la que Lisandro había sido concebido, pero no iba a decirle eso.


—¿En qué rama estaba?


—Es coronel en el ejército.


Paula supo perfectamente el momento en el que Pedro hizo la asociación.


—¿El coronel Martín Chaves es tu padre? Es una leyenda.


—Estoy segura de que sí. Vivía el ejército.


—¿Y tú huyes de él?


—Como padre no era una leyenda precisamente. Yo no quería criar a mi hijo bajo su influencia. ¿Recuerdas tu entrenamiento básico?


Su resoplido fue inmediato.


—¿Cómo iba a olvidarlo? Fue un infierno.


—¿Cuántos años tenías?


—Dieciocho.


—Pues imagina tener cinco años.


Se puso en pie, recogió ambos platos y los llevó a la cocina, donde comenzó a limpiarlos. De pronto unas manos grandes cubrieron las suyas.


—Déjalo, Paula —dijo Pedro tras ella.


Le quitó los platos, le estrechó una mano y la condujo al porche. Ella lo siguió, inundada por los recuerdos amargos de su niñez.