domingo, 11 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 26






Llevamos sentados frente a frente y en silencio durante algo más de media hora. Observo con recelo la polvorienta habitación donde me encuentro retenida en contra de mi voluntad. Cama de dos plazas de unos doscientos años de antigüedad aproximadamente, la colcha es de un tejido a mano muy bonito pero que data de la misma fecha que la cama. No hay cortinas, pero gracias a la mugre de los cristales, su ausencia no se hace notar, finaliza la decoración una pequeña mesita circular con dos austeras sillas algo apolilladas.


Ricardo me ha traído agua y también curó la herida que se abrió en mi nuca cuando el golpe.


Se lo nota perturbado. En el fondo creo que necesita mi perdón… cosa que no logrará fácilmente, porque puedo imaginar que, tras sus perversos planes de secuestro a cara descubierta, no debe figurar en su agenda el dejarme libre con vida.


Me inquieta mi calma… debo reconocer que es demasiada mi tranquilidad para el momento que estoy viviendo. «¿Me habrán drogado con algo?»


Pero lo cierto es que cueste lo que cueste, pienso luchar con uñas y dientes por mi libertad. Mientras mi ex me mira compungido con cara de perro en bote, yo maquino una y otra vez mi escape, la única duda que tengo es… ¿si participarlo de mis planes o no? porque los años que estuvimos juntos jamás me dieron indicios de esta faceta mafiosa suya y calculo que no llegará a hacerme daño realmente, aunque tampoco presentí las cornamentas que me instaló en el último tiempo de convivencia… por esa razón pienso que mi olfato no es del todo certero y será mejor dejar fuera de todo a Ricardo.


Se lo ve pasmosamente fresco y entero para la tarea que está llevando a cabo. Secuestrar a su ex esposa para extorsionar al amante de ella «¿amante?» … sí que suena feo. Pero realmente es lo que soy por ahora…


Se pone de pie, coloca las manos en los bolsillos de su pantalón, y tras lo que parecen horas de silencio, finalmente habla…


—Pau, te juro que todo se me fue de las manos amor… nunca pensé llegar a esto. Solo espero que algún día me puedas perdonar.


—¿Algún día, Ricardo? —repito para mí, y es que esa simple frase me da una mínima luz de esperanza… algo a lo que aferrarme, para pensar que mi vida no terminará de esta triste e inminente forma.


—¿Lo harás, Pau?... ¿podrás perdonarme?, tu sabes bien que jamás podría hacerte daño en la vida. Aunque ahora menos que nunca puedas creerlo, yo… aún te sigo amando.


Las palabras se niegan a salir y mis ojos se llenan de lágrimas, hasta que una de las muy odiosas abandona la cavidad y se desliza por mi pómulo. Al verme llorar Ricardo camina hasta la silla en la que me encuentro amarrada de manos y pies, y se inclina sobre mis piernas. Apoya una de sus manos en mi rodilla y con la otra desliza por detrás de mi oreja un rebelde mechón de cabello que cuelga delante de mi frente.


—No llores, por favor… —pronuncia dulcemente con sus azules ojos clavados en mí —prometo que nada te va a pasar.


Los sunchos plásticos que aferran mis muñecas detrás de mi espalda y los que sujetan mis tobillos, me cortan la circulación y veo lo imposible que será zafar de ellos sin ayuda alguna. Un gemido a causa del dolor surge de mi garganta, cuando uno de ellos desgarra mi piel a la altura del tobillo. Un fino hilo de sangre comienza a deslizarse y noto la mirada de Ricardo clavarse allí. Acerca su mano hasta la herida y desliza un de sus dedos por sobre el rastro de sangre que la fina gota dejó, luego fija sus ojos en los míos y sin previo aviso… chupa su dedo con mi sangre.


«Respira hondo»


—¡Siempre fuiste mía, Pau!


—¡Siempre! —respondo.


—¿Puedo confiar en ti? —su pregunta suena más a súplica de lo que parece.


Asiento con mi cabeza sin pronunciar palabra por medio.


Ricardo rebusca en su bolsillo trasero hasta dar con una pequeña pero afilada navaja suiza, e instándome a abrir las piernas lo más que pueda, corta la fina cinta plástica que mantiene amarrados mis miembros inferiores.


El alivio es inmediato. Siento la imperiosa necesidad de llorar como una niña asustada, pero intento mantener mi entereza… la Paula Chaves de mente fría piensa cien veces mejor que la sentimental y vehemente.


—Gracias —susurro y soy recompensada con un tierno beso en los labios. Reconozco que ya había olvidado su sabor… aunque en esta ocasión fue el gusto salitre de mi propia sangre, el que marcó el momento, y recordándome una vez más que por su culpa estoy en esta situación.


«Estoy furiosa»


Tras el beso, se pone de pie, rodea la silla para realizar el mismo movimiento. Con cuidado corta el suncho que une las palmas de mis manos y con algo de dificultad, llevo mis extremidades al frente para intentar quitar lo entumecido, pero mi ex me gana y sujetándolas entre las suyas las masajea para restaurar el flujo sanguíneo.


Algo capta su atención.


—¿Dónde está tu anillo de bodas, cielo?


—Lo perdí —miento, poniendo mi mejor cara de consternación.


—¿Lo perdiste?... ¿No te quedaba apretado?


—Fue cuando adelgacé… —elevo mis hombros restando importancia —en clase de danza salió disparado y no lo encontré más.


—Te compraré otro cuando volvamos a casa. —Comenta mientras tiernamente desliza el dorso de su mano por mi cuello.


«¿A casa?»


¿Casa?... Palabra que me rechina, ¡y mucho! Creo que esa nunca fue mi casa, solo que no me había dado cuenta, hasta que conocí a Pedro y a los niños. Ellos son mi hogar, ellos pasaron a ser mi vida, ese gran vacío que dormía dentro de mi pecho finalmente se había llenado… ahí «en casa de los Alfonso» es donde me siento a gusto, protegida, amada y donde quiero pasar el resto de mi vida.


…Mi vida, espero seguir teniendo una cuando finalice esta pesadilla…


Pero síguele la corriente Pau, síguele la corriente por favor que venimos bien… repito una y otra vez como mantra.


El sonido de la frenada de un coche, junto al grito de un hombre taladra el silencio. No había dudas que el otro sujeto había regresado.


—Abogado, ¡venga que lo necesito!


Ricardo lentamente se pone de pie y al voltear para salir, puedo distinguir un revolver metido en la parte trasera de la cintura de su pantalón.


—Debo dejarte encerrada… espero entiendas y no te enojes.


«Claro que no querido, ¡lo que me enoja es el combo completo y no solo que me dejes encerrada… secuestro, golpe y privación de la libertad!» Uff ¡La lista es interminable!


Sonrío dulcemente y asiento. Ricardo me indica elevando su dedo índice contra sus labios, que guarde silencio, y sin más se marcha, dejándome en la solitaria habitación, con una vieja ventana sin rejas frente a mí.


«Iluso»


Al instante en que cierra la puerta, salto para llegar a la ventana. El marco es de una madera bastante vieja y el pasador un tanto oxidado impide que se cierre en su totalidad. Ruego, imploro, suplico a todos los dioses del cielo que las bisagras no rechinen cuando las abra, o de lo contrario me veré en serios problemas. Gracias al todo poderoso, mis suplicas son escuchadas y la pequeña ventana de vidrio se abre sin dificultad. Deduzco que mis raptores no se preocuparon mucho en tapar las posibles vías de escape, calculando tenerme amarrada, inconsciente o posiblemente… muerta.


El primer tema que es la vía de escape estaría resuelto. 


Ahora, el segundo punto es pasar por el escueto espacio. La pequeña ventana tendrá unos cuarenta centímetros de ancho y otro tanto no mayor, de alto. «Pasar o no pasar… esa es la cuestión» imagino que no debe ser muy diferente a un parto, quiero decir… si mi cabeza y hombros pasan, seguramente el “resto” y cuando me refiero al resto es que mi culo de araña de campo también lo hará.


Sigilosamente coloco una silla debajo de la ventana para poder llegar sin dificultad, pero ni bien lo hago, un llanto me hace frenar.


Es una familiar voz la que llora y suplica por libertad.


«¿Felipe?»


¿Mi niño está aquí?


Si ya me encontraba emocionalmente inestable, esto logra sacar la asesina en serie que vive oculta dentro de mí. 


¿Secuestrar a un niño?... ¡A mi niño!


«¡Los mataré!»


Sea como sea, sin piedad alguna, juro por Dios que estos hijos de puta me las pagaran con sangre.


Sin muchas alternativas cierro nuevamente la ventana y reacomodo la silla donde se encontraba anteriormente.


Piensa, Pau… es hora de pensar y planear.


—Ricardo… ¡Ricardo! —comienzo a gritar fingiendo malestar.


Pasan unos minutos hasta que la puerta se abre y mi ex asoma su cabeza.


—Dime —responde a secas algo molesto —imagino que no querrá dar a conocer a su socio, las atenciones que tuvo la delicadeza de tener conmigo.


—Necesito ir al baño —indico.


Me observa en silencio y luego mira en dirección donde la ventana permanece a medio cerrar. Los incansables gritos de Felipe me impiden cavilar con claridad.


Soy una fiera que está dispuesta a cualquier cosa por salvar a su pequeño.


No aparto la vista de sus ojos cuando luego de escrutar mi ruta de escape, vuelve la mirada en mi dirección.


—No hagas estupideces, Pau.


—Nunca lo haría —respondo con la mejor cara de niña buena que logro poner.


—Vamos —indica finalmente y finge liberarme de mis ataduras —sígueme la corriente por favor —solicita.


Con un movimiento de cabeza asiento y soy guiada fuera, por un largo pasillo hasta una sala común donde tras una puerta se encuentra el retrete. Es en esa fracción de segundos en donde lo veo y él a mí… mi bello Batman se encuentra atado a una silla «me falta el aire» su pequeño cuerpecito permanece sujeto con una gruesa cuerda en una silla y su carita se encuentra roja por el llanto y la desesperación. Pero ni bien me ve deja de forcejear y se queda quieto y calmo.


«Todo va estar bien hijo» mi mente me juega una mala pasada y calculo que será por el trauma de la situación, pero realmente sé que todo estará bien… un ángel de la guarda nos cuida y yo bien imagino quién es.


Mientras camino con mi captor a un lado doy un pequeño guiño a Felipe el cual capta al instante el mensaje.


Ingreso al repugnante cubículo y Ricardo lo hace detrás de mí. Cierra la puerta y apoya su cuerpo contra la pared que hay a un lado del retrete.


Elevo mis cejas y cruzo los brazos consternada.


—¿Necesito privacidad?


—No aquí y no ahora. Vamos, Pau, orina de una buena vez.


—¡Ricardo! —Comento algo exasperada —vivimos más de diez años juntos y en ese tiempo, jamás de los jamases oriné frente a ti… por favor no me hagas esto más horrendo de lo que ya es —. Realmente no me está facilitando en nada las cosas. Imagino que en un secuestro esto debe de ser el común denominador, pero viendo las contemplaciones que tuvo al librarme de las amarras plásticas, también podría tenerlas en este instante y dejarme un momento a solas en el baño.


—No me lo pongas difícil gordita, el tipo que se encuentra fuera no es para nada fácil, haz lo tuyo así puedes volver a la seguridad de la recámara.


«¿Seguridad?» ¿Es broma verdad?


—Estoy con el período —suelto groseramente —si algo me dejó la convivencia con este cretino, es conocerlo como si fuese su madre, y es que el muy mal nacido odia esos “temas femeninos” como llamaba a la menstruación y sus múltiples derivados… Ginecólogo, mamografía, tampones etcétera, eran algunos de los temas que al muchachote le daban asquito.


Su cara de repugnancia no se hizo esperar…


—Esperaré afuera. Avisa cuando termines con tus… —realizó un despectivo movimiento con la mano y finalizó la frase —temitas.


«Hijo de puta»


Salió y puse manos a la obra. Rápidamente escrudiñe el pequeño lugar en busca de algo que sirviera para defenderme, y es que, si tenía pensado llegar hasta mi
camioneta para pedir ayuda con mi celular, seguro no me la pondrían fácil.


Abro el botiquín de primeros auxilios y en él solo encuentro unas aspirinas vencidas, un pote de crema de afeitar, cuya marca ya no se encuentra en el mercado desde hace veinte años y una dentadura postiza «fuchi» Cierro el armario y muevo una cortina de tela que separa la ducha y encuentro una escoba con el mango partido, el mismo terminaba en punta con un interesante filo en el extremo superior, parece una estaca y de solo pensar en utilizarla se me revuelven las tripas, igual a cuando de niña miraba películas de vampiros y por más calor que hiciera en la noche tenía que dormir con la sábana tapando mi cuello.


Tomo la escoba y sujetando la parte del escobillón con mis pies, comienzo a desenroscar la especie de lanza improvisada. Una vez que me hago de ella, subo hasta el retrete para alcanzar la pequeña banderola que otorga algo de luz y ventilación al baño. Lanzo fuera primero el palo y luego apoyándome en las manos introduzco la parte delantera de mi cuerpo. Al ver que no se encuentra tan alto en relación al suelo me dejo caer. El golpe es realmente fuerte y mi hombro estalla en dolor. Creo que me lo disloque, pero la adrenalina hace su parte y ya el dolor no es tan duro ni el terror tampoco, ahora no es momento de lamentos, es momento de actuar y rápido.


Tomo mi arma que aguardaba a un lado y corro.


Corro rápido, muy rápido, como alma que lleva el Diablo hasta mi camioneta y ni bien llego, puedo ver con horror que la misma ha sido saqueada. Falta mi bolso y la guantera se encuentra abierta sin rastro de mi teléfono móvil en ella.


—¿Buscabas esto, pequeña? —escucho para mi horror, a mi espalda. Un tipo de unos cincuenta años de edad, no muy alto y elegantemente vestido con un traje negro, mantiene mi teléfono en su mano y burlonamente juguetea con él.


«Ahora o nunca» Pienso, y giro rápidamente para correr hasta la casa en busca de Felipe, sea como sea lo sacaré de este lío. Con mi improvisada arma en mano corro lo más rápido que las piernas y el dolor en el brazo me permiten, subo la pequeña escalinata con el tipo pisando mis talones.


Entro y cierro rápidamente poniendo tranca en la puerta.


—¡Pau! —grita Felipe al verme y yo intento obsequiarle una tranquilizadora sonrisa.


—Vamos, amor, rápido, tenemos que salir de aquí —le digo, mientras desato los nudos que mantienen a mi niño inmovilizado.


Los golpes en la vieja puerta me indican que no tenemos mucho tiempo, es cuestión de segundos antes que esta se venga abajo. Le doy firmemente mi mano a Felipe y corro hasta la parte trasera de la casa.


Un fuerte estruendo me hace saber que el hombre finalmente pudo con la barrera. Ingresamos al dormitorio en el cual me encontraba encerrada hasta hace unos minutos y cuando estoy por cerrar la puerta tras nosotros un pie me lo impide.


Forcejeo.


Lucho para cerrarla de una buena vez, pero él es muy fuerte y me lo imposibilita, mete su fuerte brazo y sujeta mi cabello y rostro contra la vieja madera.


Pateo su pie para sacarlo de en medio y lo logro, pero su mano no se va a ningún lado, y lentamente va abriéndose camino hasta aprisionar con fuerza mi cuello.


Sin piedad y sin dudar hundo la estaca en él. Puedo sentir la resistencia que el musculo ofreció a la fina y afilada hoja de madera, y la sangre comenzó a brotar automáticamente. El grito de sufrimiento de Ricardo me hiela la sangre.


«¿Era él?» La persona que intentaba ahorcarme era Ricardo.


Con un golpe más se encuentra dentro de la pieza más furioso que nunca.


Tomo a Felipe en brazos y como puedo lo levanto hasta la ventana.


Antes busco el pequeño rostro del niño y mirándolo con seguridad a los ojos ordeno…


—Felipe, ¡debes correr y esconderte! te juro que nada te va a ocurrir.


—Pero Pau… ¿y tú? —lloraba el niño aterrado.


—Yo iré en un momento, ¡tú escondete por favor!


Da un brinco fuera de la casa y volteo para encontrar a mi ex marido viniéndoseme encima atiborrado de ira. Era el demonio en persona… un demonio que desconocía hasta ese momento.


Sujetaba su brazo herido mientras me insultaba entre dientes y reprochaba “¿Qué hiciste Pau?”


Si algo tenía claro, era que ya no podía confiarme ni un segundo. Así que busqué su talón de Aquiles, el que rápidamente encontré, «brazo» pensé y de una patada lo hice gritar tan fuerte que el planeta dejó de girar.


Su entrepierna siguió en mi golpiza… luego que la patada en el brazo lo dejara fuera de eje, sus bolas terminaron de desarmarlo por completo.


Corrí hasta su espalda y mientras de rodillas se lamentaba de dolor, rebusqué en la cintura de su pantalón hasta dar con el arma que portaba.


Me movía rápido y de forma decidida, no podía perder el tiempo, Felipe se encontraba afuera y no sabía con exactitud el paradero del otro sujeto.


Coloco una silla debajo de la ventanita y rezando porque mi hombro responda trepo y comienzo a reptar hasta salir y caer nuevamente como una bolsa de papas al suelo.


«¡Mi brazo!»


—¡Felipe! —grito y comienzo a correr alejándome de la casa, mientras sujeto mi hombro herido con la otra mano.


—¡Felipe!


—¡Pau! —lo escucho no muy lejos, pero su voz denota algo…


Volteo y me encuentro al tipo que tenía mi celular con el niño sujeto de un brazo. Un gran revolver apunta a su pequeña cabecita y yo me sentí morir.


Siento que agonizo por dentro.


Siento que el suelo desaparece y que comienzo a caer en un embudo sin fin.


Una pesadilla. Una maldita y real pesadilla.


—Si lo lastimas juro por el mismísimo Satanás que te mataré —. El tono que empleo es tranquilo y pausado para no asustar a Felipe.


—¿A quién vas a lastimar?... ¿a mí? jaaa no me haga reír querida, mejor vaya a prepararle pastelitos y calentarle la cama a su jefe, que, dicho sea de paso, por lo que vi, lo segundo lo hace muy bien.


«Nos espiaban»


Escucho el sonido de una sirena aproximarse y el individuo comienza a ponerse más nervioso.


El sonido de los vehículos cada vez es más cercano y Felipe llora en silencio paralizado por el miedo.


—Usted y el niño vendrán con nosotros. ¡Rápido… camine! Tenemos que salir de aquí… ¡Ricardo! —llama a los gritos, y este llega casi al instante con una toalla envuelta en su antebrazo.


Quien sostiene a Felipe observa la herida y luego con una sórdida sonrisa replica…


—Más tarde podrás vengarte de tu mujer como gustes, en cuanto Alfonso pague podrás hacer con ella lo que quieras.


—¿Y el niño? —replica él.


—Del mocoso me encargo yo —respondió con una inmunda sonrisa de lado, mientras deslizaba la lengua por sus labios.


Ricardo observa a su “socio” y a Felipe, primero a uno, luego al otro y por ultimo a mí. Se encuentra muy extraño. Las sirenas prácticamente están encima nuestro cuando mi ex en un ágil movimiento atina un puñetazo en el rostro de su amigo, desestabilizando al mismo y logrando con eso que Felipe pueda zafarse.


—Corre, niño —grita mientras se enreda con el hombre en una batalla campal por quién reclama primero el arma que recientemente cayó sobre la tierra.


—Rápido ¡corran! —pide nuevamente Ricardo y en ese momento, tomo en brazos a mi pequeño Batman y salgo corriendo lo más rápido que puedo por el camino que da acceso a la vieja construcción.


«¿Cómo reconoces a una serpiente venenosa de una que no?... por la huella que deja al reptar» era una frase muy utilizada por mi ex marido, y la que en este instante entiendo como metáfora. Tras lo sucio y malo de los actos que estaba cometiendo, finalmente su huella no era como la del otro sujeto.


El patrullero se acerca y junto a él una ambulancia.


«Gracias Dios gracias»


Los policías bajan y me alcanzan para tomar al niño en brazos, la angustia me puede finalmente las lágrimas llegan. 


Un disparo y segundos más tarde otro, detiene mi corazón.


Un segundo y tercer patrullero llegan haciendo chirriar sus ruedas por la calle de piedra. Uno de los tantos policías me guía rápidamente hasta una zona segura.


En ese momento distingo el coche de mi amado ogro llegar al lugar, y en una especie de cámara lenta lo veo correr desesperado hasta donde la ambulancia espera. Aún no
me ha visto, pero puedo suponer que su furia caerá sobre mí cuando la adrenalina pase.


—Señora, ¡señora! —gritaba el paramédico solicitando que lo siga a la ambulancia donde mi pequeño ya aguardaba. No puedo dejar de temblar, y a pesar que estamos en verano siento mi cuerpo congelarse de frío. En pleno shock soy cubierta con una manta metalizada y guiada a ingresar a la ambulancia.


Subo y veo a Felipe en brazos de su padre quien lo abraza y llora angustiado. Siento mi pecho cerrarse y noto que repentinamente el aire me falta. En cuanto Pedro me ve, soy recompensada con una reprobatoria mirada y en silencio me entrega al niño que clamaba por mí. Sostengo a Felipe en mis brazos mientras el paramédico coloca un calmante bajo mi lengua y comienza a tomar mi presión arterial, todo bajo la atenta mirada de Pedro, quien se mantiene serio y con la mandíbula tan tensa que parece que va a fracturarse en cualquier momento. Le habla directamente a su hijo y noto cómo soy ignorada deliberadamente.


—Papi va a hablar con los policías, ya regreso hijo, no temas que todo terminó.


—Tranquilo, papito, ya no tengo miedo, Pau me defendió como la batichica —. Pronuncia el niño moviendo su bracito imitando los movimientos que hacen los superhéroes, Alfonso finge una pequeña sonrisa que no llega a sus ojos y así nos deja. En la relativa calma de la ambulancia, y en la compañía de uno con el otro, con Felipe recostado sobre mi pecho, nos vamos calmando.








ENAMORAME: CAPITULO 25




Estoy desesperado.


Horas y horas intentando comunicarme con Pau, pero nada… los niños no paran de preguntar por ella y yo estoy a punto de colapsar.


Ante la incertidumbre de lo que desconozco, me veo en la obligación de esperar lo peor… esperar la puta llamada de la mujer que amo abandonándome para regresar con el hijo de puta de su ex marido.


Suena el timbre de casa y para mi sorpresa escucho la voz de mi padre en la entrada.


«Mierda»


¿Justo ahora?


Pero la cosa estaba a punto de comenzar… tras escuchar el familiar sonido de la voz de mi padre escucho algo peor, algo muchísimo peor…


«¿Silvia?»


¡Exacto!, mi padre y la madre de Pau se encuentran aquí.


—¡Hijo! —grita papá en cuanto me ve y para mi alivio nos fundimos en un cálido abrazo. Su calor me reconforta al menos por un segundo… mi padre siempre tuvo ese don sobre mí, sobre todo desde que mamá nos abandonó aquella primavera.


—Viejo, ¿Qué hacen ustedes por aquí? —saludo a uno, luego al otro y Silvia sonríe tras pellizcar mi mentón.


—Tenemos algo que contarles hijo —resume Silvia —¿mi pequeña se encuentra en casa?


Su comentario me deja con más dudas de las que ya tenía… ¿ella no sabe nada de Pau? ¿Su propia madre no sabe el paradero de la hija?


—Silvia… Pau no está en casa, y sinceramente no sé nada de su paradero.


Ambos voltean a la vez y siento su mirada caer sobre mí.


—Hijo, pensamos que ustedes dos… —comienza a decir mi padre, pero se detiene al instante depositando una de sus manos sobre mi hombro.


—Si papá, nosotros estamos…—ejemmm—o estábamos juntos. Pero francamente ya no sé qué pensar.


Caminamos a través de la sala hasta llegar a la cocina. 


Tomo tres jarros y sirvo café mientras narro parte de lo sucedido. Apenas finalizo mi relato Silvia se pone de pie y como si se tratase de una pantera enjaulada camina de un lado al otro por la amplia cocina. Con una de sus manos en su cintura y la otra en la frente murmura…


—Algo no está bien con mi hija… puedo sentirlo, hoy recibí un mensaje muy extraño de Pau y luego me fue imposible comunicarme con ella.


—¡Silvia!... ¿Qué decía el mensaje?


Ella frena de golpe y con la vista clavada en la nada balbucea.


—Era una localización de GPS… seguida de un texto. La verdad que no le di mucha importancia… pensé que sería alguna localización de una de esas tiendas de repostería que ella tanto ama.


—¿Que decía el texto querida? —pregunta papá.


—El texto decía… —sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas —decía… “Por las dudas” y luego de eso ya no respondió más.


—¿Por las dudas? —repetimos a coro con mi padre y ahora sí que no entiendo nada de nada… «¿Por las dudas?» pero mis pensamientos son interrumpidos por el sonido de mi celular.


Espero sea ella… «Mi amor por favor ojalá seas tú»


—Diga.


—Escúcheme bien abogaducho de cuarta…


—¿Quién habla?


—Silencio estúpido y escuche bien. Queremos dos millones de dólares colocados en la cuenta 443522 del banco Ermitage, antes que finalice el día… de lo contrario su noviecita se irá a cocinar pastelitos al más allá.


Un frío sudor comienza a colarse por mi frente y una sensación que hace años no tenía, en mi pecho. La misma sensación que viví el día en que llegó la policía a la puerta de mi casa a informarme que mi esposa había muerto en el accidente de tránsito tras abandonarnos.


—Y no piense en llamar a la policía don Alfonso porque usted bien debe saber, que eso empeoraría mucho las cosas.


—Quiero hablar con ella —exijo bajo la atenta mirada de Silvia y mi padre.


La voz suena distorsionada y en cuanto pido hablar con ella, el hombre larga una sádica risa.


—Mire señor Pedro Alfonso, padre del pequeño Felipe y la dulce Sara… que en estos momentos se encuentran jugando con el pequeño Bobby en el jardín de su gran casa. Creo que no debería exigir nada, solamente asentir, si me entiende, terminar de una buena vez ese café antes que se enfríe y acatar nuestro pedido.


—¡Nos vigilan papá! —exclamo a mi viejo que me ve salir corriendo de la cocina al parque.


—¿Quién hijo? ¿Quién nos vigila?


Corro desesperado buscando a mis hijos alrededor de la casa, mi corazón late descontrolado mientras intento localizar a mis pequeños por los metros y metros de jardín.


—¡Sara!… ¡Felipe! —grito con un nudo oprimiendo mi garganta, pero nada.


Escucho el sonido de los pasos de mi padre corriendo detrás de mí.


—Hijo, ¡Pedro!… ¿Qué demonios está pasando? Hijo por Dios, dime algo.


—Me están chantajeando papá —mi voz se quiebra —ellos tienen a Pau viejo, y nos están vigilando… ¡Felipe, Sara! —grito.


«Dios por favor… mis hijos no»


—¿Papito?


Giro y a uno de los lados de la piscina veo a mi pequeña llorando.


—¡Hija! Hijita —exclamo mientras corro hasta ella y la tomo en brazos desesperado —¿qué pasa vida? ¿Tu hermano? ¿Dime donde está tu hermano? — pregunto prácticamente sin aire en los pulmones, sofocado por la angustia y con un punzante dolor en los hombros. Automáticamente comienzo a revisar el cuerpito de mi niña, intentando ver si se encuentra lastimada. Gracias al cielo no tiene ni un rasguño, por tal motivo sujeto su carita para que me observe —Sara… —respiro hondo e intento contener el llanto —¿dime dónde está Felipe?


Pero ella eleva sus hombritos y niega con la cabeza.


—No lo sé papi. Felipe es un tonto y se esconde para asustarme junto al señor de negro.


—¿Señor de negro? — mi alma abandona mi cuerpo en ese instante y un terror aún mayor al que sentía me aborda


—Viejo… ¡llama al 911 ya mismo! ¡Felipe! —grito con más fuerza.


Corro con mi niña en brazos hasta la casa y la deposito en brazos de Silvia.


Pedro, mi hija —deja escapar ella en un susurro apenas audible, mientras toma a mi niña contra su pecho y llora.


—¡Yo la encontraré! —. Manifiesto con tanta seguridad que me asombra hasta a mí mismo.


—La policía viene en camino hijo —comenta mi padre al tiempo que sale afuera gritando en alto el nombre de su nieto.


—Las cámaras, señor —apunta Concepción quien también está muy asustada al igual que todos nosotros.


«Las cámaras»


Corro deprisa hasta mi escritorio y enciendo el ordenador. 


Muevo la grabación unos diez minutos atrás y lo que veo me congela la sangre.


Una camioneta negra, con vidrios polarizados y sin matrícula llega hasta la entrada de casa y se detiene justo en la subida que da acceso a los coches. La puerta del acompañante queda en un punto ciego entre lo alto del vehículo y los arbustos circundantes, donde la cámara de seguridad no llega «¡mierda!» por esa razón, no puedo ver el rostro del hombre de traje oscuro que baja de la misma.


En ese instante se puede ver a mi hijo correr por el jardín junto a Bobby, cuando se detiene y aproxima a la gran reja.


«No hijo… no hagas eso»


El sujeto y Felipe hablan y mi niño corre en dirección a la casa nuevamente.


Segundos después la gran reja que separa mi propiedad del mundo exterior comienza a abrirse y mi niño nuevamente es captado por las cámaras al salir fuera.


Todo pasa de forma muy rápida. Puedo ver como mi crío es tomado del brazo y forzado a subir al vehículo.


No… no ¡no! ¡Felipeee! Mi grito se ahoga con el agudo dolor que siento en mi pecho. Intento respirar hondo para aflojar la tensión de mis hombros, pero no lo logro. Siento una fuerte presión la que impide a mis pulmones llenarse de oxígeno. 


Pero la angustia me gana y el pánico me acecha dejándome paralizado.


Papá irrumpe en ese segundo también sin aliento, para anunciar que no encuentran a mi hijo por ningún lado. Mi socio que casualmente pasaba a tomar un café conmigo como es su costumbre, los fines de semana, se encuentra con todo el caos.


El dolor gana.


Ya no puedo hablar. Caigo de rodillas con mi mano presionando mi pecho y casi sin aliento atino a señalar el monitor de la computadora y pronunciar la última palabra que recuerdo.


«Secuestro»