domingo, 12 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 37




Paula se despertó cuando el sol de la mañana empezó a entrar por entre las cortinas. Sonrió mientras se estiraba como un gato, sintiéndose mejor que en mucho tiempo.


Giró la cabeza, miró el reloj y se sentó enseguida. ¡Las diez de la mañana!


¿Cómo podía haber dormido tanto?


Había tenido una noche agotadora, en la que Pedro y ella habían hecho el amor tres veces y Dany la había hecho levantarse otro par, pero aun así, lo normal era que Dany llevase ya un rato despierto.


Se giró para sentarse al borde de la cama y su mano tocó un papel.



He tenido que irme a trabajar. Dany está con Marguarita. Volveré a la
hora de la cena.
Te quiere,
P.


Directo al grano, típico de él. Lo que no era normal era que le dijese que la quería con tanta frivolidad. ¿O lo había hecho solo por costumbre?


A Paula se le encogió el corazón en el pecho, pero prefirió no darle demasiadas vueltas al tema. Al menos, por el momento.


Salió de la cama, se puso unos pantalones de lino y una camiseta naranja y salió de la habitación para ir al piso de abajo.


Se asomó a varias habitaciones antes de encontrar a Dany, que estaba en la biblioteca. Había una manta negra en el suelo, y allí estaba tumbado, rodeado de juguetes, con la misma chica que lo había cuidado la noche anterior, que también estaba sentada en el suelo, haciéndole muecas y jugando con él.


–Señora Alfonso–murmuró esta al verla llegar, poniéndose en pie y colocando ambas manos con nerviosismo detrás de su espalda.


–En realidad soy Chaves –respondió Paula automáticamente, acercándose a la manta para arrodillarse al lado de su hijo y tomarlo en brazos.


Dany rio e intentó agarrarle el pelo. Y ella rio también y le dio un beso en la mejilla.


–Gracias por cuidarlo otra vez –dijo, poniéndose en pie y yendo a sentarse a un sofá.


–Es un placer, señora. El señor Alfonso me dijo que le podía dar un biberón, así que ya lo ha tomado y ha eructado. También lo he cambiado.


Paula asintió y sonrió. Deseó decirle que se marchara y quedarse a solas con su hijo, pero le dio pena, sobre todo, sabiendo que Eleanora era una tirana con sus empleados.


Se puso en pie, le dio otro beso al niño en la frente y lo dejó de nuevo en la manta.


–¿Te importaría cuidarlo otro rato? –le preguntó a la chica–. Me gustaría desayunar.


La joven la miró aliviada y corrió a sentarse en la manta.


–Por puesto, señora. Tómese el tiempo que quiera.


–Gracias.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 36




En esa ocasión, cuando la besó, no protestó ni preguntó cómo iba a terminar aquello, porque sabía muy bien cómo iba a terminar. Ambos lo sabían.


Pedro le desató el vestido, que iba anudado al cuello, dejando al descubierto sus pechos desnudos. Los acarició y le frotó los pezones hasta hacerla gemir y retorcerse de placer.


Luego llevó las manos a su espalda para bajarle la cremallera. Paula se incorporó un poco y esperó a que lo hiciese y luego Pedro le bajó el vestido por completo y le quitó las sandalias también.


Y ella se quedó allí, solo con las braguitas.


Pedro se quedó unos segundos devorándola con la mirada, e hizo que se estremeciese, se sentía poderosa.


Así había sido al principio de su matrimonio, pero no había esperado sentir tanto deseo después de todo lo ocurrido. Aquello era casi como un milagro, aunque Paula no sabía cómo influiría en el futuro de sus vidas.


Los dedos de Pedro por debajo del elástico de las braguitas la sacaron de sus pensamientos.


Le dejó que se las quitase y la dejase completamente desnuda y lo abrazó por el cuello para darle un apasionado beso. Pedro gimió y apretó la erección contra su vientre.


Ella se movió para recibirla entre los muslos y lo abrazó por la cintura. Él gimió y se apretó todavía más.


Pedro pensó que había algo entre ellos. Algo importante y que no debía menospreciar. Y entonces se dio cuenta de que eso era exactamente lo que había hecho en el pasado, menospreciar su relación con Paula.


Se había casado con ella, la había llevado a casa y había dado por hecho que siempre estaría allí. ¿Cómo no iba a ser feliz en una casa del tamaño de un palacio, con pista de tenis, cine, dos piscinas, establo, jardines, un estanque…? Todo lo que cualquier podría desear. Además de tener un marido con dinero más que de sobra para que no le faltase nada.


No obstante, durante las dos últimas semanas se había dado cuenta de muchas cosas. Había tenido sentimientos ajenos a él hasta entonces y se había empezado a hacerse muchas preguntas.


Tal vez el dinero no lo fuese todo. Eso significaba que Paula no lo había querido solo por lo que tenía y por lo que podía darle.


Pero no sabía si eso era bueno o malo, porque él era rico e iba a seguir siéndolo.


Sí, era evidente que seguía habiendo un vínculo entre ambos.


Y no era solo sexo, aunque este fuese tan excepcional que merecía la pena pararse a reflexionar seriamente al menos un par de horas.


¿Existía la posibilidad de una reconciliación? 


¿Podrían volver a intentarlo y construir algo mejor y más fuerte de lo que habían tenido?


¿Y aunque pudiesen, debían hacerlo?


Eran demasiadas cosas como para considerarlas en ese momento, dado que
su mente estaba ocupada con otros objetivos mucho más inmediatos e infinitamente más placenteros. No obstante, tenía que reflexionar y decidir si lo que pensaba que estaba sintiendo era real.


Porque creía estar sintiendo amor. Amor. Anhelo. Devoción. Y el deseo de que su relación con Paula fuese permanente.


Pedro gimió al notar la lengua de Paula en su boca y que lo apretaba con los muslos. El calor de su cuerpo desnudo le quemó por encima de la ropa y, de repente, deseó quitársela.


Empezó a desabrocharse la camisa y el cinturón de los pantalones. Ella se apartó solo lo necesario para dejarle espacio para quitárselo todo.


Una vez desnudo subió a Paula hacia arriba, con cuidado para que no se diese con el cabecero de la cama y colocó las almohadas, poniéndole varias debajo de las caderas.


Luego volvió a besarla mientras le acariciaba la cintura y la espalda con las puntas de los dedos. Su piel era perfecta, como una estatua de alabastro, todo elegantes curvas. Aunque las estatuas eran frías e inánimes y Paula todo lo contrario. Era apasionada y bella, y la única mujer a la que le había hecho el amor allí, en su cama.


Antes de su matrimonio había sido más fácil ir a un hotel o al apartamento de la chica en cuestión.


Y después de su divorcio… lo cierto era que no había estado con nadie. Se había concentrado en el trabajo y en la empresa.


La abrazó por la espalda y la apretó con fuerza contra su cuerpo. Ella enterró los dedos en su pelo y le masajeó el cuero cabelludo y la nuca, cosa que siempre le había encantado. Hizo que se estremeciese y se excitase todavía más.


Paula rodeó su erección con la mano y se la acarició con suavidad antes de guiarla muy despacio hacia su sexo.


Pedro notó cómo lo rodeaba su calor y su humedad. Era una de las sensaciones más increíbles que había tenido en toda su vida. Por muchas veces que ocurriera, era casi una experiencia religiosa.


Empezó a moverse en su interior mientras la besaba, cada vez con mayor rapidez, intentando aguantar lo máximo posible.


Pero contener el orgasmo era como controlar un monzón. Su única esperanza era que a Paula le diese tiempo a terminar antes.


Metió una mano entre ambos para acariciarla y provocarle el orgasmo. Ella dio un grito ahogado al instante.


Pedro hizo otro esfuerzo por aguantar y continuó acariciándola. Paula gimió y arqueó la espalda.


–Eso es, cariño. Déjate llevar.


Y Paula gritó al notar cómo el placer la iba sacudiendo de la cabeza a los pies.


Pedro no tardó mucho más. En cuanto notó que Paula llegaba al clímax, dejó de controlarse y compartió su felicidad.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 35




Como de costumbre, la cena con la familia de Pedro fue agotadora. Deliciosa, pero agotadora.


Su madre estuvo tan altiva como siempre y a pesar de que a Paula siempre le habían caído bien Adrian, el hermano de Pedro, y su esposa, Clarissa, se dio cuenta de que estaban cortados por el mismo patrón que Eleanora. Habían nacido en cunas de oro y nunca habían necesitado nada que no tuvieran. Habían sido educados para no ir jamás despeinados y no decir nunca nada inadecuado.


El único motivo por el que Paula no se sentía tan mal con ellos era que, a pesar de su origen, Adrian y Clarissa no eran tan fríos y críticos como su exsuegra. Desde que se había casado con Pedro, siempre la habían tratado como
a una más de la familia y se habían disgustado de verdad cuando Pedro y ella habían roto. 


Incluso esa noche, se habían comportado con ella exactamente igual que en el pasado.


Eso había contribuido a calmar sus nervios al entrar en el opulento comedor.


Eleanora ya estaba sentada a la cabecera de la mesa, como una reina esperando a su corte, cuando ellos llegaron, y su mirada la había hecho sentirse como un microbio a través de un microscopio.


Para su alivio, su exsuegra había jugado limpio mientras tomaban la sopa y la ensalada y había hablado de cosas sin importancia. Sin embargo, con el postre, Eleanora se había quitado parte de la máscara y había arremetido contra Paula todo lo que había podido.


Pero en esa ocasión Pedro la había defendido, algo que no había hecho nunca antes. Probablemente porque, en el pasado, los ataques de Eleanora habían sido mucho más sutiles, o solo había demostrado su odio por ella cuando ambas habían estado solas.


Esa noche, Pedro había contestado a cada uno de los ataques de su madre, siempre en defensa de Paula. Y una vez terminado el postre, cuando
parecía que Eleanora iba a rematar la jugada, él se había levantado, había dado las buenas noches a su familia y había tomado la mano de Paula para sacarla del comedor.


Ella todavía estaba aturdida por el alivio y por la fuerza que le había dado Pedro… y todavía iba aferrada a su mano como si se tratase de un salvavidas cuando llegaron al piso de arriba. Se sintió como en su primera cita, antes de saber lo que era realmente ser la señora de Pedro Alfonso.


Al llegar a la puerta de la habitación, los dos sonreían y a ella le faltaba un poco de aire. Pedro le puso un dedo en los labios para que guardase silencio.


Y ella se dio cuenta de que había estado a punto de echarse a reír como una niña de doce años.


Contuvo la risa y, sin soltar la mano de Pedro, lo siguió por el salón a oscuras.


La niñera que se había quedado con Dany estaba sentada al lado de la cuna, leyendo una revista. Cuando los vio, cerró la revista y se puso en pie.


–¿Qué tal ha estado? –le preguntó Pedro.


–Bien –respondió la joven con una sonrisa–. Ha estado todo el tiempo dormido.


Esa era una buena noticia para la niñera, pero no tanto para los padres, que pretendían dormir toda la noche del tirón.


–Eso significa que se despertará a medianoche –susurró Paula–. Prepárate para sufrir por fin los rigores de la paternidad.


Él sonrió y le brillaron los ojos.


–Lo estoy deseando.


Pedro le dio un par de billetes a la niñera y la acompañó a la puerta, dejando a Paula al lado de la cuna de Dany. Tenía un nudo en la garganta de la emoción, al pensar en que habían estado los dos, padre y madre, delante de la cuna de su hijo, viéndolo dormir.


Así era como se había imaginado siempre que sería formar una familia.


Había sido lo que había deseado cuando se había casado con Pedro y cuando había intentado quedarse embarazada al principio.


Era gracioso, cómo la vida nunca era como uno planeaba.


Pero aquello tampoco estaba mal. Tal vez no fuese lo ideal, tal vez no fuese como ella había soñado, pero seguía emocionándola y haciendo que se le encogiese el corazón dentro del pecho.


–Espero que no se esté poniendo enfermo –murmuró, poniéndole la mano en la frente. No parecía tener fiebre–. No suele dormir tanto.


–Ha tenido un día muy largo –respondió Pedro en el mismo tono–. Tú también estarías cansada si hubiese sido tu primer viaje tan largo.


Ella rio y tuvo que taparse la boca para no despertar al niño. Pedro sonrió también, la agarró del brazo y la llevó hacia el dormitorio.


Una vez dentro, la hizo girar y la empujó hacia la puerta mientras la besaba.


Estuvieron varios minutos besándose apasionadamente. Paula se quedó sin aliento, sin vista, sin cordura y todo su mundo se redujo a Pedro.


Cuando este la dejó por fin respirar, parpadeó y echó la cabeza hacia atrás, mientras Pedro continuaba mordisqueándole los labios.


–No era esto lo que yo tenía en mente cuando hablamos de compartir las habitaciones –consiguió decirle Paula por fin, después de tomar aire.


–Qué raro, porque es exactamente lo que yo había imaginado –murmuró él antes de chuparle el lóbulo de la oreja.


A Paula no le cabía la menor duda.


–Yo pensaba dormir en el sofá del salón. O irme a una de las habitaciones de invitados cuando nadie me viera –le dijo ella.


Pedro le pasó el labio por la línea que va de la clavícula hasta detrás de la oreja, haciéndola gemir.


–Eso no está bien. Nada bien –murmuró Paula.


Él la levantó y la llevó directamente hasta la cama.


–Pues a mí me parece estupendo –respondió, dejándola caer sobre el colchón como un saco de patatas.


Aunque Paula no se sentía en absoluto como un saco de patatas, sobre todo cuando Pedro se tumbó encima de ella.