sábado, 13 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO FINAL




Mientras el sol del amanecer entraba en el dormitorio, Pedro se sentó en la cama al tiempo que olvidaba la idea de adivinar cómo aceptar el amor podía elevar la unión de dos personas más allá del reino de cualquier descripción verbal.


Pedro... ¿Qué pasa?


—Es posible que después de todo estés embarazada —anunció—. Acabo de recordar que a veces las pruebas de embarazo en su primera fase pueden equivocarse. Incluso
hasta las pruebas de sangre a veces se equivocan. Traeré la revista... —una mano suave en su brazo lo detuvo.


—Cariño, no estoy embarazada.


—Pero no puedes estar segura.


—Sí que puedo —repuso, y al mirar en sus ojos esperanzados supo que había alcanzado un sueño—. Puede que aún no tenga las pruebas físicas, aunque tampoco espero que un test me indique cuándo lo estoy porque... —se llevó una mano al pecho— aquí lo sabré. Con todo lo que te amo, Pedro, mi corazón registrara el instante en que Dios bendiga este amor.


Y para sorpresa de Pedro, cuatro meses después lo pudo demostrar, ya que le anunció que iba a ser padre tres semanas antes de que el doctor lo confirmara...



MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 56




El sonido del coche de Pedro le aceleró el corazón, a pesar de que llevaba mirando el reloj desde que recibió la llamada de advertencia de Eugenia. Ahí estaba. El comienzo del inevitable final.


«Oh, Dios, haz que el final tarde mucho, mucho tiempo en llegar», rezó, acurrucada en el sofá contando los latidos que dio su corazón hasta que él entró en el salón.


—¿Por qué no me llamaste para decírmelo? —preguntó Pedro.


Ni un «Hola» o «¿Cómo te encuentras?», sólo una exigencia irritada. Paula maldijo la inútil esperanza que se obstinaba en no abandonarla.


—No vi motivo alguno para preocuparte hasta saber con certeza que había una razón.


—¿De verdad? ¿No se te ocurrió pensar que podía estar más preocupado al ver que no ibas a trabajar ni respondías a mis llamadas? ¿O cuando vine esta mañana y vi que no estabas? Demonios, Paula, si no hubiera localizado a Eugenia en una cena de negocios mi siguiente paso iba a ser ir a la policía —ella siguió dándole la espalda, inmóvil. Pedro jamás se había sentido tan frustrado—. ¡Maldita sea! ¡Date la vuelta y mírame, Paula! —cuando se volvió y él vio su expresión de absoluta desesperación, se le rompió el corazón. Tenía los ojos colorados y la cara tensa. Nunca había visto esa hermosa cara tan desdichada—. Oh, Pau...


En cuanto se acercó a ella, se levantó de un salto del sofá y se alejó.


—A pesar del riesgo de ofenderte, la mala noticia es que anoche no me vino el período. Todavía no ha venido. Y, según esa revista que compraste, los pechos sensibles y las otras incomodidades de la premenstruación también pueden ser provocadas por el embarazo.


—Así que estás embarazada.


—No... no estoy segura. Pero fuiste tú quien dijo que debíamos estar preparados para lo peor.


—Bueno, pues creo que ya es hora de usar el test de embarazo que compré y averiguarlo con...


—¿Compraste un test de embarazo?


—Está en el armario bajo el tocador. Si te encuentras preparada... Iré a buscarlo.


—Se supone que hay que realizarlo con una muestra de orina apenas levantarte.


—Entonces imagino que tendremos que esperar hasta...


—No —corrigió, luego respiró hondo—. Yo también compré uno, y ya he hecho la prueba.


—Pero acabas de mencionar que no sabías... —frunció el ceño—. Oh, ¿quieres decir que aún esperas el resultado?


—Sí —suspiró—. Tenía demasiado miedo para mirar. Intentaba engañarme con la teoría de la ignorancia —añadió con amargura.


—Muy bien... —sabía que uno de ellos tendría que invocar el suficiente coraje para enfrentarse a lo inevitable—. ¿Dónde está? Yo miraré.


—No. Yo también iré.


Unos segundos después Pedro observaba el pequeño tubo que había en la cómoda de Paula. Distaba mucho de ser azul. Las instrucciones en el test que él había comprado ponían que azul era positivo; si no se modificaba, negativo.


Paula lanzó un grito y se soltó de la mano de él. 


La desesperación que Pedro vio en su cara fue como una daga clavada en su corazón.


—Pau, está bien —se apresuró a decir—. El color es claro. ¿Lo ves? —alzó la evidencia—. No estás embarazada. Para ello, se tendría que haber puesto azul.


—¡Lo sé! —espeto ella.


—¿Lo... sabes? Pero... pero estás llorando... no lo entiendo.


—¡Claro que no! Tú nunca quisiste tener hijos; sin embargo, yo quiero ser madre desde que tengo memoria —sollozó—. Quería tanto tener este bebé.


—Oh, cariño, tranquila... Eso no significa que no podrás tener hijos en el futuro. Demonios, sólo tienes veinti...


—¡Pero no quiero otros bebés! ¡Quería a éste! ¡Tú bebé... nuestro...! Oh, Dios... lo quería tanto... —las palabras podrían haber salido apagadas por el llanto y los hipos, pero Pedro las oyó con más claridad que nada de lo que había oído jamás. Y al instante la esperanza creció en su corazón hasta hacerle creer que el pecho le iba a estallar—. ¡Yo quería tu bebé!


—¿Por qué? —apenas era capaz de hablar por el nudo que le atenazaba la garganta, pero necesitaba su respuesta—. Dime por qué, Paula —instó.


—Porque... ¡estoy enamorada de ti, maldita sea! Sé que no lo creerás, que piensas que eso no existe, pero sí existe, Pedro —insistió con convicción—. Cuando sucede, lo sabes. No puedo explicarlo, pero...


—Entonces deja que yo lo intente —interrumpió con suavidad—. El amor existe cuando sólo oír el nombre de una persona hace que te vuelvas, con la esperanza de que esté ahí. Es cuando con sólo mirarla se te aceleran los latidos del corazón, aunque el sonido de su voz es la sinfonía clásica más maravillosa que jamás oirás; es tener a una persona en tu cabeza casi cada minuto que estás lejos de ella. Amar a alguien significa que su contacto es lo más excitante y tranquilizador que alguna vez experimentarás. Es tener el mejor sexo de tu vida, al tiempo que descubres que tu corazón es la zona más erógena de todo tu cuerpo. No es el deseo seguro y absoluto de compartir la última proximidad física, sino una montaña rusa de emociones que surge al sentir el dolor y el júbilo de esa persona con tanta intensidad como si fueran propios. Pero lo que hace que sea amor de verdad... de verdad, Pau, es algo tan precioso que resulta inenarrable. No se puede «encontrar», sin importar lo desesperadamente que lo busques. Pero tampoco se lo puede ignorar indefinidamente cuando lo tienes ante tu propia cara, sin importar la estupidez o terquedad con que desees negar su existencia.
He creído en el amor desde que todo lo que pensaba que quería terminaba siendo lo opuesto a lo que necesitaba para ser feliz, y descubrí un gozo tan intenso que no estoy dispuesto a volver a negármelo negando el amor. Seré el primero en reconocer que he sido asombrosamente estúpido y terco, Paula... pero te juro por Dios que te amo más que lo que puedas imaginar. Y jamás dejaré de amarte.


Los ojos bañados en lágrimas de Pau eran incapaces de estimar la distancia que los
separaba, pero se lanzó hacia adelante, confiando en que él la atrapara. Cuando lo hizo, reclamó su boca con una pasión que le inflamó el corazón.


—¡Oh, Dios, Paula! ¡Te amo tanto! Por favor, no llores —suplicó, besando la humedad de sus mejillas—. La próxima vez lo conseguiremos. Sé que es decepcionante no tener el bebé, pero si quieres podemos tener una docena...


—¿Estás diciendo que también esperabas que mi embarazo fuera positivo? —se separó para mirarlo. Él asintió con sonrisa agridulce—. ¿Desde cuándo? —preguntó sorprendida.


—No estoy seguro de la fecha exacta —bromeó—. Pero sé que desde el primer momento en que te imaginé con el vientre abultado con el bebé que habíamos creado, me di cuenta de que podían pasar cosas peores. Y un día, comprendí que no verte embarazada con nuestro hijo era una de ellas.


—Oh, Pedro... —la belleza y sinceridad de su declaración hicieron que se sintiera la mujer más afortunada y atesorada del mundo. Lo abrazó con fuerza y apoyó la cabeza en su hombro—. Jamás pensé que algo pudiera hacerme tan feliz.


—¿Ni siquiera ahorrarnos una boda enorme? —ironizó.


—¡Pedro Alfonso! Tener tu amor y tus hijos es mucho más importante que casarme contigo.


—¿Qué? —se mostró estupefacto, y Paula tuvo que reír.


—Vamos, Pedro... Siempre supe qué te inspiraba el matrimonio. Pero ahora que sé lo que sientes por mí... bueno, el matrimonio resulta irrelevante. Ya no es un tema importante
—explicó—, porque sé que vamos a estar juntos el resto de nuestras vidas. No necesito un trozo de papel firmado delante de quinientos invitados.


—¿Lo que estás diciendo es que vamos a tener hijos, pero que sólo quieres que... que vivamos juntos?


—Por supuesto, los niños tendrán tu apellido —añadió—. Es lo que tú quieres, ¿no?


—¡Demonios, no! Quiero que nos casemos ante la ley, la iglesia y nuestros hijos, contigo luciendo un anillo tan grande como para hacerle saber a todo hombre en un radio de quince kilómetros que ya no estás en el mercado.


—¿De... de verdad quieres casarte conmigo? —preguntó ella, preocupada por un posible engaño de sus oídos.


—¡Claro que quiero casarme contigo! Santo cielo, Paula, ¿es que no has entendido ni una palabra de lo que dije? Te amo. Quiero que formemos una familia. Una familia tradicional. Y quiero que tengamos una casa tradicional, con fotos de nuestra boda en la repisa y un montón de álbumes para que puedan mirar los niños. La próxima vez que alguien nos pregunte la fecha en que nos casamos, y nuestros hijos lo harán, quiero poder tener una para no equivocamos. Y cuando seamos viejos y artríticos y no deseemos hacer otra cosa que estar echados en la cama, quiero poder recordar la sensación que me produjo tenerte en mis brazos durante el vals nupcial


—Shhh —riendo, le tapó la boca con la mano—. Vale, vale. ¡Me casaré contigo! Aunque no me imagino una época en que sea tan vieja como para estar sólo echada en la cama.



—No tienes por qué hacer que suene como que me das el gusto —fingió tristeza—. Me gustaría pensar que tenías un buen motivo para aceptar...


—¡Oh, pero lo tengo! —se esforzó por mantener el rostro serio. Le acarició la mejilla y esbozó su sonrisa más seductora—. Convertirme en Paula Elizabeth Alfonso va a hacerme increíblemente feliz el resto de mi vida.


—Eso suena como si hubieras hablado con sinceridad —sonrió.


—Y así es. De verdad que voy a disfrutar siendo la señora Alfonso. Porque con tantas letras en mi nombre, quitar Chaves hará que sea más fácil rellenar formularios y cheques... ¡Ehhh! —chilló cuando la alzó en brazos.


—¡Eres incorregible! ¿Lo sabías? —la arrojó sobre la cama—. Ahora lo único que tengo que hacer —comenzó a desabotonarle la blusa— es dejarte embarazada...





MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 55



—¿Qué has dicho? —los ojos de Eugenia estaban tan abiertos como su boca mientras miraba a Paula.


—Dormí con Pedro —repitió.


—¡Santo cielo! Dios mío, Pau... ¿cuándo?


—Varias veces


—¡Santo cielo! Y... hmmm... —sacudió la cabeza—. ¿Exactamente cuántas veces es «varias veces»?


—Muchos —se encogió de hombros—. Tenemos... una relación.


—¡Qué tenéis una relación! —la sorpresa de Eugenia se reflejó en las caras de los clientes de la cafetería del hotel que dirigía. Bajó la voz—. No puedo creerlo, Pau... quiero decir, ¡santo cielo! Una relación... y con Pedro, de todos los hombres...


—Créelo. Llevamos viviendo juntos...


—Viviendo... San...


—Ha empeorado —cortó antes de que Eugenia agotara la paciencia del Vaticano—. Me he enamorado de él.


—Bueno, eso ya lo había adivinado —agitó una mano—. Jamás te has acostado con un hombre del que no estuvieras enamorada.


—Sí, y jamás me había acostado con un hombre y rezado para estar embarazada.


—¿Vas a tener el hijo de Pedro?


—Lo único... —deseó que la pregunta no doliera tanto—. Lo único que quiero más que eso es a él. Pero... pero sé que me quedaré sin ninguno de los dos —y por enésima vez aquella mañana prorrumpió en sollozos.


Después de desperdiciar tres horas del tiempo de Porter Corporation manteniendo alejada a Eugenia de sus deberes para contarle toda la historia, Paula supo que era hora de recuperarse. Y como siempre que se sentía desgraciada o un romance empezaba a desmoronarse, decidió ir de compras.


Como comprar el sofá no había solucionado de inmediato el dolor de perder a Ivan, cuando sólo imaginaba estar enamorada de él, más muebles no la ayudarían en el caso de Pedro. Quería algo más personal, como un collar o un anillo, tal vez... ¡no, un anillo no!


No necesitaba recordatorios de lo asombrosamente romántico que podía ser; le hacía falta algo que la convenciera de lo bien que estaba sin él.


¡La cocina! Pedro siempre insultaba sus habilidades culinarias y su deseo de cocinar...


Compraría algunos libros de recetas y todo el equipo que fuera necesario para convertirla en un genio de la cocina. ¡Luego haría que él se comiera sus palabras!


Cuatro horas y miles de dólares más tarde, Paula se sentía desgraciada hasta el punto del dolor físico. Lo único que había conseguido era demostrar que cuando amabas a alguien con el corazón y el alma, y ese amor no era recíproco, no importaba lo que compraras, pelaras, cortaras o picaras, nada podía bloquear la angustia.


Con un poco de suerte, la tercera taza de té de camomila la ayudaría a pasar la noche sin que se desmoronara delante de Pedro. Aunque tras un día de llorar de forma casi ininterrumpida, supuso que podía imaginar que ya había dejado atrás la fase de las lágrimas. Quizá en un día o dos, cuando le entregaran el juego de comedor que había adquirido, estaría de mejor ánimo para apreciar las cosas y pudiera dar una fiesta para marcar el inicio de un futuro sin hijos, soltera y sin amor.






MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 54





Durante toda la noche Pedro sólo pensó en una cosa. «No quiero que este sea el final de todo».


Sólo porque llevaba reloj supo que la cena con los Mulligan y el trayecto de trasladarlos al aeropuerto para subir al vuelo privado que los llevaría a casa habían durado seis horas; aparte de eso, no habría sido capaz de contar qué había sucedido durante la velada. Sólo fue consciente de Paula, del tono melodioso de su voz y de su risa. La arrebatadora belleza de su cara lo había mantenido hechizado.


Pero en ese momento temía apartar la vista del camino para mirarla, por miedo a que hablara. El absoluto silencio que había mantenido desde que se despidieron de los Mulligan tenía una cualidad ominosa.


Al girar el coche para entrar en la calle de ella volvió a verse abrumado por una inquietud emocional que no entendía. Necesitaba tiempo para pensar sin distracciones... un tiempo a solas. Pero por primera vez en su vida la idea de quedarse solo lo tenía casi paralizado de terror.


Por un lado parecía ridículo que Pau pusiera fin a su relación por no estar embarazada, cuando en todo momento se había negado a aceptar la posibilidad de estarlo. Por supuesto, había dejado que su relación evolucionara porque lo deseaba, y no porque creyera que era inevitable que tuvieran que casarse. Pero, ¿y si decidía que todo se había acabado al desaparecer la preocupación de los Mulligan y de ser padres?


Antes de que rechazara la idea de las vacaciones, Pedro había estado convencido de que en cuanto se alejaran de la sombra de Porter y del trato con los Mulligan, ella comprendería que lo que compartían iba más allá de los negocios y de un sexo estupendo. Que era... bueno, especial de alguna manera. ¿Qué posibilidades tenía de explicarle sus sentimientos cuando ni siquiera él mismo era capaz de entenderlos?


Seguía confuso cuando introdujo el coche en la entrada de la casa de Pau.


Pedro, sé que Damian espera que vuelvas a tu piso, así que no hace falta que me acompañes dentro —Paula se había quitado el cinturón de seguridad antes de que el vehículo parara de golpe por la fuerza con la que él piso el freno. Cuando Pedro logró salir del coche ella ya cruzaba el césped hacia la puerta, donde se detuvo para rebuscar en el bolso—. ¡Menos mal! —rió, agitando las llaves—. Por un segundo pensé que tendría que entrar por la ventana y darle explicaciones a la policía.


—¿Por qué? —preguntó él con voz tensa—. ¿Es que cambiaste la cerradura cuando fui a buscar el esmoquin?


—Imagino que hace falta algo más de una semana para acostumbrarse a compartir; olvidé que te había dado un juego a ti.


—¿Es un modo indirecto de pedirme que te las devuelva? —se obligó a preguntar, a pesar de temer la respuesta.


—¡No! ¡Claro que no! —Pedro se sintió aliviado al observar su expresión angustiada.


—De acuerdo. Entonces, ¿por qué te muestras tan ansiosa por deshacerte de mí? —inquirió, alzándole la barbilla. Y en cuanto lo hizo se arrepintió—. Olvida que lo he preguntado —murmuró con la boca pegada a su frente—. Después de mi exhibición adolescente de conducta hormonal en el pasillo hoy, tienes derecho a pensar que seré lo bastante insensible como para saltar sobre ti lo desees o no.


—No es eso —se apresuró a contestar ella— Es que como Damian se queda en tu casa, se preguntará por qué tardas tanto. Y... y, bueno... preferiría...


—¿No anunciar el hecho de que somos amantes? —preguntó él. Pau bajó la vista. Pedro supo que si decía algo sin duda lo lamentaría, así que en silencio le quitó las llaves de los dedos y abrió la puerta por ella, encendió la luz y entró para desactivar la alarma. Respiró hondo antes de atraparla en sus brazos para darle un beso intenso, pero muy breve—. Buenas noches, cariño. Cierra bien la puerta —ella asintió—. Y escucha, no te molestes en poner el despertador. Te despertaré con el desayuno en la cama.


—¡No! Será mejor que mañana lleguemos por separado a la oficina —otra sonrisa forzada iluminó su rostro—. Es por Damian.


Pedro no se molestó en recordarle que por lo general Damian entraba en su despacho apenas amanecer, aun cuando no tenía que realizar el viaje de casi hora y media desde su hogar en las afueras.


Menos mal que conocía de memoria el camino hasta su casa, porque toda su atención la
consumió su preocupación por Pau. A la mañana siguiente la preocupación se tomó en
miedo al enterarse de que Paula había llamado a su secretaria para que cambiara
todas sus citas por hallarse indispuesta.


Cuando no respondió a su llamada ni saltó el contestador automático, se metió en el coche hecho un manojo de nervios. Logró realizar el trayecto de cuarenta minutos en treinta y dos. 


Su temor no se evaporó al descubrir que la casa estaba vacía.





MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 53




Se detuvo en seco. Santo cielo, ¿qué le pasaba? Muy bien, no estaba embarazada, y Pedro no tenía necesidad de casarse con ella, pero eso no significaba que su relación debía acabar. No significaba que lo amara menos ni que no pudieran seguir siendo amantes. Por supuesto, sus días juntos estaban contados, pero Pedro representaba para ella más que nada en el mundo. «¡Maldita sea!», pensó, y continuó avanzando por el pasillo, «no iba a quemar los puentes prematuramente». Había aprendido a disfrutar del momento y no pensaba estropear el tiempo que les quedara juntos lamentando de antemano el fin de su relación. 


Cuando eso sucediera, estaría preparada, pero no pensaba abandonar la felicidad hasta que Pedro le dijera que la relación había terminado.


Desde luego, dada la expresión que mostraba él en el rostro al avanzar hacia ella por el pasillo, quizá significara que su actitud positiva iba a ser muy fugaz.


—¿Dónde has estado? ¡Te he buscado por todo el edificio!


—¿Por qué?


—Porque dijiste que tenías que ir a ver a Carey. Eso fue hace veinte minutos.


—Lo siento —¿era intuición o deseo... pero, no percibía algo de celos en su voz?—. Ir al cuarto de baño fue un acto impulsivo. Intentaré mantenerte informado de mis actos y... —sonrió—, no hacer pis tanto tiempo en el futuro.


—¡Qué graciosa! Me tenías preocupado —se maldijo en silencio por haberlo reconocido.


De hecho, se sintió aliviado cuando Carey le dijo que no la había visto; sólo empezó a preocuparse cuando nadie más en el edificio la había visto.


—¿Te preocupaba que viera a Ivan? —preguntó divertida, aunque el contacto de sus dedos en la mejilla de él fue un acto conciliador—. Oh, Pedro... ¿de verdad crees que después de lo que hemos compartido puedo seguir interesada en él?


—¡Más te vale! —gruñó, y la abrazó cuando ella tuvo la audacia de reír—. ¿Qué es tan gracioso?


—¿Quieres decir aparte de la idea de que estés celoso de Ivan?


—Jamás dije que estuviera celoso de él —señaló; era la única respuesta que le permitía no mentir ni reconocer que por primera vez en su vida se sentía amenazado por otro hombre—. De hecho, te buscaba porque se me ha ocurrido una idea para evitar a los Mulligan...


Pedro —tiró de su corbata—. Cuéntame tu maravillosa idea.


—Primero bésame.


—¿Pago por adelantado? —sonrió—. Creo que no, señor Alfonso; primero la información.


—Es sencilla, pero ingeniosa. Lo cual me lleva a pensar que debería subir el precio a dos besos...


—¡Pedro!


—De acuerdo... Nos vamos de vacaciones ahora —el asombro de ella hizo que resultara fácil pegarla a la pared.


Pedro, sé sincero... ¿has pasado la tarde esnifando pegamento?


—¿Por qué, cuando tu aroma me da el subidón más grande del universo? —le besó el cuello.


—No me lo puedo creer —musitó ella.


—Es verdad que hueles de maravilla —bromeó, pero en vez de sonreír, Pau lo miraba como si le hubiera salido una segunda cabeza.


—¿Tú? —le dio un golpecito en el pecho—. ¿Pedro Alfonso, que nunca se ha tomado más de medio día libre... bueno, Dios sabe en cuántos años, está sugiriendo que dejemos todo
en un momento crucial y nos vayamos de vacaciones... —chasqueó los dedos— ...así?


—Claro. Los dos nos las merecemos. Y como ya le dijimos a sir Frank que llevábamos separados semanas antes de que fueras a la isla, parecerá una explicación legítima para nuestra ausencia.


—¿Estás seguro de que no eres víctima de algo que podría clasificarse como un Expediente X? —lo miró con suspicacia.


—Sólo soy víctima de ti —le enmarcó el rostro entre las manos—. Y ahora deja de hacerte la graciosa y reconoce que es un gran plan.


—¿Qué ha dicho Damian al respecto?


—Se lo contaré cuando vuelva a la oficina —se encogió de hombros y le besó una comisura de los labios, luego se centró en la otra—. Pensé que podríamos ir a la casa de la bahía, donde sólo tendremos que ir de la playa al dormitorio.


—¿Eso significa que ya no piensas alimentarme?


—Pediremos pizzas —murmuró, centrando la atención en su cuello. El cuerpo de Paula se retorció en señal de aprobación, lo cual era todo lo que él necesitaba para avanzar, emparedarla con su cuerpo y capturar su jadeo con la boca. 


La respuesta de ella fue rápida y potente, y Pedro maldijo que el calor de sus manos en su cintura se viera mitigado por la camisa.


—Hmm... eh... no creo que Damian lo apruebe —dijo en cuanto él volvió a mordisquearle el cuello.


—Sí lo hará. Sabe que cuanto menos contacto tengamos con los Mulligan, mejor... —calló cuando le alzó la cabeza para que lo mirara.


—Me refiero a perder tiempo de la empresa y a besarnos en los pasillos.


—Oh, cierto. Y también le molesta que se haga el amor en los despachos, ¿no? —ella asintió—. ¿Cómo crees que le sentará en el cuarto donde se guardan los artículos de oficina? —preguntó con cómica especulación.


—Del mismo modo que si le decimos que lo dejaremos solo para enfrentarse a los Mulligan —al leer la protesta en el rostro de Pedro, añadió—: De todos modos, Pedro, no puedo irme de vacaciones ahora mismo. Tengo trabajo que recuperar hasta la próxima década —no era del todo mentira. Pero el verdadero motivo por el que no quería usar sus vacaciones era porque las reservaba para el día lluvioso en que él le dijera que su relación se había terminado. Hizo a un lado ese pensamiento y se obligó a sonreír—. Deja de preocuparte, Pedro. Confía en mí, sobreviviremos a esta noche y ahí se acabará
todo.