viernes, 24 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 18




CUANDO Paula entró en la cocina, Pedro ya estaba allí, preparándose un café. Se volvió a verla cuando entró y la estudió en silencio tanto tiempo, que ella sintió que el corazón le volvía a latir con fuerza y que se sonrojaba. Ella quería, descubrió, mirar en cualquier dirección, menos hacia él, y el esfuerzo de sostener la mirada de esos ojos dorados le robó toda la fuerza de voluntad que tenía.


— ¿Quieres café? —preguntó Pedro con tal tranquilidad, que Paula quiso reír, tan grande era la tensión que sentía. En vez de hacerlo, negó con la cabeza, entonces cambió de idea y asintió, tentada por el exquisito aroma del brebaje recién preparado.


—Pensé que no estabas... No vi tu auto -casi se tropezaba con las palabras, mientras por dentro se maldecía, se decía que era él quien debía ofrecer una disculpa y no ella. Después de todo, fue él quien...


—Le están dando servicio. Me lo entregarán mañana temprano. Tengo una cena esta noche con un colega de negocios y vine a darme una ducha y a cambiarme. Como tú, pensé que tenía la casa para mí solo.


El sonaba más desconsolado que avergonzado, notó Paula. Reflexionó en la diferencia entro las actitudes femeninas y masculinas. Una mujer sorprendida por un hombre como ella lo sorprendió, estaría demasiado consciente y mortificada por la experiencia, en tanto que él... 


Si alguno de los dos estaba mortificado sospechaba que era ella, no tanto por su desnudez, sino por su propia respuesta. Una reacción que, desesperada, esperaba que él no hubiera notado.


Pedro avanzaba hacia ella y la obligó a retroceder, por lo que él de inmediato frunció el ceño mientras ponía el tarro de café sobre la mesa a un lado de ella y la veía pensativo. 


Paula se volvía a sonrojar, mientras  desesperada veía a todos lados menos a él.


Durante un momento pensó que él dejaría pasar su reacción sin hacer comentario alguno, pero, justo cuando estaba a punto de exhalar un tembloroso suspiro de alivio, Pedro levantó la mano y ella sintió el toque ligero de los dedos contra el rostro acalorado. Se sentían frescos, casi tranquilizadores, pero ella se apartó de inmediato con la piel ardiente.


—Supongo que todo esto es por lo que ocurrió allá arriba —dijo él en voz baja.


Paula no podía decir nada, no podía verlo. 


Molesta lo odiaba por aumentar su vergüenza, lo que la hizo preguntar con voz ronca:
—Con toda seguridad, debes ver que...


—Puedo ver por qué yo me podría sentir avergonzado —admitió, interrumpiéndola—. Pero, eres una mujer, no una niña, además, una mujer que tiene un amante...


—Y, por eso, ¿no tengo el derecho a sentirme avergonzada al ver... bueno, lo que ocurrió? ¿Eso es lo que tratas de decir? —le preguntó Paula, molesta ahora por lo que sus palabras implicaban.


—No es que no tengas el derecho —la corrigió Pedro—, y en realidad no veo por qué debas sentirte molesta y ofendida por mi... reacción física ante ti. No cuestionaba tu derecho a reaccionar. Fue la manera en la que lo hiciste; es obvio que no esperaba que te sintieras así. Me sacó un poco de lugar, de otra manera, te habría seguido y le hubiera pedido una disculpa en ese momento. Me sorprendiste con la guardia baja. Pensé que estaba solo en la casa. Hasta que abriste la puerta y entraste al cuarto do baño, no tenía idea... Te veías tan sorprendida... como si... —se detuvo, cuando ella dio un paso atrás como si la hubiera tocado, frunció el ceño al ver el rostro sonrojado y el cuerpo tenso de Paula.


—Estás alterada, ¿cierto? Ni siquiera te agrada que mencione lo que ocurrió... Sin embargo, el cuerpo de un hombre no te debe ser desconocido.


— ¿Por qué? ¿Porque tengo un amante? —Paula lo retó con palabras ahogadas—. ¿Quieres decir con eso que una mujer que mantiene una actividad sexual, no tiene el derecho a sentirse ofendida al ver a un hombre que le muestra sus intimidades en la calle... que una mujer que tiene un amante no tiene el derecho a objetar si pretenden violarla...?


—Un momento: si tratas de decir que yo caigo en alguna de esas categorías... —Pedro la interrumpió brusco.


—No —lo corrigió Paula— Pero tú sí insinuabas que porque yo tengo un amante, no tengo el derecho a sentirme sorprendida por...


— ¿Por qué? —él le preguntó en voz baja—. ¿Por ver mi cuerpo, o por la reacción física ante ti? ¿Que fue lo que te sorprendió tanto, Paula?


Ella no podía verlo. Sentía que se acaloraba. 


Nunca imaginó que él le hablaría con tanta intimidad y franqueza de lo ocurrido. Asumió que él se mostraría tan dispuesto como ella a fingir que nada había ocurrido. Se sentía acosada, expuesta... incapaz de retroceder, e incapaz de responder con la sofisticación que anhelaba tener.


—Eres una mujer —continuó Pedro—. Tienes que estar acostumbrada al efecto que tienes sobre los hombres; a la manera que responden al verte...


Las terminales nerviosas de Paula le brincaban bajo la piel, la traicionaban. Muy en su interior podía sentir la reacción que las palabras de Pedro provocaban y que ella no deseaba; una excitación y tensión que la obligaba a tensar los músculos para protegerse.


—No quiero hablar más de esto —le dijo con voz ronca—. Tengo... que salir.


Ella le dio la espalda, tomó su tarro de café y se dirigió a la puerta.


—¿Qué haces cuando hacen el amor, PaUL? ¿Cierras los ojos?


Las palabras irónicas la siguieron, haciendo que derramara el café sobre el suelo por la sorpresa.


—¿No te ha dicho lo erótico que le parece a un hombre que su mujer lo observe cuando le hace el amor, cuando contempla su respuesta, cuando admira su cuerpo y siente placer al notar el efecto que tiene sobre él, en vez de cerrar los ojos, como una niña que tomara una dosis desagradable de medicina?


Paula podía escuchar el desdén, casi enojo en la voz, aunque no sabía qué derecho tenía a estar molesto. Después de todo, ella era la que... Pasó saliva, horrorizada al descubrir que las lágrimas casi le cegaban los ojos, desesperada, buscaba la perilla de la puerta para escapar de allí y correr a la intimidad de su dormitorio.




ADVERSARIO: CAPITULO 17




Ahí permaneció temblando frente a la cama, con las manos se cubría el rostro sonrojado, mantenía los ojos cerrados, apretados para apartar de la mente no sólo la imagen que acababa de ver, sino su propia reacción.


¿Por qué no cerró la puerta con llave? ¿Qué hacía ahí? ¿En dónde estaba su auto? ¿Por qué, por que no llamó antes de entrar? ¿Por qué cuando se dio cuenta de que él estaba ahí, no salió de inmediato en vez de... en vez de quedarse petrificada cómo una niña de escuela al ver por primera vez un cuerpo de hombre y transfigurarse fascinada por su diferencia, por su masculinidad? Y, su respuesta física al cuerpo... 


Pero no, ella no quería pensar en eso, no quería... Pasó saliva nerviosa y descubrió que tenía los músculos del estómago tensos por una sensación dolorosa en su interior que no desaparecía.


Dando traspiés, cruzó la habitación, se miró al espejo y, horrorizada, se puso tensa. Tenía el rostro sonrojado, los ojos le brillaban con un ardor desconocido, tenía el cabello revuelto por la presión de las manos contra el rostro, y el cuerpo... Era un día caluroso y llevaba una playera de manga corta, floja a la moda, pero aún así era posible ver los pezones tensos que se presionaban contra la tela fina.


¿Se veía así cuando estuvo en el cuarto de baño? ¿Notó él...? Ella se humedeció los labios resecos, recordó la manera en la que ella lo viera, cómo siguió esa pequeña gota de agua...
¿Era por eso que su cuerpo... por ella que el cuerpo de Pedro...que él...? Se mordió el labio para contener un grito de angustia. No podría soportar la idea de que ella pudiera ser la responsable de lo ocurrido, y consciente de que, una vez que le pasó la sorpresa inicial de saber que no estaba sola en la casa, al ver el cuerpo desnudo quedó maravillada ....


— ¡No! —la dolorosa negativa escapó de su garganta, hizo que se estremeciera con violencia. Escuchó que se abría la puerta del cuarto de baño y quedó congelada, la mirada fija en la puerta de su habitación, el corazón le latía con fuerza... pero, nunca se abrió. Ella permaneció en donde estaba, no se podía mover, olvidó que pretendía darse una ducha, comer algo, sólo trataba de contener la carrera loca de su corazón. Permaneció en su dormitorio más de media hora antes de decirse que se comportaba como una tonta y que tarde o temprano tendría que enfrentarse a Pedro.




ADVERSARIO: CAPITULO 16




Decidida a pasar la mayor parte del tiempo con su tía, Paula descubrió las semanas siguientes que era posible vivir con alguien en la misma casa y apenas darse cuenta de que estaba allí. 


Algunos días, la única evidencia de la presencia de Pedro Alfonso era el aroma del café en la cocina cuando Paula bajaba después de que él ya se había ido. Como el aroma masculino que dejaba en el cuarto de baño, ella encontraba el rastro de él que la dejaba inquieta al grado de la incomodidad. Era como si quisiera que estuviera presente, en vez de dejar esos recuerdos sutiles de su presencia que la acosaban de tal manera, que le parecía que jugaba con más peligro con sus sentidos subconscientes que lo que su verdadera presencia física le habría hecho. 


Descubrió que pensaba en él más de una docena de veces al día, que lo visualizaba en su mente. Era un momento de debilidad que con toda severidad pronto desechaba.


Pasó una semana y después otra, y entonces tres, desde el momento en que su tía insistiera en que ella aceptara la verdad; que no se recuperaría de su enfermedad. Paula llegó al hospital para descubrir que la condición de su tía se deterioraba.


No había nada que ella pudiera hacer, le dijo el personal, con toda amabilidad, cinco horas después. Le habían dado a su tía la medicina necesaria para aliviarle el dolor y permitirle que conciliara el sueño, y le recomendaron que ella fuera a casa e hiciera lo mismo. No se lo dijeron, pero en sus comentarios iba implícito que eso era el principio del fin y que sería bueno que Paula durmiera y fortaleciera su ánimo ahora que tenía la posibilidad de hacerlo.


Ella ya había hablado con su tía y con el personal y les indicó que quería estar allí cuando su tía muriera, y ahora; aunque sentía la necesidad de protestar, se obligó a recordar que el personal del hospital sabía qué pasaba mejor que ella, y sería sensato seguir su consejo.


Después de inclinarse para tocar el rostro de su tía y depositarle un beso, se dirigió a la puerta. 


Eran después de las seis de la tarde. La llamarían de inmediato en caso de que hubiera el más mínimo cambio en la condición de su tía, le aseguró la enfermera.


Cansada, Paula condujo el auto hacia su casa. Un duchazo, algo de comer y de regreso al hospital. Después, temprano a la cama; eso era lo que necesitaba, sería lo que debía hacer.


Se alegró al no ver el auto ele Pedro afuera de la casa. Bajó y se dirigió a la puerta de atrás. 


Estaba feliz de tener la cabaña para ella sola. Lo que menos quería en ese momento era tener que sostener una conversación con alguien, y mucho menos con Pedro. Sin razón, consideraba que tenía que estar a la defensiva con él, que debía protegerse. ¿Por qué? ¿De qué manera la amenazaba? Para empezar, casi nunca lo veía, aunque de manera absurda ella fuera demasiado consciente de su presencia en la cabaña, como una persona de piel sensible que padeciera una irritación por una tela tosca.


Sin embargo, no había razón alguna para que se sintiera así. Si consideraba bien las cosas, en realidad, él protegía más su intimidad que ella... 


Está bien, la besó... en una ocasión, movido por el enojo... Pero, eso no significaba nada y era mejor que lo olvidara. Fue una aberración momentánea, eso era todo.


Se quitó la chaqueta y junto con el bolso de mano, los dejó sobre la mesa de la cocina y se dirigió a la escalera. Las horas que permaneció sentada a un lado de la cama de su tía y enterarse de lo que sabía le esperaba, la tenían atontada. Todavía no asimilaba lo que ocurría en su totalidad; el cansancio la protegía del choque. 


Una vez en el piso alto, se dirigió de manera automática al cuarto de baño, giró la perilla y abrió la puerta.


Cuando se percató do que Pedro Alfonso estaba adentro, fue demasiado tarde como para detener su entrada. Era obvio que acababa de salir de la ducha, estaba desnudo, tenía el cuerpo cubierto por pequeñas gotas de humedad que le recorrían la espalda cuando se estiro para tomar la toalla. La sorpresa al encontrarlo allí cuando esperaba que no hubiera nadie en la casa, no permitió que Paula hiciera nada, permaneció inmóvil, mientras el corazón le latía a toda prisa y se le secaba la boca.


Más tarde tuvo que admitir que lo que sucedió en seguida fue su culpa, que si no hubiera estado tan desubicada, tan transfigurada al verlo, si hubiera reaccionado más rápido habría girado sobre los talones y hubiera salido. Pero no lo hizo. En vez de hacerlo, permaneció en donde estaba, pegada al suelo, sin poder apartar la vista del cuerpo de Pedro, los ojos recorrían una gota que rodaba por el hombro y de ahí se deslizaba sobre el vello que le cubríael pecho, por la línea sobre el vientre y...


Paula jadeó al ver su masculinidad. Estaba demasiado sorprendida como para apartar la mirada, y menos, dejar la habitación. Abrió, los ojos muy grandes, se le tensó el cuerpo, su respuesta femenina se reflejaba en su intimidad y temblaba al ver su masculinidad. Entonces, escuchó que Pedro maldecía, y vio que tomaba la toalla, los movimientos bruscos hicieron que ella saliera de su trance físico, lo dieron el ímpetu que le faltó antes para moverse, logró girar sobre los talones, y casi chocó contra la puerta al salir cegada del cuarto de baño y dirigirse a toda prisa a su dormitorio.