martes, 16 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 6




Pedro Alfonso tomo un sorbo de café y se inclinó sobre sus notas. Solo les daría un rápido vistazo antes correr escaleras arriba para intervenir en una clase de Sociología. No se le daba muy bien hablar en público, pero el profesor era amigo suyo y Pedro no había querido decepcionarlo. Además, el tema no era otro que el comportamiento de los culpables durante los interrogatorios policiales. No sabía muy bien qué interés podía tener para aquellos estudiantes, pero definitivamente él era el hombre adecuado. 


Durante los cinco últimos años había interrogado a centenares de sospechosos, tanto culpables como inocentes.


Un buen policía podía adivinar si una persona mentía en el preciso instante en que abría la boca para hablar. O sus respuestas eran tan rígidas y previsibles que en seguida se echaba de ver que las había memorizado, o era incapaz de repetir dos veces la misma historia. En cambio, una persona inocente tenía que pensar antes de responder, y su primera declaración rara vez solía cambiar.


Había cientos de detalles más que traicionaban a un mentiroso, pero no siempre eran fiables. Un auténtico psicópata podía mentir a la perfección, sonriendo y mirando a cualquiera a los ojos sin inmutarse. Pedro se había tropezado con algunos durante su trayectoria profesional. Esos eran los más peligrosos. Del mismo tipo que el asesino múltiple que lo tenía obsesionado.


La imagen del último cadáver encontrado entre unos arbustos, en una zona aislada cerca del lago Cross, seguía presente en su cerebro, revolviéndole el estómago. Una maestra de escuela preescolar, de veintiocho años, una madre soltera aficionada a bailar música country. 


Una pobre mujer a la que alguien había drogado y torturado... Hasta que su arteria carótida había sido seccionada con un corte pequeño, rápido, eficaz. Al igual que les había ocurrido a las otras mujeres que habían muerto asesinadas durante los últimos meses.


Abismado en sus pensamientos, Pedro volvió a guardar sus notas en la carpeta y echó a andar por el pasillo, con el vaso de café en la mano. 


Una carcajada femenina procedente de la cafetería lo hizo detenerse en seco. Antiguos recuerdos asaltaron de pronto su mente. Giró sobre sus talones, esperando que se tratara de una mala jugada de su imaginación.


No tuvo esa suerte. Paula Chaves se hallaba sentada a una mesa, a unos pocos metros de distancia, charlando animadamente con una compañera. Si continuaba andando, en cuestión de segundos podría salir por la puerta sin tener que enfrentarse con ella.


O podría dirigirse hacia ella y hablarle. ¿Pero qué podía decirle a una mujer con la que se había acostado solo una vez, nueve años atrás?


Pedro seguía mirándola fijamente cuando ella se volvió hacia él. En el instante en que se encontraron sus miradas, una expresión de reconocimiento cruzó por sus ojos oscuros. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa, acelerándole el corazón.


Nunca se había destacado por sus habilidades sociales, pero supuso que ya era demasiado tarde para salir corriendo.



INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 5




Paula paseaba por el campus Shreveport de la Universidad del Estado de Louisiana. Aunque dependiente del campus principal de Baton Rouge, acogía a cerca de cuatro mil estudiantes. 


Aquel ambiente la estimulaba, la hacía sentirse mucho más viva de lo que se había sentido en mucho tiempo, pensó mientras se encaminaba hacia las oficinas de administración. Lo interpretaba como una señal. Una señal de que había tomado la decisión adecuada.


—¿Paula Chaves?


Se volvió al oír su nombre, y se encontró con la mirada vivaz y la expresión afable de Matilda Washington. La joven estudiante afroamericana se dirigía apresurada hacia ella.


—Esperaba que nos encontraríamos hoy aquí —le dijo Paula, tras saludarla—. Pero no podía imaginar que me reconocerías de espaldas.


—¿Estás de broma? Nadie mueve las caderas como tú. Por ese contoneo tuyo, te encarcelarían al menos en cinco estados de la América profunda.


—Yo no me contoneo.


—Ya, claro. Y los políticos de Louisiana no mienten. Y por si eso fuera poco, el vestido que llevas es absolutamente letal.


Paula acarició la sedosa tela de su falda.


—Este vestido no tiene nada de particular...


—Acuérdate de que yo estaba contigo cuando te lo compraste en esa boutique en la que te revisaron tu cuenta bancaria antes de dejarte pasar. A mí solo me permitieron la entrada porque pensaron que yo estaba allí para llevarte las bolsas.


—Que loca estas. Me alegro muchísimo de verte. ¿Qué tal te va en las clases? ¿Y cómo esta Jake?


—Voy tirando. Tres sobresalientes, un notable y un humilde aprobado en la asignatura de Historia de Louisiana. Jake esta estupendamente. Ya está aprendiendo a leer.


—No me extraña nada, con lo inteligente que es. ¿Que hay de su papá?


—Marcos sigue tan ocupado como siempre. Sigue empleado en dos trabajos para que yo pueda seguir estudiando y licenciarme. Ese hombre vale su peso en oro — sonrió Matilda—. ¿Tu presencia en este campus quiere decir que vas a volver o que solo has venido para reírte de tus pobres y esforzadas compañeras?


—Estoy pensando en volver. Precisamente me disponía a recoger en la oficina un programa de las clases de primavera.


—¡Genial! Eso quiere decir que para el próximo otoño volveremos a estudiar juntas.


—Eso sí cumplo con los requisitos que me pidan. ¿Tienes tiempo para tomarte un café?


—Lo sacaré, siempre y cuando me prometas contármelo todo acerca de esa fabulosa luna de miel tuya. Y de tu matrimonio con el guapísimo doctor Chaves.


Paula se encogió por dentro, pero procuro no dejar traslucir sus dudas.


—La luna de miel fue maravillosa.


—¿Y tu vida con el doctor Chaves el sueño que todas nos hemos imaginado que sería?


«Mariano Chaves es un mentiroso y un impostor», la voz de la llamada anónima de aquella mañana la asaltó por sorpresa. Se obligó a seguir caminando mientras intentaba desterrar aquellos ridículos temores. Tal vez Mariano no fuera el marido con el que había soñado, pero era un hombre honesto, además de un gran cirujano, y lo amaba. Eso explicaba quizá las lágrimas que en aquel momento humedecían sus ojos. Matilda le rodeo los hombros con un brazo.


—Bueno, ignora la última pregunta. Todos los matrimonios tienen mañanas en las que una se pregunta por que diablos ha tenido que casarse. Yo tengo un programa de las clases de primavera, no hace falta que vayas a la oficina a buscarlo. Tomemos ese café, a ver si encontramos alguna asignatura en la que podamos coincidir. Te he echado mucho de menos.


—Gracias. ¿Que me cuentas de nuestro profesor favorito de Psicología? —inquirió Paula, necesitada de uno de los divertidos chismes de Matilda para mejorar su humor.


—No te vas a creer lo que ha hecho ese hombre.


Para cuando llegaron a la cafetería, Paula ya estaba recuperada del todo. Aquello era mucho mejor que quedarse sentada sola en un inmensa casa llena de placenteros recuerdos del pasado y de incomodas dudas sobre el presente. Tenía la inequívoca sensación de que aquel día iba a suponer un punto de inflexión tanto en su matrimonio como en su vida Aunque todavía no podía saber si iba a ser para mejor o para peor.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 4




Mariano aparcó su deportivo negro y apagó el motor. No estaba de humor para aguantar las quejas de Paula acerca de que quería estudiar en la universidad. Ella no necesitaba trabajar.


Había heredado dinero suficiente para que pudieran nadar en el lujo durante el resto de su vida, incluso aunque él no ganara un solo céntimo más. Además, en cuanto una mujer empezaba a trabajar fuera de casa... las cosas empezaban a estropearse.


Aun así, en muchos aspectos seguía siendo la mujer perfecta. De familia aristocrática, bien provista de todo tipo de influencias políticas, Paula era hermosa, con aquella sedosa melena de color castaño que le caía en ondas sobre sus finos hombros. Con aquellos expresivos ojos pardos, tan vivaces cuando hablaba, y que brillaban con un destello de diamante cuando hacían el amor. Una figura perfecta y una piel exquisitamente suave. Si hubiera que encontrarle algún defecto físico, habrían sido únicamente sus senos, algo pequeños para los gustos de Mariano. En cualquier caso, era una mujer magnífica, esplendorosa.


Una sonrisa asomó a sus labios cuando se abrieron las puertas del ascensor. Porque lo mejor de todo era que era la hija de Gerardo. De alguna manera, el poder de aquel viejo senador había pasado a sus manos. Todo lo cual hacía que su matrimonio… hubiera valido la pena.