miércoles, 30 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 35

 


—Estás increíble.


Paula no lo había oído entrar y se volvió para mirar a su marido.


—Gracias.


Pedro seguía llevando el pantalón corto y el polo que había llevado todo el día. El equipo que él patrocinaba había ganado y el piloto era ahora el líder de la clasificación, de modo que estaba de muy buen humor.


Claro que él ganaba en todo, siempre, pensó Paula. Pero al menos, mientras él celebraba la victoria, ella había podido escaparse un rato para estar sola.


—Pero te has vestido demasiado pronto. Yo esperaba que nos duchásemos juntos.


—Demasiado tarde —dijo ella—. Como ésta es la última noche, tengo que subir para organizar el cóctel antes de ir al puerto para la fiesta. Así que, si me perdonas…


Iba a pasar a su lado, pero Pedro la sujetó del brazo.


— Tienes razón. Eres la perfecta anfitriona. Puedo esperar, no te preocupes, no voy a estropearte el maquillaje. Pero tengo algo para ti.


Paula lo observó mientras abría la caja fuerte escondida detrás de un cuadro y sacaba una cajita de terciopelo negro.


—Quería dártelo en nuestra noche de bodas, pero entonces estaba distraído —Pedro sonrió mientras abría la caja para sacar un collar de diamantes—. Podrías ponértelo esta noche.


—Gracias, es muy bonito —Paula apartó su mano cuando iba a ponérselo al cuello—. Pero, desgraciadamente, no va con este vestido. Me lo pondré en otro momento.


Era la primera vez que una mujer rechazaba un regalo, pensó Pedro.


Y no cualquier mujer, su mujer. ¿Cómo se atrevía? La miró atentamente y se dio cuenta entonces de que, aunque pensaba que lo habían pasado bien aquel día, Paula no compartía su entusiasmo. Le había regalado una fortuna en diamantes y ella no parecía en absoluto impresionada. No conocía a ninguna otra mujer que hubiera hecho eso. Pero Paula le había devuelto el collar.


—Si tú lo dices… —Pedro guardó el collar y lo devolvió a la caja fuerte.


Cuando se volvió, Paula estaba poniéndose algo al cuello. Llevaba el pelo sujeto en un moño, la severidad del peinado destacaba la simetría de sus facciones. El vestido azul parecía acariciar su cuerpo como la mano de un amante, el escote dejaba los hombros y la espalda al descubierto. Pero fue la cadena de platino con un diamante en forma de corazón colgando entre sus pechos lo que capturó su atención.


—Bonito colgante —murmuró, alargando una mano para tocarlo.


¿Se lo habría regalado su prometido? No importaba, él no era celoso.


Él nunca había sido celoso… sólo sentía curiosidad.


—Sí, a mí me gusta —Paula se apartó un poco.


—Nunca te lo habías puesto. ¿Quién te lo regaló?


No había querido preguntar, pero no pudo evitarlo.


—Me lo compraron mis padres cuando cumplí dieciocho años. Y hace juego con el anillo que tú me regalaste. Qué curioso, ¿verdad?


—Sí, mucho.


Paula se dio la vuelta, pero Pedro la tomó por la muñeca.


—Espera.


—¿Quieres algo?


—No… la verdad es que no.


Era tan exquisita como siempre, pero algo había cambiado en ella. No sabría decir qué. Sus ojos se habían endurecido… en ellos ya no podía leer sus pensamientos.


Pedro soltó su mano y Paula salió del camarote sin decir una palabra.


¿Era él responsable de ese cambio?, se preguntó. Pero decidió que no.


En su opinión, las mujeres eran volátiles. Un mal momento, un mal día del mes, el vestido equivocado… cualquier cosa podía disgustarlas.


Problema resuelto, Pedro se dirigió a la ducha.





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 34

 


Pedro la mantuvo a su lado durante el resto de la fiesta y, más tarde, en la cama, usó toda su experiencia para conseguir las respuestas que quería de su delicioso cuerpo. Sólo cuando Paula cerró los ojos, agotada y saciada entre sus brazos, se sintió satisfecho.


Era suya… tenía exactamente lo que quería. Pedro arrugó el ceño, indeciso. Entonces, ¿qué era aquello que no lo dejaba dormir? No podía ser su conciencia. No, era otra cosa. Lo descubriría tarde o temprano, se dijo a sí mismo antes de que el sueño lo venciera.


Al día siguiente, Paula estaba frente al espejo de cuerpo entero del camarote, con el único vestido largo que había llevado en la maleta. Azul, con filigrana de plata, el cuello halter mostraba sus hombros y su espalda desnuda hasta la cintura, el resto se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel. Una abertura a un lado le permitía caminar.


Cuando compró el vestido lo había hecho teniendo en mente su luna de miel. Sólo para Pedro. Porque estaba enamorada de él. Y, a pesar de la discusión, aún había tenido la remota esperanza de convencerlo de que estaba equivocado sobre su padre. Y de que, en el fondo, sentía algo por ella. Pero ya no. Una vez que la confianza era destruida no había vuelta atrás.


Paula ya no se hacía ilusiones con respecto a su arrogante marido. La noche anterior él la había llevado hasta los límites del placer y más allá.


Era un magnífico amante, sí.


Y aquel día su opinión, relativamente inexperta, se había visto confirmada.


Habían ido a casa de un amigo de Pedro para ver la carrera.


Sentados en una terraza sobre el circuito, con sus invitados y otros amigos, Pedro le había preguntado si le importaba que bajara a la calle y ella, naturalmente, había dicho que no.


Aburrida de ver pasar coches a toda velocidad, Paula tomó un par de copas de champán y luego entró en el salón para estirar las piernas. Estaba detrás de una columna, admirando una escultura, cuando oyó el repiqueteo de unos tacones sobre el suelo de mármol y a alguien mencionando su nombre.


—Paula Alfonso cuenta con toda mi simpatía. Pedro es increíblemente rico y estupendo en la cama, algo que yo sé por experiencia personal. Pero, la verdad, no creo que sea buen marido. Traerla a Mónaco durante su luna de miel, con doce invitados en el barco… Por supuesto, no le había dicho a nadie que se había casado. Pobre chica, no sabe dónde se ha metido. Parece una buena persona. Seguro que no sabe que Pedro se ha acostado con al menos dos de sus invitadas… probablemente más.


Paula reconoció la voz. Era Sofia, la mujer de Noah Harding. Y así su humillación fue completa. Sabía lo de Eloisa, pero descubrir que otra de sus ex amantes estaba a bordo del yate fue doloroso.


Que un hombre pudiera ser tan insensible, tan cruel...


Había aceptado, más o menos, su versión de por qué Carlo y Eloisa eran sus invitados, pero ya no. La última revelación era la gota que colmaba el vaso.


En ese momento, algo por fin murió dentro de ella.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 33

 


Lucecitas de colores colgaban desde la proa a la popa del yate. La cena era un bufé, ya que tenían más de cuarenta invitados. Aparentemente, otra tradición de su marido. Paula miró hacia donde estaba rodeado de mujeres. Llevaba una camisa blanca abierta en el cuello y pantalones oscuros y estaba, como siempre, increíblemente atractivo.


Pedro siempre sería el centro de atención, el macho dominante en cualquier grupo. ¿Y por qué no? Mónaco era el patio de juegos de los ricos y famosos.


—Hola, Paula —la saludó Giovanni—. Estás fabulosa con ese vestido.


—Gracias.


—¿Sabes una cosa? Yo creo que no tienes nada que ver con esta gente. ¿Qué te parece si vamos al yate de mi amigo?


Pero antes de que ella pudiera responder, Carlo apareció a su lado.


—Maldita Eloisa. Esa mujer podría comprar todo Montecarlo. Ha llegado hace diez minutos… el helicóptero tuvo que ir a buscarla y ha dicho que no tardaría nada en cambiarse —el hombre suspiró, tomando una copa de champán de la bandeja de un camarero—. Lo creeré cuando lo vea.


—Aquí viene, papá —dijo Giovanni.


Paula se quedó boquiabierta. La mujer llevaba un vestido blanco tan escotado que casi podían verse sus pezones… aunque el escote daba igual porque la tela era prácticamente transparente. Y estaba claro que debajo sólo llevaba un tanga.


Luego miró a Giovanni y al ver que apartaba la mirada, avergonzado, sintió pena por él.


—¿Un vestido nuevo? —preguntó Carlo.


Se le salían los ojos de las órbitas y Paula tuvo que disimular una sonrisa. La palabra «escandaloso» no describía adecuadamente aquel trapo.


—No, cariño. Dijiste que me diera prisa, así que me puse lo primero que encontré en el armario —contestó ella.


—Ah, claro, y lo primero que encontró fue un paño de la cocina — dijo Paula en voz baja mientras la pareja se alejaba.


Giovanni soltó una carcajada.


—Desde luego —asintió, pasándole un brazo por los hombros—. No creo que haya un vestido tan pequeño en ninguna boutique… por escandalosa que sea.


Pedro dejó a un banquero con la palabra en la boca y giró la cabeza al oír la risa de Paula. Con la cabeza echada hacia atrás, revelando la larga línea de su cuello, el pelo rubio cayendo por su espalda como una cortina de oro, reía alegremente con Giovanni. El vestido rojo que llevaba, con escote palabra de honor, le quedaba de maravilla. Estaba guapísima, provocativa… tanto que un par de zancadas llegó a su lado.


—Me parece muy bien que disfrutes de la fiesta, Giovanni, pero no con mi mujer —dijo, apartando el brazo del joven.


La risa de Paula se cortó en seco y el chico dio un paso atrás, azorado.


—Disculpadme…


—He dicho que fueras amable con los invitados —dijo Pedro luego—. No que coqueteases con ellos. ¿De qué te estabas riendo?


Estaba celoso y ésa no era una emoción que hubiera sufrido antes.


—Tendrías que haber estado aquí para entender la broma —contestó Paula—. Pero no te preocupes, seguiré siendo la perfecta anfitriona — añadió luego con una sonrisa que no llegaba hasta sus ojos.