lunes, 14 de noviembre de 2016

AVENTURA: CAPITULO 14





Fue el principio de una fase nueva en su relación. Pedro volvió a Gresham Road el fin de semana siguiente y la invitó a cenar en el Walnut Tree.


—Para venir a verte he tenido que trabajar día y noche, pero merece la pena. Además, ahora todo el mundo sabe que somos pareja —sonrió, satisfecho, después de que Paula le presentara a un grupo de gente.


—Yo diría que el término es más bien «buenos amigos».  Pero me sorprende encontrarme aquí con alguien conocido.


—¿Por eso querías venir, para no encontrarte con nadie?


—No, hombre. Quería venir para ponerme el vestido que no pude ponerme esa noche.


—Una cosa tan sencilla como ésa debe costar un dineral; ¿O te lo has hecho tú?


—Este es el típico vestidito negro que tienen todas las mujeres en su armario. Pero es de cuando vivía en Londres. Y me he dejado el pelo suelto para ti.


—¿Crees que no me había dado cuenta? Te has puesto colorada... ¿he dicho algo?


—No has dicho nada, es... tu forma de mirarme.


—¿Como si quisiera comerte? 


Paula dejó escapar un suspiro.


—Esto no puede durar, ¿verdad?


—¿Qué quieres decir?


—El sexo —contestó ella en voz baja.


Volvieron a Gresham Road sin que Pedro volviese a mencionar el asunto.


—¿Es eso lo que crees que es? —preguntó por fin.


—¿Cómo?


—Antes te has referido a nuestra relación como «sexo». ¿Eso es para ti?


—¿Cómo lo llamarías tú?


—Yo me siento atraído por Paula Chaves, por su corazón, por su cerebro, por su independencia, no sólo por su cuerpo, aunque me encanta. Y me gustaría que confiases un poco más en mí.


Ella se encogió de hombros.


—Confío en ti más que en ningún otro hombre.


—Después de conocer a Patricio Morrell, me parece que eso no es precisamente un cumplido.


Paula tiró de su mano para sentarlo a su lado en el sofá.


—Si quieres un cumplido, te diré que la parte física es completamente diferente contigo. En el pasado, una parte de mí siempre estaba mirando, como si fuera una espectadora —le confió, apoyándose en su pecho—. Contigo, me olvido del mundo en cuanto me tocas.


Pedro la besó en los labios y luego sacó el tema de la Navidad.


—No pienso celebrar la Navidad este año. Voy a hibernar hasta enero —protestó Paula.


—Me encantaría hibernar contigo, pero como buen hijo que soy tengo que pasar la Navidad con mis padres. Mi madre organiza una cena familiar y hay parientes a los que sólo veo ese día. Pero puedo estar en Hertfordshire al día siguiente. ¿Quieres que nos veamos allí?


—Sí, por favor —contestó ella.


Más tarde, mientras subían a la habitación, Pedro se detuvo un momento.


—Volviendo a la conversación de antes...


—¿Sobre el sexo?


—Si quieres reducirlo a lo más básico, sí. Pero estoy intentando ser noble, así que deja de interrumpirme.


—Perdón. Sigue.


—Después de tanto hablar de sexo, para probar que no es vital en nuestra relación, estoy dispuesto a dormir en otro cuarto esta noche.


—Olvídate —dijo ella—. Me han traído la nueva cama hace unos días y aún no la he probado. Quería estrenarla contigo.




AVENTURA: CAPITULO 13





Pedro Alfonso charlaba tan animadamente con el grupo que nadie se levantó a bailar, pero cuando el director de la orquesta avisó que era la última canción antes de los discursos, todos se arremolinaron en la pista de baile.


Cuando Pedro la tomó en sus brazos, Paula supo perfectamente que eran el objeto de todas las miradas, pero le daba igual. Por encima de su hombro, se encontró con la mirada hostil de Patricio Morrell y, como respuesta, se pegó un poco más a Pedro.


—Se me ocurrió que había llegado el momento de hacer las cosas a mi manera. ¿Te importa? —le preguntó él al oído.


—¿Te importa que me importe?


—Deberías saber que me importa muchísimo. Aunque bailas fatal —rió Pedro.


—No bailo fatal, es que me has puesto nerviosa, tonto.


—Da igual, aunque no sepas bailar, estás guapísima. Pero deberías llevar el pelo suelto.


—Lo intenté, pero con este vestido quedaba un poco... exagerado.


—Por delante es muy discretito, pero por detrás... es letal. ¿Cuándo podemos irnos?


Paula contuvo una risita.


—Falta mucho. ¿Dónde te alojas?


—Contigo... esté ordenado el dormitorio o no —contestó él.


Cuando la gente empezó a marcharse, por fin, Patricio Morrell se acercó a la mesa para darle a Paula las buenas noches. Ella hizo las presentaciones, intentando disimular su fastidio, y se percató de que los dos hombres se miraban con interés. Patricio se quedó un momento charlando con los demás, murmuró que la llamaría por teléfono y después se reunió con su familia.


Los amigos de Paula se levantaron poco después y fueron todos juntos al aparcamiento. Naturalmente, Pedro se despidió de ella como los demás… y Paula condujo a toda velocidad para llegar a casa lo antes posible. Nerviosa, le pareció que había pasado una eternidad hasta que sonó el timbre... Pedro dejó la bolsa de viaje en el suelo, la tomó en sus brazos y la besó como había querido besarla durante toda la noche.


—Llevaba horas soñando con esto.


—Yo también. Vamos a la cama.


—¡Pensé que no ibas a pedírmelo nunca!


Encantado, Pedro la tomó en brazos y subió los escalones de dos en dos, sin dejar de besarla en la cara, en el cuello... 


Una vez en la cama, la tumbó boca abajo y empezó a besar su espalda, centímetro a centímetro.


—Llevo fantaseando con esto toda la noche... y estoy seguro de que no era el único.


—¿Qué?


—Patricio Morrell. Por cierto, su cara me resulta familiar. Le he visto antes en alguna parte —dijo Pedro—. Parecía molesto, ¿no? ¿Crees que no le he caído bien?


Paula soltó una carcajada.


—Creo que le has caído fatal —contestó, quitándose los zapatos. Era un momento curiosamente íntimo, desnudarse mientras él se quitaba la chaqueta, como si lo hubieran hecho muchas veces.


—También estaba Daniel, su hermano pequeño.


—¿El pirómano?


—El mismo. Me pidió que bailase con él, aunque el pobre no tiene ni idea. Y luego me ha sacado Patricio... para exigirme que dejase en paz a su hermano. ¿Qué te parece?


—Morrell ha bailado contigo para abrazarte —la corrigió Pedro, tirando la camisa sobre una silla. Luego se acercó a la cama, mirándola muy serio—. Había pensado llamarte esta tarde, pero al final no pude resistir darte una sorpresa.


—Y yo estoy encantada.


—Cuando me sonreíste, habría querido tomarte en mis brazos delante de todo el mundo... Necesito hacerte el amor tanto como respirar, Paula —susurró Pedro, acariciando su cara—. Pero si no quieres, te abrazaré toda la noche y sólo te daré besos castos.


—¿De verdad podrías hacer eso?


—Podría intentarlo.


—Ni lo pienses —rió ella, levantándose—. ¿Te importa desabrocharme el vestido?


—No, señora —respondió él, obedeciendo a toda velocidad.


Debajo del vestido no llevaba nada más que unas medias negras de seda y un tanga del mismo color.


—Dios mío, ¿eso es todo lo que llevabas bajo el vestidito?


—No podía llevar sujetador —sonrió ella, encantada al ver su reacción—. Además, no esperaba tener compañía cuando me lo quitase —añadió, echándole los brazos al cuello—. ¿Has visto Lo que el viento se llevó?


—Sí, claro.



—¿Recuerdas cuando Clark Gable toma a Vivien Leigh en brazos para llevarla al dormitorio? Cuando vi la película por primera vez, me pareció la escena más erótica que había visto en mi vida.


—Vestida o desnuda, tú eres lo más erótico que yo he visto en mi vida —dijo Pedro con voz ronca, buscando sus labios—. ¿Traerte en brazos a la habitación ha sido buena idea?


—¿Cómo quieres que te lo diga? —sonrió Paula, arañando suavemente su espalda.


El la tumbó sobre la cama, enardecido.


—He soñado con esto toda la semana —musitó, quitándole las medias—. Suéltate el pelo, cariño.


—Estás obsesionado con mi pelo —lo regañó ella, mientras se quitaba las horquillas.


—Estoy obsesionado con cada centímetro de tu cuerpo... incluyendo esto —dijo Pedro, inclinando la cabeza para besar la cicatriz. Luego se quitó el resto de la ropa y le hizo el amor con un ansia a la que ella respondió con fiero abandono después de las largas noches sin él.


Durante el desayuno, a la mañana siguiente, Paula le dijo que había tomado dos decisiones importantes.


—¿Vas a decirme que esto no puede volver a pasar?


—No exactamente —contestó ella, mientas le ponía mantequilla a la tostada.


—Explícate, por favor.


—He decidido que ya es hora de dejar que el pasado me afecte. Aunque haya curiosidad por mi vida amorosa... ¿qué más me da? Me ha gustado eso de tener un amante secreto, pero si quieres que nuestra relación sea más abierta, por mí no hay ningún problema.


—¿Lo dices en serio?


—Sí.


Pedro apretó su mano.


—No sabes cuánto me alegro. ¿Y la otra decisión?


—Si vas a dormir aquí alguna que otra vez, tendré que comprar una cama más grande. Ocupas mucho sitio.


Él soltó una carcajada.


—Me gusta tenerte cerca.


—A mí también... pero estuve a punto de caerme de la cama.


—Ah, no quiero arriesgarme a que te rompas un hueso por mi culpa, así que encarga una cama ahora mismo. Yo pagaré la factura.


—No, gracias. La pagaré yo.


Pedro la miró, exasperado.


—Sin mí, no tendrías que comprar otra cama. Insisto en pagarla.


—Insiste todo lo que quieras, pero la respuesta sigue siendo la misma.


—Muy bien, Paula Chaves, pero no esperes salirte siempre con la tuya.


—¿O te estirarás todo lo que puedas para asustarme?


—No creas que no podría hacerlo.


Paula rió. Era un día maravilloso, mucho más por la inesperada compañía de Pedro Alfonso. Y como era el único día de la semana que solía cocinar, hizo un pollo con arroz que Pedro no paró de enlogiar, una ensalada y un postre. 


Después de comer, mientras tomaban café en un estado de somnolencia, Pedro sonrió con un brillo en los ojos, que dejaba bien claro lo que estaba pensando.


—Me apetece echarme una siesta. ¿Te arriesgas a romperte un hueso acostándote conmigo?




AVENTURA: CAPITULO 12





Durante el resto del día estuvieron vagueando por la casa, comiendo, haciendo el crucigrama del periódico... una actividad que Pedro encontraba tan agotadora que exigió hacerla en la cama.


—Pensé que querías descansar —jadeó Paula mientras le quitaba la ropa.


—Te deseo, Paula Chaves. ¿Tú me deseas a mí?


—Sí.


Y se dejó llevar por lo que Pedro Alfonso consideraba una «siesta».


El lunes nunca había sido el día favorito de Paula y, después de la actividad del fin de semana, habría dado cualquier cosa por poder meterse en la cama cuando llegó a Gresham Road.


Pero tuvo que ponerse a trabajar porque la proximidad de las fiestas de la ciudad significaba un aumento en la demanda de vestidos de noche. Y se alegraba. Pero no por el dinero, sino porque así tendría menos tiempo para pensar en Pedro.


El próximo sábado no podrían verse porque él tenía que irse en viaje de negocios y el siguiente Paula tenía que organizar un baile benéfico para el ala de pediatría del hospital.


—Mantener una relación con usted, señorita Chaves, es más complicado de lo que había creído —le dijo Pedro, amargamente.


—Lo mismo digo, señor Alfonso.


Sabiendo que estarían tres semanas sin verse, Pedro se había despedido con un beso tan apasionado que, en otras circunstancias, los habría enviado de nuevo al dormitorio. En lugar de eso, llevó su maleta al coche, volvió a besarla y la despidió con la mano mientras se perdía por la carretera.


A Paula le costaba volver a su vida normal, a la organizada vida que llevaba antes de que Pedro Alfonso apareciese en escena. Iba a las reuniones de la Cámara de Comercio, a conciertos y a las obras de teatro que organizaba la compañía local de repertorio, pero lo más importante de la semana eran las llamadas de Pedro.


La única persona que lo sabía era Angela que, como había prometido, no se lo contó a nadie.


—Pero cualquiera que sea un poco perceptivo se dará cuenta —le dijo su amiga—. Te brillan tanto los ojos que le he dicho a Luisa y Helena que estabas tomando vitaminas.


Paula soltó una carcajada.


—Dímelo a mí. Luisa me ha pedido que le compre un frasco.


—¿Sería tan terrible que la gente lo supiera? —preguntó Angela—. Has tenido otras aventuras.


—Pero en Londres, no aquí.


La localización de las aventuras no había evitado que le rompieran el corazón, pero había sido algo privado, al menos. Allí, en su ciudad natal, sería muy diferente.


Si la gente se enteraba de que estaba saliendo con Pedro Alfonso, no dejarían de comentar. Sobre todo, cuando la relación terminase.


Y lo haría, tarde o temprano.


Poco después, la ampliación del local estaba terminada y Paula firmó el nuevo contrato de alquiler.


—Felipe Lester es un organizador nato —le dijo a Pedro por la noche—. Y con la ayuda de Tom Bennett y Andy Collins, hemos hecho la mudanza en nada de tiempo. Gracias a mi maravilloso casero, Arreglos Paula ha vuelto a su sitio.


—Una pena que no puedas darle las gracias a tu casero como se merece —suspiró Pedro.


—Una gran pena, sí.


—Queda mucho tiempo hasta que volvamos a vernos... Ah, por cierto, te he enviado una llave. Puedes entrar aunque yo no esté.


—Gracias... así podré tener la cena preparada.


—Me da igual la cena. Sólo me interesas tú. Mientras tanto, ten cuidado en ese baile al que insistes en ir.


—No insisto, es que tengo que ir. Soy la tesorera.


—¿Ah, sí? Pues si consigues que Angela se quede en la tienda el sábado, estaré encantado de darte un buen cheque para la causa.


El baile benéfico, en el que se recaudaban fondos para el ala de pediatría del hospital, era un gran evento que tenía lugar en el Guildhall, y consistía en una cena seguida de baile. 


Como tesorera del comité, Paula había invitado a Angela, Luisa y Helena y a sus parejas para que la acompañasen.


—No os preocupéis —le había dicho a su equipo—. Yo estaré encantada mirando mientras vosotros bailáis toda la noche.


Era la verdad. Si no podía estar con Pedro, prefería estar sola.


A causa del evento, las cuatro habían trabajado como locas para terminar los vestidos de noche que lucirían las señoras. 


Y ellas mismas.


—Nada mejor que un poco de promoción —sonrió Angela en el guardarropa, colocándose el vestido de seda color verde jade.


—La jefa está increíble —dijo Luisa—. Con ese tipazo, puede lucir cualquier vestido. Aunque deberías haberte dejado el pelo suelto, Paula.


Ella negó con la cabeza.


—Con este vestido, queda mejor el moño.


—Me encanta ese tono granate, pero yo prefiero el negro... disimula más la tripa —comentó Helena.


Se habían vendido todas las entradas y las mesas que había alrededor de la pista de baile estaban llenas de gente. Paula, inteligentemente, había reservado la más alejada de la orquesta para no acabar con dolor de cabeza.


Felipe Lester se llevaba bien con Tom y Andy, a pesar de la diferencia de edad y, al comprobar su devoción por Angela, Paula se sintió orgullosa de sí misma por haber persuadido a su amiga para que fuese al hotel Ángel. Además, si no hubiera insistido, jamás habría conocido a Pedro Alfonso.


Pensando en él, se quedó tan ensimismada que se sobresaltó cuando Angela le dio un codazo.


—Mira quien acaba de llegar.


Paula levantó una ceja al ver a Jorge y Daphne Morrell sentándose a la mesa de los dignatarios, con sus hijitos.


—Es una muestra de solidaridad familiar para el pobre Dan después del episodio del incendio. Pobre chico, se nota que no quiere estar aquí.


—Y Patricio tampoco —susurró Angela—. Tu ex no parece muy contento.


—¿Me he perdido algo? —preguntó Felipe.


—Acaba de llegar un ex novio de Paula.


—¿Sólo hay uno?


—Probablemente, habrá algún otro pretendiente por ahí —apuntó Andy Collins—. Todos los chicos se enamoraron de ella en el colegio, pero Paula siempre estaba estudiando. Tom y yo íbamos un par de cursos por delante, pero mi hermano pequeño estaba loco por ella.


—¿Ah, sí? ¡Yo no sabía nada! —rió Paula.


Como estaba sentada de espaldas a los Morrell, Angela la mantuvo informada durante la cena.


—Patricio no deja de mirarte.


—No me extraña, con este vestido... —murmuró ella. Ojalá Angela lo hubiese dejado menos escotado en la espalda.


En cuanto la gente empezó a dirigirse a la pista de baile, un joven se acercó a la mesa.


—¿Quiere bailar conmigo, señorita Chaves? —le preguntó Daniel Morrell.


—Encantada —sonrió ella, sorprendida.


Era un poco más alto que su hermano y podía mirarla a los ojos mientras bailaban. Pero temblaba ligeramente mientras daban vueltas por la pista, con pasos medidos que, obviamente, había aprendido de memoria. Paula casi podía oírlo contar mentalmente: un, dos, tres, un dos, tres...


Para tranquilizarlo, le preguntó qué tal iban los estudios y él contestó que quería ser abogado.


—Me alegro por ti. Estarás muy guapo con la peluca y la toga.


Al pasar cerca de la mesa de los Morrell, se percató de que Patricio no dejaba de mirarla.


—Pero para eso tendré que estudiar mucho... Ay, perdone, la he pisado. Esto se me da fatal.


—Lo haces muy bien —le aseguró Paula.


—¿Qué tal su jardín?


—Estupendo. Mucho mejor que antes.


—Podría ir el domingo para echarle una mano —sugirió Daniel.


—Es muy amable por tu parte, pero en esta época del año es mejor no podar los arbustos.


—Entonces, iré en primavera, cuando empiece a crecer la hierba —sonrió el chico, que se apartó al terminar la canción—. Muchas gracias, señorita Chaves.


—De nada.


—¿Más vino, Paula? —preguntó Felipe cuando volvió a su mesa.


—Agua, por favor.


—Los padres de Daniel se han quedado de piedra —le informó Angela.


—No podía negarme a bailar con el chico. Aunque espero que no vuelva a pedírmelo... me ha pisado dos veces.


Pero fue Patricio quien se acercó.


Paula bailó con el hombre del que había estado enamorada una vez, pero lo único que sentía era un deseo abrumador de que terminara la música para volver a su mesa.


—¿A qué estás jugando? —le espetó Patricio, furioso.


—¿Perdón?


—Deja a Dany en paz. ¿De acuerdo?


Ella lo miró, atónita.


—Ha sido tu hermano quien me ha invitado a bailar.


—Le obligaste a arreglar tu jardín...


—Supongo que a tus padres les parecerá mejor eso que verlo en los tribunales.


—La venganza es dulce, ¿verdad? —murmuró Patricio, entre dientes.


Tenía que levantar la cabeza para mirarla a los ojos, pensó ella, un poco malévola. Porque aquella noche llevaba unos tacones de diez centímetros.


—¿La venganza? Tu madre me ofreció dinero para que no lo denunciase. No lo acepté, pero hubo un incendio que afectó a mi negocio, por si no te acuerdas. Y Dany es uno de los responsables.


—¿Mi madre te ofreció dinero? —repitió él, sorprendido.


—A mí también me sorprendió. En el pasado, no solía tener a mano el dinero que le debía a mi madre.


Patricio se puso pálido.


—No puedo arreglar eso. Pero si me das una oportunidad, haré lo que pueda para compensarte por mi comportamiento...


—No puedes hacer nada, Patricio. Nunca más —lo interrumpió ella, despidiéndose en cuanto terminó la canción.


Cuando volvió a su mesa, Tomas estaba muerto de risa.


—Será mejor que me reserves el siguiente, Paula. Porque el próximo en invitarte a bailar podría ser Jorge Morrell.


—¡No se atreverá! —rió ella. Y luego levantó una ceja al ver que todos se habían quedado callados—. ¿Qué pasa?


Paula se volvió y comprobó, incrédula, que Henry Mason, uno de los concejales del Ayuntamiento, se acercaba a su mesa en compañía de Pedro Alfonso.


—Buenas noches a todos. Os presento a Pedro Alfonso, de Alcom. El señor Alfonso ha ofrecido un donativo para el ala de pediatría del hospital, Paula. Y yo he sugerido que le diese el cheque a nuestra tesorera.


—Qué buena idea —dijo la tesorera, con una sonrisa en los labios—. Siéntese con nosotros, señor Alfonso.