miércoles, 15 de agosto de 2018

LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 29




A las cuatro de la tarde Pedro ya había hablado con el juez, y contaba con cuatro testigos para la boda: Hernan, Miranda, su hija Kimberley, y su marido Zach, que era SEAL de la Marina.


Kimberley y Zach habían ido a pasar unos días con él en Crofthaven aprovechando que se aproximaban las fiestas, y Pedro no había dudado en hacerlos partícipes del enlace.


También se habían hecho los análisis de sangre, habían recibido los resultados, y con todo ya dispuesto, Pedro había enviado a su chofer a recoger a Paula para llevarla al juzgado.


Sin embargo, al ver que los minutos pasaban, empezó a preguntarse si se habría encontrado con mucho tráfico, porque no era normal que tardase tanto, y decidió llamarlo al móvil.


—Henry, ¿dónde estás?


—Mm... todavía estoy aparcado frente a la casa de la señorita Chaves, señor Alfonso —le respondió el chófer—. Me ha dicho que no hacía falta que viniera a recogerla, y que puedo esperarme aquí sentado hasta Navidad porque no va a ir.


Pedro se quedó sin habla, y sintió sobre él las miradas del juez, de su hermano, su cuñada, de su hija, y de su yerno.


—¿Que ha dicho qué?


—Que no va a ir —repitió el chofer. Pedro tardó un momento en responder.


—Gracias, Henry —le dijo con voz entrecortada—. No te muevas de ahí.


Colgó y marcó el número de casa de Paula, que tardó un buen rato en contestar.


—Paula, Henry me ha dicho no sé qué de que no quieres venir; ¿qué ocurre?, ¿no te estarán entrando nervios de última hora? —le preguntó.


La escuchó suspirar al otro lado de la línea.


—Mira, Pedro, yo... no me siento cómoda con esto.


—¿Qué? Paula, no tenemos tiempo para esto. Es lo que tenemos que hacer; es lo correcto.


—Para mí no —replicó ella con voz temblorosa— no en este momento.


—Pau... —le dijo Pedro—. ¿Pau? —repitió cuando se cortó la comunicación.


Miró la pantalla del móvil con incredulidad. 


«Conexión interrumpida». Paula no sólo lo había dejado tirado ante el altar; también le había colgado.





LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 28




Paula lanzó a Pedro una mirada furibunda, pero no pudo evitar reírse.


—Ninguna de las dos cosas, gracias a Dios, pero tengo una vida privada aunque a veces no lo parezca, y un pasado, como todo el mundo.


—¿Cuántos amantes has tenido?


Paula lo miró con los ojos muy abiertos.


—Eso es algo personal.


—Yo te diré cuántas he tenido yo si tú me dices cuántos han sido los tuyos.


Paula se dijo que debería negarse a seguirle el juego, pero le picaba la curiosidad.


—De acuerdo, ¿cuántas has tenido?


—Seis —respondió él.


—¿Y en algún caso hubo amor aparte de sexo? —no pudo resistirse Paula a preguntar.


—En dos —respondió él—: uno de ellos con mi esposa.


Paula obviamente no iba a preguntarle por el otro.


—Yo tuve cuatro contando con el novio que tuve en el instituto, y creí estar enamorada de cada uno de ellos durante al menos cinco minutos.


—¿Cuál de esas relaciones te causó más dolor cuando terminó?


—Ninguna. Lo que más dolor me ha causado en mi vida fue la muerte de mi madre —contestó ella. Pedro asintió con la cabeza.


—No importa a qué edad pierdas a tus padres. Aunque tengas cincuenta o sesenta años sigues sintiéndote huérfano. Pero en tu caso además te quedaste huérfana siendo muy pequeña, igual que les ocurrió a mis hijos cuando murió mi esposa.


Paula asintió también.


—Ellos al menos contaron con un hogar... y con Hernan.


Pedro bajó la cabeza y se quedó callado un instante, como reprochándose una vez más no haber estado con sus hijos cuando lo habían necesitado, pero luego la levantó y miró a Paula a los ojos.


—¿Y la segunda cosa que más te ha dolido? —inquirió.


—¿Además de que Jon Bon Jovi no me propusiera matrimonio cuando era una adolescente? 


Pedro se rió.


—Sí.


—Probablemente que mi novio del instituto se fuera con otra en el último curso, justo antes del baile de graduación.


—¿Antes del baile de graduación?


Paula asintió, pero estaba pensando que aquello no era lo segundo que más le había dolido; lo que más le había dolido era que la hubiera dejado tirada cuando le había dicho que estaba embarazada. Nunca se había sentido tan sola como entonces.


—¿Y tus otros amantes?


Paula se encogió de hombros.


—Fueron romances pasajeros.


—¿Entonces no tengo que matar a tres hombres?


Una sonrisa se dibujó lentamente en los labios de Paula.


—No, aunque el que lo hayas propuesto ya significa mucho para mí.


Pedro tomó un sorbo de vino, y luego un segundo sorbo, como si estuviese reuniendo fuerzas para algo, y Paula se puso tensa, preguntándose qué iría a decir.


—Pau, ¿sabes por qué quiero estar contigo? —le preguntó.


Ella negó con la cabeza. Unas cuantas respuestas sarcásticas pasaron por su mente, pero la intensa mirada en los ojos de Pedro hizo que las desechase.


Pedro tomó otro sorbo de vino.


—Hernan siempre está bromeando, diciendo que yo soy de los que siempre están buscando nuevos retos para probarse a sí mismos, casi me pinta como a una especie de superhombre, pero soy humano, y no puedo ir todo el tiempo a doscientos kilómetros por hora. De hecho, el motivo por el que durante toda mi vida he huido de la inactividad ha sido porque durante esos momentos de quietud en los que me quedaba a solas conmigo mismo empezaba a pensar en los errores que había cometido —se aclaró la garganta—. En esos momentos siempre me he sentido muy solo, pero cuando estoy contigo... cuando estoy contigo me siento bien.


Aquella confesión conmovió a Paula. Pedro no era la clase de hombre que hablaba con frecuencia de sus sentimientos, y el que en ese momento estuviese haciéndolo, que estuviese sincerándose con ella, la dejó sin habla.


Sabía muy bien de qué estaba hablando. Ella también intentaba mantenerse ocupada en muchas ocasiones para no tener tiempo para pensar en las cosas que la preocupaban. Paula sintió la mirada de Pedro sobre ella, y supo que estaba esperando a ver alguna reacción que le dijera que comprendía a qué se refería.


Se sintió incapaz de seguir sentada un segundo más en su asiento. Se levantó y rodeó la mesa para ir junto a él. Pedro se puso de pie también y Paula le acarició el rostro. No había flirteado con ella, ni había recurrido a la adulación; simplemente le había abierto una puerta a su corazón.


—Eres un hombre tan increíble... —murmuró Paula—... tan increíble que a veces no puedo creerme que seas real.


—Ya lo creo que soy real —replicó él tomando su mano y poniéndola contra su mejilla—; tengo la medicación de la úlcera para probarlo.


Paula se rió, pero por dentro temblaba, como si su alma supiese que aquel momento que estaban viviendo era algo trascendental. De pronto quería abrazarlo para que no volviera a sentirse solo nunca más, abrazarlo con fuerza, estarse abrazada a él toda la noche; y quería olvidarse también de sus problemas, olvidarse de todo excepto de aquel instante con él.


—¿Te quedarás conmigo esta noche? —le preguntó alzando el rostro y mirándose en sus ojos azules.


Pedro esbozó una sonrisa.


—Sólo si tú quieres —dijo besándola.


—Sí, lo quiero —respondió ella, besándolo también.


Al cabo de unos segundos lo que había comenzado como algo dulce y tierno se tornó apasionado y fiero.


—Me vuelves loco, Pau... —le susurró Pedro—. Me encanta cómo hueles —murmuró enredando los dedos en sus cabellos e inspirando el olor de su champú—. Y tu cuerpo... —dijo deslizando las manos desde sus hombros hasta las caderas.


—Siempre haces que me sienta como la mujer más hermosa de la tierra... aunque no lo sea...—jadeó Paula, sintiendo que la temperatura de su cuerpo estaba subiendo.


—Te equivocas —replicó Pedro, subiendo y bajando las manos por sus costados—; tus senos, por ejemplo, son perfectos —dijo emitiendo un gemido gutural.


Le sacó el suéter de punto por la cabeza, como si fuese una niña, y palpó con suavidad sus senos a través de la tela del sujetador, haciéndola estremecer. De pronto, sin que pudiera explicarlo, notó cómo un deseo salvaje estaba apoderándose de ella, haciéndola ansiar que esas mismas manos recorriesen cada centímetro de su cuerpo.


Pedro le bajó los tirantes del sujetador y bajo la mirada ardiente de sus ojos azules Paula sintió que sus pezones se estaban endureciendo.


Paula le desabrochó la camisa, Pedro le ayudó a quitársela, y la atrajo hacia sí de modo que sus senos quedaron apretados contra su ancho tórax.


El suspiro de placer que escapó de los labios de Paula se fundió con el que profirió él.


—Eres como un vino embriagador que uno sabe que debe tomar a sorbos pequeños pero del que se ansia más y más —murmuró Pedro—. Y tienes demasiada ropa encima...


Paula se desabrochó los pantalones y se los bajó, dejándolos caer al suelo, y de inmediato Pedro metió las manos por dentro de sus braguitas para rodear con ellas sus nalgas y apretarlas suavemente. Paula, entretanto, dirigió sus dedos a la cremallera de los pantalones de él. No quería que hubiese una sola prenda entre ellos.


Pedro tomó su boca en un beso que la dejó sin aliento. Se deshicieron de la ropa interior, y cuando empezaron a besarse de nuevo Paula sintió el miembro endurecido de Pedro contra su vientre. Cerró su mano en torno a él, y Pedro jadeó, para corresponderle después deslizando una mano entre sus piernas.


—Mmm... Estás tan cálida y tan húmeda... No sabes cómo me gusta que...


Sin embargo, la voz se le fue cuando ella se hincó de rodillas frente a él y lo besó en el vientre.


Cuando lo tomó en su boca Paula lo oyó apretar los dientes y resoplar. Lo estimuló de todas las maneras posibles, notando cómo su miembro adquiría mayor grosor con cada pasada de su lengua, y pronto saboreó el néctar de su excitación.


Mascullando algo entre dientes, Pedro se apartó de ella, hizo que se pusiera de pie, y con los ojos oscurecidos de pasión, le susurró:
—Vamos a tu cuarto.


Sin dejar de besarse subieron las escaleras. 


Una vez en la habitación de Paula, Pedro la empujó suavemente para que cayera sobre la cama, y comenzó un delicioso viaje con su boca, empezando por su garganta, y dirigiéndose luego a sus senos. Sus manos, sin embargo no permanecieron ociosas, y mientras una dibujaba arabescos en un muslo, la otra se centro más en la parte más íntima de su cuerpo, desatando en ella oleada tras oleada de placer. Luego su boca tomó el relevo, y con la lengua la llevó a las cotas más altas.


Apenas había recobrado Paula el aliento cuando Pedro se hundió en ella, haciéndola gemir. Nunca dejaría de sorprenderla el modo en que era capaz de penetrar en ella así, hasta el fondo, a la primera embestida.


—Oh, sí... —murmuró Pedro, comenzando a moverse.


Los ojos de Paula se encontraron con los de él, y de pronto ya no pudo dejar de mirarlos; había algo en ellos que habría conseguido mover montañas y cambiar el curso de los ríos. El corazón le palpitó con fuerza, y la mezcla de emociones y sensaciones que estaban inundándola la llevaron de nuevo a las cumbres.


A la mañana siguiente, cuando Paula se despertó, Pedro ya se había levantado. Las energías que tenía aquel hombre eran algo sorprendente, pensó desperezándose mientras lo oía subir las escaleras.


Pedro apareció en la puerta vestido sólo con los calzoncillos, y con una taza de café para él en una mano, y una de té en la otra para ella.


Paula le sonrió y se incorporó lentamente, tapándose con la sábana.


—Vaya, servicio de habitaciones; qué bien —murmuró.


Pedro le devolvió la sonrisa.


—Cuando bajé me acordé de que últimamente tomas té y no café —le dijo tendiéndole la taza.


—Eres un hombre muy observador —contestó ella tomándola—. Gracias.


—De nada —respondió Pedro. Se agachó para dejar la suya en la mesilla pero sin querer le dio un puntapié al mueble—. Diablos, soy demasiado grande para esta habitación —farfulló.


La puerta de la mesilla se había abierto por el golpe, y se habían desparramado los libros que habían dentro.


Una sensación de pánico invadió a Paula, que maldiciendo para sus adentros dejó su taza sobre la otra mesilla y olvidándose del decoro apartó la sábana para bajarse de la cama e ir a recoger los libros antes de que él lo hiciera. No quería que viera esos libros. Había comprado tantos que había tenido que esconderlos allí la noche anterior antes de que Pedro llegara.


Su mano alcanzó el primero al mismo tiempo que la de él, y Pedro se rió.


—¿Qué pasa?, ¿a qué tanta prisa? ¿Tienes miedo de que vaya a derramar mi café sobre tus libros?


—No, sólo quería ayudarte —farfulló ella. Tan apurada estaba, que intentó volver a meterlos todos de golpe en el hueco de la mesilla antes de que pudiera verlos, y varios volvieron a caer fuera.


—Espera, mujer, deja que te eche una...


Pedro se quedó callado, y Paula supo que había visto la portada de uno de los libros.


—Qué esperar cuando estás esperando un bebé... —leyó el título de uno en voz alta en un tono de incredulidad. Paula tensó el rostro angustiada—. El cuidado del bebé y del niño; cómo criar sola a tu hijo...


Pedro la miró, y la ira que había en sus ojos era tal, que habría sido capaz de derretir una barra de acero.


—Sólo se me ocurre una razón por la que estés leyendo esta clase de libros.


Paula se mordió el labio y se incorporó lentamente para sentarse en la cama y taparse con la sábana.


—Yo... um...


—¿Cuánto hace que lo sabes? —exigió saber él.


—No mucho —contestó Paula en un hilo de voz—; mis periodos nunca han sido muy regulares, pero estoy de dos meses.


—No puedo creer que hasta ahora no me haya dado cuenta —dijo Pedro poniéndose de pie con uno de los libros en la mano—; las molestias de estómago que te duraron tanto, el repentino cambio de café a té, el que dejaras de tomar vino... —se quedó callado y la miró con los ojos entornados—. Pero anoche tomaste vino.


—En realidad era agua —le confesó Paula sintiéndose estúpida—. Me la serví antes de que llegaras para evitar preguntas.


—Y el bebé es mío —dijo Pedro arrojando el libro sobre la cama y frotándose la frente.


—Sí, es tuyo, pero no tienes que hacer nada —le dijo ella con el corazón encogido—; ya sé que no quieres más hijos, pero yo quiero tenerlo, y no espero que hagas nada.


Pedro pareció repugnado


—¿Quieres decir que lo tenías planeado, que todo este tiempo has estado intentando quedarte embarazada?


Paula lo miró boquiabierta.


—No, por supuesto que no.


—Pero anoche no me pediste que usáramos preservativo, ni la vez anterior tampoco.


—Porque eso habría sido como cerrar la puerta del establo cuando el caballo ya ha salido —le espetó ella—. Además, ¿por qué razón habría querido quedarme embarazada?


—Algunas mujeres utilizan el embarazo para conseguir un marido.


La culpabilidad de Paula se convirtió en ira.


—Creo haberte dejado bien claro que no espero nada de ti —le dijo—. Por si no lo recuerdas, no he hecho más que rechazar tu oferta de ir contigo a Washington, y varias veces he intentado hacer que nuestra relación volviera a ser únicamente profesional. Ya sé que debería habértelo dicho, pero no sabía cómo hacerlo, sobre todo cuando me habías dicho que no querías tener más hijos. Me he pasado estas últimas semanas intentando hallar la manera de enfrentarme a esto y de impedir que afectara a tu carrera.


—Ya es demasiado tarde para eso —replicó él—; y los dos sabemos cuál es la única solución que hay —añadió apretando la mandíbula.


Paula lo miró espantada y se llevó una mano protectora al vientre.


—No pienso abortar.


Pedro maldijo entre dientes.


—No me refería a eso. La única solución es que nos casemos lo antes posible —dijo. Se sentía como si lo hubiesen pillado con los pantalones bajados, y su mente se puso en modo gestión de crisis para trazar un plan de acción—. Conozco a un juez que puede acelerar los trámites de la licencia matrimonial para que no tengamos que esperar, y luego él mismo nos casará en el juzgado. Los análisis de sangre tampoco serán un problema; mi médico de cabecera es un hombre discreto; y cuando hayan pasado las navidades les diremos a mis hijos lo del embarazo.


Paula estaba mirándolo como si le hubiesen salido tres cabezas.


—¿Qué? —le espetó—. No podemos sentarnos a esperar si ya estás de dos meses.


—Yo... no estoy segura de que sea una buena idea que nos casemos —balbució ella—. Además, así, tan apresuradamente... no creo que sea una buena idea.


—Ya lo creo que tenemos que casarnos; no quiero tener otro hijo ilegítimo como me pasó con Andrea.


—Pero es que nunca hemos hablado de casarnos —replicó ella frunciendo el entrecejo.


—Habríamos acabado planteándonoslo antes o después —le dijo Pedro


Paula sacudió la cabeza.


—Yo no estoy tan segura de eso; desde que acabó la campaña de lo único que hemos hablado ha sido de la posibilidad de irme contigo a Washington.


—Eso es porque últimamente has estado imposible —replicó él—. Si hubieras dejado que nuestra relación fluyese de un modo normal, estoy seguro de que nos habríamos planteado la idea de casarnos.


—¿De un modo natural? —repitió Paula—. ¿Te parece natural lo que me estás diciendo? «;Cómo?, ¿que estás embarazada? Prepárate; nos casamos esta misma tarde» —farfulló poniendo voz grave e imitándolo.


—El problema es que ahora no disponemos de tiempo para que las cosas fluyan normalmente —contestó él—. Tenemos que hacer esto por el bebé. Cuando nos hayamos ocupado de los trámites legales, ya hablaremos de nuestra relación —tomándola por los hombros le dio un rápido beso en los labios—. Tenemos que ponernos en marcha.


Y se marchó, dejando a Paula completamente aturdida.



LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 27




De acuerdo, había hecho trampa; lo reconocía. 


Le había dicho a Pedro que iba a cocinar, pero finalmente había decidido hacer un pedido a una de sus marisquerías favoritas: tres raciones de fettucini con gambas; una para ella y dos para él por si quisiese repetir.


Sólo quedaba un detalle por resolver; ¿cómo iba a darle la noticia de que estaba embarazada? 


Después de lo que había pasado la noche anterior sabía que tenía que decírselo, pero... ¿tenía que ser precisamente esa noche?, se preguntó al sentir que el pánico estaba apoderándose de ella.


Se sentía a la vez culpable y frustrada. Su mayor deseo era que la noticia lo hiciese feliz, pero por las veces que lo había sondeado de forma indirecta estaba claro que no sería eso lo que ocurriría. Aquello lo cambiaría todo entre ellos.


Mientras calentaba en el horno unas barritas de pan y preparaba una ensalada, se puso a pensar cómo podría decírselo. Al fin y al cabo era relaciones públicas, se dijo intentando animarse, así que si alguien podía idear el modo perfecto de comunicarle la noticia, tenía que ser ella.


—¿Sabes qué, Pedro? —probó ensayando en voz alta—. Vas a ser padre... otra vez.


Crispó el rostro, disgustada. Aquello sonaba fatal.


—Estoy embarazada —probó de nuevo. No, aquello tampoco sonaba bien.


—Eres un auténtico semental y tus espermatozoides son campeones olímpicos de natación. Y puedo demostrarlo.


Una sonrisa traviesa asomó a las comisuras de sus labios, y de pronto se encontró riéndose de tal modo que hasta se le saltaron unas lagrimillas, pero carraspeó y se puso seria.


Pedro, estoy embarazada, pero quiero que sepas que no espero que te cases conmigo, y que pienso criar al bebé yo sola.


Bueno, eso quedaba mucho más sincero, pero no estaba segura de que sería capaz de decirle eso mirándolo a los ojos. Quizá después de todo, aquélla no fuera la noche más indicada para darle la noticia.


Decírselo en vísperas de Navidad como estaban le parecía un poco cruel; le estropearía las fiestas. No era más que un pretexto ridículo para no hacerlo, pero no pudo evitar desear que las cosas fueran distintas. En unas circunstancias diferentes aquella noticia sería un regalo, y no algo que temiese decir.


De pronto los ojos se le habían llenado de lágrimas y, mordiéndose el labio inferior, Paula apretó los dedos contra ellos para evitar que se le corriera el rimel. Aquellos vaivenes emocionales podían estropearle a una por completo el maquillaje.


El día después de Navidad, decidió, entonces se lo diría. Así tendría siete días para prepararse psicológicamente, él podría disfrutar de las fiestas, y con un poco de suerte la medicación que le habían recetado tendría su úlcera bajo control y a prueba de noticias bomba.


Puso la mesa con la vajilla que había dejado la dueña de la casa, y colocó sendas copas de agua y de vino para ambos, pero se sirvió agua en las dos suyas para que Pedro no le hiciera preguntas. Ni siquiera lo notaría, porque iba a servir vino blanco y las copas eran ligeramente tintadas, y como sólo faltaban unos instantes para que llegara, abrió la botella. 


Además, ¿no decían que el vino había que dejarlo respirar antes de servirlo? Finalmente, para completar la jugada, echó un poco por el fregadero para que diera la impresión de que en efecto ella ya se había servido y volvió a colocar la botella en la mesa.


En ese preciso momento llamaron al timbre. 


Paula se sonrió. Siempre tan puntual, se dijo yendo a abrir la puerta.


—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.


—Ahora que te tengo frente a mí mejor que nunca —respondió Pedro antes de pasar dentro—, Mmm... huele bien.


Paula lo abrazó y hundió el rostro en su pecho.


—¿A qué viene esto? —le preguntó él rodeándole la cintura con los brazos.


—Es que todavía me estoy reponiendo del susto de ayer noche —contestó ella con un suspiro. 


Pedro se rió suavemente.


—En ese caso puedes abrazarme todo lo que quieras.


Paula lo condujo hacia la mesa.


—Vamos, la cena ya está lista: fettucini con gambas.


Pedro miró los platos impresionado.


—Vaya, qué presentación tan bonita, y qué buen aspecto... Seguro que no tienen nada que envidiarle a los que sirven en Julián's, esa marisquería que tanto te gusta.


Y había una razón por la que no tenían nada que envidiarles: que eran de Julian's. Quizá en otra ocasión se lo confesaría y los dos se reirían de ello.


—Gracias. Bueno, espero que te guste.


Pedro le retiró la silla y esperó a que se sentara antes de hacerlo él.


—Gracias otra vez —murmuró Paula. Siempre tan caballeroso, pensó sintiéndose culpable de pronto por haber pedido la comida a un restaurante en vez de haber preparado algo ella. 


Pedro levantó su copa y propuso un brindis:
—Porque cenemos juntos muchas veces más en el futuro... y también desayunos —añadió con una sonrisa picara.


Paula se rió, brindaron, y empezaron a comer.


—¿Sabes?, la otra noche, cuando te llevé a casa después de la fiesta en casa de los BiHings, dijiste algo que me hizo pensar —dijo Pedro de repente.


Paula se tensó.


—¿Tenemos que hablar de esa noche?


—Lo digo porque he llegado a la conclusión de que en parte tenías razón —dijo Pedro.


—¿Perdón? —balbució ella, que no estaba acostumbrada a verle hacer concesiones.


—Bueno, tú me conoces muy bien; lo sabes todo sobre mí —le explicó Pedro—. Y es natural; un director de campaña tiene que conocer todos los puntos fuertes y débiles del candidato al que asesora.


Paula pinchó una gamba con el tenedor y asintió con la cabeza.


—Cierto.


—Bien pues... lo que quería decir es que tú lo sabes todo sobre mí, pero yo sólo sé lo que ponía en tu curriculum y lo poco que he podido sonsacarte sobre tu vida personal.


Paula se encogió de hombros.


—No era yo quien me presentaba a las elecciones.


—Sí, pero las elecciones han pasado, Pau, y nuestra relación nos concierne a los dos, no sólo a mí. De hecho, ni siquiera sé qué es lo que quieres hacer con tu vida a corto plazo, qué aspiraciones tienes.


Paula se removió incómoda en su asiento


—Bueno, seguir con mi carrera, por supuesto, aunque no sé exactamente...


—No me refiero en el plano profesional —replicó él esbozando una media sonrisa—, me refiero en el personal.


—La verdad es que no he pensado mucho en eso. ¿Y tú?, ¿tienes planes a nivel personal sobre qué quieres hacer en los próximos cinco años?


—Hasta que me presenté a las elecciones no lo sabía —respondió Pedro—. Me he dado cuenta de que quiero tener una relación mejor con mis hijos —se quedó callado un instante y la miró a los ojos—... y sé que quiero tenerte a mi lado.


El corazón de Paula palpitó con fuerza por la intensidad de sus palabras. Tomó un sorbo de agua, y le dijo:
—Pues si quieres que te sea franca, a mí no me parece que uno pueda tener mucho control sobre lo que pueda sucederle aun en un futuro próximo en el plano de lo personal. No me veo diciendo: «Es veinte de diciembre y quiero que mi príncipe azul entre por esa puerta dentro de tres meses. Medirá tanto, pesará tanto, y se enamorará de mí tan perdidamente, que a pesar de mis defectos y mis errores no podrá vivir sin mí».


Pedro se inclinó hacia delante.


—Si vamos a hablar de errores, yo tengo cinco hijos que tienen sentimientos encontrados hacia mí, una hija cuya existencia desconocía hasta hace unos meses, mi matrimonio fue un fracaso, y le fui infiel a mi mujer. No creo que puedas superar eso.


Paula pensó en el bebé que llevaba en su vientre; pensó en el bebé al que había entregado en adopción años atrás.


—Eso es discutible —dijo.


Pedro enarcó una ceja y se quedó mirándola en silencio un buen rato.


—Ya, ahora irás a decirme que antes de convertirte en mi directora de campaña fuiste una prostituta, o una terrorista.