jueves, 6 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 20

 

La luz del sol, que entraba a raudales por la ventana del dormitorio, se derramaba sobre las prendas que Paula había ido colocando en la cama. Allí había más ropa de la que podría necesitar para sólo uno o dos días.


Y había variedad. Era como si la persona que había comprado todo aquello hubiese pensado en cualquier contingencia que pudiese presentarse: ropa informal, un sencillo vestido de cóctel rojo… y hasta un bañador negro demasiado sexy.


Para el desayuno de esa mañana escogió un vestido de tirantes de color aguamarina con un estampado floral y unas sandalias.


Y había otra bolsa que, según había podido entrever con un rápido vistazo, contenía ropa interior, un camisón, y un neceser con cosméticos y artículos de aseo.


Tiempo atrás apenas se habría fijado en el lujo que la rodeaba en aquella suite de hotel porque era a lo que había estado acostumbrada. Ahora sabía lo mucho que había que trabajar para poder vivir incluso modestamente. Se le hacía raro haber vuelto a aquel mundo que años atrás casi se la había tragado.


Decidida a mantener sus valores inamovibles, salió al salón, donde Pedro estaba sentando a los gemelos en el carrito doble que les habían traído.


Al verla aparecer alzó la vista y sonrió. El brillo de sus ojos verdes y los hoyuelos en sus mejillas la atraían como un imán, como si quisieran arrastrarla a ese pequeño círculo de la familia feliz. Eso podría ser peligroso; tenía que mantenerse a distancia por su bien. Además, no era de las mujeres que saltaban así como así a la cama de un extraño. Un extraño que le resultaba más intrigante a cada segundo que pasaba…


–¿Lista? –le preguntó Pedro.


–Creo que sí.


–Me alegra ver que te queda bien la ropa. Aunque para desayunar con los gemelos quizá deberíamos habernos puesto un mono de trabajo.


Antes de que pudiera reírse o responder a eso, sonó el teléfono de Pedro, que alzó una mano.


–Espera un momento, tengo que contestar; es una llamada de trabajo.


Mientras hablaba tomó un maletín del sofá. Luego fue a abrir la puerta y le indicó con un ademán que saliera primera. Paula tomó las asas del carrito y lo empujó fuera, al pasillo, antes de pulsar el botón del ascensor, en el que entraron segundos después.


Un par de plantas más abajo se abrieron las puertas y entró un matrimonio mayor vestido de manera informal, aunque impecables, para ir a hacer turismo.


Al ver a los gemelos el marido se inclinó hacia su esposa y le susurró algo sonriéndole de un modo nostálgico y señalando a los pequeños.


–¡Qué niños tan preciosos tienen! –le dijo la mujer a Paula.


Pero antes de que ella pudiera corregirla el ascensor se detuvo al llegar al vestíbulo y el matrimonio salió antes que ellos. Paula le lanzó una mirada vergonzosa a Pedro. Suerte que estaba agarrando el carrito, porque de pronto las rodillas empezaron a temblarle.


Tenía que intentar calmarse. Dentro de nada estaría desayunando con un miembro de la realeza, algo que la intimidaba bastante a pesar de que sus padres siempre se habían codeado con gente importante. Tal vez pudiera serle útil como un contacto para su pequeño negocio, aunque no comprendía muy bien qué clase de persona invitaba a un desayuno de negocios a dos bebés.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 19

 


Después de que Paula se marchara Pedro se quedó sentado un rato en el balcón, mirando la silueta de la ciudad recortada en el cielo. El fuego del beso que habían compartido todavía chisporroteaba en su interior. Apuró el agua con gas de su copa mientras esperaba a que Paula apagara la luz de su mesilla.


Tenía razón en que no sería una buena idea dejarse llevar por la atracción que sentían el uno hacia el otro. Los dos tenían buenas razones para que su relación no pasara de ser meramente profesional. En su caso, bastante complicaciones había ya en su vida, y tenía que intentar mantenerla lo más estable posible por el bien de sus hijos. No quería confundirlos con un desfile interminable de mujeres entrando y saliendo de sus vidas.


Le echó un vistazo al móvil, que descansaba sobre la mesa, donde lo había dejado después de cuatro intentos fallidos de ponerse en contacto con Pamela. Seguía sin devolverle las llamadas, y eso estaba empezando a enfurecerlo. ¿Y si le hubiese pasado algo a los niños? Al menos debería llamarlo para averiguar por qué estaba intentando hablar con ella.


Justo en ese momento el teléfono se puso a vibrar. Se apresuró a tomarlo, pero en la pantalla el nombre que aparecía era el de su prima Carla.


Hasta sus familiares se preocupaban más por mantener el contacto que la madre de sus hijos. Sus primos Carla y Victor, que también se habían criado en Dakota del Norte, se habían mudado a Charleston y él, que ya no tenía ningún otro pariente en el oeste, había hecho lo mismo.


–Hola, Carla. ¿Todo bien?


–Sí, nosotros bien –respondió su prima–. Las niñas por fin se han dormido. Llevo toda la tarde acordándome de ti. Me sabe tan mal no haber podido ayudarte…


–No hacía falta que llamaras para disculparte otra vez, Carla. De verdad que lo entiendo.


–Bueno, en realidad te llamaba por lo de Camila.


Vaya, con todo lo que había pasado se había olvidado por completo de que la esposa de su primo Victor se había puesto de parto.


–¿Cómo está?


–Ha dado a luz justo antes de medianoche a un niño. La madre y el bebé están estupendamente, y su hermanito y su hermanita están deseando ir mañana para conocerlo.


–Felicítalos de mi parte cuando los veas. En cuanto regrese a la ciudad pasaré a hacerles una visita.


–Se lo diré –respondió Carla–. Pero también te llamaba por otra razón. Ahora que Camila ha tenido al bebé, Victor ha ido a recoger a los niños a casa de su hermana Sofia, y ella me ha dicho que no le importaría encargarse de los gemelos. Podrías llevárselos mañana por la mañana a primera hora.


–Es muy amable por su parte, pero no me parece justo…


–Yo podría relevarla dentro de un par de días, cuando el antibiótico empiece a hacer efecto y lo de mis niñas ya no sea tan contagioso –añadió Carla.


No parecía mala idea, pero Pedro vaciló y giró la cabeza hacia el dormitorio donde dormían Paula y los niños.


–No sé, vosotras ya tenéis bastante carga –murmuró.


–Somos parientes, Pedro, y queremos ayudar –insistió Carla.


Pedro sabía que lo decía de corazón, pero lo cierto era que se sentía más tranquilo teniendo a los niños consigo… y que también quería que Paula se quedara. Quería conocerla mejor. Necesitaba tiempo para desentrañar aquella poderosa atracción que había entre ellos.


–Y yo os lo agradezco –respondió él–, pero no es necesario. Tengo ayuda.


–¿Has contratado a una niñera?


–Bueno, en realidad no es una niñera. Es más bien… es una amiga.


–¿Una amiga? –repitió Camila, sin duda con la esperanza de sonsacarle.


–Sí, una amiga.


–Eso es todo lo que vas a contarme, ¿no? –murmuró Camila riéndose.


–No hay mucho más que contar –respondió él.


«Aún», añadió para sus adentros, dejando que sus ojos vagaran de nuevo hacia la puerta del dormitorio. Se imaginó a Paula acurrucada bajo las sábanas, vestida con su camisa.


–Ah, así que la relación todavía está un poco verde –dijo Carla traviesa–. Aunque no demasiado, imagino, o no estaría ahí, contigo y con los niños. Porque hasta donde alcanza mi memoria hace bastante que no sales con una mujer, y no has dejado que ninguna de las mujeres con las que has salido se acercara a los niños.


La perspicacia de su prima lo hizo sentirse incómodo.


–Bueno, creo que ya basta de elucubrar sobre mi vida por una noche, ¿no te parece? –gruñó–. Además, te tengo que dejar.


–No pienso darme por vencida. Cuando vuelvas quiero más detalles –insistió Carla–. Y quiero conocerla. Ya sé que eres un hombre reservado, pero somos familia, y me preocupo por ti.


–Lo sé. Te llamaré cuando vuelva; un beso.


Pedro colgó el teléfono sintiéndose culpable por haber rechazado la ayuda que le había brindado Carla. Claro que tampoco le parecía bien decirle a Paula que volviese a Charleston y hacer que la hermana de su primo tuviese que hacerse cargo de sus hijos sólo porque a su ex se le había ocurrido dejárselos sin avisar.


Lo mirara por donde lo mirara era un desastre. Y, con todo, no podía dejar ir a Paula. Sospechaba que cuando regresase a Charleston pondría toda la distancia posible entre ellos. Necesitaba tiempo con ella ahora.


La imagen de Paula persiguiendo a sus críos recién bañados regresó a su mente en ese momento. Era la viva imagen de la vida familiar que le gustaría tener y que no tenía. Se sentía bien con Paula a su lado.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 18

 


Paula se había quedado inmóvil, intentando ignorar sin éxito el cosquilleo que le subía y bajaba por el brazo con cada pasada de los dedos de Pedro. La oscuridad y los sonidos distantes de la noche creaban un ambiente demasiado íntimo que parecía aislarlos del resto del mundo.


Paula dio un paso atrás.


–¿Has buscado ya a otra persona que pueda ocuparse de los niños?


–¿Para qué? –inquirió él–. Ya te tengo a ti.


–Nuestro acuerdo sólo es de veinticuatro horas.


–Creía que habías dicho que no tenías problema en quedarte un día más –apuntó Pedro dando un paso hacia ella–. Incluso llamaste a tu socia para hablarlo con ella.


–Sí, pero eso fue cuando pensaba que sólo se trataba de trabajo.


–Estás enfadada.


–No, no estoy enfadada. Me siento frustrada y decepcionada. Decepcionada con los dos por habernos dejado llevar de esta manera, olvidándonos por completo de lo que nos dicta el sentido común. Mi prioridad es mi negocio igual que para ti lo son tus hijos.


–Sí, pero el que tenga claras mis prioridades no anula la atracción que siento hacia ti –replicó él–. Además, soy perfectamente capaz de separar el placer de los negocios.


Aunque hacía un momento lo había negado, Paula estaba empezando a enfadarse de verdad.


–¡No me estás escuchando! Lo que acaba de pasar no puede volver a repetirse. Apenas nos conocemos, y los dos tenemos puestas muchas expectativas en este viaje, así que te agradecería que no jugaras conmigo. Que te quede bien claro: no-más-besos –le reiteró, pinchándolo en el pecho con un dedo.


Luego entró y se dirigió al dormitorio antes de que Pedro pudiera hacer que su fuerza de voluntad se tambaleara de nuevo. Sin embargo, cuando cruzaba el amplio salón oyó su voz desde el balcón que decía: «Pues es una lástima».


Paula no podía estar más de acuerdo. Conciliar el sueño esa noche le resultaría muy difícil, no sólo porque no dejaría de echarse la culpa por haberse dejado llevar de esa manera, sino también por el deseo frustrado que palpitaba en su interior.